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D. D. O. por Ucenitiend

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Notas del capitulo:

Espero les guste. 

(Flashback)


Después de que Elessar partiera de Minas Tirith detrás de Legolas, Gandalf volvió a la Casa de Huéspedes por sus pertenencias. Caminaba por uno de los pasillos de la planta baja con la cabeza puesta en la larga lista de cosas que debía hacer, cuando, de repente, Éowyn salió de su recámara llevando las cartas, que rato antes substrajera de la Recámara Real, para mostrárselas a su prometido.


-¡Ay!


-Oh, Dama Éowyn, disculpe mi torpeza. Iba tan distraído que no la vi salir.


-No, Gandalf, ha sido mi culpa. No debí salir tan atropelladamente -dijo Éowyn, y enseguida intentó levantar las dos cartas que se le habían caído de las manos y quedado entre sus delicadas sandalias de fiesta y las desgastadas botas del mago, pero este se le adelantó y las tomó primero.


-¿Qué es esto? –preguntó tras percibir suaves y extrañas vibraciones emanando de las mismas, pero que no alcanzó a definir porque Éowyn se las arrebató de las manos.


-Nada importante. Son... unos documentos míos, de Rohan. Disculpa, voy a darle las buenas noches a Faramir, antes de que se retire del Despacho del Rey. Ha tenido que quedarse trabajando porque Elessar se fue detrás del... "sensible elfo". 


-¿Señorita, le pasa algo? -dijo el mago, intrigado por su rara actitud y molesto por cómo se había referido al príncipe. 


-Sí, estoy algo nerviosa, seguramente, como todos, por lo ocurrido durante la frustrada recepción y... después. 


-Sí, tiene razón, esta noche han sucedido cosas que no debieron pasar, o... tal vez sí. Cómo saberlo, al Destino le encanta comportarse de modo misterioso y, hasta diría,… caprichoso -dijo mientras se movía despacio alrededor de la joven, atraído por los sobres que esta escondía detrás de su fina cintura.  


-¿Qué… qué miras? -dijo Éowyn mientras se giraba de frente al mago y pegaba los sobres contra su cuerpo para que este no pudiera verlos en detalle.


-Parecen ser viejas cartas. ¿Y acaso, una de ellas está dirigida a Estel de Rivendell? Pero por qué la tiene usted. Dónde las halló.


-¡No, cómo se te ocurre! -dijo Éowyn dando un paso atrás, sobresaltada-. De dónde sacaría yo una carta para..., ¿para quién dices? Estás confundido. Bueno, que pases una buena noche. Sigo.


-Deténgase, por favor, y permítame ver esas cartas -insistió Gandalf.


-Pero ya te dije que son... unos documentos de Rohan, y no tengo por qué mostrártelos -repitió de manera antipática para salir del paso.


-Querida joven, de por sí las cosas ya están complicadas. No las complique más. Démelas, por favor -dijo con voz firme, y extendió una mano. 


-¡Pero Gandalf, no tienes idea de lo que dicen!


-Quizá...


-¡¿Qué, lo sabes?! Debí suponerlo, siendo tan amigo de Aragorn y Legolas… Pero entonces, te darás cuenta de que... 


-¿De qué…? Dama Éowyn, no sé cómo han llegado a sus manos, pero no debería tenerlas y menos debió leerlas. Ha violado la correspondencia de otras personas, y eso es un delito grave. Si el Rey Elessar se enterara… Ahora, como se imaginará, me veo obligado a pedirle que guarde silencio sobre su contenido.


-¡Pero Gandalf!


-O tal vez prefiera que le lance un hechizo que la haga olvidar -dijo enarcando una ceja y adelantando su báculo frente a la atónita mirada de la joven hasta obligarla a ponerse bizca-. Me bastaría con tocarle la punta de su pequeña y graciosa nariz para… 


-¡No, no! ¡Callaré! -exclamó y parpadeó varias veces para enderezar sus ojos-. Pero... ellos… 


-¿Mmm…? -dijo Gandalf, y agitó su blanco bastón.


Éowyn, aunque se sentía muy contrariada por lo que había descubierto, y lo recién ocurrido con el maia, no dejaría de ser una noble dama, así que, sin más mentiras ni protestas entregó los sobres, pero preguntó si, al menos, podía contarle a Faramir.


