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The Lord of my Heart por Dark_Yuki_Chan

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THE LORD OF MY HEART

Con Todo mi Corazón Para mi Onii-chan, Hiso-chan.

CHAPTER 1: The Sword Which Was Broken

Largo fue el viaje en verdad, ya que muchas leguas distancian el Bosque Negro de Imladris. Desmonté de un salto, pues mucho urgía la noticia de la huída de Sméagol. He de admitir que poco uso di a la cortesía en mi búsqueda del señor Elrond, y fue grande mi preocupación cuando se me dijo que mis noticias sólo serían oídas al día siguiente, en el concilio al que nos convocó el hijo de Ëraendil.



Una vez allí reunidos, mayúscula fue mi sorpresa al voltear los ojos a uno y otro lado. Sentados todos en torno a una larga mesa había enanos con las largas barbas trenzadas y pesados yelmos sobre las cabezas, elfos altos y esbeltos de cabellos largos y manos veloces, hombres altivos con largas capas y espadas poderosas, y unas criaturas pequeñas y graciosas, como niños, los medianos que se llaman a sí mismos hobbits.

Las cosas que en el concilio fueron dichas poco importaron a mi corazón en aquel momento, pues estaba toda mi concentración puesta en un miembro del concilio. No era ni el señor Elrond, el más majestuoso; ni Mithrandir, el más sabio; ni Boromir, el más altivo; ni Frodo, el mismísimo portador del destino de la Tierra Media. Se trataba de un hombre algo desaliñado por el largo viaje, con las ropas un poco raídas y los ojos oscuros profundos e insondables. Aragorn, hijo de Arathorn era su nombre, aunque en Rivendel le solían llamar Elessar o Dúnadan. Su voz era franca, tranquila y poderosa, y aunque llevaba no pocos inviernos en el cuerpo era aún joven, o al menos no viejo para las cuentas humanas. Su semblante, serio y con un dejo de tristeza, era noble como el que más, digno de un rey, digno de un heredero de Isildur. Se veía en su actitud el coraje y la valentía que mostró el antiguo rey al cortar el Anillo de la mano de su Amo, y parecía capaz de demostrarlos en cuanto fuera menester.



Una vez acabado el concilio, muchos partieron con diferentes rumbos a recorrer la Tierra Media. También el Dúnadan marchó, y mi corazón sintió una punzada al verlo partir. Poco tiempo tuve para afligirme por su viaje, pues enseguida se me acercó un conocido compañero al que tantas veces he deseado poder olvidar.

- Aiya (“Hola”), Legolas hijo de Thranduil. Muchas veces han caído las hojas desde nuestro último encuentro.

- Cierto es en verdad, Lindir, y más que hojas han pasado desde entonces.

- ¿De qué hablas? No comprendo tus palabras.

- Es que remotos me parecen nuestros momentos juntos, y ya en mi memoria el recuerdo pierde la luminosidad que tuvo antaño -. Comenté intencionadamente.

- Curioso me parece lo que dices, más aún si con mi caso lo comparas. A pesar de que han ya corrido innumerables estaciones, distanciando nuestras vidas, aun todo está claro y vívido frente a mis ojos. Cuando pienso, ¡oh, Legolas!, en todo lo vivido, no es como si estuviera recordando, sino al contrario. Si pienso en ti me parece que nuestro tiempo juntos es la vida, y la vigilia sólo un recuerdo vago.

- Pues sea, Lindir, si te hace eso feliz…

- ¡No, Legolas, no me hace feliz! - Exclamó él, clavándome sus ojos verde transparentes. – No se alegra mi corazón al pensar en ti y saberte lejos, en tierras extrañas, en otros brazos. Se regocija, cierto es, mi alma cada vez que retornas a mí en sueños, mas es una alegría amarga, y más dolorosa al saberla incumplida. Responde entonces, ¿Cuánto más he de esperar? Cruel y eterno me parece el tiempo apartado de ti. ¿Cuándo regresarás a mis brazos?

