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D. D. O. por Ucenitiend

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Thranduil pretendió amonestar a quien se atrevía a entrar a su despacho sin antes hacerse anunciar por la guardia:

-¡Pero quién...! ¡Ah, eres tú! ¿Pero cómo, ya se ha hecho la hora? -dijo doblemente sorprendido, pues no esperaba a su hijo, y menos en ese estado, y giró medio cuerpo para mirar por la ventana y agregó-: Te adelantaste.

A todo esto, los dos señores que acompañaban al rey ya se habían puesto de pie junto a sus sillas y presentaban sus respetos con la cabeza baja y una mano en el corazón.

Enseguida, Legolas hizo lo mismo y dijo de manera inexpresiva:

-Señores… Majestad...

-¡Bienvenido, Príncipe! Pero nos ha ganado de mano. Le habíamos dicho a Su Majestad que iríamos a saludarlo después de terminado su merecido descanso -dijo Lathinen, quien fue el segundo en levantar los ojos hacia el príncipe y en quedar impresionado, pues por su aspecto no parecía que hubiera descansado.

-¡Príncipe, qué bueno que esté de regreso! ¡Y tan bien! Después de su partida, nos preguntábamos qué pasaría con Usted cuando llegara a… -dijo Daith llevado por su entusiasmo, pero al darse cuenta de lo que iba a decir y ver la fiera manera en que lo miraban el rey y el otro silvano, cerró la boca y deseó que la tierra se abriera bajo sus pies y lo tragara.

-Lo comprendemos, es tanta su emoción que le impide seguir expresándose. Seguramente quiso decir que... todos nos alegramos de que haya regresado con bien después de haber estado combatiendo tan alejado de la protección de nuestro amado Bosque. ¿Es así? -dijo Lathinen para sacar a Daith del aprieto.

-Sí, eso quise decir... –contestó el otro sin levantar la vista.

-Entiendo. No es necesario que aclaren -dijo Legolas, y lentamente empezó a caminar hacia la cabecera adonde estaba sentado su padre, pero al ver un gran mapa de la Tierra Media desplegado a mitad de la mesa se detuvo, y se le ocurrió sacar una ramita que traía en uno de los bolsillos para marcar con ella un recorrido desde Mirkwood hasta Rivendell donde hizo un brevísimo alto.

Los señores creyeron que el príncipe se divertía, en cambio, el rey sintió que con eso quería decir algo y que tal vez no fuera algo bueno.

-Estamos analizando un futuro reparto de tierras -dijo Thranduil sin dejar de observar lo que hacía su hijo.

Legolas continuó moviendo la ramita hacia Lothlórien y ahí la dejó, y dejó de mirar el mapa para mirar a su padre fijamente a los ojos y preguntó:

-¿Por qué?

-Antes de que… irrumpieras, estaba diciéndole a los señores que de tener que dividir Eryn Lasgalen preferiría conservar la parte septentrional. La austral…

-¿Por qué? -volvió a preguntar Legolas.

-Porque esa región es más…

-No, por qué seguir esperando, padre, si cuando llegué te veías tan ansioso de hablar conmigo. Si gustan participar en nuestra conversación… –dijo a los señores, y extendió una mano para invitarlos a que tomaran nuevamente asiento.

Sabiendo que su hijo ya no los dejaría continuar con lo que estaban haciendo, Thranduil respiró hondo, apiló pacientemente los papeles que tenía delante y los corrió a un costado.

Apenas recuperado de su traspié, y creyendo que de verdad era una cordial invitación, Daith intentó sentarse, pero el otro silvano, al notar cierta tensión entre padre e hijo, lo abarajó de un brazo antes de que pudiera apoyar su enjuto trasero en la silla y dijo:

-Sí, señor Daith, estoy de acuerdo con usted en que sería mejor dejar conversar a solas a Nuestras Majestades. Si nos autorizan, nos retiraremos.

-Pero yo no… -alcanzó a decir Daith antes de que Lathinen se lo llevara de un brazo.

-¿Tenías que interrumpir la reunión; no podías esperar a que se hiciera la hora? -dijo Thranduil ni bien se quedaron solos.

Legolas estuvo a punto de contestarle que, por el contrario, había esperado demasiado, pero en silencio volvió a mirar el mapa.

