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D. D. O. por Ucenitiend

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-Faramir, aquí dejo las medidas que acordamos esta tarde. Como Senescal, tienes mi permiso para llevar a la práctica las que consideres más urgentes. Demás está decirte que confío en tu capacidad de decisión -dijo Elessar mientras firmaba el pliego, luego dejó la pluma junto al tintero y se puso de pie.

-Pero cómo, ¿cuánto tiempo estarás fuera? Y, exactamente, qué fue lo que pasó con Legolas -preguntó Faramir. 

-No sé cuánto tardaré en volver. Espero hacerlo pronto. Ahora no puedo explicártelo, solo te diré que no estaba bien cuando se fue, por eso quiero darle alcance. Sabes que no me iría si el motivo no fuera importante -dijo mirándolo a los ojos, buscando su comprensión, y le apoyó una mano en un hombro.

-Está bien, cuenta conmigo. Trataré de cumplir con lo que me pides, aunque... no me hace feliz que me cargues semejante responsabilidad de un momento para otro.  

-No tendrás problemas, ya has estado al frente de Gondor antes de mi llegada, y lo has hecho muy bien –dijo y se despidió de él con una triste sonrisa y dos palmadas en la espalda.

-Acaba de retirarse por la otra puerta –dijo Faramir a su rubia prometida, después de que esta golpeara e ingresara por la del frente-. Asumió hace poco y ya me deja al frente del reino por tiempo indeterminado –agregó mientras caminaba por el Despacho Real sobándose la nuca con una mano y la otra cerrada detrás de la cintura-. Se va detrás del Príncipe.

-Nos dejó a todos desconcertados cuando interrumpió la reunión y se retiró con su familia sin dar explicaciones... Es cierto, Legolas no estaba en el salón. ¿Dices que también se va?

-Ya se fue, y ni siquiera se despidió de Elessar.

-¡¿Cómo?! ¿Y qué razones dio para justificar su partida?

-Solo que el Príncipe no se sentía bien al momento de irse, y por eso quiere darle alcance. Partirá esta misma noche, y, para colmo, no quiere llevar escolta.

-Y a Legolas qué bicho lo picó. Por qué se fue si sentía mal. ¡Y por qué este hombre siempre está tan pendiente de...! -dijo con tono insidioso, pero se calló al darse cuenta de cómo la miraba Faramir.

-En qué estás pensando.

-No, en nada -dijo mientras retrocedía mentalmente a la noche en la que, con el enano, buscaba a Aragorn y lo halló con el elfo en un sitio alejado y oscuro; y cuando la dejó plantada en el salón para irse detrás de él; y que era imposible estar a solas con Aragorn, pues, a donde iba, el elfo iba pegado como su sombra-. De pronto me acordé de algo. Amor..., ¿alguna vez tuviste contacto con los elfos, sabes algo sobre sus costumbres?

-No, hasta ahora. Sin dudas, aparte de su gran belleza, son seres muy especiales. ¿Pero a qué te refieres, puntualmente, querida? 

-Mmm…, podría preguntarle a Arwen para salir de dudas.

-¿Qué es lo que quieres preguntarle, si puedo saber?   

-No sé si sea cierto, pero, una vez, hablando con alguien que pasó un tiempo entre elfos, me contó que es común que celebren bodas entre individuos de igual sexo. ¿Y si Legolas pretendió...? ¡Argh, no! 

-Allá los elfos con sus vidas; eso a nosotros no nos incumbe -dijo, pero al ver la cara de asco que ponía su novia, preguntó-: Pero, ¿de verdad piensas que Legolas pretendió casarse con...? Entonces, tal vez se fue porque Elessar, claramente, lo rechazó. ¡Pero mira las cosas que me haces pensar! Han luchado juntos y se han hecho grandes amigos. Eso es todo. 

-Para Elessar no sería inapropiado, como lo es para nosotros, tiene sangre élfica y se crió entre elfos. Siempre juntos... Muy juntos. Y ese abrazo tan... afectuoso, el día de la coronación... A ti también te llamó la atención. Lo que creo es que los unen sentimientos que van más allá de una gran amistad.

