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Cartas por sunako_1

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Notas del fanfic:

Los personajes del manga/anime "Kuroko no basuke" no me pertenecen, son propiedad de Tadatoshi Fujimaki-sama

Notas del capitulo:

hola a todas y todos los que leen mis ff y a los que por primera vez leen uno.

este es un tierno ff de mis amados Mukkun y Muro-chin

Un hermoso chico de cabello negro, suspiraba al entrar al salón de clases –“¿Cuándo se aburrirán?”- se sentó en su silla poniendo el bolso a un lado y ordenó el montón de sobres que estaban dispersos sobre el pupitre.

Era la rutina de todos los días. Llegaba, las ordenaba, las leía antes que comenzaran las clases y después, se juntaba con las escritoras (y a veces escritores) de aquellas cartas para rechazarlas amablemente.

Mientras los tomaba, uno de los sobres llamó su atención. A diferencia de todos los demás, que eran de colores y con adornos, este era simplemente blanco –“No tiene nombre”- lo revisó por el dorso y el revés buscando a quien lo hizo y al no encontrarlo, decidió abrirlo.

Lo rompió de un lado. Dentro solo había una hoja de cuaderno doblada. Verificó el interior por si había algo escrito u otra cosa, pero no encontró nada.

Miró la hoja por un momento y después la desdobló –“¿Qué es esto?”- se sorprendió al ver cuatro líneas escritas con letras latinas –“¿Son palabras en español?”- las leyó en voz baja y después miró alrededor –“¿Quién escribió esto? ¿Y cómo sabe que se español?”- volvió a observar la hoja buscando algún indicio del nombre del autor o autora. Al no encontrarlo suspiró.

Al contrario que las otras cartas, aquella simple hoja, la guardó en su billetera.

 

Alma mía, dame en tus besos el agua

salubre de estos meses, la miel del territorio,

la fragancia mojada por mil labios del cielo,

la paciencia sagrada del mar en el invierno.

 

___

 

El hermoso chico pelinegro, entraba al salón de clases mientras se despedía de uno de sus compañeros de equipo. Saludó a los pocos alumnos que estaban en el aula y miró su pupitre. Suspiró mientras se sentaba en la silla y dejaba el bolso a un lado.

Iba a comenzar a ordenarla, pero una esquina blanca, que se asomaba bajo unos sobres con corazones, captó su atención de inmediato –“¿Podrá ser…?”- la tomó –“Lo sabía”- sonrió tiernamente al ver el sobre completo.

Sin esperar, lo abrió para sacar una hoja igual a la anterior y leyó su contenido en voz baja.

 

Te quiero sólo porque a ti te quiero,

te odio sin fin, y odiándote te ruego,

y la medida de mi amor viajero

es no verte y amarte como un ciego.

 

Después de leer aquellas cuatro líneas, revisó el sobre, la hoja y su pupitre intentando encontrar alguna pista de quien la había escrito.

Al no encontrarla, suspiró resignado, y guardo la hoja en su billetera junto a la anterior.

Y a aquellas dos cartas, le siguieron cinco más.

 

___

 

El pelinegro se encontraba sentado en la cama de su habitación –“Hace tres días que dejaron de llegar”- miraba las siete hojas de papel que había dejado frente a él. Levantó la primera para leerla en voz alta. Después la segunda y continuó con la tercera.

 

Sabrás que no te amo y que te amo

puesto que de dos modos es la vida,

 la palabra es un ala del silencio,

el fuego tiene una mitad de frio.

 

Dejó la tercera hoja al lado de la otra y tomó la cuarta.

 

Una vez más, amor, la red del día extingue

 trabajos, ruedas, fuegos, adioses

y la noche entregamos el trigo vacilante

que el mediodía obtuvo de la luz y la tierra.

 

La puso al lado de la anterior para levantar la quinta.

 

Sin esa luz que llevas en la mano

que tal vez otros no verán dorada,

 que tal vez nadie supo que crecía

como el origen rojo de la rosa.

 

Le siguió la sexta.

 

Hoy es hoy con el peso de todo el tiempo ido,

con las alas de todo lo que será mañana,

hoy es el sur del mar, la vieja edad del agua

y la composición de un nuevo día.

 

Y llegó a la última.

 

Ibas cargada de flores ferruguinas,

 algas que el viento sur atormenta y olvida,

 aun blancas, agrietadas por la sal devorante,

tus manos levantaban las espigas de arena.

 

La dejó en la fila que formó con las siete. Las veía una y otra vez intentando encontrar algo –“Lo único que tiene en común, es que todas son de cuatro líneas”- suspiró y las comenzó a juntar –“¿Por qué no puso su nombre? Yo…”- abrió los ojos sorprendido al ver las hojas medianamente sobrepuestas –“La primera letra es la única en mayúscula”-

Tomó un plumón delgado para marcar la letra, después dobló las hojas a la altura del primer verso y las puso una sobre la otra.

 

Alma mía, dame en tus besos el agua.

Te quiero sólo porque a ti te quiero.

Sabrás que no te amo y que te amo.

Una vez más, amor, la red del día extingue.

Sin esa luz que llevas en la mano.

Hoy es hoy con el peso de todo el tiempo ido.

Ibas cargada de flores ferruguinas.

 

Se levantó rápidamente. Fue a la entrada, se puso las zapatillas, el abrigo y salió. Corrió por las frías calles otoñales pasando entre la gente que lo miraba un tanto confundida. Se detuvo frente a una casa y tocó el timbre.

La puerta se abrió –Muro-chin. Hola- saludó un muy alto chico de cabello violeta mientras caminaba por el patio -¿Viniste corriendo? ¿Pasó algo?- preguntó cuando se acercó para abrir la pequeña reja y vio jadeante al pelinegro.

-¿Sabes español?- preguntó de improviso asustando un poco al pelivioleta.

-Sí. Aka-chin me enseñó porque había un libro que…- de pronto se ruborizó violentamente -¡No! ¡Olvida lo que dije!- iba a dar media vuelta para huir, pero la firme mano del pelinegro en su brazo lo detuvo.

-Tú me escribías esas cartas ¿Verdad?- dijo calmadamente el pelinegro mirando el sonrojado perfil del pelivioleta -¿Cómo sabías que se español?-

-Una vez, me contaste que en Estados Unidos tenias un amigo latino que te enseño español- respondió inclinando un poco la cabeza, dejando que su cabello lizo, tapara la mitad de su cara.

-Atsushi… ¿Te gusto?-

El pelivioleta se volteó para ponerse frente al pelinegro, dejando a la vista su rostro avergonzado –Me gustas, Muro-chin-

El pelinegro sonrió dulcemente mientras sus mejillas se tiñeron sutilmente de rojo –Tu también me gustas, Atsushi- el pelivioleta se sorprendió y el pelinegro se paró en la punta de sus pies, para acercar sus labios y juntarlos con los del pelivioleta en un tierno beso. Ante el contacto, ambos cerraron los ojos.

 

Ahora cuando rechazara a las y los escritores de aquellas cartas que diariamente le llegaban, no les dirá el habitual “Lo siento… pero ya me gusta alguien”. Ahora les dirá alegremente “Lo siento… pero ya tengo novio”.

 

Fin.

Notas finales:

espero les haya gustado

Los versos son del libro "Cien sonetos de amor" de Pablo Neruda que es mi poeta preferido

agradezco sus comentarios


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