- Si tales son tus preguntas, y si esperas respuesta sincera, he de decirte que no he pensado regresar ni lo haré. Mucho fue, en verdad, lo que juntos vivimos, mas es pasado y no futuro…

- ¿Dices entonces que no añoras aquellos momentos encantadores? ¿O está más llena tu vida ahora que entonces, y ya no necesitas de mí?

- No añoro, sino que recuerdo. Es pasado, Lindir, ya te he dicho, y no es mi intención convertirlo en presente.

- ¿Es que acaso no me amaste, Legolas hijo de Thranduil? ¿Fue todo un engaño y una farsa de tu parte, crueldad de tu corazón?

- Claro está que no. Te amé, más de lo que he amado a nadie, y no morirá tu recuerdo mientras yo viva. ¿No es para ti suficiente?

- Con sinceridad te digo que no, Legolas. No es bastante ni lo será jamás. – Respondió Lindir tristemente, y agregó. – Son tus palabras flechas que, crueles y certeras, se clavan en mi corazón y lo hieren mortalmente. En ellas y en tu expresión puedo leer algo que no me has dicho, y deseo saber si mis suposiciones son acertadas o son mero encantamiento provocado por el dolor.

- Di entonces, si deseas asegurarte, ¿Qué es lo que imaginas?

- Pienso que alguien más ha arrebatado tu corazón, y que por esa razón imposible te resulta entregármelo.

- No te equivocas, no del todo al menos. Acertado estás al decir que alguien más hay cerca de mi corazón, pero has errado si piensas que le pertenece, pues no está siquiera enterado.

- Enterado, dices, significa que se trata de un varón.

- Cierto es -. Respondí, molesto por ser tan poco cuidadoso.

- ¿Y por qué dices que no está enterado?

- Pues porque nada sabe ni imagina, y si algo sospecha, disimula bien.

- ¿No te le has declarado entonces, y aún así no cedes a mi ruego?

- No me le he declarado aún, mas no por falta de amor sino de valentía.

- ¿Deseas valor?

- Es lo que más quisiera.

- ¿Más deseas eso, o que tu bienamado te corresponda?

- Nada es en verdad el valor en comparación con esa gracia. ¡Ay! Has puesto el dedo en una llaga que mucho hiere y envenena. ¿Cómo he de pensar que podría él corresponderme?

- Si de algo te sirven mis palabras, he de decirte que me muestro sorprendido al ver que no todos te aman a ti por sobre las demás cosas del mundo. Si de mí dependiera, ¡Ya más te honrarían que a Ilúvatar!

- Insensatas palabras son en verdad, pero algo consuelan. Dices aquello sin embargo porque aún está tu corazón prendado al mío, mas si así no fuera, verías como a nadie parezco más que un simple elfo más.

- ¡Un simple elfo más, dices! Mucho más que cualquiera de los que conozco eres en verdad, y eso es algo que cualquiera con dos dedos de frente puede asegurar. Si de otro elfo se trata, dudo mucho que no haya visto tu belleza imposible, tanto exterior como interna.

- ¡Ay, pues otra cosa he de confesarte! No es uno de los primeros nacidos.

- ¿Es mortal entonces?

- Así es.

- Malo suena eso para tu destino, más aún a mis oídos que te aman. Y dime, pues, ¿Quién es el afortunado objeto de tus amores?

- El Dúnadan lo llaman, Hombre del Oeste. O Elessar, Piedra de Elfo.

- ¿Hablas entonces de aquél que blandirá la espada rota cuando sea nuevamente forjada?

- Ciertamente.

- Alto miras en verdad, pues si entre los hombres es rey, aún para los elfos es gran personaje. – Y añadió con gran tristeza. – Claro veo entonces por qué lo has preferido.

- Así fuera un mendigo vagabundo sin una gota de sangre noble en las venas, lo mismo lo amaría. No ve mi corazón glorias ni linaje, sino los seres que dentro de cada criatura habitan. Y si amado me es el tuyo en verdad, mentiría si dijera que lo amo a él menos.

- Echada parece estar mi suerte pues, y creo no equivocarme si afirmo que nada cambiarán mis ruegos…

- No te equivocas.

