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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Bueeenas! 

Bueno, una oleada de capítulos llegará durante esta y la próxima semana. La verdad, hay un montón de lo que quiero hablar en la historia y que no puedo juntar en un sólo capítulo. Así que... empecemos con esto. ¿Bien? 

Subiré dos caps hoy, que son bastante cortos. No se olviden pasar al siguiente :V


Capítulo 71  

 

   —Ejem… —Cinco minutos después de la incómoda conversación que todos habíamos oído a escondidas, Siete anunciaba nuestra llegada aclarándose la garganta y fingiendo un tropezón en la entrada para llamar la atención de la pareja que se encontraba dentro—. ¡Mierda! ¿¡Qué es este lugar?

   —¡Por aquí, idiota! —gritó Scorpion. Seguimos su voz, caminando uno detrás del otro por un pasillo estrecho y oscuro tan sólo iluminado por la luz de los jeroglíficos flotando en las murallas negras, fingiéndonos todos perdidos para ocultar lo que sabíamos y que no nos correspondía haber oído.

   —¿Scorpion? ¿Eres tú? —preguntó el cazador, hablándole al vacío.

«Qué buen actor eres, Siete.»

   —¡Sigan la luz, chicos! —gritó Samantha. Y entonces un hilo de luz se coló por delante de nosotros. Lo seguimos y llegamos a la enfermería: un espacio libre de laberintos y pasadizos estrechos que parecía ser el centro de la pirámide, completamente acondicionado: la temperatura ahí era más fría, las murallas estaban construidas de un material distinto y el eco de nuestros pasos se oyó más fuerte cuando por fin nos encontramos frente a ellos—. ¿Les fue difícil llegar hasta aquí? —preguntó, riendo. No había rastro de lágrimas en sus ojos o mejillas, ella parecía normal, natural y casi feliz de vernos ahí. Pero todos en esa habitación la habíamos oído llorar hace minutos atrás.

   —¿Quién pone una enfermería dentro de una pirámide? —preguntó Siete, encogiéndose de hombros y sonriéndole de vuelta a la chica.

   —Muy inteligente —interrumpió Scorpion—. En caso de invasión, será difícil para el enemigo encontrarla.

   —Justamente eso —afirmó Samantha, volteándose hacia Scorpion nuevamente para continuar en lo que estaba, terminando de limpiar la pierna desnuda en la que le habían herido y donde una especie de chichón sobresalía de la rodilla. Miré el hombro en el que el infectado le había mordido y noté que el sangrado ya no estaba ahí y en su lugar había gazas y una venda que le cubría hasta la base del cuello—. Tuviste suerte, ¿sabes? Esto pudo haber sido peor… ¿cómo fue qué pasó? —La chica sujetó la rodilla entre sus manos y se detuvo ahí para que Scorpion respondiera.

   —Un infectado, Cero… —relató Scorpion—. Me sacó arrastras del camión y casi me mata.

   —¿Te golpeaste muy duro contra algo?

   —Muy probablemente.

   —Bueno… —siguió ella, suspirando—. Se supone que yo no debería hacer esto, porque es peligroso, pero creo que en vista de la situación no me queda más que…

   —Sólo hazlo —ordenó Scorpion.

   —Bien —Samantha hizo un movimiento rápido con la rodilla de Scorpion entre sus manos y un sonoro “crack” hizo eco en toda la habitación. Scorpion echó la cabeza hacia atrás, mordiéndose los labios para controlar el dolor y el bulto en su rodilla desapareció, volviendo a la normalidad.

Entonces caí en cuenta que ese bulto había sido una articulación zafada, durante todo este tiempo.

   —J-Joder… —masculló el líder de los cazadores.

