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Another Dream por Yuka_Gazetto

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Notas del fanfic:

Bien, no sé si recuerdan que no hace mucho, participé de un desafío, bueno, mi fic se llamó "Real dream" 

 

Esta es la segunda parte. Vendría a ser el lado de Kouyou. No importa cuál leas primero, los dos están perfectamente mezclados. 

 

Si tienen curiosidad de ver qué pasaba del otro lado, aquí tienen. 

Notas del capitulo:

Bueno, la canción que se lee cuando pasa de una narración a otra, es de Depeche Mode- Precious. 

 

Espero que les guste. 

 

Sus pasos resonaron sobre el suelo de cemento. La gente caminaba junto a él, caminaban rápido, metidos en sus asuntos, no como él. Él no tenía ningún asunto. Las personas que pasaban rápido por al lado suyo lo empujaban con los hombros, no se disculpaban, solo seguían su camino, sin mirarlo, sin saber que existía.

 

 

 

 

Era libre, su alma era libre, más su corazón no. El ruido de la ciudad no era impedimento para él, no los escuchaba, apenas si los sentía como pequeños ecos. Las voces de las personas conversar entre sí sin importarles que la demás gente los escuchara. Otros hablando por teléfono con un tono de voz demasiada alta, nadie pensaba en el otro, solo en sí mismos. Bueno, tampoco era muy distinto a él, solo pensaba en sí mismo, en caminar y caminar, sin que los pies le dolieran. No dolían, aún si no parara, no dolían.

 

 

 

 

El eco de las bocinas de los autos obstruía el paso a las voces de las personas en él. Contuvo el aliento y paró de caminar, miró a las personas que ni se inmutaron en su parada, todos seguían caminando. Una bocina más alta que todas lo distrajo, miró hacia la calle.

 

 

 

Un auto negro pasó rápido por allí, sin importar los demás que trataban de seguir su camino, pudo ver un hombre, de cabellera negra, larga hasta por debajo de los hombros, sus brazos estaban tensos al volante, este nunca miró hacia la multitud de gente, nunca miró hacia él, solo siguió su camino. Tan rápido como se apareció, desapareció de su vista. Solo quedaban las luces rojas de la parte de atrás del auto negro.

 

 

 

En ese momento, recordó exhalar.

 

 

 

Cosas frágiles y preciosas…

 


Necesitan un manejo especial.

 


MI DIOS… ¿Qué voy hacer contigo?



 

 

 

Exhalé suavemente y abrí mis ojos. Miré a mí alrededor, un extenso verde se extendía sobre mí, flores me rodeaban, el sol me iluminaba. Me senté de mejor forma, al parecer, estaba apoyado en el tronco de un árbol. Me dí la vuelta y en efecto lo era, un gran y hermoso árbol de Sakura, sonreí al verlo. Una pequeña brisa me hizo estremecer, al parecer era de mañana, ya que no había nadie además de mí. Me levanté con cuidado y caminé un poco.

 

 

 

Me sorprendí.

 

 

 

 

Todo estaba mojado, excepto el lugar en donde estaba acostado, me sorprendí pero no me molestó en absoluto. El agua estaba helada, me dolían los pies del frío. En ese momento me dí cuenta que estaba descalzo.

 

 

 

¿Por qué?

 

 

 

 

Seguí mi camino, miré los árboles totalmente verdes y poblados. Me gustaban las inmensidades, y los árboles eran uno de ellos. Me estiré todo lo que mi figura dio y tomé una pequeña hoja que se mostraba ante mí, sostenida por una pequeña y delicada rama, la arranqué de manera suave y la miré de cerca, sonreí, tenía un precioso color verde. La acerqué a mis labios y la toqué delicadamente con ellos, cerré los ojos y sonreí.

 

 

 

 

El viento sopló, revolvió mis cabellos de manera suave. Un mensajero, así lo creí yo. El viento me trajo un leve ruido, no tan lejos de mí. Volteé y allí vi una persona.

 

 

 

Allí lo vi… a él.

 

 

 

 

 

Estiraba su mano, mirando con delicadeza las rosas frente a él. Parecía amarlas con una sola mirada, con una sola caricia en esos pétalos. Me recordó a mí hasta hace unos minutos. Sonreí por ello. Me acerqué a él, al parecer no hice ningún ruido, porque no me escuchó. Como un gatito acechando su presa, me quedé tras él, mirando su espalda. Iba a dejarlo allí, pero algo me decía que le hablara, algo me impulsaba hacerlo.

 

 

 

Por eso lo hice.

 

 

 

 

— ¿Te gustan?—pregunté suavemente.

 

 

 

Tenía miedo, por lado, que me respondiera y la otra que no. Demasiado tonto, pero… nadie me escuchaba, no existía para nadie. Ya sabía la respuesta. Aun así tenía miedo.

 

 

 

Mi cuerpo tembló, mi piel se erizó, una ansiedad me recorrió.

 

 

 

No me respondió.

 

 

 

No me escuchó.

 

 

 

Seguía acariciando la rosa, nunca volteó, nunca paró. Bajé la vista y la clavé en sus pies, también se encontraba descalzo. Alcé la cara y miré su nuca asombrado. Estaba como yo ¿No me escuchó? Ladeé la cabeza e hice un gesto con mis labios. Me dí vuelta hacia mi derecha, para irme, pero antes, lo miré una vez más.

 

 

 

 

Sonreí y me acerqué un poco a su nuca.

 

 

 

—Son tuyas —susurré por última vez, sonreí con melancolía.

 

 

 

No era la primera vez que me pasaba.

 

 

 

Me alejé de él, caminé por el pasto una vez más, ya no sentía mis pies. Era extraño, yo nunca me quejaba de nada sobre ellos, caminaba y caminaba, nunca dolía, nunca presentaban una molestia… ¿Por qué esta vez si?

 

 

Me paré en seco y miré mis pies mojados, tenían un leve color violeta. Cerré los ojos dejando caer la hoja de árbol que siempre tuve en la mano. Cayó suavemente sobre mis pies.

