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D. D. O. por Ucenitiend

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Bajo el sol del nuevo día,

y a la sombra de un naranjo,

respirando el dulce aroma 

se abrazaron.

Ninguno negó su boca,

ni hubieron besos robados.

 

Aragorn entreabrió los ojos y vio que Legolas continuaba con los suyos cerrados, lo sintió muy pegado a su cuerpo y respirando agitado, y enseguida comprendió que le pedía más que abrazos y besos.

-Me muero por estar contigo… -susurró a su oído, pero enseguida se acordó de Gandalf y debió excusarse-: Pero… estoy muy cansado y sucio de sangre negra, y aún resuena en mi mente el fragor de la lucha. ¿Mejor esperamos hasta la noche?

-Seguramente, para entonces ya habrás hecho otra promesa o te irás con el primero, o... la primera, que te vaya a buscar. Di de una vez que no quieres estar conmigo, en lugar de ponerme tantas excusas y quitarme de encima -dijo Legolas, nuevamente frustrado, y quiso separarse, pero no pudo porque Aragorn lo tenía con fuerza por la cintura.

-Pero qué querías que hiciera, si estabas como hechizado y no dejabas que me levantara. Nos hubieran encontrado. Dime, ¿sigues tan "enojado" conmigo como la otra noche? -preguntó con tono insinuante y en doble sentido-. Vayamos juntos a la reunión, y luego vemos qué hacemos.

-¿Es una cita? Mmm…, acepto, pero te advierto que esta noche no aceptaré excusas. Y sí, sigo muy... "enojado" contigo, así que atente a las consecuencias, porque te aseguro...

-Ah, también eres rencoroso, además de celoso -dijo Aragorn sonriendo cuando oyó que lo "amenazaba" descaradamente-. A quién saliste así.

"¿Rencoroso?"... "¿Celoso?"... "¿A quién salí celoso?" -repitió Legolas, mentalmente, y le pareció que no era la primera vez que se lo decían, pero enseguida contestó-: No soy así, ni quiero serlo. Además, tú qué sabes de mí, si apenas me conoces.

-Vamos, reconoce que sentiste celos de mí la otra noche. Cómo se te ocurrió decir esas barbaridades, ¿y si Éowyn te hubiera entendido?

-Mejor, me ahorraría disgustos -contestó luego de acordarse de cómo la rubia se había llevado a Aragorn del brazo y él tuvo que irse solo y como carbón encendido.

-En mi tierra, a esos “disgustos” los llamamos “celos” -dijo Aragorn, y antes de que Legolas dijera algo más, le apoyó las manos en el trasero, le hundió la lengua en la boca y la movió con tal maestría que lo puso a temblar de excitación.

-Está oscuro… Vamos -murmuró Legolas ni bien recuperó el aliento, y presionó más su dureza contra la del hombre.

-Abre los ojos, ansioso -dijo Aragorn, tratando de contener su propia calentura, pero al ver sus ojos tan llenos de deseo se olvidó de las advertencias, de lo cansado y sucio que estaba y de la cita, y, sin soltarlo, miró hacia todos lados buscando un lugar que les brindara intimidad, pero los frutales estaban muy separados entre sí y ni siquiera había un montículo de tierra para esconderse detrás-. Volvamos –dijo y respiró hondo, y se lo llevó del brazo lo más rápido que pudo, porque sabía que bastaría un roce más de sus labios para que terminaran quitándose la ropa y haciéndose el amor a cielo abierto, corriendo el riesgo de ser vistos.

Y volvieron abrazados por los hombros, haciendo breves altos para dedicarse fugaces besos y caricias, pero antes de llegar se soltaron para evitar comentarios.