Luego de dudar un instante, Gandalf pensó que sería inútil exigirle discreción a la mujer que, seguramente, iría corriendo a contarle a su prometido lo que había descubierto ni bien él se alejara, así que consintió, pero no sin antes recordarle que ahora serían dos los que deberían guardar estricto silencio, o dos serían los hechizados. Y luego de, por pura cosa del destino, recuperar las cartas, y guardarlas celosamente en una de las tres bolsas que llevaba consigo, fue directamente hacia la Plaza del Manantial donde ya lo estaba esperando la descendiente de Thorondor, Gwaihir, que hacía poco había arribado a Minas Tirith por pedido suyo, y se hallaba rodeada por los cuatro hobbits que intentaban acariciarla, el circunspecto Elrond y sus tres hijos, los Señores Celeborn y Galadriel, y Gimli, que cada tanto miraba de reojo a la Dama de Luz, evitando ser atrapado por su esposo, y sonreía arrobado. Gandalf se despidió de todos, se montó al castaño lomo del águila y se tomó de las doradas plumas de su cuello para asegurarse durante el despegue; seguido, levantó su báculo y dio la orden a su picudo colaborador de emprender vuelo hacia al primer destino que se le había asignado: aquella aislada comarca, de nombre muy poco conocido, en donde aún vivía el hijo menor del fallecido Señor Rheibel, y hermano de los también muertos Lesgahel y Aremides, y, tal vez, el menos culpable de todos. 


(Fin del flasback)


Mago y Águila rumbearon al noroeste, hacia las altas y heladas cumbres de las Montañas Grises. Volaron tan alto que casi todo el tiempo estuvieron cubiertos de escarcha, hasta que una soleada mañana, en la que iniciaron el descenso, la misma se derritió y el viento se encargó de secarlos. Por fin, debajo de suaves y dispersas nubes, avistaron unas trescientas casas diseminadas por una planicie grisácea y rocosa, recorrida por un único y delgado curso de agua que reptaba, tortuosamente, cercano a la población. Gandalf iba con la precisa misión de hallar a quien había demostrado tener un poco de decencia. 


Mientras lanzaba agudos y prolongados chillidos, la gigantesca rapaz se fue acercando a tierra dibujando amplios círculos, y levantó tal polvareda que obligó a los pobladores que la miraban absortos con las bocas abiertas y las manos sobre las orejas, a apretar fuerte los labios y a destapar sus oídos para protegerse los ojos. Durante el aleteo perdió una pluma de una de sus alas, que, acunada por la brisa, se fue acercando a un grupo elfos que salieron corrieron en todas direcciones por miedo a que les cayera encima. Por fin, extendió sus sólidos tarsos recubiertos de gruesas y amarillas escamas y posó sus negras y afiladas garras en el suelo, y con un suave piar dio a entender a su “jinete"  que ya podía bajarse. 


Gandalf resbaló por el lomo del ave, y una vez en tierra se sacudió la túnica y acomodó el puntudo sombrero, seguido, dio tres fuertes golpes en el reseco suelo con su báculo y gritó muy fuerte para que todos lo escuchasen:


-¡Atheles, vengo a buscarte! ¡Prepárate para viajar! 


-Me advirtió que tarde o temprano vendrían por él, y me pidió que no dejara que lo encontraran. ¡A riesgo de perder mi vida, cumpliré con su pedido! ¡Nadie se lo llevará, ni lo dañará! –dijo alguien a espaldas del mago. 


Al darse vuelta, Gandalf vio que un grupo de soldados vestidos con modestos uniformes y armados con viejos arcos y lanzas empezaban a rodearlo, pero no se le acercaban por temor al gigante plumífero que, enojado, lanzaba picotazos al aire en todas direcciones.


-¿Quién es usted? -preguntó al corpulento elfo que parecía ser el líder, y que apretaba con fuerza el mango del puñal que llevaba al cinto.  


-Aidan, Jefe del Consejo de esta Comarca y esposo del que reclama -dijo con voz recia y profunda.


-Ah, con razón. No tema, no vine a hacerle daño, pero me urge hablar con él por algo que pasó hace tiempo.


-¿Quién es usted, y de qué quiere hablarle?  


