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D. D. O. por Ucenitiend

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Después del deceso de Horace, del que no se enteraron hasta el día siguiente, los tres compañeros se separaron y colaboraron con los rohirrim en revisar la fortaleza y dar su opinión sobre cuáles eran los puntos más vulnerables; repartir las armas disponibles y, cada uno en el uso del arma que dominaba, instruir a los pobladores; y avanzada la noche aún seguían con los preparativos para la batalla que se produciría recién la noche siguiente.

Cuando empezó a ver signos de agotamiento en el nutrido grupo de hombres muy mayores y muy jóvenes a su cargo, Aragorn interrumpió el intenso entrenamiento con la espada y aprovechó para buscar un sitio apartado donde poder descansar un rato, ya que hacía varios días que no lo hacía. Encontró un lugar bastante alejado de todos y, así nomás, se acostó boca arriba en la tierra, pero por más que lo intentó no pudo pegar un ojo debido a que estaba nervioso y preocupado por lo que vendría, y porque seguía impactado por el reencuentro con Horace y lo que este le había dicho, lo que lo había llevado a pensar en la sucesión de hechos que le impidieron reunirse con él cuando jóvenes: una amenaza; su propia inseguridad, por la que no se acercó y perdió tiempo en mandar una carta y esperar una respuesta en lugar de ir detrás; el mensajero que no entregó la carta a quién debía; fue herido en el camino, lo que provocó que no llegara con tiempo suficiente para darle alcance a la caravana antes de que dejara el Bosque; y Legolas, que al contestar su carta hubiera logrado reunirlos, terminaba siendo su destino. A lo largo de los años, varias veces se había preguntado  qué habría sido de ese joven sin nombre, y en su mente siempre se le representaba así: joven y esbelto, y ese día había recibido el duro impacto de verlo convertido en un anciano, y moribundo, pero al menos habían podido hablar, tomarse las manos y darse un beso. Y, salvando las muchas diferencias, no pudo evitar pensar en el impacto que recibiría Legolas cuando al fin recordara al joven Estel y luego lo viera tan cambiado.

Legolas también hizo un alto en el entrenamiento con el arco y los cuchillos, y como hacía rato que había perdido de vista a Aragorn, y lo extrañaba, fue a buscarlo. Muy pronto lo halló sentado abrazando sus piernas recogidas contra el pecho y mirando al cielo, y si bien primero no quiso importunarlo porque le pareció que se veía más triste que cansado, el deseo de estar en su compañía fue más fuerte.

-¿Aragorn, puedo acompañarte? –preguntó acercándose despacio, temiendo molestar.

-Ah, Legolas. Espera –dijo y enseguida se levantó para quitarse la capa, sacudirla y extenderla en el suelo-. No está limpia, pero mejor que nada es. Listo, puedes sentarte.

-No me creas tan delicado, ya viste que soy capaz de sobrevivir al contacto con la tierra –dijo sonriendo y sentó primero-. Pero, gracias.

-Lo siento –dijo Aragorn cuando entendió a qué se refería, luego se sentó, y lo hizo tan cerca que su pierna derecha quedó tocando la izquierda del elfo.

Legolas se acordó de lo que le había pedido esa mañana y se apartó un poco, pero enseguida sintió que le pasaba un brazo sobre los hombros.

-¿No crees conveniente que me aleje? –preguntó aunque estaba a gusto.

-Ah, sí –dijo Aragorn, y a disgusto retiró el brazo.

-Por qué estás aquí, tan solo y a oscuras.

-Demasiados ruidos y gritos. Vine para dormitar un poco.  

-Discúlpame, te molesté  –dijo apenado e intentó levantarse.

-No, quédate -dijo Aragorn asiéndolo de la mano-. Aunque te vayas, no lograré dormir.

-¿Seguro? Bueno..., pero si deseas quedarte solo, me dices –dijo y volvió a acomodarse, y luego de un breve silencio continuó-: El entrenamiento es muy duro para esta gente; no saben empuñar un arma y tienen mucho miedo. No he tenido tiempo ni de preguntar cómo sigue Horace. Y, al final, hoy no me contestaste si te acordabas de la caravana.

Aragorn se estremeció al escucharlo, Legolas no dejaba de preguntarse e insistía en preguntarle. Ya sabía que los recuerdos empezaban a surgirle como piezas sueltas de un rompecabezas, y la aparición del hombre era una de las principales, si no la principal; y qué decirle si Gandalf le había prohibido forzarlo a recordar; pero como no le había prohibido contestar sus preguntas, luego de pensarlo unos instantes, dijo:

-Sí.

