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DIRECTO AL CORAZON por Butterflyblue

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Notas del fanfic:

Holaaaaa, volviii con todo he inciando el año, asi que les dejo este regalito por aqui y espero lo disfruten. Como es inicio de año les dejare dos capitulos pero no se me acostumbren jejejejeje nos vemos por aqui el lunes, besos. Las quiero y Feliz año nuevo, es mi deseo que este año les traiga muchos exitos y mucho Yaoiiii.

Gracias por leer.

Notas del capitulo:

Sin mas les dejo el primer capitulo y espero de corazon su compañia, saludos y gracias por leer.

 

Prologo.

 

—Tienes que respirar. —grita una voz impaciente. —Puja con más fuerza.

 

¿Es que no entiende que la vida se está escapando de aquel cuerpo que da lo último de si?

 

Aquel infierno parece no querer acabarse. Días, noches, meses encerrado entre aquellas lúgubres paredes. El terror y el dolor que lo acompañaron los primeros días ya no están. En su corazón ahora solo hay una triste resignación.

 

Temió por días aquel momento, pero como todo en la vida llegó sin que pudiera detenerlo.

 

—Maldita sea muchacho majadero…empuja o te juro que te voy a abrir el vientre en dos sin importarme que no haya con que anestesiarte.

 

Él, empuja. Lo hace con la poca fuerza que le queda. Lleva horas en aquel suplicio, en su estado de debilidad es demasiado lo que está haciendo y su cuerpo también se niega a traer al mundo a aquel ser al que ha amado con cada célula de su cuerpo y le será arrebatado nada más nacer.

 

—¿Ya nació?

 

Escucha a lo lejos que preguntan. Esa voz odiosa, esa voz que no desea oír nunca más.

 

Cierra los ojos y derrama lagrimas amargas. No ha gritado en todo aquel doloroso proceso, se ha tragado el dolor, el miedo, pero en ese momento desearía poder gritarle a aquel monstruo que se fuera al infierno.

 

En medio de una contracción su hijo comienza a salir.

 

—Falta poco, señor. —Responde una de las personas que observan impávidas e indolentes todo aquel horror.

 

—El helicóptero está listo. —dice el hombre con apuro. —En lo que terminen mátenlo y tráiganme al bebé. Nos iremos inmediatamente.

 

Jadea por el dolor y su hijo termina de salir de su cuerpo. Lo escucha llorar, entre su visión nublada ve que alguien lo envuelve en una manta.

 

—Por…favor….Déjenme verlo. —súplica alzando su mano pálida y temblorosa. —Por favor… aunque sea una vez… se lo suplico.

 

—Deja de decir estupideces muchacho estúpido. —Le dice el hombre que hasta hace poco había estado atendiendo su parto. — El amo te lo advirtió y tú no hiciste caso. Ese bebé nunca fue tuyo y el amo Kusama no quiere saber nada de ti.

 

—Llévenselo. —Ordena el hombre y él solo puede ver como su hijo se marcha en brazos de aquellos hombres.

 

Quiere gritar, pero su garganta está cerrada por el dolor.

 

Cierra los ojos y espera el final de su pesadilla, ya lo ha perdido todo, perder la vida no significa nada para él en ese momento.

 

—Mátenlo y reúnanse con los otros en el camión. Me iré adelante con el amo, no dejen ningún rastro de lo que ocurrió aquí.

 

La orden ha sido dada y cuando él escucha que la puerta se cierra, llora por su bebé, llora por lo perdido. Maldice en silencio a todos los que le hicieron daño, desea poder haberlos echo pagar.

 

—Tu… encárgate de darle un tiro yo recogeré las cosas para quemarlas.

 

Uno de los hombres que están con él en la habitación habla con rudeza. Espera con los ojos fuertemente cerrados el disparo que acabará con su vida.

 

Este resuena en la habitación, no una sino dos veces. Pero pasan los segundos agonizantes y el no siente nada.

 

Su estupor se vuelve alivio, quizás una asomo de alegría, cuando escucha una voz amada para él.

 

—Lamento no haber podido hacer algo para que no se llevaran al bebé.

 

—Misaki. —murmura abriendo los ojos con pesadez. — ¿Cómo?...

 

—Las explicaciones te las doy después, hermano. Tenemos que salir de aquí.

 

El asiente y aun a pesar de su dolor consigue ponerse de pié. Misaki lo sostiene como puede contra su cuerpo y lo saca de la habitación. Mientras caminan por el oscuro pasillo levanta el arma para dar otro certero balazo al tercer hombre que queda.

 

Cuando salen del desolado edificio una llamarada se extiende tras ellos. Misaki se ha asegurado de llenar de gasolina todo el lugar. No quedaran rastros de nada.

 

—Se preguntaran por los tipos que mataste.

