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Un Gran Día por edisu_cristi

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Notas del fanfic:

Los personajes de Bey Blade no me pertenecen ¬¬ si no a su respectivo autor, cuyo nombre aún no me aprendo.

Notas del capitulo:

Aquí un one-shot n_n

Espero que este humilde y corto fanfic n_n que escribí sea de agrado para toda persona que pase por aquí :3

 

 

… Aunque hubieses creído que todo iría como tú querías…

 

 

 

 

-¡¡Ya me voy papá!! –

 

-Anda con cuidado, Ginga –

 

-¡Sí! –

 

Cerró la puerta de su casa y salió corriendo. Se encontraba sonriente, pues ese sería un gran día, lo presentía. Se había levantado algo temprano para poder comenzar lo más pronto posible ese fantástico día que le aguardaba, así que preparándose rápidamente y con una alegre sonrisa tomó camino hacia la ciudad. En poco tiempo llegó al centro, así que normalizando su marcha se dispuso a llegar donde Madoka, quien en esos momentos tenía a Pegasus.

 

Rápidamente se encontró con el edificio, y entró sonriente siendo recibido por muchos que exclamaron su nombre al verlo. Sonreía con cada desafío a una batalla, a las que a todas contestó con un alegre 'por supuesto', pues comía ansia por poder batallar en un duelo Bey con Pegasus. Se dirigió al área de trabajo de Madoka, y con una gran sonrisa entró al lugar. Pero al ver a la castaña su gesto cambió, pues ésta se veía muy ajetreada, dando vueltas por todos lados con un montón de refacciones y cajas llenas de Beys.

 

-¿Madoka? –llamó el pelirrojo.

 

-Oh! Ginga. ¿Qué te trae por aquí? Estoy algo ocupada –respondió algo acelerada la jovencita, mientras detenía su caminar.

 

-Pues vine por Pegasus, Madoka, ¿recuerdas que dijiste que lo tendrías listo hoy? –argumentó mientras ayudaba a la castaña con la caja de Beys, pues casi se le caía todo el paquete de las manos.

 

-¿Yo te dije eso? –Preguntó avergonzada –es que me trajeron trabajo de último minuto y me olvidé por completo de él. Pero no te preocupes, Ginga, en cuanto termine con todo esto trabajaré exclusivamente con Pegasus y lo tendré listo lo más pronto posible –

 

-Bueno, está bien, Madoka –dijo el ojimiel, dejando en una mesa la caja –nos vemos luego –

 

-Nos vemos, Ginga, cuídate –

 

El pelirrojo salió algo cabizbajo del lugar, y al encontrarse con los que lo habían retado anteriormente, tuvo que disculparse explicando lo de su Bey, soltando un sonoro bufido en cada ocasión en la que se tuvo que excusar.

 

Hacía días que quería tener una batalla Bey, pero a Pegasus ya le hacía falta mantenimiento. Fue en su último duelo cuando la castaña se dio cuenta de que el Bey azul necesitaba atención, y urgentemente, pues éste tuvo una seria desnivelación en sus características.

 

Aún recordaba perfectamente el regaño que le dio Madoka por el estado de Pegasus, deteniendo así la batalla en la que estaba en el acto. Por si fuera poco el contrincante era Kyoya, y pues a éste no le cayó en gracia que se detuviera el encuentro. Desde entonces no veía al peliverde, lo último que recordaba era verlo irse bastante molesto.

 

Pero bueno, qué más daba ahora. Salió del edificio y comenzó a rondar por las calles. Sin Bey, cabía destacar. El aburrimiento le podía, y además, se sentía incompleto, pues estaba habituado a estar listo para empezar una cruzada en cualquier momento. Ahora sentía que estaba sin armas, indefenso, y pues, ¿por qué negarlo? También solo. Esa sensación ya varias veces la había sentido, y no era para nada de su gusto. A nadie le gustaba la sensación de la soledad. La primera vez que la probó, fue cuando se derrumbó la cueva donde descansaba L~Drago, quedando su papá dentro y creyéndolo muerto lloró abatido fuera de la demolida gruta. Fue horrible.

