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The kaleidoscope guy por Kiharu

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Notas del fanfic:

ESTO ES UN TWO-SHOT.

XD

Es songfic, basado principalmente en estas canciones:

    Reptilia – The Strokes

    Fluoresent adolescent Arctic monkeys

     Soma—The strokes

   Juicebox— the strokes

 Sinceramente no sé por qué se me ocurrió esto, pero empecé desde diciembre y apenas pude acabar. Es muy random XD.

Notas del capitulo:

Primer capítulo de dos... jojojo

Quiero ser como un caleidoscopio. Él es el caleidoscopio.

 

Con los ojos cerrados, exploto.

Veo un espiral rosa; luego le sigue uno amarillo. Entre más aprieto los ojos, más colores aparecen. Rojo,  azul, verde. Los espirales se convierten, uno a uno, en puntos, en rombos, en la cara del chico caleidoscopio. Cada cosa que mis ojos ven en mis párpados me hacen sentir que la muerte está próxima y que, seguramente, cuando me tome, voy a ir en ligueros, en tanga y en la camisa de la oficina, como me gusta andar.

Porque cuando mueres, te proyectas en ¨el otro lado¨ como la última vez que estuviste vivo, ¿no? Si estuviste golpeado, vas a estar golpeado. Si estabas desnudo en la ducha y te mueres, pues en el lugar en el que aparezcas, vas a estar desnudo. Creo firmemente en esa idea, como  creo que engordaría si todas las noches comiera hamburguesas. O sea que, para mí, es una verdad absoluta.

Siempre he querido que, si me muero, me entierren con un montón de fotografías, de dulces, de cosas animadas y alegres. Los agujeros me dan miedo. La obscuridad que te come junto con la tierra, es todavía más tenebrosa que el hecho de que un gusanito que sin deberla ni temerla, se acerque a los cuerpos muertos, tiesos y putrefactos. Mis compañeros del bufete de abogados siempre dicen esta clase de cosas: los gusanos son algo asqueroso. Cuando me muera prefiero ser incinerado antes de que un gusano se me coma. Bueno, quizá lo de quemarse en un horno hasta ser un poco de ceniza, es también, para la muerte, una buena idea. Los panteones tienden a dar espacio a la gente, para que luego se compre este espacio de terrero para cuando uno muere. Lamentablemente, somos tantas personas, que cuando han pasado varias generaciones y los familiares del difunto ya no regresan (por obvias razones), el lugar en el panteón vuelve a venderse. Y entonces lo digo así, fácil: ¨Meten un libro sobre otro libro, hasta que de lo viejo, las palabras desaparecen.¨

Cuando –como ahora– veo a través del mirador que está aquí, en el malecón, y observo a los niños jugar, a las parejas besarse, y la infinidad del mar, siempre viene a mi mente la muerte. Cuando vengo a la playa, después del trabajo, yo siempre he pensado, que venir a ver a la muerte es algo que debes hacer antes de hacer cualquier cosa. La muerte es algo. Es alguien. Alguien a quien no tienes permitido ver, pero que, con suerte, si consumes un poquito de éxtasis o LSD puedes ver. Me han dicho, aún no he tenido la fortuna de encontrarme con ella ni de verla.

El mar es como la muerte. Inmenso. Denso. Nadie puede dejar de verlo. Así es. Si me dirijo ahora mismo al mar, voy a dejar que me coma, porque debajo de los pantalones, traigo unos ligueros negros, sensuales. No voy a mentir, porque a mi realmente no me gusta hacerlo. Tampoco es como si fuera bueno haciéndolo pero…

Ya no pensaré en la muerte, eso lo hago siempre. Ahora pensaré, en lo mucho, mucho, que me gusta vestirme como mujer. No sé de qué se trate precisamente, no sé la razón exacta del funcionamiento de la palabra, no sé qué pasa cuando me pongo faldas y sostenes. Simplemente me gusta. Me gusta mucho, pero no lo suficiente como para querer, realmente, ser una mujer hecha y derecha.

Sencillamente tengo la afición.

*

Las pisadas resuenan en mis oídos. Los tacones me ofrecen quince centímetros más, algo que me hace feliz, pues mi altura es como la de una dama. Camino con cautela, mirando de un lado a otro, sujetando mi bolso como si de él dependiera mi vida. Me he metido en un barrio bastante malo y la verdad es que sólo necesito llegar a casa. Los pies me duelen y tengo muchas ganas de escuchar el sonido sordo de los tacones chocando con el piso de casa. Luego, tomaré una ducha y cuando salga, miraré toda mi ropa femenina y la guardaré con cuidado; terminaré por tomarme un café de olla e iré a la cama, pensando en el día siguiente. Ese es el plan que he pensado desde que dejé de pasear en el centro, con Shiroyama.

Perdí el último tren, Shiroyama ha sido amable y me ha ofrecido ir en su auto, pero la verdad es apenas un conocido de hace poco, así que no quisiera incordiarlo (por no decir que no le tengo la suficiente confianza). Así que debo caminar a casa en las altas zapatillas. Por fortuna, el barrio de mala muerte ha quedado a mis espaldas y he salido completamente ileso. Ahora, transito por un fraccionamiento que me llevará, en atajo, a casa para poder hacer todas esas cosas que necesito. El sonido de mis pisadas, comienza a exasperarme de a poco. Siento que alguien me sigue. Mientras camino, busco en mi bolso un dulce de durazno que me dieron en el restaurante en el que comí con Shiroyama. El móvil comienza a sonar justo cuando me he metido el dulce a la boca. Vuelvo a abrir el bolso y sigo caminando.

Kouyou me ha mandado un mensaje de texto que, textualmente, dice:

¡Vámonos a beber mañana!

Me da risa y suelto un poco de alegría al aire. Miro el cielo, sin estrellas; entonces me tropiezo y caigo. Me pego en la nariz, haciéndome –probablemente– un raspón que se verá mañana. Al menos no ha pasado a mayores, me digo, intentando levantarme, porque sé que mi culo ha sido expuesto; la falda es muy corta. Cuando me hinco sobre mis rodillas, sintiendo el asfalto, noto un punzante dolor en mi pie izquierdo. Miro hacia atrás y descubro que a mi zapatilla se le ha roto el tacón y por ende, mi pie se ha doblado de una manera grotesca. Agradezco al señor que no me rompí nada.