-La doncella le informó al Jefe de la Servidumbre que no estabas en tu recámara cuando fue a llevarte la comida, y que al volver por las bandejas las halló tal cual las había dejado. Y que tampoco usaste el baño. Así que no comiste, no te bañaste ni te cambiaste de ropa, y, por tu cara, supongo que tampoco descansaste. ¿Adónde estuviste?

Legolas había olvidado que la doncella Amarië iría a llevarle alimentos, y para salir del paso se fingió ofendido.

-¡Ah, veo que soy vigilado en mi propia casa!

-Cómo se te ocurre. Los sirvientes no quisieron quedar como incumplidores, es todo. ¿Y, finalmente, dejaste que Salmar te revisara, o…?

Mirando la ramita que otra vez había tomado y ahora hacía girar con sus dedos índice y pulgar izquierdos, Legolas dijo:

-Qué gran favor les debo a nuestros parientes, ¿no? Pero dime, padre, ¿qué es lo que tanto te preocupa; temes que sufra una recaída? Para que te tranquilices, Salmar me encontró en perfecto estado, así que aprovecharé para dejar de tomar las hojas por un tiempo, porque ya no soporto el sabor amargo que dejan en mi boca.

-¡Pero qué dices, si sabes que no puedes interrumpirlas! -dijo poniéndose de pie tan rápido que casi voltea la silla-. ¿Has hablado de eso con Salmar? -preguntó muy serio, y seguido pensó-: "¡Por qué ese incompetente no vino a informarme de esto!" -dijo luego-: Ya mismo lo haré venir para que te recuerde lo que pasaría si…

-Para qué molestarlo otra vez, recuérdamelo tú, querido adar –dijo sin dejar de mirar y de girar la ramita.

-Ya deja de hacer eso, quieres.

-¿De hacer qué?

-¡De jugar con… eso! Me estás poniendo nervioso.

-¿Adar, alguna vez sentiste deseo y miedo de morir? –preguntó sin más, mientras dejaba las hojas nuevamente sobre Lothlórien.

-¿Y ahora, qué pregunta es esa?

-Dime, por favor.

-Son dos cosas diferentes…

-Si tú y mis tíos no me lo hubieran impedido, en aquel penoso momento yo hubiera partido a Mandos, porque eso deseaba. Después de todo, debo agradecerle a estas pequeñas hojas que me salvaran la vida… Por el contrario, durante este último año temí morir. Ya ves, sentí las dos cosas.

Thranduil, primero se sorprendió cuando Legolas mencionó su deseo de partir, pero enseguida supuso que se refería al penoso momento en el que se enterara de su enfermedad, porque al otro penoso momento ya lo había olvidado. Y prefirió no preguntar e ir sobre lo segundo.

-Es normal temer morir en batalla. Pero bueno, ya dejemos de hablar de cosas tristes. ¡Hoy es un día para festejar! -dijo sonriendo y con los brazos extendidos hacia Legolas.

-No temí morir en batalla, otra fue la razón –porfió Legolas.

-Está bien… Entonces…, hablemos de esa razón –dijo resignado y entendiendo que su hijo deseaba hablarle de algo que evidentemente lo angustiaba, y que tal vez fuera lo que motivara su raro comportamiento desde que llegara, así que acercó una silla a la suya y se sentó dispuesto a escuchar.

-¿Estás seguro? –preguntó Legolas como dándole la oportunidad de no hablar del tema.

-Pero… no te entiendo, ¿no es eso lo que quieres? –dijo desconcertado-. Está claro que algo te intranquiliza, entonces, qué mejor que contárselo a tu padre. Vamos, siéntate a mi lado y confía en mí.

-Mmm…, precisamente ese fue mi error: confié en todos, menos en el único en quien debí confiar siempre y sin reservas -dijo permaneciendo de pie.

-Aún estás a tiempo, aquí estoy para escu…

-No hablaba de ti, adar… Pero sí te confiaré algo que me pasó cuando llegué a Lórien -miró la ramita que seguía marchitándose sobre el mapa y dijo-: Las perdí.

Cuando Thranduil terminó de repasar mentalmente lo que Legolas había dicho hasta el momento, y de hacer cálculos, ya no tuvo dudas de qué hablaba. Sintiéndose perdido, apoyó ambas manos sobre la mesa y lentamente se puso de pie, y quiso decirle muchas cosas a la vez, pero todas se le atoraron en la garganta y solo pudo decir:

-Ion…

-¿Cómo pudiste?