- Mi bendición te daré entonces, ¡Oh, mi único amor!, y mis mejores deseos. Que el valor no te falte para enfrentar a ése que no conquistarán flechas ni espadas, sino sólo tu dulzura. Que no se lo lleve pronto la muerte, y no te deje aquí solo, desecho en llanto. Que el Dúnadan te corresponda, y ambos seáis felices todo el tiempo que os esté destinado. Y que no olvides nunca que en mí encontrarás cuando necesites, si no a quien amar, a quien te brindará su amistad, su apoyo y su amor en todo momento y en todo lugar.

- Mucho te agradezco, Lindir, y bien sabe Ilúvatar que si en mis manos estuviera compensaría toda tu bondad con el amor de mi corazón. Mas bien sé, y bien sabes, que me resulta imposible, por ello te estaré en deuda hasta que halle modo de pagarte.

- Siendo feliz con ese amado tuyo, y llamándome cada tanto. ¡Será justa recompensa!

- Sea entonces. Y yo también te doy mi buen deseo: Que a otro o a otra halles en algún lugar del Mundo, y que le ames y te ame, y te de lo que en justicia mereces y yo jamás podré entregarte.

- Quiera el destino permitirlo, aunque mucho dudo que pueda alguien más encender en mí lo que tu encendiste.

- Y yo estoy seguro que alguien lo hará, igual o más intenso todavía.

- Sea. Que Ilúvatar te oiga.

Los translúcidos ojos verdes de Lindir evidenciaban una tempestad violenta que se estaba desarrollando en su interior. Sonreía, pero también estaba triste, más triste de lo que hacía siglos había visto a alguien. Mi corazón se conmovió al ver su rostro honesto, hermoso, lleno de sufrimiento por mi causa.

*Por mi causa…*

Sí, yo era el culpable. Yo estaba causándole dolor a ese ser tan bello, a ese corazón tan noble y valioso. ¿Qué había que me diera el derecho de hacerle daño?



* * *



Los días corrieron como ciervos en las praderas, y poco a poco, tras los dos meses más largos de toda mi vida, los viajeros que habíanse marchado fueron regresando. Cada vez que oía el galopar de un caballo por Imladris, volaba casi hasta un lugar en que pudiera divisarle y ver si la montura traía o no a Elessar por caballero. Cuando me aseguraba que el jinete no era el hijo de Arathorn, le seguía y espiaba de forma indecorosa, para descubrir si algún mensaje traía referente a mi bienamado. Días y noches pasaban y ninguna noticia del Dúnadan llegaba a mis oídos expectantes…



Mucho dolía a mi corazón la espera cuando, cierto afortunado día dorado, una bestia vigorosa llegó galopando al valle de Imladris. Decir que la primavera y el invierno llegaron juntos al lomo de aquel caballo no sería suficiente para expresar la maravillosa visión que era el heredero de Isildur retornando al fin a la casa de Elrond y, al tiempo y sin saberlo, retornando mí. Mas, otra vez, fue corto el placer de observarle, pues aún debían ser escogidos quienes llevarían al Único a Mordor en representación de los Pueblos Libres de la Tierra Media. Resultar uno de los nueve elegidos hubiera resultado, en otras circunstancias, razón de llanto y amargura, pero, siendo Elessar miembro de la comitiva, ¿Tenía acaso derecho a entristecerme o sentirme desdichado? ¿Cómo podía mi corazón no reventar de gozo, alabando a Ilúvatar por su infinita misericordia? ¿Era acaso posible no reír y llorar al tiempo ante tal noticia? Si no el mejor dispuesto, fui sin duda alguna el más feliz de la compañía. O el menos acongojado. Una oportunidad brillaba ahora como el sol en el horizonte, riesgoso y lejano… mas no inalcanzable.



Me acerqué al mortal como movido por la mano de Ilúvatar. Sentía una extraña necesidad de conocer mejor a quien, me parecía, resultaría una pieza vital en nuestra campaña. Nos sentamos algunos juntos, para escuchar historias y cantos que reconfortaran nuestro corazón ante la inminente partida hacia la Tierra de Mordor. Luego de que algunos de los míos entonaron una hermosa canción sobre Elbereth, de aquellas que cautivan el corazón y hacen asomar lágrimas, el montaraz me comentó como por casualidad:

- Me alegra que también vayas tú con nosotros, Legolas.