 

No quería seguir pensando en esas cosas. Desde que se enteró de que su papá estaba bien decidió no volver a pensar en ello, pero era inevitable. Varias veces caía en el sentimiento de la soledad, pues cuando caminaba solo recordaba la época en la que viajaba por su cuenta por todo el país. Siempre se reprochaba, pues ya no tenía caso fatigarse mentalmente con lo mismo. Hubo un momento, lo aceptaba, en el que realmente dudó seguir con el BeyBlade. Pero al ver a Pegasus en sus manos, se sentía en compañía, pues él era su amigo, y eso le incentivaba a seguir, adquiriendo cada vez más fervor por las batallas Bey. Por ello necesitaba a Pegasus junto a él, porque aun sabiendo que tiene amigos por todos lados, incluso en Estados Unidos, no podía deshacerse de la costumbre.

 

Dobló en una esquina, y vio a unos niños jugar con sus Beys. Sonrió. Esas condenadas ganas de participar le llegaron, pero al intentar sacar su Bey recordó que estaba donde Madoka. Suspiró. Siguió caminando, alejándose de la escena un tanto deprimido. Sí que era difícil andar sin Pegasus.

 

Continuó caminando por un rato. Seguía con esa sensación, así que necesitaba una solución rápida. Un pequeño niño peliverde cruzó por su mente: Kenta. Era el momento perfecto para ir a ver a Kenta. Si no se equivocaba, estaría en esos momentos entrenando con Benkey, con quien últimamente solía encontrarse para entrenar y tener duelos. Comenzó a correr, el lugar era cerca del puerto, y quedaba un poco lejos de donde se encontraba.

 

Faltaba poco para llegar. Había dejado de correr, pues hacía un buen rato que se había cansado. Ya quedaba próximo el lugar donde Kenta y Benkey entrenaban. No sabía bien qué haría al llegar, seguramente estaría de espectador, pues sin Pegasus no tenía sentido estar en un entrenamiento Bey. Daba igual, se dijo a sí mismo, colocando sus brazos por detrás de la cabeza. Con tal de no andar solo, estaba dispuesto a hacer de bulto. Suspiró.

 

-¡Pero qué!–

 

Condenada suerte. Miró hacia arriba en búsqueda del origen de lo que le cayó encima. Sacudió sus brazos en un intento de deshacerse del exceso de agua, pues una cubeta de agua sucia le había bañado por completo.

 

-¡Disculpe! –

 

Escuchó clamar desde uno de los pisos del alto edificio que tenía al lado. Vaya forma de solucionar el problema, pensó. Arrugó la nariz sintiendo el fétido olor, y suspiró lamentando su fortuna. Dio media vuelta y se resignó, poniendo en marcha el regreso a casa. No podía ir donde Kenta y Benkey así como estaba, ni pensarlo. Tenía que ir a tomar un buen baño, pues ahora estaba empapado, y su pobre bufanda adquirió un penoso color gris, cortesía del cubetazo.

 

Observaba deprimido cómo la gente le pasaba por los lados mirando su situación, y estaba seguro que a más de uno escuchó reírse por lo bajo. Intentó darse ánimos a sí mismo, pues tenía que resistir otro rato, ya que aún faltaba para llegar a su casa.

 

Ahora sin Bey, solo, y mojado. Estaba deprimido, pues estaba seguro ese sería un gran día, pero resultó diferente. Un ladrido se escuchó por detrás, así que giró su cabeza curioso. Abrió los ojos de golpe y se echó a correr. Un perro que apareció de la nada le comenzó a perseguir. Corrió, pero el canino era muy rápido, y ya le estaba dando alcance. Apretó paso desesperado, pero sintió un jalón hacía atrás que lo tumbó al suelo, cayendo de sentón. Queriendo ignorar el dolor del golpe, alzó la mirada, encontrándose con el perro con una cosa suya sujeta en el hocico.

 

-¡Oye! ¡Devuélvemela! –exigió, tratando de recomponerse.