-¡Ah!... ¿Y te acuerdas de haber visto a Horace? -preguntó más interesado.

-Sí.

-Él dijo acordarse de un joven hombre, pero cuando te mencioné, dijo que tenía otro nombre. ¿Acaso, había otro humano en Rivendell?

-Un... mensajero…, pero era de mí de quien se acordaba -dijo arriesgándose al límite, y se quedó esperando alguna reacción.

-Cómo, entonces, no te confundió con otro. Y por qué le mentiste a su esposa –preguntó muy serio.

-Tú viste lo angustiada que estaba, para qué decirle, si apenas lo vi cuando llegó, y, dos días más tarde, nos vimos de lejos entre mucha gente. ¿Eso, no es lo mismo que no conocernos?

-Sí, y no, depende cómo lo pienses, de vista se conocían. Pero si se vieron tan poco y de lejos, debieron prestarse mucha atención y sentirse atraídos para que ahora, después del tiempo pasado para ustedes, y estando tan cambiados, se reconocieran –dijo más para sí, pero enseguida se arrepintió-: ¡Oh, lo siento! ¡No quise sugerir nada!… Él está casado y tú…

-No, no te preocupes. Pero mejor hablemos de otra cosa, ¿quieres? -dijo Aragorn consciente de que había cometido una gran imprudencia al hacerlo pensar, y que si Gandalf se enteraba lo mataría-. Raro que tu amigo todavía no ande por aquí siguiéndote los pasos –comentó para desviar el tema.

-Aragorn…

-¿Otra pregunta? -dijo temeroso de que a Legolas se le ocurriera saber bajo qué otro nombre lo había conocido Horace.  

-Sí. Hablamos de muchas cosas después del incidente de la otra noche, pero para no continuar teniendo malentendidos como ese, y como el de esta mañana, creo importante aclarar algo…

-Legolas, no pasó nada, ya hablamos de eso… -dijo aliviado porque no sería esa la pregunta.

-Sí pasó, y se me hace difícil preguntarte esto… -dijo y se apuró a continuar cuando vio que Aragorn abría la boca queriendo decir algo-. No, espera, no me lo hagas más difícil; imagino que otra vez vas a mencionarme tu promesa, pero últimamente actúas de un modo que me confundes...

-Y, en definitiva, cuál es tu pregunta –dijo Aragorn sonriendo suavemente, pues creyó saber a dónde apuntaba.   

-A eso iba. ¿Si tú no estuvieras comprometido con…?

-Un momento, yo no estoy comprometido con nadie. De dónde sacas esas ideas -interrumpió Aragorn, que no esperaba que le saliera con eso.

-Con Arwen Undómiel.

-¡¿Con Arwen?! -dijo fastidiado como siempre que alguien tocaba ese tema.

-¿Lo niegas? Pero si hasta el Señor Elrond los felicitó después de que, delante de todos nosotros, se dieran un beso que… hasta creí... -dijo un tanto avergonzado y desvió la mirada.

-¿Sentirlo en tu boca? ¿Y te gustó? -dijo Aragorn sonriendo de lado al recordar el momento en el quiso darle celos-. No, Legolas, lo que todos vieron fue que ella me robó un beso, luego yo quise... ¿Te parece si cambiamos otra vez de tema? -dijo a tiempo para no seguir metiendo la pata.

-Bueno... –asintió Legolas, pero no conforme siguió-: Pero esta mañana me dijiste que estabas tentado de romperla por mí. ¿A qué más podrías referirte si no a la promesa de serle fiel a Arwen…, eh?

-¡¿“Eh”?! –dijo Aragorn, repitiendo el tonito inquisitivo usado por el elfo, lo tomó de los brazos para que lo mirara de frente y dijo-: A Arwen la conozco desde muy niño, y claro que la quiero mucho, pero como a una hermana.

-¡¿Y desde cuándo se besa así a una hermana?! -preguntó Legolas para completarla.

Aragorn creyó que era el momento de hacer algo para que dejara de hacerle tantas preguntas, lo miró a los ojos y lo primero que le nació fue tomarlo de la nuca con ambas maños y cubrirle la boca con la suya.