Decido no seguir andando en zapatillas, así que me las quito y decido llevarlas en la mano derecha, mismo lado en el que sujeto el bolso. Ya de pie, guardo el teléfono móvil, maldiciendo la distracción de Kouyou. Sigo caminando, sintiéndome sucio por no llevar zapatos en la calle.

De pronto, escucho cómo alguien solloza.

Volteo para encontrarme con un chico, en la azotea de alguna casa, llorando mientras mira sus piernas cruzadas. Pienso que el chico es joven y que, por lo tanto, su problema debe estar llenándole las entrañas (como a Kouyou, en nuestra época de instituto). Miro hacia el cielo; el chico podría perder el equilibro en cualquier minuto y caerse al piso, encontrando una probable muerte, si es que se da en la cabeza. O podría caer de espaldas y terminar siendo un paralítico para toda la vida. Observo el farol que ilumina la calle, mientras me decido qué hacer. No me incumbe, no me interesa, no obtengo nada, la verdad es que todo bastante es patético. Sin embargo, después de echar un vistazo, nuevamente, a la luz del farol, lo miro nuevamente a él y…  Está coloreado.

Y lo decido, como tiene los colores de un caleidoscopio, voy a comérmelo.

—Oye… —digo, en voz audible.

Él no responde, sin embargo, noto sus brazos al descubierto temblar y su rubia cabellera sucumbir al impulso del viento. Me ha escuchado, sin embargo, no va a hacerme caso. Vuelvo a llamarlo y obtengo la misma respuesta. Lo llamo por lo menos, unas quince veces hasta que me muestra su rostro distorsionado, lleno de dolor. Y entonces lo sé: él, quien apenas le he visto el alma pequeñamente coloreada, con matices rojos y cafés, es quien de verdad merece que le bese los pies. Son cosas que suceden de improvisto, eso más que nadie lo entiendo. Son situaciones en los que el alma se pega; esto me ocurrió hace quince años atrás, con Kouyou.

Pareciera que tengo una afición por las personas que lloran.

—¿Quisieras bajar un momento? Podría hablar contigo un poco, eh —le digo con la calma que me invade; repentinamente, él se va, y luego de de un minuto, aparece con un pañuelo en la mano, abriendo cansadamente la puerta principal de casa. No dice nada, así que comprendo claramente que quiere que yo le hable primero—: Hola. Puedes llamarme Ruki… —respiro profundamente. Hace ya tiempo que no conozco a nadie en estas circunstancias, ni llorando, ni con falda—. Soy un hombre, no una mujer. No me mires así, por favor —el chico, rubio, alto, y aun tembloroso, me mira de arriba abajo, sin decirme absolutamente nada. Sonrío con nerviosismo. Al final, termino por añadir—: ¿Cuál es tu nombre?

—Suzuki Akira… —respira y suelta aire escandalosamente—. ¿Qué quieres?

—Pues nada —suelto, rápido—. Es de preocupación común que vayas caminando por la calle y mires a un chico de, ¿veinte, veintidós años? Llorando sobre el techo de su casa. La verdad es que es la segunda vez que me sucede y la vez pasada no fue para nada bueno. Así que, sabiendo ya mi nombre, que soy un hombre, podrías decirme, ¿qué pasó?

—No es como si te interesara.

—No, realmente no —respondo—. Pero esa vez me encontré a quien es mi mejor amigo ahora.  Tal vez contigo no resulte tan agradable, pero te aseguro que, si le cuentas tus penas a un travesti… bueno, es mejor que llorar solo.

—Mis padres fueron asesinados.

Abro los ojos, lo miro, y él está viéndome como si me desafiara. Entonces, carraspeando, quitándome cualquier impresión de la cara, le pregunto—: ¿Cuántos años tienes, chico?

—Diecisiete.

—¿Puedo pasar a tu casa? Mira, tengo frío. No llevo zapatos porque me he roto un tacón mientras caminaba distraído y… tal vez te haga bien no estar solo. Sé que acabas de conocerme, pero no voy a hacer nada malo.

—Si haces algo malo no importaría. No puedo estar más jodido…

Me deja entrar. Con los pies descalzos, ingreso en una morada totalmente a ciegas, despabilándome del brillo y color que tenía el chico. Estoy totalmente miope en su sala de estar, sin querer moverme, pues siento que podría romper algo. Él, de pronto, enciende la luz, haciendo que apriete mis ojos y viva la experiencia del dolor. Entonces, puedo ver su enorme sala blanca y beige; hay un tapete enorme de color café obscuro, sosteniendo una mesa de cristal muy elegante. Más allá de la hermosa sala de estar, su comedor se impone a mis ojos, siendo una enorme mesa en la que cabrían más de diez personas. La casa es gigante. No puedo ver la cocina ya que tiene una puerta en la entrada.

—Suzuki…

—¿Qué?

—¿Eres rico?

—No exactamente. Mi papá robaba algunas cosas, seguro que más tarde, quiénes lo mataron, vendrán a llevarse todo esto. O no. No lo sé.

—¿Tienes algo que contar, además de la muerte?

—¿Te da miedo?

—No, no realmente.

—Pues a mí sí.

—¿Por qué?

—¿Sabes? Sí tengo algo más que contar.

—Pues, cuéntalo.

—Es que tienes que sentarte. Ahora estoy muy sensible y querré hablar por toda la noche, ¿eso está bien para ti? No puedo ofrecerte más que café con galletas… y quizá las galletas estén húmedas y feas.

—Tráelas. Y sí, puedes hablarme toda la noche. No he tomado nada, creo que puedo resistir el sueño. Voy a sentarme en tu sofá, aquí te espero, Suzuki.

Él, con sus cabellos pintados de un color amarillo feísimo, se pierde en la cocina; por mi parte, camino descalzo y cuando llego a la alfombra de la sala, los pies me cosquillean. Me siento rápido en el sofá, dejo los tacones a un lado, y me acomodo la falda que llevo. Al menos no es tan corta como la de los otros días, me consuelo. Pongo mis manos en mis rodillas mientras miro mis medias negras. La ropa interior está calándome ya, así que, con los brazos, me desabrocho el sostén, me lo saco y lo pongo con los tacones. Me pregunto si Suzuki pensará raro de mí si ve esa prenda de señorita en la mesa de su sala. Bueno, tampoco importa. Tiene los ojos tan hinchados que tal vez no llegue a verlo.

Aparece, con tazas y un plato.