 

El animalito, que de pequeño no tenía nada, tenía en posesión la bufanda del pelirrojo. Olvidándose del susto, Ginga intentó arrebatarle la prenda, empezando así un jaloneo de atrás hacia adelante. Lo que era un juego para el perro, era una guerra para Ginga, pues su bufanda no era juguete de ningún modo. El pelirrojo detuvo los jaloneos y abrió los ojos espantado al escuchar la tela rasgarse. El perro, de un fuerte tirón, terminó de romper la prenda, y una vez obtuvo una parte, salió corriendo. El ojimiel se puso en pie, mirando entristecido lo que fue su bufanda, y suspiró.

 

El rato pasó, y Ginga ya estaba frente a su casa. Estaba cansado, arto, mojado, y sucio. ¿Qué más le podía pasar? Se dirigió a la puerta e intentó abrir. Cerrado. Tocó la puerta, nada. Insistió, y aún nada. Sacó su teléfono y marcó.

 

.  .  .

 

-¿Bueno? –

 

-¿Papá? ¿Dónde estás? –

 

-En el edificio de la WBBA ¿por qué? –

 

Condenada suerte.

 

-Por nada, voy para allá –colgó.

 

Bufó, burlándose de su mala fortuna. Dio media vuelta y se encaminó al edificio donde trabajaba su papá. Sin Bey, solo, cansado, arto, mojado y muy sucio, y ahora tenía que ir a buscar la llave de la casa. Anduvo de nuevo mucho rato, y ya no le interesaba que la gente viera sus condiciones, sólo quería la llave.

 

Llegó al edificio de la WBBA y entró sin miramientos. Muchos trabajadores le quedaron viendo, sorprendidos por las condiciones del hijo del director. Subió hasta donde estaba su papá, utilizando las escaleras porque el ascensor estaba en reparación, y por si fuera poco el mayor estaba en el último piso. Cuando pisó la oficina, fue recibido alegremente por su papá, que guardó silencio al instante muy extrañado en cuanto vio las condiciones que se traía. Ginga, hasta el cuello de cansado, sólo le pidió las llaves de la casa. En cuanto las recibió, se fue.

 

Ya en su casa tomó el baño que necesitaba, pero nada bajaba el dolor de cabeza que sin más le ponía a prueba la paciencia. Se quedó en el sofá, dispuesto a ver la tele. Pero en cuanto agarró el control remoto…

 

-¡Condenada suerte! –exclamó esta vez.

 

La luz se fue. Hoy no era su día, definitivamente no. ¿En qué momento se le vino a ocurrir que así sería? Aunque ciertamente era un día grande. Grande en problemas, diría él. Se quiso agarrar de los cabellos, pero sólo se puso en pie y salió de la casa dando un fuerte portazo.

 

 

 

 

… Aunque todo hubiese ido de mal en peor…

 

 

 

 

… …

 

 

 

 

 

 

 

 

Llevaba un rato andando, y la cabeza ya le dolía un poco menos. Se sentó en una caja, apoyándose con los brazos a los lados, mientras escuchaba cómo revolotean un par de pájaros.

 

Estaba en una zona algo lejos de su casa, pero aún cerca de la ciudad. Era un lugar lleno de almacenes, no muy lejos del puerto. Había silencio, y eso le gustaba. Usualmente vivía haciendo ruido, como Masamune, que es muy escandaloso; pero ahora no tenía ganas de nada. Escuchó unos fuertes golpes, así que se encaminó a averiguar de qué se trataba. Se asomó por una puerta, encontrándose con un personaje que conocía.

 

-¡Vamos, Lion! –

 

Era el peliverde.

 

-¡De nuevo! –

 

Kyoya estaba entrenando dentro de uno de los almacenes, tumbando lo que eran grandes y pesadas piezas de metal, y rompiendo cajas de gruesa madera. Se asombró. Era muy impresionante la forma en la que entrenaba el peliverde, pues notó que también había obstáculos que limitaban el movimiento de Lion, tal el caso de la aparición de piezas metálicas que obstruían el paso del Bey. Sin quererlo se acercó de más, y tiró un trozo metálico inutilizable al piso.