   —Te luxaste la rótula… —explicó ella—. Y también rompiste tejido en la parte anterior de ésta. Pareciera que algo te hubiese querido triturar la pierna… —cogió un vendaje de una cajita y le inmovilizó la rodilla, comprimiéndola con la tela elástica—. ¿Alguno de ustedes cree en Dios, chicos? —preguntó, al aire, mientras seguía vendando—. Por que voy a necesitar que recen porque no haya pasado a llevar ningún nervio o algún otro hueso —rió.

   —¿Puedes dejarme más jodido de lo que estaba? —gruñó Scorpion, medio riéndose.

   —Hay muchas estructuras en esa zona, por eso no quería reducirla. Pero no me ha quedado otra opción.

   —Él estará bien —comentó Siete—. Es un…

   —Bastardo duro —completó ella, sonriendo—. Lo sé. No habría hecho esto con nadie más que con él. Sé que va a aguantarlo —se levantó, dando un par de palmadas sobre el muslo desnudo de Scorpion—. Vístete, número trece, vuelvo enseguida. Espérenme todos aquí —dijo, saliendo de la enfermería.

El eco de sus pasos alejándose dejó un incómodo silencio que duró varios segundos.

   —¿Por qué te llama “número trece”? —curioseó Siete, mientras Scorpion comenzaba a meterse en sus pantalones nuevamente.

   —El escuadrón de cazadores que me atrapó cuando toda esta mierda comenzó solía nombrar a los prisioneros con números al azar —contestó él, abrochándose la hebilla del cinturón y recogiendo sus botas—. El mío era el trece.

   —Número de mala suerte —rió Siete.

   —Para ellos, no para mí.

   —Deja… —Siete se acercó a su líder cuando este intentó encogerse un poco para atarse las agujetas—. Se te abrirá la herida del hombro —le ayudó, atándole los cordones rojos en las botas militares negras y sonrió sin que Scorpion lo notara—. ¿Y cuál era su número? —preguntó.

   —¿De quién?  

   —De ella, de tu amiga.

Scorpion negó con la cabeza y estuvo a punto de soltar una sonrisa.

   —Olvídalo.

   —Anda, es sólo curiosidad.

   —Siete… —contestó Scorpion—. Su número era el número siete.

   —Ajá —Siete rió, bajito—. ¿Será que esto es el destino?

Scorpion le dio una patada que desequilibró a Siete y lo tiró al suelo.

   —Olvídalo, Damon —gruñó, apuntándole con un dedo y llamándolo por su verdadero nombre. Se me hizo extraño escucharlo, hasta ahora creía que Siete simplemente no tenía un nombre real, o al menos que nadie lo conocía—. Si te acercas a ella, te corto las bolas y te las meto por el culo.

   —Vale, vale… —Siete levantó las manos en son de paz—. Tampoco creas que yo tenía la intención de…

   —Ni un sólo centímetro —volvió a amenazar Scorpion.

   —Vale, bien.

Ambos se detuvieron cuando los pasos de Samantha volvieron a oírse cerca, haciendo eco en las murallas de la pirámide. Segundos después, ella asomó por el portal con una sonrisa en el rostro.

   —¿Qué tal si les invito a pasar la noche? —sonrió—. Al parecer, el resto de su grupo dormirá en el gimnasio, pero créanme, mi casa es mucho más divertida que estar encerrado entre cuatro paredes.

Terence y yo nos miramos el uno al otro.

   —¿Dónde vives? —se atrevió a preguntar Terence.

   —En “El Halcón Torcido—contestó.

   —¿El qué?

   —La montaña rusa.

Tragué saliva.

   —¿Esa enorme que debe medir al menos cien metros?

   —Ciento quince —respondió, sonriéndome y encogiéndose de hombros—. La vista es preciosa, créeme.

   —Creo que…. Debería ir a buscar a Ada y pasar la noche con ella —comenté, intentando zafarme de la situación—. Debemos podernos al día.