 

 

 

 

Por un momento, viví, pude vivir.

 

 

 

En ese momento, recordé inhalar.

 

 

 

 

 

MI DIOS… ¿Qué voy hacer contigo?

 


Siempre tratamos de compartir…

 


…lo más tierno del cuidado.

 

 

Ahora mira lo que te pusimos a través de eso.

 

 

 

 

 

 

 

Abrió los ojos y miró hacia el cielo, el gris se extendía por todo el lugar. No solo el cielo, los edificios también, la gente… Siempre se preguntó porqué caminaba siempre por aquellas calles, nadie esperaba por él, nadie lo extrañaba. Entonces… ¿Por qué caminaba sin parar? Las mismas calles, las mismas cuadras, los mismos 100 metros.

 

 

 

 

 

Caminó nuevamente, solo caminaba, no vivía, solo caminaba.  Por eso, no lo llamaba vida.

 

 

 

 

Podía estar libre de las cuatro paredes sólidas, pero no del afuera. Aún estando afuera, ella lo rodeaba, le asfixiaba, aún sintiendo el frío, el calor, el viento, aún así lo asfixiaba. Un rugido resonó por toda la ciudad, haciendo eco gracias a las grandes paredes de los edificios que lo rodeaban. La lluvia no tardó en aparecer. Unas pequeñas gotas tocaron su cabeza, luego los hombros, sus manos, y todo su cuerpo. La gente corrió desesperada, refugiándose de la lluvia, otros sacaban un paraguas de sus carteras. Él  no llevaba nada. La lluvia lo empapó rápidamente. Sus cabellos se pegaban a su rostro, enmarcándolo delicadamente, las gotas recorrieron su rostro, pasando por su entre ceja, recorriendo el puente de su nariz para luego llegar a la punta y caer al suelo. En el momento que abrió sus labios, una pequeña gota de lluvia los acarició.

 

 

 

Levantó su mano y la miró, mojada completamente pudo recordar el tener esa pequeña hoja entre ellas.

 

 

 

En aquélla vida.

 

 

 

 

Sonrió, quería volver a vivir. ¿Era eso posible? Bajó su mano y miró hacia el cielo, la lluvia lo recorrió por completo, masajeó su rostro en suaves caricias. Al volver el rostro hacia abajo, dejó de llover, miró hacia todos lados, la gente ya no corría, caminaban tranquilamente, todos dejando el paraguas de lado.

 

 

 

 

Debía caminar.

 

 

 

 

Movió sus pies, no se preocupó por estar mojado, solo siguió caminando, sin importar nada, como siempre. Una persona que iba corriendo demasiado rápido lo empujó y estuvo a punto de caer. Se tambaleó y miró hacia atrás. Solo pudo ver como su cuerpo menudo de sacudía se tensaba con cada zancada, su cabello castaño se mecía violentamente al correr rápido. Este se perdió entre la gente. Bajó la mirada y siguió su camino una vez más.

 

 

 

 

La gente una vez más murmuraba, no, prácticamente gritaban. Levantó la vista y en ese momento solo pudo ver como un auto le daba de lleno a ese chico castaño que lo había empujado antes. Había cruzado sin mirar. Una expresión de terror se asomó en su rostro. El sonido del metal crujiendo, el conductor había dado una gran frenada de costado luego de dar con el chico. El auto volcó, cayendo de costado, los vidrios de este explotaron al contacto con el asfalto. La gente gritó aún más.

 

 

 

 

Cerró los ojos fuertemente luego de ver todo aquello. Y los volvió abrir, el auto volcado reflejó su imagen desde lejos, su silueta de dibujaba a través de la pintura. Corrió, se alejó de allí lo más rápido que sus pies le permitieron. Llegó al callejón de aquélla misma cuadra. Todos miraban el accidente, todos miraban más no hacían nada, insolentes. Alzó la mirada y miró hacia el interior del callejón.

 

 

 

 

Allí vio algo que no se esperaba.

 

 

 

 

Una pareja se encontraba abrazada, uno de ellos, de cabello negro, estaba sentado en el suelo, el otro escondía su rostro en el pecho de su acompañante.  Estaban abrazados fuertemente, uno lloraba, lo supo por el temblor que podía ver en sus hombros, era muy notorio. La persona que lo abrazaba lo sostenía con fuerza, porque sabía que si lo soltaba, este caería al suelo por no poder mantenerse. La persona que lloraba era más alto de quien lo sostenía. Sólo podía distinguir su cuerpo menudo y cabello castaño largo hasta los hombros. Su rostro, aun si estuviera de perfil, no lo podía ver, la distancia no le dejaba., no se quiso acercar, no quería interrumpir. Además sus cabellos tampoco le dejaban distinguir. Su acompañante le susurraba algo, podía ver sus labios moverse suavemente, mientras comenzaba a llorar. El pelinegro alzó su mano y acarició el cabello del castaño dulcemente.

 

 

 

Eso hizo que el castaño levantara su vista y mirara el pelinegro a los ojos. Pudo distinguir, con dificultad, nuevas lágrimas caer de sus ojos, como estas recorrían su rostro angelical, sabía que lo tenía, con solo notar lo blanco que era… era suficiente.

 

 

 

 

Miró hacia el lugar del accidente, la gente aún se acumulaba más y más allí, la sirena de la ambulancia se escuchaba de lejos. Volvió su vista y miró hacia el callejón, ellos ya no estaban allí. Miró hacia el suelo, una vez más hacia el tumulto de gente y se adentró al callejón.

 

 

 

Podía imaginarlos, allí, en el suelo, abrazados. Los anhelaba, los envidiaba.  Él quería vivir así.

 

 

 

 

Él quería vivir.