 

-¡¿Quién anda allí?! –exigió saber el peliverde, llamando a Lion que aterrizó en su mano y preparándolo para tirar.

 

-Soy yo, Kyoya –dijo mostrándose el pelirrojo.

 

-¿Ginga? Tsk… ¿qué haces aquí? –preguntó malhumorado el ojiazul.

 

-¿Yo? Pues… sólo rondaba por aquí, Kyoya –rio nervioso el menor, algo avergonzado, ya que se sentía como un intruso.

 

-Entonces sigue tu camino –respondió el peliverde –estoy entrenando –dijo toscamente, haciendo un gesto por demás de molestia.

 

-Sí, me doy cuenta pero –

 

-Pero nada, Ginga –interrumpió el ojiazul –ya sabes que sólo nos encontramos para una batalla –señaló con un ligero ceño fruncido, retador.

 

-… Ya lo sé, pero –

 

-No tenemos nada más de qué hablar. Así que si no te molesta, preferiría que me dejaras entrenar tranquilo –

 

-Sí, lo siento. Es que –

 

-Yo seré quien te derrote, Ginga. Y no me interesa nada más así que aquí acaba la conversación –

 

-Sí, ya sé. Pero –

 

-Tú y yo somos rivales, y tarde o temprano te –

 

-YA BASTA, KYOYA, QUE YA LO SÉ –exclamó con el ceño fruncido el pelirrojo.

 

Eso tomó por sorpresa al peliverde, que abrió ligeramente los ojos, pasmado por la reacción de Ginga.

 

-CÓMO OLVIDARLO SI ME LO REPITES CADA QUE NOS VEMOS, NO PIERDES OPORTUNIDAD PARA DECIRMELO ¿VERDAD? –Reclamó furioso – ¿Y SABES QUÉ? HAS LO QUE QUIERAS, Y SI TANTO INSISTES, ME VOY –sentenció, marchándose del lugar.

 

El ojiazul se quedó quieto en su lugar, viendo cómo se marchaba el pelirrojo. No sabía qué pensar. Ginga se apreciaba claramente molesto, tanto que incluso había alzado la voz, cosa sumamente rara en él. Era bastante obvio que algo no andaba bien con el pelirrojo.

 

 

 

 

… Aunque no pareciera haber un remedio para solucionar las cosas…

 

 

 

 

… …

 

 

 

 

 

 

 

 

-Estúpido Kyoya –refunfuñaba con los mofletes inflados.

 

Se encontraba balanceando las piernas en el puerto. Hacía ya un buen rato que había llegado, y para nada feliz. En cierto modo se sentía raro, nunca había reaccionado así ante el carácter del peliverde, de modo que esta espontánea molestia se le hacía muy extraña. Igual ya después de tanto no tuvo la paciencia, nada en ese dichoso día le había salido bien.

 

Gruñó levemente, tal y como lo hace usualmente el peliverde. Le estaba comenzando a doler la cabeza otra vez. Tremendo día pesado que se había lanzado, todo de mal en peor y el toque final fue la pelea con Kyoya. No le gustaba pelearse, menos con el peliverde. Cierto, su carácter dejaba mucho qué desear. Eso lo tenía presente cada que hablaba con él. Siempre prefería dejarle la última palabra para evitarse discusiones, porque francamente le deprimía pelearse con el ojiazul. Sí, le deprimía, e incluso él mismo desconocía el por qué. Se sentía decaído cada que terminaban mal las cosas con Kyoya, o cuando éste se iba como siempre enfadado, y lo qué más le agobiaba era el no saber por qué se iba enfadado, simplemente no lo comprendía.

 

Su propia mente le hacía jugarretas, estaba seguro. Sacudió su cabeza esperando dejar de pensar en el peliverde. Sintió unos pasos tras de sí, así que giró su cabeza para averiguar de quién se trataba. Abrió los ojos sorprendido, pues ahí estaba la persona que recientemente intentó sacar de su cabeza: Kyoya.

