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D. D. O. por Ucenitiend

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A medida que Estel avanzaba en el relato de sus peripecias y demás, el enojo de Elrond iba en escalada. Ya colorado, literalmente hasta las puntas de las orejas, aguantó hasta que su hijo terminó de hablar para luego hablar él, más bien gritar: 

-¡Te fuiste sin mi autorización, y ahora vuelves y me cuentas, con tanta liviandad, que casi mueres! ¡Y además, ¿qué quieres?! ¡Repítemelo!... ¡No, mejor no te atrevas!... A ver si te entendí… Me pides que te acompañe a Mirkwood e interceda ante el Rey Thranduil para que te permita frecuentar nada menos que a su único heredero.  

-Sí, adar, entendiste bien -contestó Estel, no dejándose amedrentar por los gritos y el gesto adusto del Señor.

Al ver la actitud algo desafiante de su tutelado, el peredhel continuó más enojado: 

-¡Pero cómo se te ocurre! ¡Despreciaste a mi hija, una y otra vez! ¡¿Cómo crees que se sentiría si yo aceptara esa relación?!... ¡Y, encima, quieres a un... No, si ya veo que todos mis esfuerzos fueron inút... Tú, no podr... 

El sabio elfo todavía no podía explicarle a Estel que estaba destinado a dirigir el más importante reino de los Hombres, razón por la cual se le dificultaría tomar como pareja a otro varón, porque entre los de su especie no sería bien visto.

-Ada, no sigas con eso, sabes muy bien que no la desprecio; como podría, si Arwen es encantadora. La quiero mucho, pero no puedo amarla del modo que pretendes. Aquí, no es un secreto para nadie que prefiero la compañía masculina. Nunca seríamos felices juntos. Ahora, al fin encontré a alguien con quien quiero compartir mi vida. Lo amo y él a mí. Le di mi palabra de regresar por él, y de traerlo para que lo conozcan. Estoy seguro de que les agradará. No creo que exista una sola persona en toda la Tierra Media que no pueda admirarlo y quererlo.

-No es eso, Estel.

-¿Y entonces qué es?

-Que tú no podrás...

-Basta, está bien, no discutamos más. Creí que me darías tu apoyo, pero veo que me equivoqué al pedírtelo. Es una pena que no me comprendas. Bueno, de todos modos no necesitamos la aprobación de nadie para estar juntos.

Estel estaba consciente de que el orgulloso rey sinda rechazaría a todo aquel que no estuviera, convenientemente, a la altura de su hijo. Aunque lo negara, sabía que sin la intervención de Elrond se le haría muy difícil ser aceptado, pero por el amor de Legolas sería capaz de enfrentarse a todos. Solo esperaba que su amoroso novio nunca pensara igual que su exigente y soberbio padre.

El noldo le dio la espalda y se alejó, dando así por terminada la discusión.

Sin pronunciar una palabra más, Estel dio media vuelta y abandonó el cuarto del Señor. Al salir, vio que Elladan y Elrohir lo esperaban apoyados en el barandal de un puente, con los brazos cruzados sobre el pecho y gesto grave.

Al ver la expresión sombría de Estel, los gemelos no necesitaron preguntarle cómo le había ido con su padre.

-Era de esperarse -dijo Elladan, después de darle dos palmaditas cariñosas en la espalda.

-Era difícil que te diera su bendición -agregó Elrohir, y muy serio preguntó-: ¿Estel, estás seguro de lo que sientes? ¿Te das cuenta de que te fuiste detrás de un joven humano del que no conoces ni el nombre, y volviste enamorado de Legolas Thranduilion, nada menos? Hermano, tranquilízate, y dale tiempo a nuestro padre a que haga lo mismo. No le hables del tema por unos días. Y, tú, piénsalo, eres muy joven y siempre has sido muy enamoradizo. Tómate el tiempo necesario para saber si lo amas de verdad o es algo pasajero. En cuanto al Príncipe, si te ama, te esperará.

