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D. D. O. por Ucenitiend

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Llegaron al palacio entrada la noche, y cuando se detuvieron frente a la Puerta Principal de inmediato fueron asistidos por varios guardias. Mientras uno sujetaba las riendas de los caballos, Legolas inclinó al desvanecido hasta dejarlo seguro en los brazos de otros dos soldados y les indicó que lo llevaran con mucho cuidado a una de las recámaras contiguas a la suya. Una vez apeado, pidió a otro guardia que diera aviso a los curadores y después corrió a comunicarle las nuevas a su padre.

Thranduil, que además de no sentir aprecio por los Hombres, consideró muy inapropiada la decisión de su hijo de internar al extranjero junto a sus habitaciones teniendo una excelente Casa de Curaciones a su disposición, pero finalmente se dejó convencer.

Al mismo tiempo, lejos de ahí, la caravana reanudaba su viaje sin rumbo fijo.

Pasados los días, aún era desconocida la identidad del joven hombre, pues seguía inconsciente.

Extrañamente crecía en Legolas la necesidad de permanecer lo más posible a su lado y de cuidarlo, por eso había acordado con los curadores colaborar en su atención, así que en su tiempo libre le brindaba cuidados básicos como controlar su respiración y temperatura, deslizar agua pura en su boca para mantenerlo hidratado, o con hierbas medicinales para combatir sus severas infecciones, asegurándose de que tragara todo sin ahogarse, y también ver que las vendas estuvieran siempre limpias. De las curaciones más importantes y de la higiene se encargaban los sanadores. 

Por fin, una mañana Estel abrió los ojos y, aunque su vista estaba nublada y su mente poco lúcida, percibió que alguien lo miraba con el rostro muy cercano al suyo y le tocaba la frente. Aturdido como estaba, y fiel a sus deseos, creyó ver al rubio de sus sueños, y, emocionado, dijo a media voz:

-Al fin... Abrázame.

Sin hacerse rogar, Legolas se inclinó y le pasó los brazos por debajo de la espalda esquivando la herida.

Fue entonces que Estel sintió el perfume a flores que desprendía su pelo y su cuerpo, y eso terminó de convencerlo de que era el rubio de la caravana quien lo rescatara de la muerte. Cerró y abrió los ojos, varias veces, para aclarar su vista, y lo logró en el preciso momento en que Legolas se erguía, recién entonces pudo ver su rostro con claridad. Grande fue su decepción al ver que era un elfo y no quien esperaba, aunque no pasó por alto su hermosura.

-¿Cómo te sientes? -dijo Legolas.

-No sé, todavía -contestó con la boca pastosa y tono de pocos amigos debido a su frustración. 

-¿Tienes sed? ¿Quieres un poco de agua? 

-Sí, por favor -respondió de mejor modo, y sin dejar de mirar al elfo. 

Legolas le sostuvo la cabeza y le acercó una copa con agua fresca a la boca.

De pronto, un rayo de sol que se coló entre ellos pasó a través del cristal tallado y se separó en siete colores.

Cuando Estel vio el pequeño arco iris que se formaba entre ambos y se sintió tan bien atendido, por un momento se confundió y pensó: "Para cuidarte... y regalarte el sol…" Pero enseguida reaccionó, porque para él no había sido el elfo quien escribiera las amorosas palabras que lo animaron a alejarse de su hogar, esas palabras pertenecían a otro, y estaba ansioso por encontrarlo, así que apartó la copa de su cara y, levantando la voz, dijo: 

-¡La caravana...! ¡Búscalo, por favor! ¡Es alto, rubio y de ojos verdes! ¡Dile que llegué!  

Legolas no comprendió por qué de pronto el joven gritaba, ni de quién hablaba, y creyó que con los ojos abiertos aún deliraba. 

-Tranquilo. Bebe un poco, te hará bien.

-¡No entiendes! ¡La carta está en uno de mis bolsillos! ¡Tráela! ¡Busca a quien la escribió! ¡Dile que ya llegué para estar con él! -dijo más agitado.

Legolas, aún sin comprender, le hizo caso y fue a buscar la chaqueta que había guardado en el vestidor de la recámara por si su dueño la reclamaba aunque estuviera ensangrentada y rota. Metió la mano en todos los bolsillos hasta que por fin halló el sobre, y cuando percibió el suave aroma que salía del mismo, lo abrió y miró.

-¡No, no puede ser, pero si es mi carta! ¡Entonces, él...! ¡Él es...! ¡Y su amada, resultó ser... "amado"! ¿Y ahora qué hago, le digo la verdad o me callo? ¡¿Pero cómo le digo que esta carta la escribí yo?! ¡No me lo perdonará! ¡Qué hice! ¡Debo ir ya mismo por ese hombre, aunque mi padre se enoje conmigo!

Salió del vestidor con el rostro desencajado y miró al humano que esperaba nervioso que hubiera hallado la carta. Sin decir nada, fue a hablar con el soldado que hacía guardia en el pasillo por si se necesitaba algo. 

-Sabes dónde acampa, exactamente, la caravana de Hombres.

-Ya se fueron, Príncipe, creo que el mismo día que trajo al joven.

-¡Ay, no! ¿Se sabe hacia dónde iban? 

-No, Príncipe, Su Majestad dio órdenes precisas de que solo los vigiláramos de lejos y de tanto en tanto, sin entrar para nada en contacto con ellos.

Legolas volvió a entrar al cuarto, cerró la puerta y se quedó parado sin decir nada.

-¿Qué pasa, por qué te quedas ahí con esa cara? ¿Y lo que te pedí? -dijo Estel cada vez más ansioso.

-La caravana partió hace varios días, y no sabemos hacia donde. Lo siento mucho.

Estel quiso levantarse, pero se mareó a causa de su gran debilidad, y además fuertes punzadas en la espalda y en la pierna lo obligaron a quedarse quieto. Hizo un nuevo intento, y otro más con el mismo doloroso resultado.

-Quédate acostado, por favor, tus heridas aún no cierran del todo -dijo Legolas mientras corría hacia la cama para asistirlo.

-Ayúdame, por favor, debo alcanzarlo -dijo Estel, casi rogando.

-Lo siento, no lo haré. No es conveniente.

Estel se tapó la cara con un brazo para que el elfo no viera que se le llenaban los ojos de lágrimas, y no por el dolor que sentía en todo el cuerpo, sino de impotencia. Había dejado su hogar, pasado mil penurias y terminado casi muerto en una cama, y para cuando estuviera recuperado sería muy tarde, porque su amor se habría alejado demasiado y perdido vaya saber en qué caminos. Y tampoco entendía por qué el joven desaparecía luego de contestarle tan amorosamente su carta.       


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