Esa tarde, agotado pero feliz, Aragorn se desplomó en la cama y enseguida se durmió; tres horas después se levantó y fue a buscar suficiente agua para lavarse y lavar su ropa. Una vez limpio, vio que su pelo continuaba opaco por más que se lo había enjabonado y enjuagado varias veces, y estaba cortado desprolijo; y volvió a sentir la piel rasposa, especialmente la de las manos y los pies, los que además tenía ampollados, y la del rostro percudida y profundamente surcada. Dejó de mirarse y fue a revisar sus pocas mudas sabiendo que ninguna estaría en buenas condiciones. Pensó que todo en él era un desastre cuando más necesitaba verse bien, pero cómo tener mejor aspecto si casi siempre andaba de un sitio a otro expuesto a las inclemencias del tiempo; atravesando montes espinosos donde su ropa y su pelo se enganchaban; vadeando lodosos ríos; pasando noches al aire libre o refugiándose en polvorientas cuevas, etcétera, etcétera, y eso cuando no estaba luchando. Lo verdaderamente importante era que al fin volverían a estar juntos; a la vez le preocupaba romper parte de la palabra dada a Gandalf, quien le había advertido de las consecuencias que eso podría acarrear, pero confiaba en que con su amor lograría proteger a Legolas de todo daño. Con la misma agua que usó para lavarse, lavó la camisola que tenía menos estropeada, la puso a secar en la ventana y volvió a dejar el cuarto para ir por hilo y aguja. Tan concentrado iba por el pasillo que no notó que alguien abría una puerta y salía.

-Hola, Aragorn. ¿Pudiste descansar?

-Ah, Éomer, cómo estás -dijo deteniéndose en seco-. Sí, dormí como una piedra. Lo necesitaba. ¿Y tú?

-También. No olvides que esta noche nos reuniremos para homenajear a los caídos y brindar por la victoria. Las mujeres, mi hermana a la cabeza, se encargarán de poner en orden el salón y de preparar unos bocadillos sencillos.

-Ahí estaré. ¿Sabes dónde puedo conseguir hilo y aguja para zurcir mi ropa? No quisiera asistir tan desprolijo.

-Te respetamos por la valentía con que luchaste a nuestro lado y no por lo que te cubre, además, todos estaremos más o menos como tú, así que nadie se fijará en eso. Ah, al menos que quieras impresionar a alguna linda damita de Rohan -dijo esto último bromeando, pero se sorprendió al ver que Aragorn hacía una mueca con la boca y se sonrojaba-. Aquí tengo dos o tres camisolas de repuesto, por qué no pasas y te las pruebas, y también un pantalón -dijo después de mirarle el que llevaba puesto. Y mientras Aragorn se probaba su ropa, se preguntó si sería a Éowyn a quién querría agradar. Era evidente que a su hermana le gustaba el hombre y que este la trataba con mucha amabilidad-. Te ves bien con la morada. Es mi preferida. Llévatela, y también llévate el pantalón oscuro. Estoy seguro de que le causarás una muy buena impresión a... -dijo y con una sonrisita se quedó esperando a que Aragorn soltara el nombre de la dama.

-Gracias -dijo Aragorn, y pensó que si le decía al rohir a quién quería impresionar se caería de culo-. Mañana, a primera hora, te los devolveré.

Aragorn volvió contento a su cuarto llevando la ropa de Éomer doblada sobre un brazo, ahora solo le faltaba emprolijarse un poco la barba, emparejarse el cabello y dominar las ondas que caían sobre su cara, y sus nervios que aumentaban conforme se acercaba la hora de encontrarse con Legolas.