Los gemelos cruzaron sus brazos por detrás de la espalda de Estel y lo tomaron por los hombros. Por un rato, los tres continuaron parados en el mismo sitio con las miradas puestas en las azules cumbres que circundaban el angosto valle.

Alguien los observaba desde una ventana con el ceño fruncido y el corazón dividido, porque amaba a Estel, pero también amaba su hija, y no podía olvidar que sufría por amor.

Por la noche, Estel decidió no reunirse con su familia, prefirió ir a caminar por los alrededores hasta quedar agotado y así calmar la ansiedad que le provocaba el estar tan alejado de Legolas. Luego de un rato decidió volver para escribirle una carta:

 

"Mi muy querido Legolas:

                                      Ya he llegado a casa sin inconvenientes. Todos están contentos con mi regreso, y yo también estoy feliz de verlos. Bueno, Elrond está un poco enojado por mi escapada, pero en unos días se le pasará. Ahora estoy en mi cuarto y no puedo dejar de pensarte. Extraño tu cálida voz, con ese acento particular que me gusta tanto, sobre todo cuando pronuncias mi nombre. Extraño las recorridas que hacíamos por el bosque y las largas charlas que teníamos. No puedo esperar a estar juntos otra vez. Ya quiero tenerte en mis brazos para besarte y acariciarte, y hacernos el amor muchas, muchas más veces. Esta noche, y las restantes, no podré conciliar el sueño pensando en tus manos tocándome y en tu boca besándome. Y, tú, cariño, has aprendido muy bien cómo y dónde me gusta que me beses y toques. Pronto volveré a tu lado, como te prometí. Espero que no hayas tenido más problemas con tu padre. Ahora que estoy lejos, seguramente estará más tranquilo; pero lamento que la calma le dure poco, porque pienso volver a Mirkwood en cuanto pueda. Te cuento que les he hablado tanto de ti a mis hermanos que no pueden esperar a conocerte en persona. Elrond, por bastante tiempo estará muy ocupado, así que no podrá acompañarme; pero no importa, yo iré a hablar con tu padre. Ruega que me acepte. Mientras tanto, sueña conmigo que yo lo haré contigo, y así podremos estar juntos para querernos.

PD: Espérame, y no vayas a olvidarte de mí y de lo mucho que te amo. Te abraza, te besa y te acaricia con amor, tu Estel."

 

Mintió, no le contó que Elrond se había negado a acompañarlo, y menos la causa.

Ambos padres parecían haberse puesto de acuerdo para separarlos, pero por diferentes razones.

Al otro día le pidió al mismo mensajero que llevara su carta al Bosque Negro y se la diera en mano a Legolas, al que ya conocía, así evitaría que la carta pasara por el despacho de su padre. Le había dicho:

"-A nadie más que a él, ¿entendiste? A nadie más o te…"

Thranduil, por idea propia y animado por los otros tres, le asignó a un guardia la tarea de interceptar la correspondencia que llegara a los habitantes del palacio y la llevara directamente a su despacho.

Tiempo después, cuando llegó a Mirkwood, el cartero fue detenido en la entrada por el guardia y debió mostrar todas las cartas que traía. 

Una de ellas no tenía remitente ni destinatario, razón por la cual el soldado preguntó a quién iba dirigida.

El astuto mensajero, ya con experiencia en el tema, muy suelto de cuerpo dijo que esa la había escrito él a su novia que vivía en otra parte. 

El guardia le creyó y dejó la carta apartada con el resto que no le interesaba, y al rato entregó una pila de sobres a su soberano.

Thranduil revisó las cartas minuciosamente, y, por supuesto, no encontró ninguna para su hijo.

Desde lejos, Legolas, que por casualidad fue testigo del encuentro del guardia y el cartero, enseguida sospechó lo que pasaba, por eso esperó a que se separaran y luego se lanzó tras los pasos del humano hasta alcanzarlo en una calle lateral del palacio.

-Buen día. ¿Por casualidad, entregó al guardia alguna carta dirigida a mí? Soy el Príncipe Legolas.