Legolas se quedó inmóvil, sin entender por qué esa mañana evitaba que él lo besara y le rogaba que no lo provocara, y ahora, así, de la nada...

Aragorn no logró que Legolas cerrara la boca, por el contrario, sintió que este la abría más por debajo de la suya.

Y eso fue suficiente para que ambos se abrazaran y cayeran sobre la capa.

-¡Aragorn! ¿Dónde estás? -gritó Gimli con su voz ronca y potente.

-Ahora no, Gimli… Ahora no… -murmuró Legolas.

-¡Viene hacia acá! ¡Deja que me levante! –dijo Aragorn entre nervioso y excitado, porque tenía a Legolas encima trabándole las piernas con las suyas y dándole besos húmedos en el cuello, mientras, trataba de subirle la camisa, a lo que él se resistía.

 -Después…-susurró.

-¿Después de qué…? ¡Por favor, Hoja, quítate! –dijo mucho más nervioso cuando sintió que el elfo le apoyaba una mano en el vientre y suavemente empezaba a deslizarla hacia abajo, y porque oía cada vez más cercana la voz del enano.

-¡Aragorn, llegó Éomer y quiere verte! -vociferó nuevamente Gimli.

-¡Volvió mi hermano, Aragorn! -dijo Éowyn en voz alta y clara-. ¿Gimli, estás seguro de que era hacia acá que lo vieron venir?

-¡También viene Éowyn! ¡Levantémonos, si nos encuentran será bochornoso!

-Shh, si te callas y nos quedamos quietos no nos encontrarán...

Como el elfo no parecía dispuesto a soltarlo, y menos a dejar quietas las manos y la boca, con todo el dolor del alma, Aragorn hizo fuerza con las piernas hasta lograr zafarlas y de inmediato se puso de pie.

Legolas se levantó enojado y fue a encararlo en el preciso momento en que llegaba Gimli y los iluminaba, directamente, con un gran farol.

-¡Amigo, al fin te encontramos! ¡Y también estás tú, qué bueno! –exclamó Gimli, contento de hallar a ambos compañeros a la vez, pero al ver cómo Aragorn se cubría la delantera con las manos y Legolas le daba la espalda, se dio cuenta de que su llegada había sido muy inoportuna, y se apuró a bajar el farol para que Éowyn, que venía unos pasos atrás, no los viera.

-Qué hacen ustedes por aquí –preguntó Aragorn mientras se acomodaba la ropa y se echaba el pelo hacia atrás.

-¡Por fin te encontramos!... –dijo Éowyn segundos después-. Ah..., no estás solo. Buenas noches, Príncipe –agregó dejando de sonreír, pero enseguida miró a Aragorn y otra vez sonriente dijo-: ¡Ha vuelto Éomer del exilio, y con sus hombres ahora somos más! ¡Vamos, regresemos!

Gimli empezó a caminar detrás de la pareja, pero cuando se dio cuenta de que su amigo no venía, se detuvo para esperarlo.

-¿No vienes con nosotros? ¡Oye, no fue mi idea salir a buscarlo, así que no me mires de ese modo tan bravo!

Legolas pasó junto al enano sin mirarlo y caminó hasta ponerse a la par de Aragorn, de pasada lo empujó con un hombro y dijo unas cuantas palabras en sindarín, luego empezó a caminar más rápido hasta perderse en la oscuridad.

-¿Qué le pasa, y qué fue lo que dijo? –preguntó Éowyn intrigada.

-Que... se adelantará -respondió Aragorn ocultando su sorpresa tras una sonrisa forzada, pues no tenía idea de que el educado príncipe manejara semejante léxico, y agradeció a los Valar que solo él lo entendiera.

Al día siguiente, cerca del mediodía, una larga hilera de carros se alistaba para transportar a los más indefensos a las Cavernas Centellantes; en el segundo, entre varias mujeres que le daban consuelo, estaba sentada Cecile; en el primero, solo iba un humilde ataúd hecho en madera de pino, cubierto con una gran bandera de color verde brillante y un caballo amarillo en el centro, símbolo de Rohan. Horace, también sería llevado a las cavernas y dejado ahí, porque, fuera o dentro de la fortaleza, en pocas horas ya no habría lugar en donde pudiera descansar en paz.

Llegado el momento de la partida, Aragorn y Gimli, extrañados por la ausencia de Legolas, volvieron a saludar a la acongojada mujer, y los carros, uno tras otro, lentamente se echaron a andar.