Este, por su parte, no pasó una buena tarde. Después de higienizarse, si bien no necesitaba descansar tanto ni del mismo modo en que lo hacían las otras especies, se recostó y, con los ojos velados y a medio cerrar, de a poco fue sumergiéndose en un estado de semiconsciencia hasta sentir que llegaba a su querido bosque justo después de un aguacero, y caminaba entre los altos árboles mientras escuchaba el suave murmullo de sus copas y respiraba el fresco y húmedo aire matinal impregnado de aroma a resinas y tierra mojada, y se sintió  feliz de estar en casa; de pronto, vio que alguien caminaba delante de él con cierta dificultad y quiso llamarlo por su nombre, pero no lo sabía, entonces apuró el paso para tocarle un hombro y repentinamente se encontró encerrado en su cuarto haciendo inútiles esfuerzos por levantarse de la cama, rodeado de seres con rostros distorsionados que lo obligaban a beber algo amargo, y hasta se escuchó gritando: "Mentiroso, te amo", pero lo peor fue ver a su padre dándole la espalda. Después de eso, aclaró la vista y se levantó angustiado y convencido de que había estado reviviendo un triste momento de su enfermedad, y que esas siluetas serían las del sanador y sus dos tíos. Se reprochó haberlos imaginado de ese feo modo, cuando habían sido los que lo cuidaran con tanta dedicación; y qué locura ver a su padre dándole la espalda como si no le importara que estuviera enfermo. Y se preguntó a quién le gritaría "mentiroso", y "¿te amo?". Trató de no pensar más en eso y fue a sacar de su bolso ropa que aún no había usado, la dejó sobre la cama y le pasó las manos por encima para quitarle un poco las arrugas, después tomó un puñado de azahares que había traído de la huerta, los aplastó entre las manos para que quedaran mojadas con el jugo y se las pasó por el pelo, cuello y pecho, ya que no tenía su perfume de azahares y jazmines macerados en alcohol y aceites refinados que habitualmente usaba. Se vistió y tomó las otras cosas que también había dejado sobre la cama, las guardó debajo de su túnica de modo de que no hicieran bulto y salió al pasillo a esperar a Aragorn.

Mientras terminaba de ordenar el cuarto, Aragorn se vio reflejado en el vidrio de la ventana, entonces se detuvo para mirarse de ambos lados y, por enésima vez, se pasó las manos por el pelo que se había recogido en una media cola, después se dio vuelta y echó una rápida mirada para asegurarse de que todo hubiera quedado bien, en especial la cama, por último cerró los cortinas y apagó las lámparas. Le había dicho a Legolas que pasaría a buscarlo por la habitación que compartía con Gimli, y esperaba que el enano ya no estuviera, porque, seguramente, empezaría con sus célebres comentarios.

Cuando Legolas vio que Aragorn daba vuelta la esquina y avanzaba con largos pasos, se paró bien erguido en medio del corredor y lo observó de pies cabeza.

Al ver a Legolas esperándolo, Aragorn sintió mil pájaros en el estómago y se apuró a llegar a él.

Y aunque deseaban abrazarse y besarse, se saludaron con formalidad, pues había mucha gente yendo y viniendo por los pasillos.

-Qué pasa… -dijo Aragorn llevándose una mano a la cabeza cuando vio que Legolas miraba con interés su peinado.

-Me gusta más como lo llevas siempre. ¿Puedo? -dijo y le pasó las manos por detrás de la cabeza para quitarle la tirita de cuero con que se había sujetado los mechones delanteros. Y se quedó mirándole detenidamente el rostro, en especial los ojos-. Estás... más atractivo esta noche. Traes la barba y el cabello más cortos..., pero no es por eso.

-Será que estoy limpio -dijo algo avergonzado.

-No, porque casi nunca lo estás e igualmente eres atractivo… Es… algo especial en tu mirada que antes no noté.

Aragorn creyó que se derretiría por el súbito calor que lo invadió desde los pies hasta la punta del pelo. Legolas lo hacía sentir tan vulnerable que sabía que conseguiría hacer con él lo que se propusiera. Lo vio tan lindo con la túnica gris plata y el pantalón haciendo juego y ceñido a sus piernas, que ya quiso llevárselo a su cuarto.

-Tú, como siempre, te ves... hermoso. Vayamos a mi cuarto -dijo sin rodeos.