-Los Primeros Nacidos siempre me han llamado Mithrandir. Y él es un viejo colaborador y muy buen amigo, Gwaihir, El Rey de las Águilas. Es un asunto privado. Por favor, ¿podría llevarme ante él? 


El rudo Aidan no pudo ocultar su sorpresa al enterarse de quienes eran los extraños visitantes, se inclinó respetuosamente ante ellos y pidió a los soldados que abandonaran su actitud agresiva e hicieran lo mismo, y luego se retiraran, no muy lejos, para ellos poder hablar a solas.


-Sería inútil hablarle de algo ocurrido tiempo atrás.


-¿Por qué, acaso, está… “desmemoriado”? -preguntó Mithrandir, sospechando lo ocurrido. 


El elfo, a su vez, sospechó de la pregunta del mago y por eso respondió:


-Mire, Mithrandir, con todo el respeto que se merece, no sé a qué venga todo esto, pero conozco muy bien a Atheles y estoy seguro de que es incapaz de hacer algo malo.   


-Yo no he dicho que Atheles haya hecho algo malo, eso lo ha dicho usted. Bueno, pero, por si no lo sabe, le informo que ha participado, junto a sus dos hermanos, en la organización y realización de un plan cruel e ignominioso en contra de dos inocentes.


-¡Vaya, con qué seguridad lo acusa! ¡¿Tiene pruebas de lo que dice?! 


-¡Sobran las mismas! Y sospecho que usted no desconoce lo que hizo.


El jefe bajó los ojos, pues no soportó la brava manera en que lo miró el mago desde dos cabezas más arriba, y con eso reconoció estar enterado de todo. 


-Seguramente, no ha sido del todo responsable. Sus hermanos siempre fueron una mala influencia para él –comenzó diciendo-. A diario, llenaban su cabeza con historias de parientes ricos y poderosos que habitaban hermosos bosques, y bla, bla, bla. Desde niños, los dos fuimos muy unidos. Sufría cuando Atheles me decía que algún día sus hermanos se lo llevarían a vivir muy lejos de aquí. Un día, los tres partieron. Al tiempo, Aremides volvió para llevarse un cargamento de extrañas plantas que solo crecen en esta región. Antes de irse, nos enrostró que al  fin vivían en la opulencia. Más tarde, Atheles regresó solo, destruido en cuerpo y alma y hablando incoherencias. Decía que, tarde o temprano, alguien vendría por él para vengarse por lo que los tres habían hecho. En su ausencia, cuidé de todas sus pertenencias, y luego tuve que cuidar también de él. Un día, entre delirios, me dio a guardar algo, y me dijo que si alguien venía a buscarlo se lo entregase. Creo que ha llegado ese momento. Espere aquí, enseguida vuelvo. 


El elfo se alejó, pero pronto regresó junto al mago y dijo:


-Antes de… Bueno, me pidió que no la perdiera porque era muy importante, pero que la escondiera para siempre de su vista.


Mithrandir tomó el papel amarillento con claros signos de haber sido estrujado que le extendió Aidan.


-Caramba, caramba. Imagino la cara que habrá puesto Thranduil -murmuró luego de leer cierto párrafo algo subido de tono que le escribiera el joven Estel a Legolas, y sonrió con picardía-. Muchas gracias. Pero aún deseo hablar con Atheles.  


-¿Ya no se lo llevará, verdad? 


-No tema. Con esto, creo que ya no será necesario.


Ambos caminaron hacia una de las humildes viviendas y entraron. 


-Atheles, sal, no hay peligro -dijo Aidan ni bien traspasaron el umbral.


La vivienda, que siglos atrás fuera levantada con mucho sacrificio por el propio Rheibel y su esposa, con piedras regularmente cortadas y cementadas con barro arcilloso mezclado con estiércol de animales, constaba de tres ambientes: el más grande, con dos ventanas pequeñas para evitar la excesiva entrada del viento y el frío, hacía las veces de sala, comedor y cocina, estaba humildemente amoblado con una simple mesa rectangular y seis sillas distribuidas una a cada lado de la mesa y las dos restantes en diferentes rincones. Algunas simples estanterías, hechas de una sola tabla, eran usadas para poner parte de la vajilla. Dos pequeños armarios, que en ese momento se hallaban abiertos, eran donde la pareja guardaba conservas inmersas en un líquido amarillento y aceitoso. En otro ambiente más pequeño había una gran cuba de madera que servía de tina, y tres baldes del mismo material y de regular tamaño con los que la llenaban y vaciaban.  