—Toma —me dice, dándome el café y dejando las galletas a un lado de mi sujetador—. ¿Es difícil usar uno de esos? —cuestiona.

—Tanto como difícil no, pero sí cansado. Aunque seguro que si yo tuviera pechos, lo sería todavía más.

—Entiendo.

Sorbemos café. Parece que la intensidad de su depresión baja un poco, su color no es tan intenso como hace un rato. Además, creo que nos hemos caído en la conciencia de que somos dos desconocidos. Me froto la mano izquierda en la pierna; qué pendejada, me digo. Esto está saliendo mal, yo sólo intento ayudar al chico con esperanza de que no pase por lo mismo que yo.

—Mi nombre real es Takanori Matsumoto —le digo, de pronto.

—Eh… —titubea.

—Puedes hablar de lo que quieras, voy a escucharte.

—En serio,  ¿por qué lo haces?

—¿Por qué me has dejado entrar?

—No quiero estar solo.

—Pues eso mismo. Vivo solo, yo llego a una oscuridad también. Así que, comienza la historia.

—Está bien. ¿Has tenido alguna vez, una novia?

—Sí, un par de veces —él sonríe, como si dudara que con mi aspecto, alguna vez hubiera tenido a una mujer entre mis brazos. Pero continúa, pasando del hecho.

—Mis padres y yo no vivíamos aquí, hace dos meses. Estábamos en Kanawaga, haciendo una vida tranquila y pacífica. Por aquellos tiempos, yo tenía una novia, su nombre es Aiko. Convivía con ella en el instituto, me asignaron con ella en un equipo de investigación para la clase de inglés, y fue así como la conocí. Como también teníamos días de limpieza, un día nos tocó a los dos juntos. Ese día, yo barrí y trapeé con intención de ser un caballero, pues ella sólo tuvo que ordenar y limpiar algunas cosas. Yo no me cansaba de admirarla, ¿me entiendes? Ella es muy bonita. Dentro de lo que cabe, es la clase de chica con la que me gusta salir. Comprendí al instante que ella podía ser mi novia si me lo proponía. No era tímida, sus notas estaban bien, y era muy activa en clase de deportes.

»Me sentía extraño pensando en todo eso mientras, ya sabes, limpiábamos. Me sentí como si estuviera pasando por una acrobacia, pues con todo y todo, nunca he sido una persona muy inteligente y a veces me cuesta recordar mucho las cosas. Pero bueno, ese no es el caso. Yo, por muy tonto que fuera, sabía que a las mujeres se les tiene que respetar y cortejar, y me decidí por invitarle una nieve luego de limpiar. Todo esto sucedió en tan solo media hora de pensármelo. Quizá soy muy impulsivo o algo, pero Aiko, con todo y mi torpeza, me aceptó el helado. Así que, ambos caminamos hasta el centro de la ciudad y pedimos dos conos de nieve. Ella de fresa y yo de chocolate. Mientras la miraba lamer con cuidado, me fijé en cómo era realmente. Sus ojos chiquitos, su cara redonda, su cabello cortito, no como un chico, claro. Es muy bajita, creo que mide un metro cincuenta y cinco centímetros.

Hace una pausa, me mira, y sus ojos se empañan en lágrimas. Yo intento prestarle toda mi atención, así que le sonrío y le digo con la mirada que siga.

—Sus pechos son muy pequeños y sus caderas muy grandes. Sus piernas son regordetas y tiene unos pies pequeños. La verdad es que verle la cara y el cabello llenándosele de nieve, ese día, me hizo pensar que yo nunca había tenido una novia de verdad. Sí, había besado a alguna chica, pero eran por cosas que sucedían en clases o en reuniones de amigos. Nada importante la verdad. Así que aunque yo no estuviera enamorado de Aiko y ella de mí, sería agradable salir con ella como si fuera mi novia. Y desde aquel día, comencé a cortejarla.

»Cada día, después de clases, la acompañaba hasta su casa. A veces la invitaba por malteadas. Pronto comencé a sentir la confianza de pedirle que me dejara su bolso para que ella caminara más cómoda a casa. Ella me sonreía y yo como un burro, caminaba detrás de ella, mirando el cielo y a los niños que abundaban en su vecindario.

»Ella, como toda chica, se sonrojaba cuando la llegaba a rosar por algún error. Creo que incluso yo me ponía nervioso. Pronto comenzamos a tener citas, los sábados o los domingos, como mejor nos fuera el día. Al parque, al acuario, a tomar cafés, a caminar por el centro, de compras, hicimos de todo en tan sólo dos meses, lo que fue parte de octubre, todo noviembre, e inicio de diciembre. Se ponía bufandas bonitas y salía conmigo a caminar. Yo me divertía muchísimo con ella. A las cuatro semanas de salir, me di cuenta de que me había enamorado de ella. Siempre estaba diciéndome cosas interesantes de lo que sucedía, sobre noticias, sobre historia del mundo. Solía hablar mucho de Argentina, decía que tenía la esperanza de visitar el país algún día. Yo fantaseaba sobre llevarla hasta allá, para poder conocer su cara completamente maravillada. Claro que eran puras fantasías, mis padres tenían un trabajo común y corriente, por lo que ni nos sobraba ni nos faltaba. Sí quería cumplir eso, tenía que trabajar yo mismo.

»Un día me levanté temprano, eran inicios de diciembre. Le llamé al móvil y le dije que saliéramos al parque que estaba cerca del instituto, ella me dijo que sí. Entonces, me arreglé lo mejor que pude. Ella es muy minuciosa en cuanto a vestir se trata. Su ropa siempre combina perfectamente y parece muy limpia. Como te darás cuenta, yo me dediqué con devoción a estudiar a esa mujer que comenzaba a amar. No sé si ella se daba cuenta de que la observaba mucho, de que me fijaba qué era lo que le gusta, pero yo siempre intenté notar más allá de lo que ella me daba y decía, porque, respecto a sus sentimientos o su familia, ella no habló mucho.

»Cuando los dos estábamos en un parque, yo le dije que me gustaba. Le pedí que fuéramos novios y ella me dio un beso. Un beso que tomé como un sí. Bueno, confiaba plenamente en ello. Me sentí querido, me sentí amado. Correspondido. La besé muchas veces antes de que tuviéramos que regresar a casa porque estaba oscureciéndose. Sus besos me sabían bien. Muy bien. Yo llegué feliz a casa, pensando en todo lo que habíamos hablado. Que el presidente esto, que este libro esto, que la comida del otro día aquello, todo eso, entre besos.