-No seas… “ansioso”. Primero debemos asistir a la reunión, o algunos se extrañarán de no vernos y saldrán a buscarnos, y luego de los brindis, si te parece, nos retiramos.

Cuando entraron juntos al salón, se produjo un murmullo generalizado, y enseguida varias personas se les acercaron para saludarlos, entre ellos sus entrañables compañeros Gandalf y Gimli.

-Acompáñame a la barra a buscar más cerveza –dijo Gimli a su amigo elfo a poco de acabados los brindis.

Legolas miró a Aragorn como pidiéndole permiso, y este le hizo una sonrisa y un movimiento de aprobación con la cabeza casi imperceptibles.

-Qué traen entre manos, ustedes dos -preguntó el maia levantando una ceja cuando se quedaron solos.

-Nada -contestó Aragorn poniendo su mejor cara de “nada” y mirando al frente para evitar los perspicaces ojos de Gandalf.

-Mmm..., algo se traen.

De pronto, Éomer se acercó para pedirle al istar que lo acompañara, salvando así a Aragorn de un inminente interrogatorio.

Como ya no podía esperar a estar a solas con Legolas, Aragorn rumbeó hacia la barra, pero no pudo llegar porque Éowyn se le interpuso en el camino para ofrecerle vino. No quería beber más, pero tampoco quería hacerle un desprecio a la joven, así que aceptó, pero cuando tomó la copa, esta aprovechó para ponerle las manos sobre las suyas mientras le hacía una suave caída de ojos y una dulce sonrisa, a la que Aragorn respondió por cortesía.

Legolas, que había dejado a Gimli esperando su turno en el mostrador y regresaba para reunirse con Aragorn, de pronto los vio con las manos juntas y sonriéndose. Enojado, decidió dejar al hombre con la insistente rubia que siempre se interponía y lograba que él quedara de lado. Decepcionado, recordó lo que tantas veces oyera decir a su padre: "No creas en promesas hechas por un Hombre".

Gimli, que volvía entre la numerosa concurrencia haciendo malabares con su jarro para evitar que la dorada y espumosa cerveza se le derramara, también los vio, y luego vio a su amigo con el rostro enrojecido y contraído yendo hacia la puerta, entonces comprendió lo que pasaba y gritó:

-¡Aragorn, no dejes que se vaya!

Aragorn miró a Gimli y lo vio señalando, desesperadamente, hacia la salida.

-Espera, a dónde vas… -dijo Éowyn, tratando de retenerlo por las manos.

-Lo siento -contestó Aragorn, y dejó a la joven con la copa en la mano y la palabra en la boca, y una vez afuera del salón miró hacia todos lados, pero Legolas ya había desaparecido. Agotados los sitios en donde creyó que lo encontraría, incluido el huerto, volvió a su cuarto muy amargado, se descalzó y se sentó al borde de la cama tomándose la cabeza con las manos.

-Dónde te metiste, Hoja. No es justo, si no hice nada malo.

-¿Seguro? Entonces, por qué tardaste tanto en llegar. Dónde estuviste.

Al oír su voz, y al sentir que el colchón se hundía levemente a sus espaldas, Aragorn se volteó, pero como los pesados ​​cortinados estaban apenas separados y solo dejaban pasar un pálido rayo de luna, no podía ver bien a Legolas, pero sí sentía el calor y el perfume que emanaban de su cuerpo, además de su enojo.

-¡Cómo que dónde estuve! ¿Dónde crees? Te busqué por todas partes. Lo que menos imaginé es que estarías aquí. Lo que viste hace un rato no… -dijo queriendo explicarle, pero se quedó callado cuando sintió que Legolas dejaba la cama e iba a encender una lámpara, luego caminaba hasta la puerta, la cerraba con dos vueltas de llave y regresaba.

-¿Te acuerdas dónde nos quedamos la otra noche? -murmuró al oído de Aragorn, haciéndolo estremecer, y se sentó a su lado.