Mithrandir, despacio, recorrió el lugar tratando de no exteriorizar la pena que le provocaba su extrema modestia, y se detuvo a calentarse las manos sobre una estufa alimentada con heces resecas de caballo, en la que humeaba un caldero lleno hasta la mitad de agua en la que sobrenadaban unos pocos trozos de carne magra y algunas raquíticas hortalizas. 


-No quiero que me lleve, Aidan. No dejes que me separe de ti  –dijo Atheles con voz trémula desde atrás de una cortina que separaba el ambiente multifuncional de otro pequeño cuarto que servía de dormitorio a la pareja.  


-Ven, Atheles, ha prometido que no lo hará… -dijo Aidan, y, amorosamente, extendió una mano hacia su temeroso compañero. 


Atheles movió un poco la tela y, cautelosamente, asomó la cabeza para ver dónde estaba parado su esposo, y luego fue a refugiarse entre sus fuertes brazos. 


-¿Quién es él? ¿Por qué me quiere llevar, y adónde? -preguntó, negándose a mirar al extraño.


-Es Mithrandir, el Mago Blanco. Calma, solo se llevará aquello que me diste hace un tiempo. ¿Recuerdas? -dijo Aidan mirando al mago, mientras acariciaba la negra cabellera de su asustado esposo.  


-¿De qué hablas, Aidan? ¿Qué cosa te di? No entiendo nada de lo que pasa. 


-Ya ve lo que le decía -dijo el elfo a Mithrandir-. ¿Ahora, podría culpárselo de algo? 


-¿Culparme, pero de qué?  


Ni bien Atheles regresó a su comarca le había confiado a quien luego se convirtiera en su amante esposo lo que él y sus hermanos le habían hecho al príncipe, y le pidió que detuviera su sufrimiento dándole el mismo “tratamiento” que le dieran a Legolas.  


Atheles tomó coraje y se dio vuelta para mirar al istar, y al ver su mirada compasiva se animó a separarse de su esposo y a decir como si nada pasara:


-La comida casi está lista, ¿desea acompañarnos? Aunque no es mucho lo que tenemos para ofrecerle. ¡Ay, si solo llegara más agua al río, cuánto mejor viviríamos! Podríamos regar más veces nuestras huertas y así estarían más pobladas, y los animales de corral se desarrollarían mejor. Pero esas tremendas rocas que cayeron hace siglos, durante el gran derrumbe, nunca se moverán de ahí ni dejarán de desviar la mayor parte del agua hacia los otros valles, detrás de estas montañas. 


-Gracias, pero ya debo continuar viaje. Tengo muchas cosas que hacer aún. No faltará oportunidad, señores -contestó y sonrió amablemente. 


-¡¿Cómo, ya se va?! Pero si apenas ha llegado. Vivimos tan alejados que nunca recibimos visitas, y, menos, tan importantes como Usted. A veces, pienso que nadie sabe que existimos. Bueno, tal vez pueda volver en otro momento y honrarnos con su presencia por más tiempo -dijo Atheles.


-No sé dónde sea, pero estoy seguro de que pronto nos volveremos a ver –contestó el istar.


-Mithrandir, tal vez tenga noticias de Lesgahel y de Aremides. ¿Sabe algo de ellos, si piensan regresar? –preguntó Aidan cuando llegaron adonde los esperaba el Águila, aprovechando que Atheles se había alejado de ellos momentáneamente.


-Sí tengo noticias, pero nada buenas. Lamento informarle que... fueron asesinados por hombres salvajes, ya hace varios años.


-¡Oh, qué terrible! Tal vez no sea necesario que Atheles se entere de algo tan penoso, aunque..., en realidad, ha olvidado a sus hermanos, y nadie aquí se los recuerda para no confundirlo. Bueno, parece que seguiré dirigiendo esta comarca por un tiempo más. Luego del primer gran derrumbe de una de las laderas de aquella montaña –dijo señalando una elevación al frente-, a causa del que murieron muchos de los nuestros, entre ellos nuestro buen Señor y su esposa, Lesgahel, Aremides y Atheles empezaron a decir que pronto se irían. Y cuando al fin se fueron, entre varios nos fuimos turnando para dirigir la comarca. No hace mucho, fui elegido para ocupar temporalmente la jefatura. Será solo hasta que Atheles mejore y pueda ocupar el lugar que ahora le corresponde, legítimamente, por ser el único descendiente de Rheibel vivo.  


