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D. D. O. por Ucenitiend

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Al siguiente día, después de abrazarse muy fuerte, de decirse lo mucho que se amaban y de besarse interminables veces, Estel por fin montó y echó a andar su caballo. No quiso mirar hacia atrás, porque sabía que vería tristeza en los ojos del elfo, y prefirió alejarse recordando la frescura de sus remansos cristalinos en donde él por fin podía saciar su sed de amor; la feliz y provocativa mirada que lucían mientras se amaban por primera vez, y el calor de esos fuegos azules que lo hicieran arder como madera reseca mientras se hacían el amor en la penumbra de la caballeriza, la última vez.

Parado junto a su caballo, Legolas se quedó como suspendido en el tiempo, prendido a la visión de Estel desapareciendo entre los añosos árboles, sin imaginar que esa sería la última vez que vería su hermoso rostro adolescente, hasta que el sol llegó a su punto más alto y recién tuvo consciencia del lapso trascurrido. Volvió al palacio, y para llegar a su recámara caminó rápidamente por los corredores que solían ser poco transitados. Con el que menos quería encontrarse era con su padre. Durante toda su vida lo había escuchado decir: "No creas en promesas hechas por los Hombres." En ese momento, estando tan triste, no soportaría oírlo hablar mal de Estel, ni que le hiciera comentarios sobre su partida. Ya en la tranquilidad que le brindaba su cuarto:

-Me prometió que volverá. Sé que lo hará, porque me ama -dijo para sí, convencido del amor de Estel.

Y así sería, Estel cumpliría su promesa.

Mientras tanto, en su elegante despacho, Thranduil conversaba con Lesgahel, Aremides y Atheles.

Los tres se veían muy diferentes al rey sinda: eran de menor estatura y de constitución física más robusta, llevaban el cabello negro y ondeado largo hasta la mitad de la espalda, y sus grandes ojos, de mirada torva, parecían esconder intensiones tan oscuras como sus propios irises.

-¿Qué es lo que tanto te molesta y te preocupa del amiguito de Legolas? –preguntó Lesgahel, intuyendo la respuesta pero queriendo indagar más sobre el tema.

-Aparte de que es un... Hombre, todo. No lo quiero cerca de mi hijo -respondió Thranduil, muy contrariado, sin levantar los ojos de los papeles que pretendía ordenar sobre su escritorio-. Espero que no regrese, pero sospecho que pronto tendré que soportar nuevamente su presencia. Me basta con verle la cara a mi hijo para saber que... algo... No quiero que continúe relacionándose con ese vulgar mortal, arribista y sin sangre noble.

Más tarde se enteraría de que ese “mortal arribista y sin sangre noble”, como él lo definía, era el hijo de Arathorn II; que sería el Decimoquinto Capitán de los Dúnedain del Norte y quien capitanearía los ejércitos en contra del gran enemigo de Arda, además de ser el futuro Rey de Gondor y Arnor. ¡Y él decía que no tenía sangre noble!

-Si quieres..., nosotros podríamos encargarnos de que eso no ocurra -sugirió Aremides.

El rey levantó la vista hacia los hermanos y se preguntó qué clase de personas tenía frente a él. Eran casi unos desconocidos, apenas tenían un día en el reino y ya le estaban haciendo proposiciones ¿peligrosas?

-¿Qué harían para evitarlo? –dijo de todos modos, intrigado.

-Así como sufrió un ataque cuando venía hacia acá, podría tener la mala suerte de... Solo que en esta ocasión no estaría el Príncipe para ayudarlo. Aún estamos a tiempo de alcanzarlo.

-¡No, eso no! No es para tanto. Que no me agrade, no significa que… Jamás me mancharía las manos con la sangre de un inocente. Solo quisiera que para cuando volviese, porque estoy seguro de que va a volver, Legolas no estuviera aquí. Si pudiera sacarlo del reino con alguna excusa, sería suficiente para encargarme personalmente del mocoso. Pero tendría que ser un motivo muy importante para que mi hijo se vaya si cree que él va regresar.

-Si tu hijo no quiere irse por propia voluntad, siempre existe la posibilidad de llevarlo a otra parte sin que se dé cuenta. Pero... no, eso no serviría de mucho. Es una solución que no se podría sostener a lo largo del tiempo. En cuanto estuviera libre se iría a buscarlo -dijo Lesgahel.

"Asesinato. Secuestro. ¿De qué más son capaces?" -pensó Thranduil, empezando a preocuparse seriamente, e igual siguió diciendo:

-Si pudiera lograr que se desilusionara de él y lo olvidara.  

El mayor de los tres abrió muy grandes sus ojos y exclamó: 

-¡Pero claro, cómo se nos pasó! ¡Tu hijo olvidará al hombrecito! ¡Te lo aseguro! –dijo y miró a sus hermanos.

Estos, enseguida se dieron cuenta de lo que Lesgahel quería decir.

-Escúchame, Thranduil, en nuestra comarca crece una planta que contiene una sustancia extraordinaria. Descubrimos sus efectos por casualidad. Ayuda a olvidar las malas experiencias vividas, como puede ser una ruptura amorosa, o cualquier otro recuerdo doloroso. Basta tomar la infusión hecha con sus hojas para que, de a poco, se vayan borrando recuerdos mientras se piensa en ellos. Si estás seguro de que pasa algo entre tu hijo y el humano, nosotros podríamos provocar la ruptura y luego hacerle beber la infusión a Legolas; pero claro, no habría que decirle para qué sirve o no la tomaría. Con eso lograríamos que olvidara al hombrecito y todo lo referente a él.

-Si es así como dices, sería la solución perfecta. ¿Pero qué excusa tendría que darle para convencerlo de tomar dicha infusión todos los días? -dijo dejando de lado su preocupación y entusiasmado con la propuesta que le hacían.

-A ver, déjame pensar. Mmm... Quizá podríamos hacerle creer que contrajo una extraña enfermedad y que el único modo de combatirla es bebiendo esa sustancia de aquí en más. Le provocaríamos algún malestar, nada importante, algo que lo tuviera postrado algunos días. Con la ayuda de un sanador, lo convenceríamos de que debe hacer el tratamiento o las consecuencias podrían ser realmente graves. Más o menos eso. ¿Qué tal?

-No me agrada la idea de engañar a mi hijo sobre algo tan importante como su salud, pero esta parece ser la mejor salida. Llevaremos adelante el plan, solo si me aseguran que su mente no sufrirá severos daños.

-No, no sufrirá daños. Con dejar de consumir las hojas, el Príncipe volvería a recordar, lentamente, al joven y todo lo ocurrido. Bueno, pero para empezar necesitaremos una buena provisión de hojas secas, y, por supuesto, plantas vivas para que se reproduzcan en las huertas. Uno de nosotros iría a buscarlas a nuestra Comarca. Aremides podría partir mañana mismo, y en poco tiempo estaríamos listos para comenzar con nuestro trabajo.   

“Nuestro trabajo” -repitió mentalmente el rey, y aunque era él quien encabezaba la conspiración familiar en contra su amado hijo, esas palabras no le resultaron nada agradables.            


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