 

 

 

 

Las cosas se dañan…

 

 

Las cosas se rompen…

 

 

 

 

 

 

Levanté la vista, el cielo estaba surcado por grises nubes, manchaban el cielo azul que se escondían tras ellas. En ciertos sitios, esas nubes eran de color muy oscuro, casi negras, me pregunté si alguien estaba triste, o más bien enojado. Siempre creí que cuando las nubes tapan el cielo y el sol, es porque alguien estaba sufriendo mucho, sonreí ante esos pensamientos.

 

 

 

 

A veces me preguntaba si era yo quien sufría.

 

 

 

 

Miré hacia ambos lados y volví a cerrar los ojos, recostándome en el árbol en el que siempre estaba. De alguna manera, este lugar era mi escapatoria de esa libertad tan odiada para mí. Abrí los ojos de manera lenta, ya que una sobra se paseó frente a mí, frente a mis párpados. Miré hacia mi derecha, allí estaba él, una vez más.

 

 

 

Siempre miraba esas flores. Siempre las tocaba.

 

 

 

 

Ladeé mi cabeza y lo observé por unos minutos. Era tan callado. Tan silencioso, ni sus pasos se escuchaban, no se escuchaban, así como los míos. No supe cuánto tiempo estuve viéndolo, el tiempo no parecía correr, no parecía haber tiempo en este lugar, nada se hacía más oscuro, nada se hacía más claro.

 

 

 

 

No parabas de tocarlas.

 

 

¿Por qué?

 

 

 

 

 

Me levanté de manera lenta, sin dejar de observarte. Caminé hacia ti lentamente, yo no hacía ruido, así como tampoco tú lo hacías. Si lo tocaba… ¿Podría verme? Llegué a su lado y lo miré, su mirada en extremo serena, tan calmado, tan paciente.  Pero esperabas algo, podía notarlo.

 

 

 

¿A quién esperas?

 

 

 

 

El viento acariciaba nuestros cabellos, mecía las flores frente a nosotros, el olor de ellas llegaba a nosotros en un leve perfume. Cerré los ojos e inhalé ese rico olor. Miré al cielo, podía ver algunas nubes dispersándose. Sonreí. Estiré mi mano, la llevé hacia la tuya y la toqué, pude sentirte… pude sentir como te percataste de mí.

 

 

 

 

Toqué esa hermosa piel, blanca, casi como la mía. Podía ver las venas recorrerlas, unas manos delicadas, hermosas. Levantaste la mirada y me viste.

 

 

 

 

Creí morir en esta realidad.

 

 

 

 

Tus ojos, tan negros como la noche me miraban fijamente, tus labios gruesos esperaban articular alguna palabra. Tu cabello negro se mecía suavemente con la brisa de este jardín. Le sonreí suavemente, él también lo hizo.

 

 

 

 

—Este lugar te gusta mucho. —No le pregunté, lo afirmé, lo sabía.

 

 

 

 

 

Asentiste con la cabeza sin dejar de sonreírme, y mi sonrisa se ensanchó aún más. Eras perfecto, eras hermoso. Creí morir de la felicidad. Al fin, alguien me miraba, alguien me sonreía… me sonreías.

 

 

 

 

Tomé tu mano y la entrelacé con la mía, no quería perderte, no te dejaría ir ahora que me mirabas.

 

 

 

 

—A mí también me gusta —dije sonriendo.

 

 

 

 

Me sorprendí.

 

 

 

Levantaste tu mano y acariciaste mi mejilla suavemente, con un mimo increíble. Aunque me sorprendiste, no te aparté, se sentía tan bien. Cerré los ojos sonriendo y recosté mi mejilla en tu palma. No dejabas de acariciarme, te gustaba mi piel, eso me hizo sonreír aún más.

 

 

 

 

Abrí los ojos y los posé en los tuyos. Un contraste tan hermoso, tus ojos negro intensos, un poso sin fin. Los míos, tan claros como una piedra, tan brillantes como el sol.

 

 

 

 

Tenía que volverlo a ver.

 

 

 

 

— ¿Vienes seguido?—pregunté curioso.

 

 

 

 

 

—No realmente—susurraste.

 

 

 

 

 

Tenía que decirte que no te fueras, que te quedaras, que vinieras más seguido, para estar aquí…conmigo.

 

 

 

 

 

No quiero estar solo.

 

 

 

 

 

—Debes venir —dije emocionado.

 

 

 

 

— ¿Por qué?

 

 

 

 

—Así podré verte de nuevo. —Sonreí con suavidad.

 

 

 

 

Pude apreciar como tus ojos me miraban con curiosidad. Solté una leve risita.

 

 

 

 

— ¿Has estado viéndome?—preguntó extrañado.

 

 

 

 

Desde que vivo.

 

 

—Desde hace mucho tiempo. —Miré su rostro al decir estas palabras.

 

 

 

 

Comenzaste a reír levemente y desviaste tu mirada de la mía. Solaste mi mano y te alejaste de mí. Tuve miedo, mucho miedo. ¿Te ibas? ¿Me dejabas?

 

 

 

 

No te vayas.

 

 

 

 

Estabas sentado en uno de los bancos, mirabas tus pies atentamente. Mi pecho se estrujó. Levantaste la vista y me miraste. No sé que expresión te dí, pero tu mirada serena cambió para sonreírme con sinceridad. Diste un par de palmadas en el asiento y me mirabas mientras lo hacías. Sentí que la vida volvía a mí. No me abandonabas.

 

 

 

 

No me abandonarías… ¿Verdad?

 

 

 

 

Me acerqué sonriendo y me senté junto a ti. Aun si no nos tocábamos, te sentía allí, junto a mí. Eso era suficiente. Tus ojos a pesar de no mostrarme quién eras, si me mostraban la felicidad que emanaba. Yo también estaba feliz, porque tú también lo eras.

 

 

 

 

Comencé hablar de muchas cosas, la mayoría no tenía sentido, incluso tartamudeaba de vez en cuando, pero no parecías notarlo. Me mirabas tan profundamente, mirabas cada gesto mío, escuchabas cada tono de mi voz. Me sentí realmente importante. Paré de hablar luego de varios minutos. Seguías mirándome, sonreí y tomé tu mano, la entrelacé con la mía. Dejé de sonreír, pero claro, no estaba mal, claro que no, contigo junto a mí ¿Qué estaba mal?