-Hice lo que todo buen padre haría para evitarle penas y humillaciones a su amado hijo –dijo agachando por primera vez la cabeza frente a Legolas.

-¿Hablas en serio? ¿Para evitarme penas y humillaciones me entregaste indefenso a unos desconocidos para que me drogaran, me torturaran y me mintieran? ¿Eso hace un buen padre que ama a su hijo? No, no lo hiciste por amor a mí. Los dos sabemos por qué fue. No sé si algún día pueda perdonarte lo que me hiciste como hijo, pero sí sé que nunca te perdonaré que nos robaras, a Estel y a mí, tiempo para estar juntos. ¿Necesito explicarte el alcance de lo que nos hiciste?

-¡Por favor, qué dramático te has vuelto! ¡Apenas se conocían y ni siquiera sabes lo que hubieran durado juntos! -dijo empezando a recuperar su habitual altanería.

-Tampoco te importó robarle a un niño su inocencia y una infancia feliz. Te desconozco.

-¡Espera, ¿de qué niño hablas?!

-¿No lo recuerdas? Del que esos y tú convencieron con regalos para que me mintiera y me entregara la carta falsificada. Ve a ver cómo se encuentra el pobrecito.

-No, Legolas, podría admitir todo lo que acabas de decir, pero no sé a qué niño te refieres. Fueron ellos los que se encargaron de todos los detalles; yo solo los dejé hacer, y no creas que me resultó sencillo. De todos modos, sigo pensando que tomé la decisión correcta para ti. Y ya que hablas de “tiempo”, veo que me ha dado la razón. ¿Cómo es que después de reencontrarse y pelear una guerra, estás aquí tú solo reclamándome por el “valioso tiempo de amor que les robé”? ¿Dónde está tu efímero humano en este momento? Ah, seguramente como ya ocupa un lugar de privilegio se olvidó de su “amor por ti”. ¡Vamos, madura!

"¡Ni te imaginas adónde está!" -pensó, y, controlándose lo más posible, dijo-: ¿Yo inmaduro? ¿Y tú que pensaste que quemando mis muebles y reemplazándolos, en especial uno, lograrías borrar todo rastro y recuerdos de nuestro amor? ¡Para qué ibas a mi cuarto si no soportabas ver mi cama e imaginarte lo que había pasado sobre ella!

Al sentirse descubierto, Thranduil reaccionó siendo más hiriente.

-Sabes tan poco de la vida que llamas “Amor” a unos pocos revolcones. Que el mocoso buscara aprovecharse de ti no es de extrañarse, pero que tú, siendo mi hijo, siendo quién eres, te hayas rebajado tanto, cediendo al muy vulgar jueguito de seducción de ese aventurero, me avergüenza. Si me dijeras que te sirvió como desahogo físico lo entendería, pero que me digas que te enamoraste de ese… ¡mequetrefe!

-¡No voy a permitirte que sigas hablando mal de él ni de mí! –reaccionó al fin alzando la voz.

-¡¿Tú no vas a permitirme a mí?! ¡No olvides con quién estás hablando!... Te duele lo que te digo porque sabes que es verdad. ¿Pero, y ahora, adónde vas con eso? -preguntó cuando vio que Legolas, furioso, descolgaba una lámpara de una de las paredes e iba hacia a la puerta.

-Oh, padre mío, me haces sentir tan avergonzado y arrepentido. Dime, ¿si borrara hasta el más mínimo rastro de mis vergonzantes actos, volverías a considerarme un hijo digno de ti y de tu corona?

-Deja la ironía para mí, no te queda, y di para qué tomaste esa lámpara.

-Para terminar con lo que dejaste inconcluso. Voy a quemar… las caballerizas –dijo sonriendo amargamente y se fue dando un portazo.

Thranduil se derrumbó en la silla como hiciera setenta años atrás en su sillón. Igual, conociendo a su hijo, sabía que no cumpliría su amenaza y que pronto volvería para seguir discutiendo.