-Éowyn, cómo puedes hacer semejantes insinuaciones. No tienes ninguna prueba. Que tus palabras no salgan de entre estas cuatro paredes. Imagina el escándalo que se armaría. 

-¡Al fin te encuentro! -dijo Gandalf, cuando se cruzó con Elessar antes de que llegara a su recámara. 

-Sígueme, llevo prisa. Legolas me ha sacado mucha ventaja, y, conociéndolo, apenas se detendrá para lo indispensable. Intentaré alcanzarlo antes de que llegue al Bosque. Sabíamos lo que planeaba, pero por qué irse así. Debió pasarle otra cosa -dijo con preocupación, y una vez dentro de la Recámara Real, se quitó primero la corona y la capa, y luego fue dejando su elegante ropaje regado sobre las sillas y la cama; y revolvió los cajones de las cómodas para sacar algo sencillo que ponerse y mudas. De pronto, miró al mago y exclamó-: ¡Gandalf, pudo haber recuperado la memoria!  

-Es posible.

-Pero algo no cierra: enseguida debió darse cuenta de que Estel y yo… somos el mismo. ¿Entonces, por qué no habló conmigo?

-Si recordó, imagina el duro golpe que habrá recibido. Tal vez, no se sintió con fuerzas suficientes para confrontarte, y prefirió irse sin decirte nada, ya que, de todas maneras, piensa que no podrán seguir juntos.

-Tenías razón, no debía acercarme tanto a él. No hice más que sumarle otra pena.

-Ya es tarde para eso. Y quizá...

-Pero qué desorden hice, y encima estas cajas con libros que quedaron en el paso. Mañana iba a pedirle a Legolas que me ayudara a acomodarlos en mi biblioteca. Si Arwen aún no se fue a descansar, pídele que me haga el favor especial de venir a poner un poco de orden. Hoy, no quiero que nadie más que ella toque mis cosas.

-¿Insistes en irte sin escolta? No creo que sea conveniente -dijo preocupado por su seguridad, aunque sabía que era capaz de cuidarse solo. 

-Me retrasaríay quiero alcanzarlo antes de que llegue con su p...

Y, a prisa, cruzaron la Plaza del Manantial donde aún se erguía el reseco Árbol Blanco, y salieron de La Ciudadela rumbo a las caballerizas donde un guardia ya esperaba al rey con su caballo ensillado y algunas provisiones.

-¿Hablaste con Galadriel? –preguntó el maia.

-Sí. Deséame suerte, amigo –dijo y montó de un salto-. Vamos, Brego, debemos darnos prisa para alcanzarlos. Míralo, parece que supiera que vamos a buscar a Legolas y a su amigo Arod –dijo emocionado cuando el noble animal relinchó y cabeceó con fuerza.

-Espera un momento -dijo Gandalf al ver que los mellizos se acercaban corriendo, y mucho más atrás venía el paticorto de Gimli, casi sin aliento, tratando de alcanzarlos.

-Elessar, insistimos en acompañarte -dijo Elrohir.

-Ya le conté la verdad a Gimli, y veo que también quiere ir -dijo Gandalf, mirando al enano con ternura.

-Gracias, hermanos, pero debo ir solo. Denle las gracias a Gimli. No puedo demorarme más. Adiós. 

Extrañados de ver a su rey con ropa de campo y queriendo salir a tan altas horas, los guardias se quedaron esperando a que llegara la escolta que lo acompañaría, pero más extrañados quedaron cuando pasó la Puerta del Séptimo Círculo y se dio vuelta para ordenar:

-Cierren. Esta noche, nadie más dejará La Ciudadela. 

-Hola, Arwen, te estaba buscando. ¿Adónde vas? –preguntó Éowyn cuando encontró a la elfina subiendo las escalinatas de la Casa del Rey.

-Ah, cómo estás. Voy a la Recámara Real a poner un poco de orden.

-¿Tú? Pero para eso están las doncellas encargadas de los cuartos –dijo mientras la seguía de cerca.