 

 

 

 

Miré tu mano por largos minutos. Tan blanca, tan suave. La acerqué a mí y la apoyé en mi frente. Tan cálida. Cerré los ojos, dejando sentir esa calidez que emanabas.

 

 

 

 

No cierres los ojos, por favor.

 

 

 

No lo hagas. Déjame vivir, déjame vivir contigo.

 

 

 

 

 

 

Pienso que las manejamos, pero las palabras se dejan sin ser habladas.

 

 

Nos dejan tan quebrados…

 

 

Allí fue tan solo, dejar para dar.

 

 

 

 

Abrió los ojos de manera brusca. Su respiración se aceleró de manera brusca. Comenzó a mirar hacia todos lados. La gente seguía caminando, haciendo lo suyo… Él, él miraba desesperadamente hacia todos lados, tratando de encontrarlo. No podía dejarlo, él no lo había dejado.

 

 

 

 

Las lágrimas cayeron de sus ojos de manera rápida. No paraba de buscarlo, corrió y corrió, buscándolo. No podía dejarlo. Él debía de estar allí, él debía de estar vivo.

 

 

 

Corrió durante horas, aun así no lo encontró. Paró cuando se dio cuenta de que ya no valía la pena. Él no estaba allí.

 

 

 

 

Comenzó a llorar más fuerte. Se tapó el rostro con las manos y gritó. Dio un alarido mientras lloraba.

 

 

 

 

—No me dejes… No me dejes-sollozaba.

 

 

 

 

 

Comenzó a temblar. Separó las manos de su rostro y las miró con los ojos llorosos. Estaban completamente mojadas por sus lágrimas. Las apretó en puño, clavándose las uñas en las palmas de manera muy fuerte. No le importó hacerse daño.

 

 

 

 

Porque no sentía el dolor.

 

 

 

 

Él no podía estar muerto.

 

 

 

 

 

Siempre vagó por un mundo libre, libre de penas, libre de tristeza, libre de egoísmo, pena. Pero así como estaba libre de ellas, tampoco estaba la felicidad, la dicha, el amor. No era nada.

 

 

 

 

Un mundo vacío, una mente vacía.

 

 

 

 

Pero amaba, claro que amaba. Lo había probado, había encontrado aquello que alguna vez sintió. No podía perderlo una vez más.

 

 

 

Aún si estaba enamorado de alguien que no existía.

 

 

 

Amaba y vivía en aquél lugar. Quería vivir así, allí.

 

 

 

 

 

Estaba condenado, desde aquél día lo estaba.

 

 

 

 

El accidente.

 

 

 

 

Cuando cruzó, y este vino hacia él. Cuando, sin saberlo, la persona que amaba lo había condenado a la libertad. Se habían condenado.

 

 

 

 

¿Por qué no podía vivir en paz?

 

 

 

 

¿Qué debía hacer para vivir?

 

 

 

 

 

 

Apretó aún más fuerte sus manos. No sentía la sangre escurrirse, no sentía nada más que su pecho ardiendo, más que sus ojos escocer, más que el anhelo de vivir.

 

 

 

 

 

—Kouyou… — Un susurro se coló por sus oídos.

 

 

 

Sintiendo ese susurro hasta lo más profundo de su inexistente ser.

 

 

 

 

 

Dejó de apretar su mano, y dejó caer la sangre libremente. Una figura larga tirada en el suelo se mostraba ante él.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ángeles con alas de plata…

 

 

No saben que sufrimos.

 

Pienso que puedo tomar el dolor por ti.

 

 

 

 

 

Abrí mis ojos, ese día no era como los otros. La lluvia caía sobre nuestro jardín. Tan frío, tan oscuro, tan gris. No me gustaban los días así. No me gusta la lluvia en un día gris.

 

 

 

¿Existiría la lluvia en un luminoso día?

 

 

 

 

Él estaba triste, lo sabía. ¿Por qué estás triste, amor? No dejes que la tristeza dañe nuestra vida, no dejes que el gris se apodere de nosotros. Si tú estás triste, entonces, el día lo estará, el cielo llorará. Quizás él te acompañe en lágrimas, pero prefiero ser yo quien lo haga en un hermoso día.

 

 

 

 

Temí que no estuvieras aquí. Si estabas triste, prefiero que lo estés frente a mí, para así yo poder sanar tu tristeza. Para así, yo poder amarte tranquilamente.

 

 

 

¿Vivirías una vez más conmigo? ¿Aún en un día así?

 

 

 

 

 

Caminé, con el paraguas protegiéndome de la lluvia, protegiéndome del llanto de tu corazón. Mojaba mis pies con el pasto de nuestro jardín, aún así, todo mi cuerpo estaba seco. Comencé a buscarte, no te encontraba.

 

 

 

 

¿Habrías venido?

 

 

 

Un miedo me invadió. No me dejes.

 

 

 

 

 

Allí te vi, parado bajo la lluvia, sin protección alguna, bañado de un gran llanto. Mirabas el suelo, sereno por fuera, pero por dentro, sabía que sufrías. Tu cabello se pegaba a tu rostro, caían pequeñas gotas de las puntas. ¿Por qué vestías de negro?

 

 

 

¿Tu corazón estaba sufriendo demasiado?

 

 

 

 

¿Era mi culpa?

 

 

 

 

 

Me acerqué a ti lentamente, no me escuchaste, como siempre. Sonreí por ello. Alejé el paraguas de mí, y te lo coloqué a ti. No quería que el llanto cayera sobre ti. Ya llorabas por dentro ¿Por qué hacerlo por fuera? Volteaste y me miraste cuando te percataste de que la lluvia ya no caía sobre ti.

 

 

 

—Te enfermarás —susurré.