Mientras bajaba las escaleras, ignorando a quienes lo miraban sin entender qué le pasaba que corría con una lámpara en la mano, Legolas comenzó a sentir dificultades para respirar debido a la angustia y al enojo que ceñían su pecho. Pensó que en cuanto recuperara un poco la calma, volvería para restregarle a su padre que el hombre nunca había dejado de amarlo y sí lo había acompañado. Ya al aire libre, lejos de sentirse mejor, volvió a pensar en las hierbas que por años se habían multiplicado exitosamente en un predio acondicionado para ellas, al que solo podían ingresar su padre, sus tíos, Salmar, los jardineros que se habían especializado en su cuidado y que desconocían para qué servían verdaderamente. Y rumbeó hacia la huerta mayor sin tener en claro a qué volvía, pues ya había estado antes de ir a la Casa de Curaciones y tomado la ramita. Al pararse nuevamente frente al mar de plantas sintió que su corazón se aceleraba aún más y su vista se nublaba, entonces se apuró a apoyar la lámpara en la tierra y a arrancar de raíz un puñado de brotes. Al pararse se mareó, por lo que dio un paso hacia atrás y pisó un largo rollo de madera que le hizo perder el equilibrio y, sin poder evitarlo, cayó y dio la cara y la cabeza contra una gran piedra, y volteó la lámpara con una pierna, entonces el aceite se derramó y el fuego rápidamente se esparció potenciado por la savia de las plantas del olvido.

Un elfo que pasaba cerca percibió el resplandor de las llamas y el humo, y entró a la huerta justo para ver cómo una lengua de fuego envolvía la pierna derecha de su príncipe que estaba tumbado de costado en el suelo. Se apuró a llegar hasta él y a arrojarle tierra sobre la pierna, luego lo tomó por debajo de los brazos y lo arrastró muy lejos del fuego. Recién entonces gritó pidiendo ayuda.

Para esto, otros elfos ya habían visto lo que sucedía y corrían con todo tipo de recipientes llenos de agua para combatir el siniestro.

El rey escuchó los gritos de desesperación de la gente, y a punto de dejar el despacho sintió que alguien golpeaba la puerta.

-¡¿A qué se deben todos esos gritos?! -preguntó ni bien abrió.

-¡Majestad, se ha desatado un voraz incendio en…!

-¡… las caballerizas! –exclamó.

-¡No, Mi Señor, en la huerta mayor! -contestó el soldado, y agregó con pesar-: ¡Y el Príncipe…!

-¡¿Qué pasa con él?!

-¡Fue hallado inconsciente y… quemándose!

Thranduil bajó salteándose los escalones, y vio que los guardias de la Puerta Principal ya la habían abierto para permitirle a los pobladores entrar a ayudar a los habitantes del palacio que recogían agua de las fuentes más cercanas y corrían a aventarla sobre el fuego, pero sus esfuerzos resultaban inútiles, pues las llamas seguían propagándose y estaban a punto de devorarse el galpón donde se guardaban parte de las herramientas de jardinería y las bolsas de abono que de encenderse alimentarían más el fuego.

Elessar, que por estar encerrado a oscuras había perdido la noción de la hora, desoyendo el pedido de discreción del elfo abrió un poco una de las persianas y vio que ya había anochecido, entonces se preocupó porque Legolas aún no había pasado a buscarlo como le había dicho que haría. Pronto sintió un fuerte olor acre y escuchó los gritos de los elfos, pero desde ahí no llegaba a ver las llamas. Sin dudarlo, se echó encima la capa del soldado y se cubrió la cabeza, y corriendo abandonó la desierta y silenciosa Casa de Huéspedes. A poco se halló en medio del caos y miró hacia todos lados para ubicar a Legolas, pero al ver a una elfina que trataba de levantar una gran vasija cargada de agua se acercó para ayudarla.

Cuando la elfo levantó la mirada y quiso agradecerle su amabilidad al soldado, vio la barba, entonces ahogó un gritó y casi deja caer el pesado cántaro al piso.

-¿Sabes dónde está tu Príncipe? –preguntó Elessar sin importarle haber sido descubierto.

-En… en la huerta mayor. Tuvo un… accidente  -contestó entre sollozos.

Al mismo tiempo, los sanadores que estaban dándole los primeros auxilios a Legolas se apartaron para dejarle lugar a su rey.

Thranduil se arrodilló junto a su hijo y le vio la pierna derecha quemada, la cara y la cabeza ensangrentadas.