 

Ambos se miraron. Ninguno dijo nada, el pelirrojo sin saber qué decir, y el peliverde al parecer sin sentir la necesidad de decir algo.

 

Los penetrantes azules chocaron con los sinceros mieles, buscando las explicaciones necesarias que dieran sentido al acontecimiento que los había traído ahí. Los ojos mieles de algún modo revelaron lo desdichado del día de su dueño a los azules, y estos se cerraron, permitiendo al propietario canalizar las conclusiones a las cuales había llegado.

 

-No te ha ido bien hoy… ¿verdad, Ginga? –preguntó el peliverde abriendo por fin los ojos, después de haberse tomado un pequeño lapso de silencio.

 

El pelirrojo se exaltó levemente, sintiéndose raro, pues el simple hecho de ser un libro abierto a la vista del peliverde lo desconcertaba. Un ligero cosquilleo le recorrió por la espalda al ver esos ojos azules viéndole de esa forma tan habitual, pero que en esos momentos sintió diferente. Y por primera vez no le pudo mantener la mirada, desviándola. El peliverde por su lado se extrañó nuevamente, viendo que el pelirrojo miraba hacia abajo, con obvias intenciones de evitarle la mirada. Para su propia sorpresa, eso le molestó. Y sin poderlo evitar, gruñó.

 

-¿Ginga? –llamó con un tono de voz áspero, dejando clara su molestia.

 

El ojimiel sintió la voz malhumorada, y sintiéndose con pocos ánimos de responder rehuyó un poco más la mirada. El peliverde se crispó.

 

-¿Qué te pasa, Ginga? –reclamó esta vez con un tono severo.

 

-N..nada… Kyoya –tartamudeó sin quererlo, aún con la mirada escondida.

 

-GINGA –el tono se agravó un poco más.

 

-En serio, Kyoya, no es nada… jejeje –rio nerviosamente.

 

-O me dices o te hago hablar –escuchó gruñir, mientras el sonido de la preparación de tiro de un Bey se hacía presente.

 

-Para empezar… eso –farfulló sin pensar el pelirrojo, tomando por sorpresa al peliverde.

 

Ginga cayó en que había hablado automáticamente, pues no tenía pensado decir nada, y se sintió nervioso, ya que ahora no resolvía cómo continuar. Y a falta de respuesta del peliverde, se sintió aún más nervioso.

 

-… ¿A qué te refieres, Ginga? –preguntó de pronto el peliverde, en un tono que Ginga no pudo distinguir.

 

Otra vez se sintió nervioso, pues pensó que el peliverde posiblemente le interesara, aunque fuese un poco, lo que sea que le estuviera pasando. Un ligero calor se posó en su pecho, y al mismo tiempo se extendió por su cara. ¿Kyoya estaba preocupado por él? Aunque sonara absurdo, para él fue un bonito e inevitable pensamiento, que aunque intentó echar fuera por su improbabilidad, no pudo, sintiéndolo mayormente como una… ¿ilusión? ¿Sería ese el término que buscaba?

 

-¿Ginga? –insistió nuevamente el ojiazul, otra vez en ese tono irreconocible, que el pelirrojo seguía sin lograr ubicar.

 

No lograba encontrar qué decir, cada segundo era aún más incómodo para él, y sentía que, si sus piernas no estuvieran paralizadas, saldría corriendo para salir de esa situación. Pero estaba consciente de que eso sólo dejaría las cosas complicadas con el peliverde, y lo que menos quería era quedar mal con él. Pues tenía una extraña y nueva sensación, que además de impedirle mirar directamente al ojiazul, también le dejaba con una misteriosa ansia de permanecer cerca de él. Contradictorio sin duda, con ganas de huir y a la vez de quedarse.

 

-Qué absurdo –pronunció nuevamente sin pensar, desconcertando al peliverde y a sí mismo.

 

El nerviosismo lo único que hizo fue aumentar. Debía de dejar de hacer eso, o terminaría ahorcándose por atolondrado.