Volví la cabeza hacia él, respondiendo con una pregunta:

- ¿Por qué, Aragorn hijo de Arathorn?

- Eh… Pues porque el corazón me dice que los poderes de tu raza hermosa nos serán de gran utilidad en esta empresa, es todo.

- Y mi corazón me dice que más importante será la actuación de la espada que estuvo rota, en mano del heredero de Isildur.

*Y más importante que todo ello será para mí tu sola presencia.* Quise decir, mas callé la verdad que mi corazón quería declarar a gritos.

- Dime, Legolas…

- ¿Qué? -. Por Elbereth, ¿Sería posible que mi corazón latiendo enloquecido me hubiera delatado? No, por favor, no podía ser así. …l no podía saberlo…

- Dime – Repitió. – ¿Qué le sucede a tu corazón?

- ¿Por… por qué me preguntas eso, Aragorn? -. No pude evitar que las palabras me salieran entrecortadas. Empalidecí, estoy seguro, hasta que la nieve parecía oscura al lado de mi rostro. Mi corazón golpeaba tan violentamente dentro de mí que me lastimaba el pecho.

- Es sólo una impresión, y es probable que me equivoque, pero me parece que cargas un peso amargo oculto tras tu expresión bella.

¿Me había llamado bello? No podía creerlo, no podía… Y si yo era bello, ¿Qué era él? Ninguna palabra en mi lengua ni en la suya podría describir ni lejanamente su hermosura. Hasta las estrellas, comparándosele, resultaban toscas y faltas de gracia, pues tan hermoso era.

- No es nada, Elessar, sólo me entristece el pensar que poco tiempo nos queda ya de descanso y paz. Paz falsa, es verdad, pero paz al fin. El pensar que muy pronto Rivendel no será más que un recuerdo me pesa, y quien sabe cuantos de nosotros terminarán con vida, o si alguno lo hará. ¿No te duele pensar que es posible que jamás vuelvas a ver las cosas hermosas que amas? – Clavé mis ojos en los suyos, brillantes y pardos, mágicos, que estaban fijos en mí. – Y si fracasamos, arrastraremos a los pueblos libres hacia su ruina. Y si vencemos, es posible que perdamos de igual modo la vida y lo que amamos y los recuerdos.

- Hablas con verdad, Legolas, pero aunque todo lo veamos adverso, hemos de hacer cuanto esté en nuestras manos. Si no, ¿Qué será de la Tierra Media?

- ¡Ay! ¡Desdichada es la suerte en verdad! -. Dije, en un arranque de tristeza al pensar en el destino desgraciado, el de la muerte, que le esperaba a Aragorn y tarde o temprano le alcanzaría. – Vosotros estáis atados al destino de la tierra de este lado del mar, y yo no podré ya marchar a las tierras inmortales, pues ahora sé que mientras unos sonríen allá, aquí otros sufren y mueren. ¡No podré ya dejar estas tierras, y al igual que vosotros estoy desde ahora atado a ellas, pues si abandonara y ustedes perecieran aquí moriría también mi corazón!

El hijo de Arathorn me miró con los ojos llenos de emoción, y yo no sabía si palidecer o enrojecer.

- Tienes un alma noble, Legolas Greenleaf. ¡Mi corazón se regocija al tenerte por compañero!

Su voz de manantial profundo acarició mis oídos como benevolente brisa, cogió mi corazón y lo lanzó al aire fresco y vivo.

- También se alegra mi corazón por tener a Aragorn hijo de Arathorn como aliado y compañero. ¡Fe entonces! ¡No se entristecerá mi espíritu si te tengo a mi lado en el peligro!

Aquellas palabras brotaron de mi alma tan espontáneamente que yo mismo me sorprendí. Aragorn sólo sonrió, una sonrisa sincera y amistosa que me hizo derretir, y se volvió hacia el grupo para oír la historia que estaban narrando. Un relato triste de un amor imposible…

CONTINUARÁ...

Dark Yuki-Chan
(kakkoi_yuki_chan@hotmail.com)

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