-Aidan, ¿jamás le permitirá recordar? 


-Lo estoy evaluando. Tal vez, cuando vea que está lo suficientemente fuerte como para recordar todo sin deprimirse nuevamente, y me sienta más seguro de su amor por mí…


-Mmm... ¿Permanecerán mucho más tiempo en estas ásperas tierras? ¿No han pensado en viajar a los Puertos Grises y partir a Valinor?  


-Aunque es muy duro vivir en este sitio que conoce muy poco las cálidas caricias de Anor, es árido y está cubierto de nieve gran parte del año, hemos resuelto quedarnos un tiempo más. No nos quejamos, al contrario, si bien no nos ha ofrecido todos los elementos necesarios para ser una próspera comarca, debemos agradecerle el estar tan retirado que el horror de la guerra, gracias a los Valar, no nos ha golpeado. Mithrandir, puedo preguntarle qué pasó, finalmente, con... ellos dos.  


-Ya le dije lo que les pasó a los hermanos.


-Con Lesgahel y Aremides, no, me refiero a los jóvenes amantes.  


-Ah, ¿se refiere a Legolas y Aragorn?


-Sí, hablo del Príncipe de Mirkwood, pero al humano, Atheles lo llamó…


-En ese entonces era llamado Estel. Ahora, que se ha convertido en el Rey de Gondor, se llama Elessar Telcontar. Los dos, cada uno de manera distinta, sufrieron por lo que les han hecho. Esta carta al fin llegará a manos de su legítimo dueño y le será de gran ayuda anímica.


-¡Entonces, qué bueno que Atheles se animara a tomarla del escritorio del Rey Thranduil antes de abandonar el bosque, ¿no?! ¡Eso habla muy bien de él! Cuando vea al Príncipe Legolas, pídale perdón de su parte. Estoy seguro que, de recordarlo, Atheles se lo pediría. Y espero que al Rey Elessar no se le ocurra tomar venganza contra él.


-Lo haré. Aidan, le doy las gracias en nombre de Legolas y Estel. Y tranquilo, Elessar es un hombre de honor, jamás tomaría venganza, pero sí haría justicia.  


Y ya nuevamente en el aire, mientras se despedían: el mago con un brazo en alto y Gwaihir gritando “Chíiiaaa, chíiiaaa", Mithrandir alcanzó a ver las masas rocosas sobre las que Atheles y Aidan hicieran triste alusión, y, de inmediato, apuntó su báculo hacia ellas y pronunció poderosas palabras mágicas que resonaron como truenos.


Del extremo del bastón salió un intenso rayo plateado que pulverizó a gran parte de las gigantes piedras y el agua comenzó a fluir con fuerza y a llenar el pedregoso y sinuoso lecho.


Con alegría, Mithrandir vio que elfos y elfinas de todas las edades, luego de que se les pasara el susto debido a su arribo, la intensa luz y la fuerte explosión, abandonaban sus casas y corrían hacia el río y, a pesar del frío, se metían en el agua hasta más arriba de las rodillas y comenzaban a jugar, salpicándose los unos a los otros. Vio que Atheles y Aidan se abrazaban muy fuerte y se besaban en la boca, y luego alzaban los brazos y los ojos llenos de lágrimas de gratitud para despedirlos. Y también vio a un grupo de niños que, completamente mojados y tiritando, intentaban levantar la larga remera marrón rojiza que perdiera Gwaihir para llevársela y guardarla como recuerdo. Y se sintió satisfecho con lo hecho, y feliz cuando pensó en el próximo destino.


Este, a diferencia del que a toda velocidad quedaba atrás, se hallaba más allá del mar y se distinguía por sus interminables y siempre verdes praderas.  

Notas finales:

Me encantaría, después de tanto tiempo, recibir un comentario. Pero si no, espero les siga gustando la historia. Saludos cariñosos.


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