-¡Alto! -gritó Legolas al rohir que guiaba el primer carro para que se detuviera, lo que obligó a los demás a hacer lo mismo.

Luego de darle un sentido abrazo a Cecile, caminó hasta el féretro, se llevó una mano al corazón y comenzó a entonar una antigua canción que rezaba sobre la vida eterna de las almas; y amalgamó su voz con el viento para que este la elevara y la esparciera, y así lograr que todos abandonaran lo que estaban haciendo para despedir al hombre en el más respetuoso silencio. Cuando dejó de cantar, puso sobre el cajón un ramito de flores blancas que llevaba en su mano izquierda. 

Aragorn, conmovido hasta las lágrimas, se acercó para depositar otro beso en la cabecera del cofre, luego se paró junto a Legolas y lo abrazó por un hombro.

-¿Dónde hallaste esas flores? –preguntó aún más emocionado por el canto y el gesto que había tenido el elfo para con el hombre.

-Ayer, cuando Théoden nos pidió que verificáramos los puntos débiles de la fortaleza llegué hasta los fondos. ¿Sabías que hay un huerto con árboles frutales? Hay muchos naranjos florecidos. Me retrasé porque fui a cortar unos azahares para Horace. Son unas de mis flores preferidas.

-Y los jazmines -afirmó Aragorn.

-¡Sí! ¿Cómo lo sabes? –preguntó sorprendido.

-Lo imaginé, solo lo imaginé –respondió Aragorn, y mirándolo profundamente a los ojos, dijo-: ¿Alguna vez te dije que eres el ser con el alma más hermosa que he conocido? Nunca te alejes de mí.

Legolas desvió su triste mirada hacia el primer carro, ya en movimiento, y, temeroso, pensó: "Eso quisiera, pero no sé si…"

Llegó la noche y una cerrada lluvia de flechas, piedras y agua hirviente fue arrojada sobre las hordas de uruk-hai, orcos y dunlendinos que se acercaban rugiendo y blandiendo sus armas; que atacaban con arietes los grandes portones de madera para derribarlos y con escalas trepaban las altas murallas. Legolas disparó sus mortales flechas con el arco que le perteneciera a Haldir, y Aragorn no dio tregua blandiendo a Andúril. En Aglarond, el valiente Éomer sostuvo a Gúthwinë, la no menos valerosa Éowyn empuñó su espada y el rudo Gimli su gran hacha para, entre los tres, defender a los refugiados en las cavernas. De pronto se oyó una tremenda explosión y una de las murallas de Cuernavilla se derrumbó, y el enemigo ingresó a oleadas obligando a las fuerzas del rey a replegarse. Théoden y Aragorn decidieron salir a hacerles frente, y fue entonces que, a la madrugada del quinto día, apareció Gandalf acompañado por mil hombres a pie, pero aún así no eran suficientes para asegurar el triunfo. Legolas alcanzó a ver en pleno campo de batalla un bosque que antes no estaba; eran Ucornos enviados por Bárbol para destruir a las fuerzas de Saruman. Después se enterarían que otros Ents, agrupados por el guardián de Fangorn, habían inundando el valle que habitaba el mago traidor y lo habían derrotado, y que con ellos iban Merry y Pippin.

Cuando acabó la batalla con el aplastante triunfo de los Hombres, todos comenzaron a buscar algún sitio donde descansar para recuperar fuerzas antes de empezar a reorganizarse.

Aragorn se acercó a Legolas y discretamente le pidió que lo acompañara.

-Vayan tranquilos. Esta vez cuidaré que nadie los interrumpa, y me incluyo -dijo Gimli muy serio.

-Si te apareces, solo o con alguien, despídete de las trenzas de tu barba –dijo Legolas jalándole una.

Y una vez afuera.

-Llévame -dijo Aragorn.

-Adónde quieres que te lleve.

-Donde tú quieras.

-Entonces, acompáñame.

Y caminaron juntos, rozándose cada tanto las manos, hasta llegar al huerto que por milagro permanecía intacto.

Legolas se estiró para alcanzar una rama de naranjo cargada de flores, la curvó y aspiró profundo.

-Siente el perfume. Es delicioso.

Aragorn se paró detrás y lo tomó de la cintura, y hundió la cara en su cuello para aspirar su aroma, luego dijo:

-Lo es, tal y como lo recordaba.           

 


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