El cartero, al que Estel nunca le recriminó que no entregara su carta al joven de la caravana ni le mencionó el linaje de Legolas, se sorprendió al enterarse de que el elfo, que fortuitamente había conocido tiempo atrás, era el mismísimo príncipe de ese reino.

-¡¿Tú?! ¡¿Digo..., Usted, es el Príncipe?! Espere... Sí, acá la tengo. El joven Estel me pidió que se la diera en mano o me desollaría vivo. Iba a intentar dársela más tarde, pero no sabía cómo hacerlo. ¡Qué suerte que me vio!

Legolas se rio por la ocurrencia de Estel, luego tomó el sobre y se apresuró a guardarlo en uno de sus bolsillos. Miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los hubiera visto juntos, y alcanzó a ver que Aremides, ya de regreso del sorpresivo y misterioso viaje que hiciera a su comarca, caminaba hacia él sonriéndole de un modo desagradable. Hacía rato que no le gustaba la manera en que acostumbraban a mirarlo, hablarle muy cerca y tocarlo dos de sus tíos. Rápidamente se separó del mensajero sin poder decirle que esperara la respuesta.

-Sobrino, qué bueno que te encuentro. ¿Pero, te pasa algo? Te veo pálido y como nervioso. ¿Te sientes mal? -dijo Aremides, y enseguida apoyó una mano en la parte inferior de la espalda de Legolas.

-No, en absoluto. Me siento bien -contestó aguantando la repulsión que le provocaba la gran palma posada muy cerca de su trasero, y luego agregó-: Ahora que lo mencionas, mejor me voy a descansar un poco antes del almuerzo. Hasta luego, Aremides –dijo, y caminando rápido trató de dejar atrás al pegajoso que lo seguía haciéndose el desentendido.

-Espera, sobrinito, te acompaño.

Unos elfitos que jugaban en medio de la calle haciendo un gran alboroto, acostumbrados a que su príncipe siempre se detenía a hablarles o darles algún dulce, enseguida lo rodearon y se colgaron de sus brazos para que se agachara y así poder abrazarlo y besarlo.

Legolas fue tironeado por los elfitos mientras los besaba y buscaba en sus bolsillos algo que regalarles, y tuvo la mala suerte de que al sacar la mano el sobre se deslizara y cayera entre los pies de los pequeños sin que él lo notara.

Aremides, sí lo vio caer y se apuró a tomarlo y a esconderlo entre sus ropas.

Cuando los niños se fueron contentos con sus besos y caramelos, Legolas siguió caminando en compañía del otro elfo.  

-Qué hermosos son. Debes sentirte feliz de ser tan amado por los niños. 

-Sí, son lindos, aunque bastante revoltosos. Aremides, disculpa, estoy apurado. Con tu permiso, me adelantaré –dijo ansioso por leer la carta y se alejó de su tío caminando aún más rápido.

A Aremides ya no le importó quedarse rezagado, por el contrario, ansiaba quedarse solo. Esperó a que Legolas desapareciera de su vista, sacó la carta de entre sus ropas y leyó. 

-¡Ah, pero no solo te adoran los niños; este joven está loco por ti! Y créeme que lo comprendo, sobrinito. ¡Cuando tu padre lea esto...!  

Al rato, el muy sinvergüenza llegó al despacho del rey acompañado por sus dos hermanos. 

-Su Majestad, tenemos algo para ti -dijo Aremides regodeándose por lo que pasaría. 

Por ser el que pergeñara el plan, Lesgahel fue el elegido para entregar la reveladora carta.

Cuando Thranduil terminó de leer se derrumbó en su sillón; pasaban los minutos y continuaba sin moverse, apretando los dientes y achicando los ojos, estrujando la carta con una mano y con la otra apretando tan fuerte el apoyabrazos, imaginando que era el cuello de Estel, que ya tenía los nudillos lívidos. Y así permaneció hasta que Lesgahel, satisfecho con el resultado obtenido, preguntó: 

-¿Y, querido Thranduil, cuándo empezamos?

-Ayer –contestó en cuanto pudo despegar los labios.   


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