 

Misaki coloca a su hermano en el piso y le sonríe con confianza.

 

—Para cuando eso pase ya estaremos muy lejos y nunca podrán encontrarnos.

 

Unos minutos después se encaminan por una carretera rural. Misaki conduce un camión y él, acurrucado en unas sábanas, lo mira con agradecimiento, con dolor.

 

—Se lo que estás pensando Hiroki y no, no tienes nada que agradecerme. Llegue tarde y se llevaron al bebé pero vamos a recuperarlo, te lo prometo.

 

Hiroki cierra los ojos y asiente, pues aunque le tome una eternidad, él recuperará a su hijo y todos los que lo han hecho sufrir, lo pagaran.

 

Diez años después…

 

—Shinojara sama, su hermano ha llegado. Lo espera en el salón.

 

Hiroki asintió sin mirar al hombre que le hablaba. Sonrió casi imperceptiblemente, que Misaki estuviera allí solo podría ser sinónimo de buenas noticias.

 

Cuando llegó al salón, encontró la silueta perfecta de un joven al que amaba con adoración. Habían pasado diez años de aquel horroroso infierno, ellos apenas eran unos niños, pero ahora, ahora eran adultos y tenían mucho poder.

 

Misaki giró su rostro y le sonrió al verlo.

 

Tenía veintitrés años, pero Hiroki siempre lo vería de trece. Con aquella fortaleza y valor con la que acabó con la vida de aquellos hombres que intentaron matarle. Siempre le estaría agradecido.

 

—Ya tienes esa cara otra vez. —protestó Misaki al estrecharlo en un suave abrazo.

 

—Te debo la vida. — susurró Hiroki recostándose de su pecho y permitiéndose un segundo de debilidad.

 

—Yo te debo la mía ¿o es que acaso no recuerdas que el único padre o la única madre que siempre tuve, fuiste tú?

 

Hiroki suspiró y se sentaron en un cómodo sillón, seguros de que nadie los molestaría a menos que Hiroki así lo requiriera.

 

—Pasaste mucho tiempo fuera.

 

Misaki sonrió con una enigmática expresión.

 

—Los encontré. — dijo finalmente, mientras ponía una carpeta en las piernas de su hermano. —Me tomó tiempo porque cambiaron sus identidades, pero los encontré y ahora sé todo de ellos.

 

Hiroki tomó la carpeta y  miró a su hermano con emoción.

 

—El…mi…mi hijo…

 

Misaki le sonrió y tomó su mano para apretarla con amor.

 

—Es una niña, Hiroki. Es hermosa, va a una escuela muy buena, alguien está vigilando ahora todos sus pasos. Tendremos un record fotográfico en unos días.

 

Hiroki abrió la carpeta y leyó toda la información. Se comió con avidez cada palabra, cada línea. Lo que había esperado por años estaba allí ahora, en sus manos.

 

—Ahora son Usami y tienen una empresa exportadora. —murmuró mientras leía, más para sí que para Misaki. Aun así este le respondió con satisfacción.

 

—Esa es la cubierta, debajo de todo eso tienen negocios fraudulentos. Se mueven con la mafia, tienen muchos tratos importantes con varias familias Yakuza.

 

Misaki se puso de pie y caminó hasta el minibar para servirse un trago.

 

—Drogas, Hiroki, prostitución. — dijo riendo, mientras se tomaba de un solo trago el líquido que quemó su garganta. —Los tenemos en nuestras manos.

 

Hiroki lo miró sin saber que sentir, todo lo que había esperado por aquel momento y ahora estaba allí, tan cerca.

 

—Si Makoto estuviera vivo, estaría riéndose a carcajadas. — murmuró con nostalgia, recordando al hombre al que le debía el poder y el dinero que ahora ostentaba. El hombre que los sacó de las calles, que lo convirtió en lo que era ahora, que alimentó día a día su venganza.

 

Makoto Shinohara, el líder de uno de los clanes yakuzas más poderosos de todo Japón, lo sacó una noche del burdel donde se prostituía para vivir y lo convirtió en un príncipe.

 

—Tú eres mi Geisha. — solía decirle, mirándolo con adoración.

 

—El viejo diablo debía haberlo sabido siempre, solo que no dijo nada porque no estábamos preparados.

 

Misaki sacó a Hiroki de sus pensamientos con aquellas palabras.

 

—Piénsalo Hiroki. —le dijo Misaki al mirar la incredulidad en la mirada de su hermano. —Shinohara sama era el dueño de medio Japón, el líder de la familia Yakuza más prominente. Él siempre supo dónde estaban estos bastardos, pero se tomó su tiempo para prepararnos para la batalla.