 

-¡M..me habré visto hace rato! –añadió, nervioso y desesperado.

 

Otra vez el silencio. El pelirrojo ya no podía ni con su alma, y con el anexo del mutismo de parte del peliverde ya no sabía qué más hacer. Unos pasos por detrás llamaron su atención. Por un momento creyó que el ojiazul tal vez se estuviera yendo, pero no, en realidad los pasos indicaban que se estaba acercando a él. Tragó seco. En suma parsimonia el de cabellos verdes se situó a su lado, sentándose cerca de él y dejando colgar los pies en el aire, por sobre el agua.

 

Ginga miró hacia abajo, notando la quietud de los pies de ambos, y en contraste, el movimiento irregular de agua. Aún en ese incontinuo movimiento pudo divisar su reflejo, fue entonces que se dio cuenta del alcance que tenía el sonrojo que llevaba desde el encuentro de su mirada miel y la azulina. Resopló, jamás imaginó verse así.

 

-¿Tan mal te fue hoy? –cuestionó el ojiazul, tomándole por sorpresa.

 

Levantó levemente el rostro para mirar al peliverde. Le encontró con su característico gesto impasible, inmutable, viendo al cielo al parecer perdido entre la infinidad de nubes que había ese día. Dirigió su mirada a la misma dirección, buscando el punto inexistente en el cual el peliverde parecía estar concentrado.

 

Aún no era muy tarde, y el azul del cielo era tan brillante como ciertas gemas zafiro que él conocía. Sonrió. Y bajó de nuevo la cara, ubicándola de nueva cuenta en el agua, esta vez tratando de imitar el movimiento del mar con sus pies. Respiró hondo y posó su vista sobre el peliverde.

 

-Gracias, Kyoya –

 

El ojiazul bajó el rostro, mirando con desconcierto al pelirrojo. ¿Gracias por qué? Si no había hecho nada.

 

-Gracias por estar aquí –completó el pelirrojo, sonriendo como hacía naturalmente, con cierto toque de diversión al haber visto ese gesto de Kyoya que se le hizo de lo más gracioso.

 

Kyoya le siguió viendo, enfocándose mayormente en esa sonrisa. Suspiró con desgane, no comprendía al de cabello colorado.

 

-No agradezcas nada –contestó, en su siempre tonalidad brusca y sin ganas de tomar demasiada importancia. Regresó su vista al cielo.

 

Ginga sonrió más grande, el peliverde era el peliverde, sin importar dónde. Perdió su vista en el cielo, sin dejar de pensar en los ojos azules tan intensos cuyo propietario estaba a su lado.

 

Se pasó la tarde. Ninguno notó el momento en el que el cielo se comenzó a tornar rojizo, y esta vez fue el turno del peliverde en pensar en alguien más. Rojizo, cálido,  vivo… características que bien concordaban con cierto personaje que no se había movido desde hacía rato. En principio él llegó para algo así de hacerle compañía al de cabello colorado, pero ahora sentía que el que se quedaba era éste mismo. ¿En qué minuto se le vino a ocurrir llegar y confrontar el comportamiento de su rival? Era cierto, pensó que el ojimiel no estaba bien y de un momento a otro ya estaba enfrente de él, de ahí actuó por instinto. ¿Pero a él qué le incumbía?

 

-Kyoya –escuchó a su lado y por inercia giró el rostro.

 

Se encontró con un gesto afligido del ojimiel, y sólo atinó a enarcar una ceja.

 

-… Lamento lo de hace rato –se disculpó el de cabello rojizo, agachando levemente el rostro.

 

-Ni lo menciones –

 

Eso había sonado un poco más rudo de lo que quería expresar, pero ya nada se podía hacer. Notó una sonrisa del pelirrojo, cosa que lo descolocó. Fue brusco ¿Por qué sonreía?

 

-Está bien –contestó el pelirrojo, subiendo la mirada nuevamente, pero en dirección al horizonte.

