Siempre lo miras en los pasillos de la escuela y te preguntas si hoy será el día.

Si alguien pudiese pensar en el momento más dulce de su vida seguramente diría que fue algún momento con un ser querido o un evento muy especial.

En mi caso yo te diría que fue el momento en el que todo aquel que conocía murió y me dejo solo con él.

Ser Severus Snape no era sencillo; más si a eso le sumamos el que una poción salió terriblemente mal.

Y ahora deberá vivir en grimmauld place durante las vacaciones de verano, aguantándose las consecuencias de la dichosa poción, a Sirius Black y los extraños nuevos sentimientos que surgen por ambos hermanos Black.

Y carcajeándome salgo de la cocina, dejándote hay en el quicio de la puerta más tieso que si te hubiese lanzado un petrificus totalus y tan rojo como una manzana madura.

Sin duda alguna la vendetta es algo maravillo, más si mi querido dragón pone esas muecas que lo hacen ver encantador.

Lucius no era tonto, él lo sabía antes que cualquier otro.

Antes que Narcisa, que Sirius, Severus e incluso el mismísimo Albus Dumbledore.

Las discusiones, las maldiciones, los encontronazos en los pasillos que llegaban a los golpes, el que ni siquiera en las vacaciones su hijo dejase de pronunciar su nombre no eran más que señales de un futuro e inevitable enlace entre sus familias.

Porque esa obsesión de Draco con el joven de la familia Potter no era sino el anuncio de las campanas de unión.