»A los tres días,  estábamos besándonos en el sofá de su casa. Ella me había quitado la playera y estaba desabrochándome los pantalones, cuando en mi mente yo repetía: ¨¿Qué clase de cosa vamos a hacer? ¿Tengo que hacer algo? ¿Pensará que le falto al respeto?¨ pero cuando ella terminó de quitarme el cinto y comenzó a tocarme, mandé todo al diablo. Sí era eso lo que ella quería, pues bueno, ¿qué podía hacer yo?

»Le hice el amor y luego me bañé; salí apresurado de su casa porque me invadió una extraña vergüenza luego de tener relaciones con ella. Después de eso, lo hicimos otras tres veces. Me sentía muy feliz estando ella tan húmeda y entregada… ¿te molestan estos detalles?

—No, no, continúa.

—Bien. Para cuando se nos hizo navidad, nosotros queríamos hacer el amor ese día, pero mis papás me obstruyeron el paso a la casa de Aiko. Me sentaron con ellos a charlar. Me preguntaron que si tenía muchos amigos, yo respondía de manera intermedia a todas esas preguntas. Yo estaba desesperado por correr a los brazos de mi novia. Pero ellos continuaban, hasta que me soltaron un terrible ¨vamos a mudarnos pasado mañana, es urgente¨. Casi les escupí la leche que estaba tomándome, pero no dije nada. Porque, ¿qué diablos podía decir? Aiko no iba a quererme en su casa porque ahí estaban sus padres. Claro que algo se me ocurrió en lo que caminaba hasta su casa.

»Cuando llegué, me riñó por haber llegado con tres horas de retraso pero igual me invitó a pasar. Sus padres habían salido a cenar con sus familiares y en la casa, sólo estábamos ella y yo, como casi siempre. Como era de esperar, con deseo y entusiasmo, hicimos el amor en su cama.  Luego de bañarnos, nos acostamos otra vez y miramos el techo; entonces, le dije que iba a mudarme y que lo iba a hacer pasado mañana. Ella se extrañó. Le expliqué que mis padres no habían dado mucha razón del asunto, pero que de verdad, ellos querían irse de ahí lo más rápido posible. Mientras le contaba, ella suspiraba largamente. No sé que estaría pensando, pero cuando acabé de contarle todo, le dije que se fuera conmigo. Que mis padres no me dirían nada, porque ellos ya sabían qué tonto estaba yo por ella. Que podíamos ofrecerle una vida como la que llevaba ahora, que podíamos ir al instituto de allá, que haría todo lo posible por convencer a sus papás… que la amaba mucho. Ella me respondía con miradas y con otros ¨yo también te amo¨, pero no sentía como si le importara mucho… Se lo pregunté, más entrada la madrugada, en navidad, luego de las campanadas. Y ella me dijo que no, que no se iría a vivir conmigo. La mirada la tenía bien seria, por lo que supe que de verdad no iría a ninguna parte. Me decepcioné terrible y caminé de regreso a casa. Me tiré en la cama y sentí que todo mi cuerpo dolía. Quizá era más emocional que qué cosa, pero a mí me dolía y me tomé un paracetamol.

»No me despedí de ella. Simplemente le mandé un mensaje de texto diciéndole que ya no era posible vernos, porque yo me iba de la ciudad y ella sólo me respondió que estaba bien. Entonces, me pregunté, ¿acaso acabamos de terminar? ¿Cómo era eso posible? En el trayecto, yo me repetía una y otra vez que yo realmente estaba enamorado de ella. Era así, no había más no había menos. Estaba enganchado a ella, pero ella, me había dejado ir como si no le importara, y aunque dijera que no, me calaba hasta los huesos. Mamá me preguntó por ella, mientras arribábamos en a la ciudad, yo le dije que habíamos terminado; no mostró una expresión real, supongo que ya se lo esperaba…

»Estuve casi todo enero preguntándome si de verdad nos queríamos, ¿habíamos acabado con el amor? ¿Acaso, era eso posible? ¿El amor se acaba? Pero no llegué a nada. Y me deprimí…

Sorbo el café, que ya comienza a enfriarse. Ha pasado más de una hora hablando, entre pausas, entre dudas, sobre Aiko. He entendido poco; lo más resaltante de todo esto es que: es un romántico y narra con detalle y muy bien.

—¿Qué piensas de esto, Matsumoto?

—Bueno, eres joven. Estas cosas ocurren…

—¿Soy joven? Já. Me lo dicen todos… la verdad es que sí la quiero. Pero ya no quiero regresar con ella, ¿sabes? Siento que me traicionó. Ella decidió dejarme, a pesar de hacer el amor.

—Vaya chico, pues te han decepcionado feo últimamente.

—Seguro que a ti te tan hecho cosas de esa índole. Sólo hay que ver cómo vas vestido.

—¿Estás insultándome?

—No, lo siento. Sonó mal.

—Pues sí, Suzuki. Sonó mal.

—Lo siento.

—Disculpas aceptadas.

—Oye… ¿qué edad tienes?

—Ayer cumplí treinta.

—¿Eh? ¿Treinta? ¿Qué día es hoy?

—Es dos de febrero. Y, por cierto, no tienes dos meses aquí, tienes uno.

—He contado realmente mal…

—Seguro que es porque no sabes ni qué estás pasando.

Me acabo el café y dejo la taza en la mesa. Me pregunto de qué más podríamos hablar. Quiero abrir la boca, pero él suelta lágrimas mirando la pared que está detrás de mí. No sé qué es lo que se supone que tenga que decir. La verdad es que no sé nada. Estar en casa ajena, con un tacón roto, a las probables dos y media de la mañana, en una falda, con maquillaje… oh, por favor, sagrado Jesús, ¿harás que mis vecinas me vean las piernas? Quizá tenga que irme a eso de las cinco de la mañana, y llegar como siempre, pasando desapercibido. Pero hay que pensarlo bien. ¿Me importa, en realidad, Akira Suzuki? Sí, de verdad que sí. El  color de su alma, el que he podido ver, me enamoró. Esa clase de amor a primera vista. Pero claro, sé que si quiero adentrarme en él voy a tener que currármelo. En parte me lo pienso: es demasiado joven y no es ni siquiera gay.