 

 

 

 

 

 

Me asentiste suavemente. Tomé tu mano, se sentía fría, muy fría. Yo la calentaría con las mías. Caminamos, te guié hasta sentarnos en un banco bajo un árbol. No nos cubría mucho de la lluvia, pero servía. Dejé el paraguas de lado y miré hacia el paisaje.

 

 

 

 

—Creí que no vendrías. — Me susurraste.

 

 

 

Lo miré de lado. Apretaba el banco con mucha fuerza. Eso me hizo sonreír levemente.

 

 

 

 

 

—Claro que vendría ¿Por qué no habría de hacerlo? —susurré. Tu agarré se aflojó—. ¿Has estado triste? —pregunté ya sabiendo la respuesta.

 

 

 

 

—Solo un poco—respondiste.

 

 

 

 

 

Te miré por un largo momento hasta que decidí acercarme a ti y tomar tu mano, entrelazándola con la mía nuevamente. Amaba tocar tu piel. Miré hacia el frente, una vez más. Sonreí levemente al sentir como apretaste mi mano entre la tuya, te correspondí de la misma manera.

 

 

 

A pesar de ser un día gris, la situación no lo era. Eso me reconfortó.

 

 

 

 

— ¿Te gusta la lluvia? —pregunté curioso.

 

 

 

 

—No me gusta la lluvia de noche, la prefiero de día. — Te encogiste de hombros al responder.

 

 

 

 

Me pregunté el porqué.

 

 

 

 

— ¿Por qué dices eso?

 

 

 

 

—Porque puedo verlas caer— Me respondiste de lo más normal.

 

 

 

 

 

Ladeé ala cabeza y te miré fijamente por unos momentos. Se puede ver la lluvia de noche, si uno realmente lo deseaba.

 

 

 

 

 

—Ya veo… Yo la prefiero de noche— Miré nuevamente al frente.

 

 

 

 

— ¿Por qué?

 

 

 

 

 

Sonreí y te miré. —De noche las puedes ver, puedes ver las gotas caer. Sus destellos, plateados y dorados… de noche te hacen pensar que las gotas caen más lentamente. Se toman su tiempo en caer, te demuestran qué tan hermosas pueden ser, te demuestran que ellas pueden brillar tanto y más que una piedra preciosa. — Debí de sonar muy ridículo.

 

 

 

Desvié mi vista un poco avergonzado. Mis palabras habían sido sinceras, muy sinceras… Sentí como acomodabas un mechón de mi cabello tras mi oreja. Te miré sonriendo. Quizás no había sonado tan cursi. Ambos apretamos nuestras manos, temiendo separarnos.

 

 

 

 

 

Deseé siempre estar a tu lado.

 

 

 

 

Deseé siempre vivir contigo.

 

 

 

 

 

 

Si dios tiene un plan maestro…

 

 

…solo él entiende.



Espero que sean tus ojos a través de los cuales, él ve.

 

 

 

 

Volví a vivir nuevamente contigo.

 

 

 

 

 

Mis deseos se hacían realidad.

 

 

 

 

 

En esta vida.

 

 

 

 

 

Toqué el pasto que estaba bajo de mí, jugué levemente con la hierba. Estaba esperándote. Sabía que vendrías, siempre lo hacías.

 

 

 

Aún si siempre me dejabas.

 

 

 

 

Volvías.

 

 

 

 

Miré hacia mis costados, tratándote de divisar, pero no te veía. Estaba impaciente. Este día, sería hermoso, el cielo estaba feliz, tú lo estabas. Sentí una brisa colarse por entre mis cabellos y ropa, removiéndolo con cariño, pero eso no fue lo que llamó mi atención… si no tú acariciando mis cabellos, una caricia tan distinta al viento… Levanté la mirada y te vi allí, sonriéndome cálidamente.

 

 

 

 

 

Sonreí feliz.

 

 

 

 

 

Me extendiste tu mano, sonreí con picardía al verla. De un leve impulso me abalancé sobre ti y caímos al suelo. Te abracé fuertemente al sentir como comenzabas a reír. Sonreí encantado escondiendo mi rostro en tu cuello, sencillamente… amé tu risa.

 

 

 

 

 

Estabas tan feliz, yo también lo estaba, por ti. Vagaba solo en un mundo rodeado de gente que no me veía, pero era amado en una realidad donde yo era el centro de ti.

 

 

 

 

Era amado.

 

 

 

Soy amado.

 

 

 

 

 

Y yo amaba también.

 

 

 

 

Tú eras la razón por la cuál… yo vivo.

 

 

 

 

 

Me relajé. Sentí todo liviano a mí alrededor. Me pregunté si se podría soñar en esta realidad. Si soñara… ¿Lo haría contigo? Dime algo… ¿Piensas en mí cuándo sueñas? ¿Lo haces?

 

 

 

Deseé co todo mi corazón, saber las respuestas.

 

 

 

 

Sentí tu mano acariciar mi piel, por ello abrí los ojos levemente. Te vi, sonriéndome mientras lo hacías. Sonreí y te miré con cariño. Eras realmente hermoso.

 

 

 

 

— ¿Por qué desapareciste la primera vez?—preguntaste un deje de extrañeza.

 

 

 

 

Si hubiera esperado… habría vivido más contigo. Habría vivido mucho más.

 

 

 

 

—Porque no te volteaste. — Te respondí con la misma suavidad con la que me habías hablado.

 

 

 

 

— ¿Era necesario?

 

 

 

 

 

Sonreí lleno de melancolía. Sí que lo era. Si lo hubieras hecho, yo te habría amado desde hace más tiempo, aún si sé que te he amado toda la vida, todas mis vidas.

 

 

 

 

—Creí que no existía para ti. Nadie me ve como yo quiero que lo hagan, y creí que tú no serías la excepción— Me elevé un poco y  te miré desde arriba, apoyando mis manos en el suelo para poder verte. Me mirabas de una manera tan bella, tus ojos brillaban con anhelo y tus labios sonreían sin necesidad de curvarlos—. Nadie me presta atención nunca.