Salmar se le acercó para explicarle que los golpes, aunque eran los causantes de su inconsciencia, no parecían de mayor importancia, pero que estando aún ahí no habían podido revisarle la pierna, así que no sabían si las quemaduras eran graves.

-¡Y, entonces, por qué continúa tirado en el suelo! ¡Qué esperan para llevarlo y atenderlo! –dijo a los tres.

-Majestad, lo estábamos esperando para que nos dijera adónde prefería que lo lleváramos -dijo Salmar. 

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Y casi llegando a Mirkwood… 

-¡Deténganse! –gritó de pronto Galadriel.

Al escucharla, todos jalaron de las riendas de sus cabalgaduras.

-¿Qué pasa, esposa mía, por qué nos detenemos? -preguntó Celeborn, que montaba a su lado.

-¿Qué ocurre, Señora, acaso ha visto que nos acecha algún peligro? -preguntó Elrond, inquieto.

-A nosotros no, pero ocurre algo grave en el palacio y al Príncipe Legolas –dijo preocupada, pero pasados unos minutos volvió a decir más tranquila-: Ya van en camino para brindarles ayuda.

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-Majestad, tenemos serios problemas con la gente: luego de aspirar el humo por un tiempo se desmaya y al volver en sí se comporta extraña. Cada vez somos menos los que podemos seguir combatiendo el fuego -dijo un soldado llamado Feren.

-¿Extraña, en qué sentido?

-Como mentalmente perdida, Mi Señor.

-¡Ya mismo haz correr la voz de que todos deben protegerse la nariz y la boca con paños húmedos! ¡Y que combatan el fuego con el viento siempre a sus espaldas! –dijo sabiendo que eran las hojas las que provocaban el efecto, y se alejó un poco con Feren para darle más directivas.

El Capitán Inanthil, que había adelantado el regreso a palacio alertado por las llamas, aprovechó que su rey se alejó para acercarse a Legolas.

-Pero qué le pasó, Príncipe… -dijo compungido.

Apenas vuelto en sí, Legolas reconoció la voz del capitán y dijo:

-El… Rey…

-Shhh, tranquilo… -susurró, y miró a su rey, que estaba parado unos pocos metros más adelante, para saber si lo había escuchado.

-Ele…ssar… -alcanzó a decir Legolas antes de desmayarse otra vez.

En ese momento, Thranduil se dio vuelta y escuchó. Indignado, apartó de un brazo al capitán y, creyendo que Legolas estaba consciente, dijo:

-¡Toda esta desgracia ha caído sobre nosotros por su culpa! ¡Mientras tú sufres, mientras todos sufrimos, tu Elessar estará pasándola de maravilla!

-¡Otra vez se equivoca!

Thranduil se dio vuelta para mirar al insolente que le gritaba y vio al soldado encapuchado que se abría paso hasta llegar al príncipe.

-¡Hoja!  -dijo Elessar, se arrodilló y se descubrió la cabeza.

-¡Pero qué significa esto! -gritó Thranduil ni bien reconoció al humano-. ¡Guardias, detengan a este intruso!

-¡Pero, Majestad, si es el Rey de Gondor! –dijo el capitán.

-¡Y usted cómo lo sabe! ¡Le ordenó que lo arreste inmediatamente! ¡Más tarde, hablaremos sobre esto!

El capitán no tuvo más remedio que obedecer la orden de su soberano, pero antes de decirles a los guardias que lo detuvieran pidió disculpas al Rey Elessar.

En el preciso momento en que los soldados tomaron de los brazos a Elessar para obligarlo a alejarse de Legolas, se produjeron copiosas descargas de agua sobre la extensa área que continuaba quemándose.

Todos dejaron lo que estaban haciendo y miraron hacia arriba, pero era tan espeso y oscuro el humo que se arremolinaba sobre sus cabezas debido al viento que las mismas llamas provocaban que no lograron ver de dónde había venido tanta agua.

Y se sucedieron más misteriosas descargas, tras descargas, tras descargas, hasta que al fin el fuego fue extinguido.

-¡¿Por los Valar, qué más va a pasar esta noche?! -exclamó Thranduil mientras trataba de descubrir el origen del agua.