Gimotea fuerte. No estoy muy seguro si le espantará que lo abrace. Comienza a decir que sus padres fueron asesinados en su auto, que los quemaron. En mi mente se reproduce una escena como la que él ha descrito y se me para el corazón. Qué tétrico. Qué putada. Mientras él llora, mientras conozco su parte depresiva, me levanto, despacio, y cuando llego enfrente de él, me arrodillo y lo abrazo.  Acerco su cuerpo al mío, con fuerza. Está pesado, sin embargo, no me rechaza en absoluto. Incluso me abraza, poquito. Y llora mucho, mucho, mucho.

—Oye, Suzuki…

—¿Qué?

—¿En qué instituto estudias?

—En ese que está cerca de aquí, ¿lo conoces?

—Sí.

Me lo pienso. Salgo del trabajo a eso de las dos de la tarde, así que podría ir perfectamente a esperarlo. Mañana es viernes, mañana es último día de la semana como para poder ir por él. Le pregunto si mañana irá a la escuela y él me dice que sí, porque están preparando un festival para el día del amor y la amistad. Me sorprendo.

—Bueno… ¿quieres que vaya por ti? —pregunto, con cautela.

—¿Sabes? Sería mejor que olvidáramos todo esto. Tú eres un travesti que cayó por casualidad en mi casa porque mis padres ya no están, pero no eres la clase de persona con la que me junto. No te ofendas, me has ofrecido una buena compañía hoy, pero la verdad es que sería lo mejor… ya sabes, decir que lloré solo.

—Bien. Te avergüenzas de una persona como yo… está bien, chico —guardo silencio, mientras sigo abrazándolo y él se disculpa. No lo juzgo, las personas ya han rechazado mi forma de ver el amor y la vida. El Señor Shiroyama, por ejemplo, ha especificado que a él sólo le gustaría verme como una mujer, no como un hombre. Kouyou, por otra parte, me ha ofrecido tolerancia. Cada quien se lo toma distinto, sin embargo, con él me duele porque he encontrado a una persona totalmente viva y con colores, alguien que se acopla a mi manera de ver la vida. No porque él me diga que ve en mí algo especial, sino porque su alma, lo que yo siento con esta persona, es diferente a los demás. Quizá es sólo como con Kou, que estoy enamorándome de un alma y no de una persona. Luego de un rato, en el que su respiración se pausa, le digo—: Vamos a la cama. Te dejo ahí, y me largo de tu vida, ¿bien?

—Qué crudo lo dices.

—Me lo has dicho así, también.

Se levanta y le miro la cara; nariz pequeña, boca bonita, ojos hinchados, cejas negras, cabello rubio, orejas ocultas. Luego, su cuerpo. Una espalda especialmente hermosa, pienso. Una donde podría escribir y dibujar hasta el cansancio. Unas caderas sumamente pequeñas, bonitas. Tiene un físico hermoso. Alto, delgado. Tiene las manos largas. Va delante de mí, caminando y balanceándose. Cuando llega a su habitación, sin prender la luz, ingresamos y me deja a mí abrir su cama. Cuando se mete, luego de quitarse los zapatos, dice que su ropa normal es rara para dormir. Después, dice que las sábanas están frías. Un poco más tarde, me susurra buenas noches.

Yo me voy, lo miro, y salgo de su cuarto.

*

Naturalmente, como he apreciado este lapso de mi vida, en el que una persona tan desesperada y depresiva como él me ha dado permiso de darme una noche, le he preparé un poco de comida, en su cocina. Le he dejado todo listo para calentar, el desayuno del día siguiente.

Caminé totalmente maravillado a casa, mientras hablaba con Kouyou por móvil, contándole todo lo que pasó. Él me repetía que por encantarme con un chaval como Suzuki, me quemaría en el infierno por pedófilo. Entonces yo le dije que si realmente lo pensaba así, pero él terminó diciéndome que no, que ya era grande él y que no era un niño de seis años. Qué estaba bien. Igual le conté que me había frenado de poder bañarme con su alma, porque yo no le había gustado. Él me respondió que si de verdad había sentido lo mismo que con él en su tiempo, que lo persiguiera.

Y me quedé pensando.

Me quito las medias, dejo los tacones de lado, me miro al espejo, me desmaquillo y me lavo la cara. No tengo mucho tiempo. En lo que hablé con Takashima me dieron las cinco de la mañana, y el tren lo tomo a las cinco y media, para poder llegar a las seis al trabajo. Me acomodé el cabello, me quité la falda y las bragas de dama para ponerme unos calzoncillos, una camiseta y un traje para poder verme formal en el bufete de abogados. Yo soy la secretaría de ahí, por supuesto. Así que debo ser puntual para poder atender alguna llamada o algo por el estilo.

*

Después de dos semanas, no he dejado de hablar de los malditos colores.

Me he acordado tanto de mi hermana, también de Kouyou. Incluso de mí.

El Señor Shiroyama ha pasado todos los días por mí, a las siete de la noche en el café del hotel más cercano a mi casa. Yo, como siempre, asisto muy a la hora y con ropa bonita y colorida. Lamentablemente él ya no atrae casi para nada mi atención. Mi cabeza se rehúsa a tomarlo a él como mi conquista. Sencillamente ese hombre me gusta, pero no me enamora.

He hablado con Kouyou de mi problema. Y me mandó por un tubo. Entiendo que, siendo él, siendo lo que es en mi mente, le valga.

Aun así, tan incomprendido como me siento, no me doy por vencido. He rondado a las afueras de la escuela de Akira todos los días, con la esperanza de encontrármelo y poder decirle cómo me siento. Preguntarle, también, cómo está. Qué ha hecho, cómo se ha tomado su  tiempo. Qué tal van los estudios. Sí me permite, sin llegar a ser entrometido, cómo se encuentra su corazón y, si acaso algún día me dejará entrar en él.

Voy cada vez que salgo de trabajar, me aferro en mi traje negro y asisto.

Incluso pregunté entre los estudiantes que salían, y cuando lo hice, me miraron extrañados, como si Akira no existiera. Entonces comprendí que el chico era tímido y no tenía amigos. Así que esperé directamente por él.

Pero nunca ha aparecido.

*

Ahora mi ánimo comienza a decaer drásticamente.

Tengo cuatro semanas sin ver al chico caleidoscopio. Cuatro semanas en las que he vivido del estado de ánimo de mis compañeros de trabajo. Incluso del ánimo del Señor Shiroyama. Me siento patético. Ese sentimiento arrebatador y nostálgico… mezclándose con mi melancolía, es terrible. No me agrada. Quisiera ser una chica bonita a la que le prestaran la atención debida. Me siento como un ropero viejo y abandonado.