   —¿Ada? —curioseó Samantha—. ¿La chica que llegó hace un tiempo? —preguntó. Asentí con la cabeza al mismo tiempo que ella negaba energéticamente—. No, cariño. No te dejarán entrar. Ada duerme con el resto del escuadrón, en el subterráneo. No se permiten hombres allí, incluso el chiquillo que llegó junto a ella se ha visto forzado a dormir todo este tiempo en el gimnasio. Y eso que él es un amor.

«¿Un amor?» arqueé una ceja. Lancer me parecía cualquier tipo de persona menos un chico “amoroso”.

   —Tendrás que verla mañana —sentenció ella.

   —¿Por qué tu no duermes con el resto? —quiso saber Scorpion. Ya se había bajado de la camilla y estaba en pie; con una camiseta nueva y cubierto de vendas. El encuentro con ese Cero le había costado muy caro. Eso era algo que no se contaba dos veces.

   —Oh, a algunas personas no nos gusta dormir encerradas, ¿sabes? Es decir, el subterráneo es acogedor, en serio, incluso la decoración es muy bonita, pero… —se encogió de hombros—. Supongo que me acostumbré al aire libre.  

   —O le tienes terror al encierro —soltó Scorpion. Samantha y él intercambiaron una mirada tensa y larga. 

   —Supongo —cortó ella, encaminándose hacia la salida—. A nadie le gusta estar encerrado. ¡Vengan! —nos animó—. No van a arrepentirse.

   —No me gustan las montañas rusas —masculló Scorpion.

   —¡Vamos, señor Scorpion! —se burló Samantha—. Te prometo que no la echaré a andar mientras estés dormido.

La seguimos por los pasadizos de oscuridad y jeroglíficos flotantes y nos encaminamos hacia la salida. Afuera el cielo ya estaba oscuro y las primeras estrellas comenzaban a asomar de entre las nubes grises que todavía seguían ahí en lo alto. Caminamos tras ella y en silencio, no porque algo nos obligara a callar si no más bien porque todo el lugar se había vuelto silencioso de repente, había un par de farolas que iluminaban a medias nuestros pasos entre atracciones y carteles de madera que antes habían sido utilizados para señalar los servicios, pero más allá de eso todas las otras luces habían desaparecido. En algún lugar percibí el cantar de unos grillos, algunas gallinas y un poco más lejos, los gruñidos de un grupo de muertos que seguramente se encontraba deambulando en los alrededores, intentando entrar a la fortaleza que era ese parque de diversiones. Ni siquiera tuve miedo de que lograran entrar, este lugar me hacía sentir increíblemente seguro.

Probablemente porque tenía presente que había resguardado a mi sobrina durante todo este tiempo.

Me pregunté si acaso eso iba a terminar mañana. Si es que, por ayudarnos, Samantha y su gente sufrirían consecuencias que destruirían la paz de este parque. Así ocurrió con Paraíso, así había ocurrido con los cazadores e incluso con La Resistencia, que había visto a varios de sus hombres morir por nuestra causa.

Viuda fue inteligente al no involucrarse demasiado.

   —Aquí estamos… —Samantha se detuvo frente a la única montaña rusa del lugar que fácilmente podría verse desde cualquier punto del parque. “El Halcón Torcido” era una monstruosidad que se perdía en la oscuridad si intentabas encontrarle el borde con la mirada, un revoltijo de subidas, bajadas y curvas que se extendía fácilmente por ochocientos, o tal vez novecientos metros de viaje. En la entrada, la estatua de un halcón dorado y brillante con las alas abiertas nos miraba fijamente, descendiendo en pleno vuelo. Más allá, en los carriles, lo que parecía ser el final del viaje: un descenso brusco de cien metros con forma de espiral, una curva tras otra que no parecía tener fin y que me hizo entender el porqué del nombre. Cerré los ojos, imaginando en mi cabeza cuántos gritos y sustos causó semejante estructura en sus mejores tiempos y casi pude oír los lamentos de arrepentimiento ahogándose contra el viento, los llamados a mamá y los chillidos de los jóvenes, rebosantes de adrenalina, vértigo y miedo a caer.  