 

 

 

 

 

—Si hubiera volteado… ¿Qué habrías hecho?

 

 

 

 

Sonreí de repente. ¿Realmente quería saberlo? Miré cada detalle de tu hermoso rostro. A la orilla de tus ojos se formaban unas pequeñas arrugas, te daban un toque tan hermoso, tan real. Tus labios eran tan lindos, tan perfectos. Sentí tu mano acariciar mi mejilla suavemente, con mimo. Cerré los ojos y me dejé llevar por tu tacto.

 

 

 

 

Podía sentir tus ojos sobre mí. Me sentí el centro del universo, el centro de ti.

 

 

 

 

 

Eras lo oscuro de mí vivir. El oscuro que siempre se necesita en la claridad. Te he amado en todas mis vidas. En cada una, siempre estás tú. Por eso, vive conmigo y siempre conmigo.

 

 

 

 

Una hermosa vida.

 

 

 

No quería que me dejaras nuevamente.

 

 

 

No en esta vida.

 

 

 

 

Abrí mis ojos y no pude contener las lágrimas. Inundaron mis ojos hasta caer por mis mejillas, rodar hasta mi mentón y llegar hasta ti, para caer sobre tu hermoso rostro. Mis labios temblaron. Tus manos acariciaron mis mejillas, borrando el camino de mis lágrimas. Tu mano derecha se acercó a tu boca, y así probar mis lágrimas, así poder sentir esas pequeñas gotas saladas sobre tus hermosos labios.

 

 

 

 

No dejabas de mirarme.

 

 

 

Yo tampoco lo hacía.

 

 

 

 

Te elevaste con uno de tus codos y con la otra mano tomaste mi nuca, no tocaste mis labios con los tuyos, solo respirábamos el aire del otro. Ambos respirábamos acelerados. Ambos nerviosos, ambos llenos de dicha.

 

 

 

 

Déjame vivir.

 

 

 

 

Tocaste tus labios con los míos, apenas en un roce delicado, amable. Suspiré, mi aliento tocó tus labios con más intensidad que los míos. Aún así, te tenía aquí, viviendo conmigo. Te tocaba, te amaba.

 

 

 

 

Una vez más.

 

 

 

Mis lágrimas aún caían, una rebelde gota cayó hasta ti, rozando tu mejilla, perdiéndose por tu cuello. Soltaste mi nuca, para luego tocar mi mejilla, acariciarla por unos segundos y luego dirigirte a mis labios. Los tocaste tan suavemente que me provocó una leve cosquilla allí. Toqué tus dedos con mis labios levemente, suspiré al sentirlos.   

 

 

 

 

 

 

Tomé tu mano y besé tus dedos con delicadeza. Tan suave al contacto de mis labios, tan blanca, tan hermosa. Abrí los ojos y te miré mientras esa suavidad aún tocaba mis labios.

 

 

 

 

 

No quería morir.

 

 

 

 

Acercaste tus labios y los tocaste con más profundidad sobre los míos. Abrí mi boca, suspirando. Volviste a tomar mi nuca, apretaste mis cabellos con tus dedos y me arrebataste el aliento que me quedaba. Atrapaste mi labio inferior entre los tuyos, lo acariciaste.

 

 

 

 

Si así fuera morir…

 

 

 

 

 

Mis lágrimas cayeron con más intensidad. Te besé fuertemente, correspondiendo a tus demandas. Nuestros pulsos aumentaron, nos cuerpos comenzaron a temblar de nerviosismo. La sangre nos recorría el cuerpo rápidamente. Mis lágrimas no cesaron, así como tu beso tampoco.  Recorrí tu pecho con mis manos, hasta llegar a tu cuello y rodearlos con ellos suavemente.

 

 

 

Te aferraste a mí como si temieras que me fuera.

 

 

 

Aún si sabías que el que siempre me dejaba eras tú.

 

 

 

 

Nuestros labios dejaron de moverse, muriendo de a poco en el beso. Te separaste de mí. Temí abrir los ojos y que ya no estuvieras. Sentí como tu mano se aflojó en mi nuca.

 

 

 

Era hora de partir, de nuevo.

 

 

 

 

Era hora que me dejaras nuevamente.

 

 

 

 

Tomé tu mano con desesperación y la apreté. Si te retenía ¿Te irías? ¿Si te obligaba a quedarte…lo harías? Reprimí un sollozo.

 

 

 

—No me dejes…— Te dije—. No sueñes de nuevo.

 

 

 

 

 

Te escuché largar un suspiro. Abrí mis ojos y te miré fijamente. Tus ojos negros, estaban ahora, sin vida.

 

 

 

No había brillo.

 

 

 

 

—No sueñes de nuevo—repetí.

 

 

 

 

 

Cerraste tus ojos.

 

 

 

Yo exhalé.

 

 

 

 

 

 

Las cosas se dañan…

 

Las cosas se rompen.

 

Pienso que las manejamos, pero las palabras se dejan sin ser habladas.

 

Nos dejan tan quebrados…

 

 

Allí fue solo, dejar para dar.

 

 

 

 

 

Abrió los ojos y miró al cielo. Todo comenzaba a nublarse. ¿Caerían sus preciadas piedras? ¿Lo ayudarían?  Las lágrimas cayeron efusivamente. Recorriendo toda extensión de su rastro, corriendo por su cuello, deslizándose por su pecho. Algunas estrellas se mostraban ante sus ojos.

 

 

 

 

Piedras preciosas.

 

 

 

 

 

Hermosas piedras brillantes, tan lejos de él. Siempre amó la lluvia, porque las gotas simulaban las estrellas que siempre quiso ver de cerca. Las que siempre quiso tener sobre sí.  Tan lejos, tan lejos…

 

 

 

 

 

Morir una vez más no era una opción.

 

 

 

 

Una obligación.