La tristeza de tener treinta años y no haber hecho más que desperdiciar mi vida en cosas innecesarias me consume. Siempre confundiéndome, siempre arrollándome emocionalmente. A veces creo que jamás debí haber subido a esa camioneta en la graduación. O haber mirado con otros ojos a Kouyou Takashima. Está bien mi vida. Estoy bien yo. Él, todos. En realidad, no hay nada más malo que lo hay dentro de mí. No pasa nada a mí alrededor, y aunque todo sea así de calmo, yo no puedo integrarme al paisaje.

Ahora que camino por la ciudad, mientras llueve y me mojo los converse negros, me siento defraudado por Takanori Matsumoto (un yo en tercera persona). Así que quisiera no existir. No morirme ni suicidarme, sino, simplemente, dejar de existir.

Eso es todavía más triste…

—¿Takanori?

Levanto la vista.

No puede ser.

—A-kira…

—Sí. Hombre, que se ve que eres un chico de verdad. ¿Por qué no te vistes así siempre?

Las mejillas se me colorean. Y, lastimosamente, empiezo a llorar. Aunque con la lluvia ni se ve. Akira lleva unos tenis blancos, una playera a cuadros y unos jeans. No sé la razón de por qué me encuentro llorando en plena calle, pero él me pone la sombrilla negra que lleva y me dice que vayamos a casa. Invito a su alma a la mía, porque ahí estoy cómodo. Aunque sea pequeña, aunque sea como la de una muchacha, le invito. Camina a mi lado, sin decirme ni una palabra, parece consolidar el hecho de que estoy en pleno llanto, de que lo quiero y que me gusta mucho, así que me guarda luto.

Con torpeza, en el edificio, luego de cruzar el parque, comienzo a sentir muy pesada la ropa. Mojada parece que pesa una tonelada. Hemos saludado al portero y yo he sonreído. Mi llanto ha cesado tan solo un poco. Con las manos temblorosas abro la puerta y lo dejo pasar. Pide permiso y comienza a quitarse los zapatos en el recibidor, dejándolos junto a su paraguas. Yo me quito los converse y me voy corriendo al baño, a ponerme una pijama y secarme. Le grito que me espere.

Mi casa es pequeña.

Tiene un baño pequeñito. Apenas una regadera, una taza de baño, un lavamanos, y un pequeño espejo. Mi cepillo de dientes está ya despeinado de tanto uso; tenía una caja de condones junto al cesto de basura, pero no sé qué le haya pasado. También tengo un tapete en forma de pez. Afuera, luego, tengo una barra pequeña que es la cocina, y en frente, el tocador, en el cual guardo mi ropa de chico, y, sobre él, hay un reproductor de música; a un lado de éste, la cama tamaño matrimonial, cubierta por una colcha café, debajo de ella están mis zapatos. Al lado derecho de la cama, el armario donde puedo guardar todas mis cosas de chica y los trajes para trabajar. Maquillaje, ropa íntima, faldas, collares, también están ahí; tiene muchísimos cajones. También hay una mesa central, para comer. Y un pequeño cajonero donde guardo cosas que creo importantes. Tengo un mini-bar en la cocina con tocino y jamón; también hay una lata de cerveza y la mitad de la otra. Hay una canasta pequeña con un par de manzanas y un durazno. Mi casa es pequeña. Pero no necesito más.

Me saco la ropa y la dejo en la zona de ducha; me seco a velocidad luz y me pongo el pijama rápidamente. Cuando salgo, Akira está sentado, muy recto, en la mesa para comer. Me sonríe cuando me ve.

—Espero que no te moleste mi pijama.

—Es agradable. Parece térmica.

—Lo es —me siento junto a él—. ¿Cómo has estado? ¿Qué tal van los estudios? —me sonrojo en cuanto lo digo. Tenía tanto tiempo deseando preguntarle eso… que me siento bien. Incluso comienzo a dejar de sentirme triste con la vida.

—Bien. No se han llevado nada de casa… aunque es solitario estar solo, parece estar todo bien, económicamente. En la escuela todo va bien. Mis amigos han sido solidarios y como saben que no soy tan bueno con eso, me ayudan. ¿Qué hay de ti?

—Todo va bien.

—Oh… si es así, ¿por qué llorabas hace rato?

—Lo que sucede es que…

—¿Alguna persona te ha hecho daño?

—No, nada de eso. Creo que me llegó la crisis de los treinta o algo por el estilo.

—¿Qué te digo? Joder, que yo no entiendo de eso. Ni siquiera he llegado a los veinte.

—Aun eres joven.

—Sí. Pero vamos, disfruta lo que pasa ahora.

—Te estoy disfrutando ahora. ¿Sabes? Pensé que no querías volver a verme. Después de todo, me dijiste que olvidáramos todo.

—Es que mira, como un chico, pareces de puta madre. Pero como mujer, no sé. No pega para mí. Necesito que seas un chico, sino no puedo percibirte bien.

—Ya veo. Mira que encontrarnos casualmente en momentos así. Yo como mujer y tú llorando. Y luego, yo como chico y llorando y tú como el salvador que yo no pude ser para ti. Es raro. Eres bueno, Akira. Te has acercado a mí aunque sabes lo que soy.

—Pues sí. Le conté a una amiga sobre lo que pasó y me dijo que no tendría por qué ser tan conservador, porque además de travestirte, también eres una persona.

—Tu amiga es sabia. Soy una persona… un trabajador que usa traje todos los días para ir a la oficina y poder tener para comer. Soy una persona común y corriente.

—¿Ah, sí? ¿Traje? ¿En qué trabajas?

—En un bufete de abogados. Atiendo llamadas. No estudié la universidad, así que solo tengo un empleo que, teniendo solo el bachillerato, puedo obtener. Pagan bien, al menos me alcanza, y las personas son amables conmigo.

—Ya veo. ¿Por qué no has estudiado la universidad?

—Viví rápido.

—¿Cómo…?

—Oye, Akira.

—¿Qué?

—Tú has… ya sabes… ¿besado a otro hombre?

—No voy a besarte.

—¡No! O sea, ¿no lo has hecho?

—No.

—¿Y lo harías?