   —Woah… —exclamé.

   —Sip, “woah” —rió Samantha—. ¿Entienden por qué no me gusta dormir abajo?

Terence dio un paso al frente.

   —Vamos allá —dijo, entrando.

Me apresuré en alcanzarlo y le di un codazo cuando le tuve al lado.

   —Creí que le temías a las alturas.

   —Los miedos están para vencerse.

   —«No» —pensé—. «Es que realmente tú le temes a otra cosa»

   —¿Asustado, jefecito? —bromeó Siete, dirigiéndose a Scorpion que caminaba delante de nosotros. 

   —Cierra la boca o te lanzaré al vacío mientras duermes.

   —Por aquí… —Samantha nos guio hacia un ascensor bastante rústico y casero. Me subí en el, casi temblando por el miedo a que esa cosa se fuera a caer en mitad del ascenso y cuando la chica encendió una especie de motor que se encontraba en un costado y todo comenzó a vibrar, consideré seriamente bajarme de ahí y refugiarme en el gimnasio en el que el resto de mis amigos ya debería estar durmiendo. La rubia fue la última en entrar y le pidió ayuda a Siete para cerrar las puertas del elevador.

   —Es un viaje lento —comentó, mientras esa cosa, ofensa y blasfemia para cualquier elevador en este mundo, se ponía en marcha—. Podríamos hacerlo más rápido usando la escalera, si ésta no estuviera destrozada —el interior se sacudió un poco y yo me agarré con fuerza de lo primero que encontré; el brazo de Terence. El pelirrojo me sonrió de medio lado.

   —Ups… —bromeó.

   —Ups —reí.

Nos detuvimos.

   —Nunca falla —Samantha abrió la puerta del elevador cuando éste detuvo completamente su movimiento y salió hacia una plataforma, o más bien, una especie de estación. Reconocí inmediatamente el lugar en el que estábamos; era el sector donde se tomaban los pasajeros antes de cada viaje. Ahí estaban; la caseta del sujeto que manejaba la montaña rusa y los altoparlantes colgados en la parte superior de las dos paredes que nos rodeaban. Un suelo sólido me hizo sentir un poco más en tierra entonces, a pesar de que estábamos a al menos unos cuarenta metros de altura—. Era el viejo elevador de emergencia para llegar a la plataforma. Lo reparé cuando llegué aquí e hice del “Halcón” mi habitación —explicó ella, terminando de mostrarnos el lugar con un gesto, extendiéndonos los brazos. La plataforma había sido reacondicionada; allí había una alfombra color carmín, un viejo sillón de cuero negro, una pequeña mesita, una caldera, un par de muebles y un antiguo estante con varios libros que seguramente vieron tiempos mejores pasar en sus portadas. También tenía algunas plantas en maseteros que terminaban de decorar el espacio. Una linda sala de estar que esta chica había hecho propia con mucha gracia.

   —Tienes buen gusto —comentó Scorpion, acercándose a la pequeña librería a pasos alargados y tomando uno de los libros: “1984” de G. Orwell. Scorpion abrió el ejemplar y hojeó una página al azar—: “La guerra es la paz, la libertad es esclavitud y la ignorancia es la fuerza” —recitó, solemne—. ¿Crees que acabaremos todos igual que en este libro, Sam? —le preguntó a la chica.

   —¿Engañados, torturados y alienados? —contestó ella.

Scorpion sonrió.

   —¿Y si todo por lo que hemos estado peleando resulta ser una mentira también?

Entonces él y la chica se echaron a reír.

   —No leí ese libro —me susurró Terence.

   —Yo tampoco —me reí.

   —Ya, vale —Samantha se limpió un aparente sudor en los pantalones cortos—. Sé que Kat dijo que habría una cena, pero aquí tengo sólo pan, frutas, chocolate y café.