-No, recuérdamelo -dijo Aragorn mientras lo tomaba por la cintura y lo arrastraba al centro de la cama.

Legolas se le echó encima y repitió cada beso y caricia que le hiciera antes de ser interrumpidos, hasta que se oyeron pasos y risas en el corredor, y vio que Aragorn miraba hacia la puerta y amagaba moverse, entonces se irguió para también mirar la puerta y la llave que, de pasada, había dejado sobre la mesa.

-Tranquilo, esta vez no nos interrumpirán, y tampoco me levantaré -dijo mirándolo divertido.

-De lo último, estoy convencido -dijo Legolas, y estiró un brazo para alcanzar lo que antes llevara bajo la túnica y luego escondiera debajo de la almohada.

-¿Qué es eso? -preguntó Aragorn.

-¿No sabes?

-Sé qué es. Para qué la trajiste -dijo empezando a desconfiar.

-¿Lo olvidaste? Te dije que no aceptaría excusas esta noche, y que... "te aseguraría" -dijo mientras balanceaba una cuerda élfica frente a sus ojos-. Es la que Sam recibió como regalo. Me la ofreció porque no sabía qué hacer con ella. Dudé en aceptarla, pero me alegra haberlo hecho.

-¡No! -dijo Aragorn rotundamente, e intentó levantarse, pero no pudo porque Legolas con una mano lo retuvo contra el colchón.

-Me contradices, entonces me voy –dijo y otra vez caminó hasta la puerta llevando la llave.

-¡No…, espera! Está bien, te dejaré atarme una mano -dijo con tal de que no se fuera.

-Las dos y… una pierna -dijo aún dándole la espalda.

-¡Ni loco! -exclamó Aragorn, y se incorporó en la cama.

Legolas puso la llave en la cerradura y dio la primera vuelta, luego preguntó:

-¿Doy la otra?

-¡No!... Hoja, entendiendo que estés un poquito molesto conmigo, pero ¿es para atarme de semejante modo?

-No estaba decidido a hacerlo, pero ya veo que te levantarás por cualquier cosa que pase delante de esta puerta. Así estaré seguro de... -dijo y volvió a girar la llave, pero en sentido contrario, y se volteó para mirar a Aragorn de un modo intimidatorio.

Aragorn se dio cuenta de que el escaso tiempo que pasaran juntos en Mirkwood no había sido suficiente para conocer las diferentes aristas de su carácter. En ese momento, Legolas era como una caja llena de sorpresas y, a juzgar por cómo lo miraba, guardaba una especial para esa noche, y tragó saliva.

Antes de regresar a la cama, Legolas se quitó las botas y fue por el cuchillo que también dejara sobre la mesa antes de que Aragorn volviera al cuarto. Sin más, fue a sentársele a horcajadas, y, frente a sus ojos, primero cortó la soga en dos y luego cortó una de las mitades en tres partes iguales.

Aragorn se acordó que de la misma manera se había subido a él la primera vez que estuvieron juntos, claro que sin soga y sin cuchillo, y creyendo que actuaba impulsado por otro de sus entrecortados y mezclados recuerdos quiso acariciarle la cara, pero Legolas le tomó la mano en el aire y se la pasó por una de sus mejillas para él mismo regalarse la caricia, y luego la ató a uno de los barrotes del respaldo cuidando que el nudo no estuviera muy apretado. Aragorn le pidió que no continuara, pero Legolas tomó su otra mano para besarla en la palma y atarla a otro de los barrotes. Seguido, fue por la pierna derecha y, a pesar de las reiteradas protestas, la ató por el tobillo al tirante lateral. Volvió a tomar el cuchillo y...

-Qué más vas a... ¡No, que no es mía! -gritó Aragorn, y quiso soltar las manos-. ¡No, ahora qué voy a decirle!

-De quién es..., bueno, era -dijo Legolas, sin darle demasiada importancia al hecho de haber abierto la camisa por el frente de un solo tajo-. ¿Es... tuyo? -preguntó luego de aflojarle la cintura del pantalón y bajárselo un poco, pues pensó que estando él encima se le complicaría quitárselo.