—No lo creo. Debería estar impresionado de verdad. Yo siempre he pensado que las mujeres son hermosas y que debo pertenecer a ellas. No tengo ningún deseo de estar o besar a otro hombre.

—Ya veo—sonrío, un poco desanimado—. Espera. ¿Qué clase de impresión?

—Pues no sé… —piensa un poco. Miro la ventana. Me levanto y prendo la luz—. Creo que una impresión tan fuerte como tú con un traje, luciendo como un hombre.

—Eh… vaya —no sé qué más decir. Así que le ofrezco algo de beber—. ¿Té o leche?

—Leche. No me gusta el té.

—Bien. Ya vengo. –en lo que me paro me acuerdo que no tengo leche. Solo hay té y cerveza. Se lo informo y me mira con mala cara.

—Dame agua natural. Después de todo soy menor de edad.

—Pero qué respetuoso de la ley.

—Mamón. Dame una cerveza pues.

—Lo que digas…

—¿Sabes que es triste, Takanori? —suelta de pronto.

—¿Qué? —yo me he traído un té, a él la cerveza.

—No existir.

—¿De qué hablas?

—De que no sé si existo. Mira, te veo, me ves, puedo hasta pegarte y lo sentirías. Pero ya sabes, algún día vamos a morirnos. Como mis padres. Antes o después, todos lo haremos. Así que… he pensado que después de morir, no pasa nada. El cielo tendría mucha gente con Dios y el infierno también estaría repleto. Sería como la tierra, habría sobre-población. Imagínate, si el cielo es infinito, las almas no se reciclan, y nadie reencarna en nadie. Entonces, si morimos, y vamos arriba, ¿Dios fabrica almas? No lo entiendo. Tal vez, mi teoría es que, no existo. Así pierdo conciencia cuando me muero pero no pasa ya nada. Sí no existo, tan solo soy imaginado o algo. ¿Me sigues?

—Sí, creo. ¿Por qué me hablas de esto?

—Por tu crisis de los treinta. Velo de esta forma: si no existe nada después de la muerte, diciéndolo como mera teoría, tú no te preocupes por nada. Simplemente no existes no existirás ni dejarás ningún rastro… no importas…

—Akira, eso suena mil veces más deprimente de lo que pensaba yo.

—Lo siento.

—No, está bien. Creo que me gusta cómo lo sientes.

—No sé, Takanori. Ni siquiera puedo entenderte. Ganas dinero, eres atractivo, ¿por qué te vistes de mujer?

—Los hombres se fijan en mí. Estoy feliz de que me miren.

—Eres un raro.

—¿Tú crees?

—Sí. Creo que es más fácil entender la teoría de cuerdas en dos minutos que a ti en cinco años. Eres raro.

—A mi no me jodas con eso, que tú también piensas muy raro.

—Qué gracioso— toma de la lata, me mira a los ojos y me siento muy feliz. Incluso, me mareo por la enorme cantidad de colores que puedo ver. Colores muy, pero muy, cálidos. —¿Sabes? Es muy difícil hablar con las personas, pero contigo está bien. Siento que vas a pasar de mí… y eso me da las puertas a hablar de más cosas.

—Me alegro.

—Je… gracias.

Entonces comienza a hablar de gatos. Y luego de motocicletas… y luego dejo de escucharlo y me concentro en su nariz pequeña, en sus ojos cafés, en sus labios partidos y en el desordenado cabello que tiene. Es tan guapo. Tiene los hombros anchos y la cintura pequeña. Es tan espléndido.

Como lo deseo.

Los colores se me infiltran en el alma y puedo ver mil fragmentos de emociones en él. Sus colores me abrazan, me iluminan, me rodean, y como un tifón, se tragan los míos.

Quiero comérmelo.

*

—Hola.

—¿Ya estás listo para darme ese beso?

—En serio, Takanori, no puedo acostumbrarme a eso de que uses trajes, sombreros y esas enormes gafas de sol. O sea, joder, ¿qué clase de cosa debo decir? Eres un sujeto hecho y derecho, no una chica.

—¿No me vas a besar, entonces?

—Ok, joder. Me has impresionado. A ver… más abajo…

Ambos, pegamos las narices por una rendija de la maya ciclónica con la que está bardeada parte del instituto. Bajamos un rombo más y no lo conseguimos. Akira susurra que casi lo logramos… y sucede, le encuentro los labios y se los beso. Un beso tímido, porque yo no he tenido más que impresionarlo para que me besara. Me separo de él, observo su rostro. El carmín de sus mejillas me hiere el alma, y le digo que lo quiero. Que lo quiero mucho. El rojo de su cara sólo logra avivarse más.

*

Akira:

Estoy escribiéndote esta carta porque hoy te he besado. Quiero que lo recuerdes, ¿entiendes? Quiero que tú, como yo, recuerdes el momento en el que rompí tus barreras. Quiero que lo recuerdes, en serio. Si lo olvidas, vas a olvidarme a mí. Probablemente esté exigiéndote mucho, no es tu primer beso. No estás enamorado de mí. Ni siquiera quieres ser mi novio. Pero cualquier que sea nuestra situación, quiero que sepas, que ha sido el mejor beso de mi treintena.

Ahora mismo estoy viendo a un pájaro que siempre se para en un árbol, sí, el árbol del parque que está enfrente del edificio donde vivo. Seguro que ya sabes dónde. ¿Te lo imaginas? Estoy pensando en ti, en ti y tu maldito uniforme de chico escolar. Akira, de verdad, cuando te vi llorar sobre de tu casa, cuando terminaste encontrándote conmigo por obra de la casualidad otro día de febrero, te juro que vi una explosión de colores.

 Akira, ¿alguna vez has tenido un caleidoscopio en tus manos? Cuando yo era joven, mi hermana mayor construía mandalas, una tras otra, día tras noche, todo el tiempo, cuando yo la veía, siempre estaba dibujando. Quizá eso quiera decir que a ella le gustaba mucho hacerlas, pensarlas. Lo más curioso, sabes, fue que cada que terminaba una, me la daba a mí. Yo, con desconfianza la primera vez, le puse color. Y la odié. Los colores estaban horribles. Te juro que, aunque yo tenía siete años, me trastorné porque esa mierda estaba terrible.