-¡Urge atender a Legolas! -reclamó Elessar mientras forcejeaba con los soldados.

-Llévenlo de prisa -ordenó Thranduil refiriéndose a su hijo.

El Capitán Inanthil miró a los tres sanadores que continuaban sin accionar y se aprestó a levantar a su príncipe.

-¡Capitán, qué está haciendo! ¡Cumpla con la orden que le di! ¡Lleve al invasor a una celda!

-¡No dejaré a Legolas en manos de semejantes inoperantes y obsecuentes! ¡Seré yo quien lo atienda! -gritó Elessar.

Salmar se quedó mudo, pero los otros dos protestaron airadamente al sentirse injuriados frente a su rey.

-¡Típicas bravatas humanas! ¡Aléjenlo del Príncipe, no quiero que vuelva a enfermarlo! ¡Y ya sáquenlo de mi vista!

-¡Sinda soberbio y arrogante, deja de mentir sobre mí y yo no diré la verdad sobre ti! ¡O tal vez quieras que el pueblo que tanto te ama y respeta sepa lo que fuiste capaz de hacerle a…!

-¡Calla o te…! -gritó Thranduil y contuvo un puño frente a la boca de Elessar.

-¡Tendrás que esperar hasta después de que atienda a Legolas! ¡¿O quieres hacerle perder la pierna con tal de salirte otra vez con la tuya?! ¡Pero, hagas lo que hagas, ya no podrás con nosotros! –dijo lejos de amedrentarse.

-¡Thranduil! -gritó Gandalf, y apareció de entre el humo sorprendiéndolos a todos.

-¡Pero qué pasa que cualquiera ingresa a mi reino cómo y cuándo se le da gana! ¡Qué están haciendo los guardias! –exclamó Thranduil al ver al maia.

-¡No me faltes al respeto, Rey del Bosque, que no soy cualquiera, ni se lo faltes a Gwaihir, a Landroval y a Meneldor el Veloz, que por pedido de La Dama hicieron varios viajes desde el río más cercano a palacio, trasportando en sus grandes buches y entre sus plumas el agua para apagar el fuego! ¡Ni se lo faltes al Rey Elessar!... Y dejarás que atienda al Príncipe. Jamás estará en mejores manos.

Thranduil no se animó a contradecir al mago, y, debiendo tragarse su enorme orgullo, hizo una señal a los soldados para que soltaran a Elessar.

Elessar, rápidamente, volvió junto a Legolas y lo alzó en brazos teniendo la precaución de mover poco su cabeza golpeada y dejarla cómodamente apoyada en uno de sus hombros y de que la pierna quemada no rozara contra su cuerpo.

-¿Nos acompaña, Capitán Inanthil? –dijo pasando por sobre la autoridad del otro rey.

-¿Puedo, Majestad? -preguntó sumisamente el capitán.

-No, no le corresponde –contestó Thranduil de mal modo-. Ustedes tres…, guíenlo a las habitaciones del Príncipe y...

-No he olvidado el camino -dijo Elessar de modo provocativo.

-¡Elessar!... –intervino Gandalf para evitar que los reyes volvieran a trenzarse a insultos o peor. Dentro de esta bolsa está lo que necesitarás para atender al Príncipe.

-¿Qué contiene? -preguntó mientras caminaba seguido muy de cerca por Thranduil, los sanadores, el capitán y dos guardias.

-Mira tú mismo –dijo y abrió la bolsa.

-Aaah, siempre estás en todo.

-Por algo soy el mejor de los Istari -contestó haciendo alarde.

-Sí, ni dudarlo, el mejor de los Istari y el más modesto de mis amigos -respondió Elessar, e hizo una sonrisa agradecida.

Gandalf también sonrió y dejó la bolsa sobre el vientre de Legolas, y retrocedió para caminar a la par del rey sinda.

-Ay, Rey Thranduil, sería muy bueno para todos que tú y el Rey Telcontar llegaran a un feliz entendimiento, en especial para tu hijo. Bueno..., y… para ti. Pronto arribará alguien que quiere mucho a Elessar, y está bastante fastidiada contigo. ¿Adivinas quién sea, mmh…?

Thranduil no tardó en adivinar quién sería, y pensó que si algo le faltaba para completar ese día, era enterarse que Galadriel vendría a sermonearlo.

 

 

 

  


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