 

Ese Ginga. ¿Cómo es que era capaz de influirle acciones que antes nunca hubiese hecho? Para empezar, vencerle aun utilizando un lugar que en principio le convenía. Después, sonreírle diciendo que había sido una gran batalla. Así en cada duelo en el que se batían. ¿Y para qué querer negarlo ya? Se divertía. Sí, había aprendido a divertirse con cada batalla, a llenarse de esa emoción que le daba la cuenta antes del Let it, Rip! A colmarse él mismo con el buen humor que desprendía el pelirrojo, su rival, su propósito de volverse más fuerte.

 

La noche cayó, y no supo cómo es que no se dio cuenta de que comenzaba el fresco, y que el pelirrojo seguía allí, a su lado.

 

Ginga se encontraba perdido viendo las estrellas. No sabía por qué, pero en ningún momento tuvo la intención de levantarse de donde estaba, por lo que se limitó a quedarse en silencio, admirando la infinidad del universo. Ahí en el puerto se lograban notar las constelaciones, cosa que no se podía en la ciudad por las luces continuas que desprendía todas las noches. El puerto parecía el único lugar donde aún podía disfrutar del cielo.

 

El fresco del ambiente comenzó a hacer estragos en ambos. Ginga llevó sus manos a los brazos para darse calor.

 

-Toma –escuchó el pelirrojo, mientras notaba que le tendían algo.

 

El peliverde se había quitado la chaqueta, dándosela a él para que se cubriera. Únicamente pudo tomarla en silencio, mientras que su cara se cubría en un leve rosa. No se esperaba ese gesto, menos del ojiazul.

 

No sabía por qué lo había hecho, y eso comenzaba a molestarle. ¡A él también le estaba dando frío! Pero no lo pudo evitar. La ligera sensación de que el pelirrojo lo necesitaba más que él lo había dominado. No entendía por qué seguía ahí, él y el ojimiel. Ya era tarde, el frío arreciaba, y al estar en el puerto, por ende casi en el mar, el aire fresco y levemente húmedo podría enfermar a cualquiera de los dos.

 

Sintió un balanceo a su lado y giró el rostro, simplemente para recibir en su pecho el cálido cuerpo de su rival. Se sobresaltó y miró con desconcierto al pelirrojo. Se dio cuenta entonces que se había dormido. ¿Cómo es que podía dormirse así de fácil? Para evitar que el ojimiel cayera, y al mismo tiempo evitar que fuera a dar al agua, maniobró para acomodarlo mejor.

 

De algún modo terminó en una posición en la que se podría decir que estaban abrazados, y eso lo avergonzó en cierto modo, haciendo que un rubor casi imperceptible se situara en sus mejillas. Aunque fuera prácticamente invisible la coloración, con que lo notara él mismo era suficiente como para molestarse. El pelirrojo se removió, acomodándose mejor en los brazos del peliverde.

 

Aún hacía frío, pero ya no lo notaba tanto al tener al pelirrojo allí. Se sentía extraño, tener al ojimiel técnicamente entre sus brazos, compartiendo calidez, en el puerto, bajo las estrellas. No comprendía por qué el día había acabado así, pero no le molestaba. Ese extraño confort era algo nuevo para él, y no era desagradable.

 

Quería reír, pero se limitó a esbozar una tenue sonrisa. Se preguntaba qué diría el peliverde si se daba cuenta que él no estaba tan dormido como aparentaba. En principio sí lo estaba, pero al sentir el leve movimiento del ojiazul se despertó, y al notar la delicadeza con la que lo movía prefirió hacerse el durmiente y esperar a ver qué hacía. El resultado fue mayor a sus expectativas.

 

Pobre dueño de Lion. No sabía que cierto ‘Blader’ pelirrojo le estaba comenzando a echar el ojo, y que sin siquiera darse cuenta, le estaba correspondiendo.

 

 

 

 

… Hoy todavía puede ser un gran día…

 

 

 

Notas finales:

Gracias por leer :3

Espero que les haya gustado n_n

Dejen reviews!!

 

SAYOONARAAA!!!  :D :D :D :D


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