Pero ella siguió dibujando. Dibujó mucho durante algunas semanas… y cuando me di cuenta… me entregó treinta mandalas terminadas. Eran diseños preciosos, ¿sabes? Hermosos. Y me dijo que dibujara cada uno de ellas, porque quería verlas. Pero Akira, antes de que yo terminara los treinta, decidí quemar absolutamente todo. Sin embargo, ella siguió dibujando y dándome esas mandalas, perfectamente hechas. Yo las guardé en un cajón de mi habitación y empecé a crecer. Crecí y me olvidé de mi frustración con los colores.

Pero luego sucedió algo, ¿te imagines qué?

Me encontré con Kouyou Takashima. Estaba rapado, de manera terrible. Tenía unos cuantos mechones de cabello, parecía haberlo hecho con los ojos cerrados. Y estaba llorando. Lloraba como cuando te encontré a ti. Lloró tanto, frente a mí, que conocí qué tan grande era su dolor. Bueno, sus padres no habían muerto, pero él era molestado por los tipos malos del colegio. Acababa de llegar al instituto y compartía conmigo esa gracia. Yo también era molestado, a veces. Aunque claro, yo solía pegarles. Él no, él siempre le ha tenido miedo a pegarle a la gente. Siempre. Jamás le ha puesto la mano a algo encima. Es una persona totalmente mansa. Así que me quedé con él, sólo me senté frente a su persona, mientras lloró. Ni siquiera me prestó atención. Luego de un rato, él sacó de su bolsillo de la chaqueta, un caleidoscopio.

Sí, un caleidoscopio. Y me lo prestó.

Y vi a través del pequeño agujero, Akira. Justo como te vi a ti fue justo como vi el interior del caleidoscopio. ¿Me entiendes? Tú eres mi chico caleidoscopio. Al principio fue Shima, pero sus colores fueron perdiéndose después de tres días. Él se volvió morado, como su aura. Pero ya no destellaba más colores, y tú, sin embargo, por más de tres meses brillas con una intensidad inmensa. Mira, yo no suelo mirar a las personas y quedarme con ellas por su físico. Yo entiendo la cuestión del color, Akira. De verdad que lo entiendo. Estoy seguro que tú también lo entiendes. Cuando te veo, los cristales de colores, de todos los colores que puedas imaginarte, vienen a mi cabeza; mientras mis oídos te escuchan siento el oleaje del mar, mientras mi corazón se precipita, me siento como si escalara, cuando aspiro tu olor, me lleno la cabeza de chocolate. Me enlodo totalmente en lo varonil que eres, Akira.

Hoy, nos besamos.

Hoy, mis espejos que intenté mantener a un margen de ti, de las personas, se me rompieron e hicieron todavía más colores. ¿Has visto a los arcoíris? Bueno, pues los colores que ahí ves, con era magnificencia, yo los veo en ti. Claro que más vivos, se mueven, e incluso, hacen el amor entre ellos.

Quiero tocarte. Quiero besarte como una persona normal lo haría.

Yo tenía diecisiete  años cuando conocí los matices de la vida, tú, ahora, tienes esa edad y yo tengo trece años más. He vivido más que tú y por lo tanto, me doy el lujo de ser una persona más completa. No estoy menospreciándote, pero tú estás creciendo, y cuando lloraste, lloraste como un niño. No como un hombre. Quiero ver cómo creces, de verdad. Quiero ver cuando te salga barba y bigote y tengas que rasurarte (seguramente esto ya te sucede, pero apreciaría verlo con mis propios ojos), quiero ver tus lagañas, quiero verlo todo de ti, Akira. Suena acosador, pero eres un alma con tantos colores que no puedo penetrar en tu vida. Me creo incapaz.

Me pregunto si esto es a lo que le llaman ¨el hilo rojo del destino¨.

Probablemente esté escribiéndote estas cosas con la libertad robada, pensando que tengo que estar contigo porque tus colores me lo han dicho, no porque el amor esté totalmente en mí.

Pero creo que mentiría incluso pensándolo.

Te amo.

Tengo cinco caleidoscopios a mi izquierda, Akira. Los he observado mucho antes de escribirte. Cuando te vi, recordé los colores. Cuando te veo ahora, no puedo recordar mucho, ni siquiera la sensación. Cuando estás conmigo, no me acuerdo más de que tus colores están conmigo. Ya no puedo compararte con algún color en específico, porque como ya dije, eres un caleidoscopio. Cambias de forma, cambias de color.

Yo no sé si yo tenga color.

¿Te parece que lo tengo? ¿Te parece que estoy hablándote de puras chorradas?

Hoy nos besamos… en tu instituto, a través de la reja. Hoy me puse bien los pantalones.

Hay muchos niños jugando en el parque, el pájaro se ha marchado ya. No tengo qué mirar, realmente. Me gustaría que aparecieras por aquí, porque siempre estás hablando. Nunca te callas, pero eso me gusta. Yo no soy muy comunicativo, pero me encanta absorber todas las cosas que tú me cuentas. Ni siquiera me hablo a mí mismo, ¿sabes? Me refiero a que, a veces es bueno hablar solo. Como tú.

A mí no me gustan como tú… a mi no me gustan como nadie…

Pero es más que nada es porque, precisamente, eres tú.

No es que me haya cansado de Kouyou o del Señor Shiroyama. Ellos son dos personas totalmente alejadas de ti, que realmente, si conocieras, te llevarías bien con ellos. De alguna manera, son humanos muy adorables. Shiroyama es azul cielo y Kouyou morado. Y ellos son un par de nubes que me guían.

Pero tú eres todos los colores por existir.

Así que no pienses mal. Yo no me he acostado con nadie desde hace una semana.

Suena mal, pero la última persona con la que tuve intimidad, me dijo que me amaba. Y yo le dije que yo también, pero que lo hacía como un mundo más. No había más. Su color era ámbar, y no era mi tipo.

Hueles a chocolate.

Si me concentro, aquí y ahora, puedo olerte y visualizarte.

Te deseo.

¿Estarás haciendo la tarea de inglés?

Tú no sueles lidiar con esa tarea sin enojarte.

Quiero verte, voy a verte. Voy a recordarte que nos besamos, para tal vez, volver a hacerlo.

Matsumoto.

Notas finales:

¿Qué tal? 

Quien me diga qué carajos va a pasar, le voy a dar un besote(?).

En una semana subo el último capítulo, así que bueno, en el otro van a darse cuenta de que hubo un cambio muy drástico en la historia.

Si notan errores, pues diganme(?

Sugerencias ya no acepto porque ya lo acabé.

Gracias por leerme.

 


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