-Lo sé, pero mi hermano quiere que sea yo quien lo haga, y no me cuesta nada. ¿Para qué me buscabas?  

-Para nada en especial, solo quería conversar con alguien, y tú eres la más cercana a mi edad.   

-Solo en apariencia, Éowyn -contestó sonriendo.   

-¡Oh, cierto! Es que... a pesar de tus años luces tan joven...

-Soy joven, entre los de mi especie.

-¡Oh, sí, claro! Nunca dejarán de ser un misterio para nosotros. Su longevidad, su aspecto tan hermoso y raro a la vez, y… sus costumbres.

-¡Oh, mira cómo ha dejado tirada su ropa, y parece que no le faltó sacar nada de las cómodas! -dijo Arwen cuando entraron a la recámara de Elessar-. Éowyn, pasa y cierra la puerta, y siéntate, claro, si encuentras donde hacerlo. Hablemos mientras ordeno. Con respecto a lo que decías, sí, tenemos muchas diferencias con ustedes, en especial el hecho de que nos gusta vivir en armonía, amándonos y amando lo que nos rodea.

-¿Ah, sí? Bueno, tienes razón, a nosotros eso se nos complica -dijo complacida, pues, sin saberlo, Arwen llevaba la conversación al terreno que deseaba.   

-Sí, nosotros sentimos de un modo diferente a los humanos.

-"Amándose entre ustedes y a lo que los rodea". ¡Qué hermoso! ¿Arwen, tú amas a alguien? Me refiero a alguien especial fuera de “entre nosotros y la naturaleza” –dijo Éowyn, que se había sentado en una punta de la cama del rey, y, ansiosa por escuchar la respuesta, se puso de pie y tropezó con una de las tres grandes cajas de madera.

-¡Cuidado! ¿Te hiciste daño?

-No. ¿Pero qué es todo esto? ¿Qué guarda aquí el Rey? -preguntó mientras pasaba los ojos y los dedos por encima de una de las cajas.  

-Son sus libros, se los trajimos de Rivendell. Desde muy joven, Estel ha tenido el hábito de la lectura –dijo mientras tomaba la capa de Elessar y la colgaba en un alto perchero especialmente hecho para eso.

-¿Y qué es lo que más le agrada leer? -preguntó mientras, curiosa, levantaba por una punta la tapa de la caja con la que había tropezado para mirar dentro.

-Así como lo ves, adora leer y escribir poemas. Es muy romántico.

-Mira tú, jamás lo hubiera imaginado. Es cierto, acá hay uno de poemas -dijo luego de retirar la tapa y levantar un libro, y comenzó a hojearlo, pero como no comprendió ni una palabra lo dejó sobre la cama y tomó otro, y luego otro, hasta levantar el quinto, del que cayeron dos sobres amarillentos por el tiempo: uno que decía "Estel de Rivendell" y otro en blanco. Aprovechando que Arwen le daba la espalda, se apuró a esconderlos en un pliegue del vestido, y, tratando de no sonar ansiosa, dijo-: Bueno, se ha hecho muy tarde, será mejor que me vaya a mi cuarto e intente dormir, aunque, con todo lo que pasó esta noche... ¿Tú sabes por qué Legolas se fue sin despedirse? 

Arwen se dio vuelta y contestó:

-No. Pero Estel pronto se reunirá con él, y todo estará bien. Qué descanses, Éowyn. 

-Te deseo lo mismo. ¡Ah, y que te resulte leve la tarea!

La tramposa dama bajó las escalinatas de la Casa del Rey levantándose un poco el vestido con una mano para no pisárselo y con la otra apretando el pliegue donde llevaba las cartas robadas. Pronto entró a la Casa de Huéspedes y a su cuarto, y en cuanto cerró la puerta se apoyó en ella para recuperar el aliento, luego sacó de su sobre una de las cartas y empezó a leer...

-¡Qué horror!... ¡Yo tenía razón! -gritó, y, entrecerrando los ojos, luego dijo-: Faramir, ¿después de leer esto, necesitarás más pruebas?


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