   —Un sándwich de cacao estará bien —bromeó Siete.

   —¿Tienes chocolate? —pregunté, asombrado—. ¿De dónde lo sacaste?

   —Hace algún tiempo, antes de llegar aquí, conocí a una familia que cultivaban cacao y hacían chocolate casero con el —explicó, hablando rápidamente, como si en realidad no quisiera comentar el tema—. Me obsequiaron una cantidad considerable antes de separarnos… —dijo, hurgueteando dentro de una pequeña despensa y sacando los alimentos de uno en uno: chocolate, un par de manzanas, pan y un tarro de café instantáneo al cual ya no se le podía leer la marca—. Casualmente, semanas después de eso, supe que tres días después de separarnos una horda de cientos de zombies invadió la granja en la que vivían y… bueno —se encogió de hombros—. Se comió a los mejores productores de chocolate que este país pudo haber tenido.   

   —Lamentamos oír eso… —comentó Terence, hablando por ambos.

   —La gente muere todos los días —dijo ella, encendiendo la caldera que estaba sobre una pequeña fogata controlada que se prendía sobre el cemento de la plataforma para comenzar a hervir el agua—. Y ya he visto bastante, así que supongo que me he acostumbrado.

   —¿Dónde estuviste todo este tiempo? —preguntó Scorpion, sentándose en el suelo cerca de la fogata, con “1984” todavía en sus manos—. Suenas como si fueras nueva aquí.

   —Llegué hace dos meses… —contestó ella, sentándose también y dejando cinco tazones en el suelo. Todo el mundo le imitó y nos sentamos también, para escucharla. Supongo que eso es lo que acostumbra la gente a hacer cuando hay una fuente de fuego cerca; se sientan alrededor de ella para combatir un poco el frío y se escuchan los unos a los otros: historias de una vida pasada que jamás podremos recuperar, confesiones, sueños frustrados que al otro día probablemente ninguno de nosotros recordará—. Cuando me fui de esta ciudad hace años, escapando de los cazadores, me juré que no volvería nunca más. Hui lejos, un par de estados al norte.

   —¿Cómo era todo allá? —quise saber.

   —Lo mismo que en todas partes —contestó ella—. La misma historia, distintos protagonistas; grupos de cazadores asesinos, bases militarizadas, gente equivocada creyendo todavía en el gobierno… —tomó la caldera con cuidado cuando ésta empezó a hervir y vertió un poco de agua en cada taza. Inmediatamente, el olor a café me inundo la nariz—. A veces pienso en la gente que encontré en mi camino, en qué habrá sido de ellos.

   —Si juraste que no lo harías, ¿por qué volviste? —curioseó Siete.

Samantha le entregó una taza humeante a él y ambos intercambiaron una mirada incómoda.

   —Tuve una caravana alguna vez… —contestó ella, entregándonos una taza con café hirviendo a cada uno. Recibí la mía y la tomé con ambas manos escondidas en las mangas de mi sudadera, para calentarme sin quemarme los dedos—. Ya sabes, esa gente acaba convirtiéndose en tu familia; una hermana, una madre, un padre, una abuela… —sonrió levemente y suspiró—. Un chico que te quita el sueño y al que nunca pudiste declararte porque se hizo demasiado tarde —se encogió de hombros y le dio un largo sorbo a su café—. Nunca oculten lo que sientan, muchachos. O podrían arrepentirse el resto de sus vidas —aconsejó, mientras tragaba, sus palabras no fueron dirigidas a nadie en específico. Dio otro sorbo. Parecía que le costaba hablar de esto—. Una caravana más grande nos atacó. Nos robaron todo y los mataron a todos —declaró.

   —¿Por qué no te mataron a ti? —quiso saber Scorpion.

   —No estaba cuando ocurrió y cuando llegué ellos ya se estaban marchando.

   —¿Entonces huiste?

