No sé como pasó, ni porqué, solo recuerdo oír esas palabras salir de su dulce boca, unas palabras que desde ese día, me dejaron muerto en vida.
“Usagi san, creo que deberíamos dejarlo...”
¿Por qué? ¿Qué había hecho mal? Lo había tenido a salvo de todo mal, lo hubiese protegido con mi vida si hubiese hecho falta, ¿a qué venía esto?
Mis ojos se dilataron, mis manos comenzaron a sudar como nunca lo habían hecho e hice esfuerzos vanos en mantenerme sereno.
“¿Es broma? Debes de estar cansado, mejor ve a descansar” dije intentando olvidar lo que acababa de decir mi pequeño. Dejé la taza de café en el mueble, y me acerqué a acariciarle su cabello, su precioso cabello, liso como la seda y brilloso como el sol, pero me apartó, con la mirada baja.
“Misaki, ¿qué pasa?” pregunté extrañado, esa actitud no era normal. Esa situación no era normal, mi cuerpo comenzaba a acelerarse a la vez que asustarse. “No puedo ser feliz si me quedo contigo, nuestro tiempo ya pasó, Usagi san” me miró sonriente, esa sonrisa falsa y devastadora que se dejaba ver por la lágrima que corría por su mejilla.
Piedra, esa era mi postura. No reaccioné hasta verlo subir por las escaleras, ¿iba a buscar sus cosas? ¿Se iba a ir de verdad? ¿me iba a dejar solo? La soledad no quería volver a ser mi amiga, y yo no quería volver a ser amigo de la soledad.
Corrí, entrando después que él a nuestra habitación. Comenzó a guardar sus cosas en la maleta, mientras que yo las volvía sacar. “¡Misaki, escúchame!”grité lo más alto que pude, sus ojos se fijaron en mí, seguía llorando. No me lo creía, o más bien no le quería creer.
“¿Qué quieres escuchar? No quiero estar contigo, quiero que se termine todo esto. No quiero ser un don nadie, quiero vivir. Vivir a mi nivel, el nivel de un chico pobre y corriente como yo. Esto no es real Usagi san, por mucho que lo intentemos”
¿Como podía aceptarlo? Había pasado tres años, los tres años más felices de mi vida junto a él. Había hecho desaparecer lo malo, la soledad se había esfumado, mis penas habían desaparecido, él me dio la felicidad, ¿tenía derecho a quitármela de manera tan fácil?
“¿Quién te ha dicho eso? ¿has hablado con mi padre? Entiendo, ha sido eso...” reí como un necio tonto, esperando un abrazo, una muestra de debilidad por parte del menor que me hiciera reaccionar, algo de esperanza. Se dirigió a mí, pero solo para quitarme una de sus camisas de la mano y volver a meterla en la maleta. La cerró, y la tiró al suelo y sacó la manilla para ir arrastrándola por el suelo.
“Usagi san, si tú quieres puedo seguir viniendo a limpiar y a cocinar, no me importa hacerlo...” ¿de verdad esas serían sus últimas palabras? No sé si todo esto ocurrió en cinco o cincuenta minutos, solo sé que fue como un suspiro para mí, me sentía un perro abandonado. Bajé corriendo las escaleras, pasando por su lado y me postré en la puerta con la cara demacrada.
“No tienes a dónde ir, no tienes dinero ni ahorros, ¿se los pedirás a Takahiro? Misaki no le seas una molestia...” mi vista se oscureció, nunca había querido hacerle daño, pero era la última herramienta que me quedaba, ¿o lo secuestraba? No podía hacerlo, no porque no pudiera, claro que podía, podía encerrarlo en mi habitación y no dejarle salir nunca más, pero él tampoco se merecía eso.
“No hace falta, he estado guardando dinero en este tiempo” se plantó en frente mío y de manera muy fría espetó “Usagi san, apártate”
“No te vayas” supliqué, no me quedaba nada más que suplicar.
Posó su mano en mi cadera e hizo fuerza para apartarme, pero no hizo falta, solo me dejé llevar. No opuse resistencia, solo por sentir su tacto un par de segundos más. Giró el pomo de la puerta, y acto seguido salió por ella.
Ahí se iba mi vida, ¿qué me quedaba ahora? Lentamente me deslicé por la pared, abriendo la pequeña puerta del mueble del lado de la puerta, ¿el alcohol me iba a hacer olvidar? ¡No! Lo lancé con toda la rabia al suelo, se estaba ensuciando todo, pero no me importaba. Ya no me importaba, pero no quería volver a mis antiguos días de soledad, de ser un amargado solterón, de autodestruirme con la bebida.
Bajé las escaleras corriendo de todo el edificio, sabía que Misaki volvería conmigo, no tenía porqué irse, y se merecía ser feliz. Yo le podía hacer feliz, y si me faltaba algo o tenía que cambiar lo haría, por el hubiese hecho cualquier cosa que pidiera. Nunca imaginé aquella vista, Misaki subido en el coche de Ijuuin, aquél dibujante de manga que tanto amaba y yo odiaba. Partió, pero alcanzó a ver como le miraba con decepción, ¿me había dejado por otro?
Continuará...