 

—Siempre decía que éramos dos conejitos asustados…

 

—Y que él nos convertiría en dos tigres prestos a cazar. —terminó Misaki la frase de su hermano. —Ahora somos los tigres, Hiroki y yo solo seguí las pistas que el dejó. Antes de morir me dijo que yo era tu escudo y no entendí nada hasta que hace unos meses su abogado me entregó unos papeles que él me había dejado. Eran pistas Hiroki, nombres, fechas, contactos, yo solo tuve que unir los puntos.

 

—No me dijiste nada.

 

—Porque él acaba de morir y todo recayó sobre tus hombros. Las empresas, los clanes, el resolver todo los problemas que dejó con su muerte. Entonces entendí sus palabras. Yo soy tu escudo Hiroki, yo se moverme en la oscuridad, en los bajos fondos. Yo supe dónde mirar para sacar la suciedad.

 

Hiroki vio como Misaki se arrodillaba ante él en un reverencia muy formal.

 

—Yo los encontré para ti Kumicho Shinojara. —Le dijo con fervorosa pasión. —El siguiente paso será tuyo. Tú decidirás como destruirlos.

 

Hiroki apretó la carpeta que sostenía en sus manos. Sólo hasta ese instante entendió todo. Ahora que tenía el mundo en sus manos, que tenía dinero y poder. Ahora tendría la posibilidad de acabar con aquellos que destrozaron su vida.

 

Había vivido cada minuto esperando aquel día y allí estaba. Makoto le había dado el poder y su hermano le estaba dando a quienes serían las victimas de su ira.

 

—Prepara a tus hombres, Misaki. Mañana mismo comenzaremos a torturar a estos malditos. —le ordenó a su hermano con una fría sonrisa. —Caerán pedazo a pedazo, como si les arrancara a jirones la piel. Hasta la última gota de sangre.

 

Misaki le sonrió siniestramente y besó sus labios en un gesto fraternal y muy íntimo.

 

—Como órdenes ni-sama. Disfrutaré desangrando a esos desgraciados.

 

Hiroki cerró los ojos y respiró profundo. Misaki dejaba salir su odio libremente y a veces le dolía haberlo arrastrado a todo aquello. Pero ¿acaso el no había sufrido lo mismo? Misaki que tuvo que convertiste en un asesino a tan corta edad, solo para rescatarlo. Misaki que tuvo que vivir la miseria y le dolor de la calle, porque aquella gente los había dejado sin nada y sin nadie a quien recurrir.

 

Que Misaki se hubiese convertido en lo que era, también era culpa de aquellos miserables que habían llegado a sus vidas para hacerla un infierno.

 

Se sentó en el mueble y tomó la carpeta.

 

“Niña de diez años, cuyo nombre es Hanari”

 

“Si es una niña me gustaría que se llamara Allegra ¿te gusta Nowaki? Es un nombre occidental, pero a mi mamá siempre le gustó ese nombre y yo pensé que si tenía una niña se lo pondría”

 

Hiroki apretó una mano contra su pecho, el recuerdo lo quemaba. Había hecho planes, había hecho tantos planes con aquel maldito que a los pocos meses de su embarazo lo había abandonado. Con aquel hombre que lo mandó a encerrar y envió a su padre de mensajero.

 

“Mi hijo ya se enteró de la clase de basura que eres. Ya sabe que estas tratando de sacarle dinero con ese bastardo que esperas. Pero no lo vas a conseguir, nosotros nos quedaremos con el niño y tu desaparecerás de nuestras vidas”

 

A principio no lo podía creer, las palabras de aquel hombre fueron tan crueles y él tenía la certeza de que Nowaki lo amaba. Pero al pasar de los días, la esperanza se fue marchando y un día uno de aquellos hombres que lo custodiaban le lanzó un periódico. El anuncio de la próxima boda de Nowaki era ampliamente comentado, se casaba con una rica heredera y el artículo decía que estaban a la espera de su primer hijo.

 

Fue cuando logró creer en su terrible realidad, para eso le quitarían a su hijo. Ese día murió su esperanza y de no haber sido por su hermano él también habría muerto en aquel lúgubre lugar.

 

Hiroki acarició su vientre y pensó en las palabras que Makoto siempre le decía.

 

“Los hombres como tu son tesoros, querido. No es ninguna mutación genética ni esas tonterías que dicen los científicos para justificar los milagros. Eso es lo que tú y todos los que tienen tú mismo don, son. Hermosos milagros de la vida. Y como algo precioso hay que tratarlos, como un tesoro. Eso eres tú para mí, un tesoro, mi Geisha de ojos de miel”

 

—Ojala estuvieras aquí Makoto, ojalá pudieras ver como los haré arrodillarse a mis pies y rogar perdón, para luego exterminarlos.

 

Hiroki se dirigió a su habitación, pensando en su venganza y sabiendo que por primera vez en años, dormiría en paz, soñando con que la hora de la justicia estaba cerca.

 

 


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