 

 

 

 

 

 

 

La gente caminaba sin mirarlo, todos metidos en sus asuntos. Sintió que alguien lo empujó por detrás. Se dejó caer. Por primera vez, se dejó caer. Sus rodillas golpearon bruscamente en el suelo, las gotas acumuladas en las puntas de su cabello cayeron. Pudo escuchar el ruido sordo de su cuerpo al caer, el ruido de las gotas al caer. No escuchaba a la gente, pero sí a sí mismo.

 

 

 

 

Su corazón latía lenta pero fuertemente. Miró el suelo, como las gotas caían sobre los charcos. Él no veía las gotas de día.

 

 

 

 

 

No le gustaba la lluvia cuando había más luz que oscuridad.

 

 

 

 

 

Las lágrimas cayeron, siendo acompañadas por el llanto de las nubes. Sus manos se apoyaron en el asfalto, lloró. Miraba sus manos mojadas, cubierta de agua por los charcos. Tiritaba, no de frío.

 

 

 

 

Lo quería.

 

 

 

 

¿Por qué siempre lo dejaba?

 

 

 

 

 

Incluso, era doloroso respirar.

 

 

 

 

¿Lo hacía?

 

 

 

 

— ¿Por qué siempre me dejas?—susurró.

 

 

 

 

Quería que viviera con él.

 

 

 

No que soñara solo.

 

 

 

No que muriera solo dentro de una mentira.

 

 

 

 

—Ven conmigo…—suspiró—. Quédate conmigo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Recé para que aprendieras la fe.

 

 

Ten fe en ambos.

 

 

Y mantén en tu corazón, una habitación para los dos.

 

 

 

 

 

Podía sentir tus manos sobre mí, tu aliento trazar senderos invisibles. Tus manos acariciaban mis costados, dejando un ardor en mí. Tu respiración acelerada, acompasada con la mía, en una sinfonía de sonidos. Tocaste mi pecho, acariciando suavemente, encendiéndome. Pesabas, pero eso se me hacía delicioso.

 

 

 

 

 Peligrosamente real.

 

 

Sentía la brisa correr entre nosotros, se colaba en donde podía, estremeciéndonos. Abrí mis ojos, me mirabas tan fíjamente… Tomaste mi cuello con delicadeza, me besaste en los labios, mejillas, pómulos… Querías todo de mí. Besaste mi cuello con ansiedad.

 

 

 

Jadeé

 

 

 

Te gustaba mi piel, se te hacía sabrosa, dulce. Elevé mi pierna en una de las tuyas, junté nuestras caderas en un toque delicioso.  Besaste mi pecho, volví a jadear. Susurré palabras para mí… Para ti. Sentí tu suspiro sobre mi pecho cuando hiciste que enredara mi pierna en tu cadera. Gemí, me escuchaste.

 

 

 

 

Nuestros cuerpos moviéndose, cambiando de posición a cada segundo. TE miraba mientras me besabas, jadeábamos juntos.

 

 

 

 

 

Un universo, un mundo.

 

 

 

 

Apoyaste tu frente en mi pecho, nos movimos juntos.

 

 

 

 

Una celebración.

 

 

 

 

Una creación.

 

 

 

 

 

Moría siempre por ti, vivía solo por ti. Solo tú me tocabas, solo tú me amabas. Delante de mí, una única belleza. Avanzábamos juntos. Tan clara, tan brillante. Sentías mis caricias, sentía tu amor.

 

 

 

 

Vivíamos juntos este momento, eso importaba. Real, era real. Nuestros cuerpos se pegaban, se deslizaban deliciosamente. Te comprendía, y tú me comprendías a mí.

 

 

 

 

Me amabas.

 

 

 

 

Te amaba.

 

 

 

 

Nuestra sangre hervía. Me quejé, gemí por última vez. Tiré mi cabeza hacia atrás mientras lo hacía. Besaste mi cuello mientras tú te liberabas en mí.

 

 

 

 

Volé hasta el cielo.

 

 

 

 

No quise bajar.

 

 

 

 

 

—Te amo—susurré entrecortadamente.

 

 

 

 

Lloraste. Yo lo hice más.

 

 

 

 

Me abrazaste con fuerza, uniéndonos más aún si se podía. Temías perderme, temí perderte… de nuevo. Abracé tu cuerpo, tú el mío.

 

 

 

 

—No sueñes de nuevo… No te pierdas, por favor…— Te dije—. Por favor…— susurré despacio.

 

 

 

 

Sentí tus lágrimas sobre mi pecho, te apreté aún más. Cerraste los ojos, lo supe.

 

 

 

 

Me dejaste…una vez más.

 

 

 

 

—No…— jadeé desesperado—. No me dejes…

 

 

 

 

Me dejaste morir…una vez más.

 

 

 

 

 

 

Las cosas se dañan…

 

 

Las cosas se rompen.

 

 

 

Pienso que las manejamos, pero las palabras se dejan sin ser habladas.

 

 

Nos dejan tan quebrados…

 

 

 

Allí fue tan solo, dejar para dar.

 

 

 

 

 

 

Gritó, gritó a todo pulmón. Se tiró al suelo de rodillas, y se cubrió el rostro mientras gritaba y lloraba.

 

 

 

 

¿Por qué debía llover a oscuras en una situación así?

 

 

 

¿Por qué el cielo lloraba en oscuridad esta vez?

 

 

 

 

¿Dónde estaban sus piedras ahora?

 

 

 

 

Levantó el rostro de sus manos y se levantó. Corrió, corrió y corrió en busca de ellas, esperando verlas. Se tropezó y cayó muchas veces. ¿Por qué caía en este momento? Él nunca caía cuando corría, nunca se había caído cuando corría ¿Por qué ahora?

 

 

 

 

 

Respirar dolía mucho.

 

 

 

No quería hacerlo.

 

 

 

 

Se levantó y volvió a correr. Las lágrimas caían al compás de la lluvia. Golpeó las paredes de los edificios con sus manos. Nunca los había tocado, nunca los quiso perturbar. Ahora… los odiaba.