-¡Aparta ese cuchillo de mi pe...! -dijo Aragorn asustado-. Ah, preguntas por el pantalón. Tampoco es mío, así que no lo cortes. Suéltame y me lo quito.

-No, está bien, será un placer hacerlo por ti –dijo con una sonrisita-. ¿Y…, de verdad creíste que atentaría contra mis intereses?

Después de pasar tanto tiempo separados, Aragorn había imaginado que su primera cita con Legolas sería muy romántica, pero, hasta ese momento, nada más lejos de serlo. Sabía que en un punto se merecía lo que le estaba haciendo padecer; hacía días que venían provocándose mutuamente y luego él terminaba frustrándolo por una u otra razón. Y se preguntó hasta dónde llevaría su "venganza", y no tardó en enterarse.

Parado junto a la cama, Legolas tomó su túnica por el dobladillo, y, estirando los brazos y el torso lo más posible para que Aragorn, que lo miraba con los ojos cada vez más abiertos, no se perdiera ni un movimiento de sus músculos, la fue subiendo despacio hasta sacársela por la cabeza y la dejó caer al piso; luego, con el cuerpo doblado hacia adelante, empezó a bajarse los pantalones, y recién después de sacar ambos pies se enderezó y se dejó ver desnudo por completo.

-Suéltame, Hoja, por favor -dijo Aragorn, suplicante.

-Aún no es seguro… -dijo y volvió a sentarse sobre su cintura.

Aragorn creyó que perdería la cordura cuando sintió que Legolas se movía hacia atrás para acercarle el trasero a su ya erecto miembro, rozándole apropósito el bajo vientre con sus suaves y rosados ​​testículos, mientras le acariciaba los labios con las yemas de la mano izquierda y le metía el pulgar en la boca para que lo chupara; y definitivamente la perdió cuando vio que con la derecha comenzaba a masturbarse sin el más mínimo pudor.

-¡Suéltame, deja que yo lo haga! –dijo con algo de dificultad debido al dedo en la boca.

-Espera… -contestó Legolas, que aunque por detrás sentía lo dolorosamente duro que estaba Aragorn, no lo tocó para “asegurarse" un poquito más. Recién cuando sintió que ninguno de los dos soportaría mucho más, tomó el cuchillo y cortó las ligaduras.

Aragorn, al sentirse libre, se quitó lo que quedaba de la camisa y sacudió el tobillo para deshacerse del pantalón, y sobre Legolas trazó un sendero de besos húmedos desde su cuello hasta su vientre; y lo escuchó reír y gemir, casi al mismo tiempo, cuando le hizo cosquillas con la punta de la lengua metida en su ombligo, lo que lo excitó aún más de lo que estaba. Como ahora era él quien dominaba, buscó su revancha, así que le levantó las piernas y se las montó en los hombros, y lo dejó solo con la cabeza, las escápulas y los brazos apoyados en la cama; y ​​se contuvo de tomarlo enseguida porque quería que Legolas le rogara que lo hiciera. 

-Ara…gorn…

-¿Qué, amor?...

-Ya estoy seguro de que... no te irás.

Horas más tarde...

-Que tengan una buena noche –dijo Gimli, sonriendo, al pasar frente a la puerta ya de regreso del salón. 

Rato después...

-Qué tengas un buen... “despertar”, Príncipe -murmuró Gandalf, preocupado, de pasada frente a la misma puerta.

Pero dentro del cuarto nadie los escuchó, porque Legolas y Aragorn, agotados de hacerse el amor, dormían abrazados por primera vez en sesenta y nueve años.

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Notas:

Este capítulo está dedicado a vos, fantina. Espero que te guste, aunque sé que te agrada un Legolas "uke" y un Aragorn bien "seme". Con cariño, Uce.

 


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