Ella negó energéticamente con la cabeza y se tragó todo el contenido restante de la taza de un sólo último sorbo.

   —No. Ya no huyo más —contestó—. Empecé de nuevo, conseguí armas nuevas, esperé y vengué a mi caravana.

   —¿Tú…?

   —Me costó varias semanas, pero los maté a todos —confesó—. A cada uno de los que habían estado presentes en la matanza de mi gente. Los maté, recordándoles por qué nunca deben dejar a uno vivo.

Hubo un tenso silencio y oí a Terence tragando saliva.

   —Sólo después de eso decidí volver a esta ciudad… —retomó Samantha—. Y entonces me encontré con las chicas y ellas me acogieron —nos acercó el plato con frutas y nos entregó una barra de chocolate a cada uno—. Son buena gente, pero no sé si pueda volver a sentirme igual que antes… —expresó—.  Nunca me sentí la misma después de acabar con toda esa gente.

Supongo que la venganza cambia a las personas. Siempre.

   —Bueno, pero, ¿qué hay de ustedes? —preguntó, entusiasta de repente—. Cuéntenme de ustedes, ¿cómo se llaman, si quiera? Tu no, claro —le dijo a Scorpion—. A ti te conozco.

   —Pude haberme cambiado el nombre en este tiempo —bromeó Scorpion y la chica soltó una risita. Bromeó, en serio lo hizo. Siete, Terence y yo cruzamos una mirada de extrañeza.

Scorpion le dio un codazo a Siete y éste reaccionó.

   —Puedes llamarme Siete —se presentó, sonriendo. Entonces me pregunté por qué él prefería que le llamaran de esa forma y no por su verdadero nombre—. Me dicen así porque una vez zafé siete veces de la muerte en un mismo día.

   —Siempre dice eso para lucirse —interrumpió Scorpion.

   —Y es muy impresionante, Siete… —dijo ella, inclinándose un poco sobre la fogata para mirarle directamente—. ¿Sabías que ese era mi número cuando estaba en la guarida Cuervo?

   —¿Sabías que en siete días se construyó la tierra? Nuestro número es el número de la creación, chica —comentó Siete, pícaro.

   —Y la tierra tiene siete mares, siete mares en los que podrías ahogarte —soltó Samantha.

   —El cuerpo humano tiene siete chakras… —siguió él.

   —Y yo podría abrírtelos todos con las siete patadas en el culo que te daré si sigues flirteando conmigo de esa forma —contestó ella, sonriendo.

   —¡Y eso es un punto para la chica, señores! —ironizó Scorpion—. Demonios, me encanta esta mujer.

   —Claro, si ambos se parecen —bromeó Siete.

   —¿Por eso intentas coquetear con ella? —respondió Scorpion.

   —Por supuesto —rió el otro. Entonces todo el mundo rió un poco.

Debo confesar que fue una buena noche y que por un momento me olvidé de quiénes eran las personas con las que me encontraba, olvidé lo que habían hecho y lo que podían llegar a hacer y sólo dejé que la comunicación, esa acción tan humana como animal, fluyera libremente entre nosotros. Ya mañana volvería a mis prejuicios y manías morales de las que no me podía deshacer, ya mañana recordaría que la noche anterior estuve sentado junto a asesinos y gente de la que debería desconfiar. Pero, en ese momento, sólo me dejé llevar por las risas, las bromas y las experiencias vividas.

Notas finales:

Adoro el personaje de Samantha. Ella es lo que habría sido Noah de haber logrado escapar de la guarida antes de que la situación lo hubiese llevado al colapso... Sí, podríamos decir que es una extensión de su personalidad, pero, hey. Es importante, y tiene un pasado y vivencias bastante interesantes. No sé ustedes, yo ya la amo.

 

Y NO SE ATREVAN A SHIPPEARLA CON SIETE.

(Bueno sí, para eso están los diálogos)

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review

Abrazos ! 


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