 

 

 

 

Un rayo cayó cerca de él. Un mareo lo recorrió, un escalofrío inundó su cuerpo. Comenzó a temblar. Alzó el rostro rápidamente, la luz se había ido. ¿Estaban allí sus piedras? El viento azotó sobre su cuerpo. La lluvia lo golpeó con más fuerza.

 

 

 

 

 

Realmente no podía ver nada. Todo oscuro. Golpeó la pared repetidamente con los puños, sangraba. Golpeó hasta que su mano comenzó a doblarse por el dolor, ya no podían. Apoyó la frente en la gran pared con fuerza, golpeando su cabeza. No le importó el dolor. Apoyó sus manos y las cerró fuertemente. Un fuerte sollozo se escuchó en el aire.

 

 

 

 

 

Esta vez, nadie estaba con él. 

 

 

 

 

 

¿Dónde estaban?

 

 

 

 

Gritó mientras lloraba, repetía una y otra vez, preguntándose dónde estaban esas hermosas piedras brillantes.

 

 

 

 

 

Vivía cada día, cada día un poco más. Anhelaba vivir cada día. Quería que él viviera…junto a sí. ¿Era mucho pedir a Dios?

 

 

 

 

 

 

¿Se podía vivir eternamente?

 

 

 

 

 

Giró y miró hacia el frente, hacia la oscura calle. Elevó la vista y miró hacia el cielo.

 

 

 

 

 

Quería sus caricias, quería sus besos. Quería devuelta su realidad. Una real, fuera de mentiras, fuera de la muerte.

 

 

 

 

¿Se podía vivir sin morir?

 

 

 

 

Quería dejar de respirar.

 

 

 

 

 

Un rayo iluminó su rostro, iluminó todo sobre él. Lo vio…allí lo vio.

 

 

 

 

 A él.

 

 

 

 

 

—No te tires…Yuu—dijo en un susurro. —. No lo hagas.

 

 

 

 

 

 

Lo vio, abriendo sus brazos, cerrando los ojos lentamente.

 

 

 

 

Lo vio caer.

 

 

 

 

 

— ¡Yuu, no me dejes! —gritó.

 

 

 

 

 

 

 

Se despegó de la pared y corrió. Por primera vez, corrió hacia el asfalto frente a sí. Corrió, mirando como caía lentamente. Un rayo cayó nuevamente. No lo miró. Frente a él lo tenía, frente a él lo veía vivir, vivir entre la oscuridad. Elevó su mano, queriéndolo alcanzar en un inútil intento.

 

 

 

 

Lo vería caer.

 

 

 

 

 

¿Otra separación más en este lugar?     

 

 

 

 

 

Una gran luz lo iluminó, dos faroles iluminaron su cuerpo, su rostro. Miró hacia un lado sin dejar de correr.

 

 

 

 

Las vio.

 

 

 

 

Tan hermosas, preciosas. Se dejaron ver, se mostraron ante él. La luz iluminó sus ojos, haciendo que estos brillaran con más intensidad que cualquier cosa en el lugar. Un hermoso color Whisky brilló allí.

 

 

 

 

Por primera…

 

 

 

 

…y última vez.

 

 

 

 

 

El viento azotó sus cabellos. La luz se acercó con velocidad a él.

 

 

 

 

Un golpe sordo.

 

 

 

 

Una caída y un impacto, los dos a la vez.

 

 

 

 

 

Dos muertes.

 

 

 

 

Un plan de Dios. Una misión de ángeles.

 

 

 

 

 

7 Ángeles.

 

 

 

 

 

 

¿Estaba mal volar hacia el cielo?

 

 

 

 

 

 

 

Corrí y te abracé con toda mi fuerza. Esta vez, no me dejarías ¿Verdad? Lloré, con fuerza mientras te apretaba contra mí. Te diste vuelta y te aferraste a mí con fuerza también. Caímos al suelo en un golpe suave. Enterré mi rostro en tu pecho, lloré allí.

 

 

 

 

 

 

Me cantabas una hermosa nana mientras acariciabas mi cabello. Tu voz era hermosa, cantabas suavemente para mí.

 

 

 

 

 

—Yuu, no me dejes… por favor… —dije en un hipido—. No de nuevo…

 

 

 

 

 

 

—No lo haré…— Me susurraste amablemente.

 

 

 

 

—Tengo miedo… tengo miedo que sueñes de nuevo… — Tus manos se aferraron a mi pecho, cogiste la ropa y la apretaste en tus puños. —. No quiero que sueñes… y te olvides de mí…

 

 

 

 

 

 

Mis manos y labios temblaban mientras lloraba. Apreté tu ropa en mi puño y esperé tu respuesta.

 

 

 

 

 

—No te dejaré… no de nuevo.

 

 

 

 

 

No quiero que sueñes nunca más.

 

   No quiero que sufras en sueños sin mí…

 

        Vive eternamente conmigo, Yuu.

 

 

 

 

 

 

                                                            No despertaría nuevamente.

 

 

                                                                         He venido a soñar,

 

 

                                                    He venido a soñar contigo, Kouyou…

 

 

 

 

 

 

 

Una inmensidad nos rodeaba.

 

 

 

Un jardín que era nuestro.

 

 

 

 

SI DIOS TIENE UN PLAN MAESTRO…

 


SOLO ÉL ENTIENDE.

 


ESPERO QUE SEAN TUS OJOS A TRAVES DE LOS CUALES ÉL VE.

Notas finales:

¿Les gustó?

 

¿Las dejé más extrañadas que "Real Dream"?

 

Por cierto, quién sepa quiénes son los 7 Ángeles que se menciona acá, Yuka le hará un fic (? Nah, en serio xD Dedicaré un one-shot a la persona que lo sepa.

 

Háganme saberlo en un review ¿Si? Si tienen dudas, también dejen review, con gusto responderé y aclararé esas dudas que provoqué.

 

Es todo.

 

¡Cierto! Para fin de la semana actualizaré Powerless. ¡Esperen por el capi! Será muy intenso.

 

Adiu!

 

Yuka.


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