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La tempestad del mar por VampireSaga

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Apenas eran unos chiquillos, sin saber lo que les esperaba, el destino estaba flotando sobre sus sonrisas, todo aquello parecía utópico para quien los observaba, tan parecidos y tan diferentes, eran dos gotas de agua perfectas que iban cayendo con lentitud para los humanos y con rapidez para los dioses. La mañana era como el color de los cabellos del menor, de un azul intenso, profundo, como  el agua. Cuando la noche despedía al sol, el azul era tan añil con un tinte oscuro que era parecido a los hilillos del mayor. Así podrían identificarlos, usaran la misma ropa, peinaran en la misma dirección los cabellos, rieran igual o sus voces tuvieran el mismo tinte, esos cabellos eran su única diferencia.  

-¡Kanon, Saga!, sé que están ahí y que han faltado de nuevo al entrenamiento. ¡Salgan ya o llamaré a su padre! –Una mujer menuda, de ojos amables, de cabello largo y de rasgos finos se limpiaba las manos con el ropaje que traía, buscando a los chiquillos en aquel escondite de la casa.

-Madre…Te juro que ha sido idea de Kanon –Murmuró con arrepentimiento el mayor de los gemelos y luego salió el menor con gestos que denotaban su molestia, dando un golpe en la cabeza a su hermano.

-¡Saga, quedamos que no diríamos nada!, ¡te odio! –Se cruzó de brazos y su madre se aproximó para darle un golpe a ambos.

-Eso por escapar de su padre, ¿Cómo pretenden llegar a ser santos de Atenea si ni siquiera ponen empeño?, su padre se la vive entrenándolos, porque el ya no tiene oportunidad. –La madre se puso a su altura y se les quedo viendo, tomo el rostro de su hijo menor –Kanon, el odio es malo, no lo dejes sembrar en ti, debes amar a Saga –Le beso la frente y los abrazo a los dos.

Kanon frunció el ceño y luego abrazo a su madre, pero después que cruzo mirada con Saga, quien parecía mucho más sensible y amable como si fuese un ángel, (al cual solo le faltaban las alas), le termino por sacar la lengua y hacer una seña junto a esa mirada diciéndole ‘me las pagaras’.

-¡Aquí están, pequeños bribones! –La voz masculina invadió el ambiente y los niños al mismo tiempo dieron un respingo, al escuchar a su padre, encogiéndose en los hombros de su madre.

-No los regañes –Insistió ella con una sonrisa. –Están arrepentidos, han prometido ayudarte en el trabajo horas extras.

-¡¿Eh?! –Espetaron los dos y se separaron rápidamente, mirándose entre sí.

-Muy bien, pero ahora debemos ir a entrenar, hijos, saben que no pueden andar de aquí para allá y menos tu Kanon, te lo prohíbo.

-¡¿Por qué padre?! ¿Por qué yo y no Saga?, ¡no cabe duda que lo quieren más, le dejan jugar con los demás niños, va a clases y tiene amigos y yo debo estudiar en casa y quedarme!, ¡No es justo! –Los padres habían puesto una cara extraña, entre preocupación y miedo.

-Yo quiero que Kanon tenga amigos y que vaya a clase….

-¡No Saga!, ¡Kanon, entiende, nadie!... –El padre había interrumpido al hijo y a su vez se había interrumpido él.

-¡¿Nadie qué?! –Gritó Kanon apretando los puños, bajando la mirada porque las lágrimas se habían apoderado de él -¡Nadie debe enterarse que existo!, ¿no es así?, es porque no me quieren. –Salió corriendo y aunque su madre quería ir tras de él, no lo hizo, solo abrazo a Saga viendo a su esposo.

Kanon había salido corriendo, bajando al centro del pueblo, atravesando las calles como un pequeño torbellino hasta dar a la playa, hasta meterse al agua, deseando morir, estaba llorando que ya nada le importaba, no entendía que debía quedar en el anonimato y su odio hacía su hermano crecía, le daban todo, siempre era el mejor, el que aprendió a leer primero, el que siempre traía buenas notas a clase y en los entrenamientos era más fuerte. No eran dos gotas de agua, uno era un chorro y el otro una gota, una miserable gota. Se dejó caer a orillas entre la arena y el mar. Dejando que el agua lo tocase, cubriendo su rostro con su antebrazo para seguir llorando.  Hasta que una sombra lo cubrió todo, picando parte de su descubierta frente.

-Oye tú, deberías dejar de llorar, asustas a los cangrejos. –Era la voz de un chiquillo, su acento era extraño, fuerte, extraño pero denotaba que era menor que él. Kanon abrió los ojos, para encontrase con un chiquillo rubio, de cabellos cortos pero alborotados y de ojos expresivos, más bien fríos, su rostro era inexpresivo.

-¿A los cangrejos? –suspiro recobrando la postura y se le quedó viendo cuando el chiquillo le tomo la mano y le puso aquel animal.

-¿Son lindos, no crees?...Pensaba en la inmortalidad de ellos, cuando tú has aparecido –Se levantó y lo señaló, Kanon se quedó sin habla, viéndole de pies a cabeza, era un niño. Cualquier cosa estaba bien.

-Sí, bueno… ¿Lo siento?

-No basta con sentirlo, tienes que… -se quedó pensando en ello mientras el chiquillo de cabellos azules se levantaba.

–Me voy a casa

-¿Qué?, ¿me has robado tiempo y aun pretendes huir? ¡Que descaro el tuyo!

-Dime una cosa ¿Qué edad tienes?

-¡Es0 no te importa! –Protesto el rubio, aunque Kanon pensó que casi le doblaba la edad.

-Tienes cinco años, aun eres un bebe, no voy a perder el tiempo contigo –Le puso la mano en la cara y lo empujo haciéndole caer. –Vete con tu madre.

El chiquillo se quedó llorando y Kanon partió, lo que no sabía es que le esperaba un angustioso destino después de aquello. El chiquillo había jurado venganza, grabo aquellos rasgos en su mente, para cobrar venganza después. Cuando regresó a casa, el peli-azul se dio cuenta que su enojo se había disipado, le resultó increíble ese encuentro, estudió, beso la mejilla de su madre y luego descanso.

 


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