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Sonrisas Destinadas por 1827kratSN

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El alma pura de un bebé refleja todas las cualidades alabadas por los humanos, era la materialización de una perfección cedida solamente por la ignorancia de los sentimientos negativos y, en ese caso, … de la falta de influencia de otras deidades

Estaban en el centro del castillo sagrado, en donde todos los dioses festejaban el arribo, mejor dicho, nacimiento, del nuevo hijo celestial. Un tesoro nacido de aquella mujer que reflejaba el amor en el mundo humano y del hombre que personificaba el poderío absoluto incluso dentro del cerrado círculo de deidades. Risas, aplausos, regalos, felicidad infinita porque una nueva vida siempre sería apreciada… mas, no todo es perfecto, incluso para esos seres que hipotéticamente deberían serlo

 

 

—Lo maldigo

 

 

Despedía toda la rabia contenida por meses Esa voz hizo eco en medio del tumulto de dioses que deseaban ver al pequeño ser quien, chupándose el dedo, reposaba en la cuna de oro y sedas de blanco esplendor. Los padres sintieron un ligero cosquilleo en sus espaldas previendo el caos que esa diosa acarrearía.

Su rostro sereno, cabello recogido en un moño alto, ojos violáceos y brillantes debido a la ira, inmaculado andar que hacía las telas blancas de su peplo largo balancearse armoniosamente. Era la primera esposa del dios que en ese día celebraba el nacimiento de su nuevo hijo, la que fue dejada de lado en cuanto la nueva diosa ocupó su lugar. Ella, Orégano, era la que dictaba tales premisas tan negras

 

 

—No arruines este día, Orégano — exigió aquel dios de rubia cabellera y piel bronceada, porte duro, de barba un poco descuidada. Sus ojos marrones claros mantenían la serenidad porque no sería la primera vez que veía a esa mujer enfadada

—Lo maldigo — repitió sonriendo al ver el miedo de la mujer que le arrebató a su esposo, felicidad, estatus y su puesto en ese castillo —. Maldigo a tu hijo, Iemitsu, tal y como maldije a la mujer que está a tu lado

—Por favor — fue la suplicante voz de aquella castaña de cabellos largos y marrones que combinaban con los ojos achocolatados que en ese momento despedían terror — no lo hagas — a sabiendas de que esa mujer era peligrosa tomó a su bebé en brazos y se ocultó detrás de su esposo.

—Si no estás aquí para festejar, deberemos sacarte a la fuerza — amenazó quien siempre fue el guardián de ese lugar, Basil — así que…

—Maldigo a tu amante, a tu hijo — sonrió mientras acomodaba su peplo y miraba de refilón al bebito que se removía en brazos de su madre, Nana

—Haz amenazado una y otra vez, pero hasta ahora te veo en incapacidad de cumplir con tus palabras — Iemitsu se giró hasta abrazar a Nana y acunarla al igual que a su pequeño retoño

—Tsunayoshi, ¿verdad? — Orégano dio un paso al frente y ya todos los asistentes se preparaban para atacarla, pero ella los ignoró — un bello nombre para un bebé tan pulcro, el cual heredó la mayoría de cualidades de su madre… tanto físicas como emocionales

—Es un niño, no puedes juzgarlo aún

—Nana. Mi maldita, Nana — la recién llegada se detuvo, elevó sus manos mostrando que no atacaría y que la dejaran hablar — sufrirás como ninguna otra diosa en esta vida casi eterna

—Puedes hacerme lo que quieras, pero deja a mi hijo en paz — suplicó pues ella no predijo lo que sucedió en esos años. Nana jamás imaginó ser privilegiada con el amor que ese dios podría generar en ella, ni tampoco pensó que el destino le ofrecería estar junto a Iemitsu con la promesa de un sentimiento sin limitantes, mucho menos quiso hacerle daño a alguien, pero no todo sucedió como deseó —. Yo no quise

—Él nunca morirá — Orégano elevó su voz y los dioses espectadores se quedaron de piedra porque aquella tonalidad tan dura, fría y dictatorial, representaba una de las habilidades por las que la diosa se dio a conocer en el mundo de los humanos como: la jueza absoluta — tu hijo jamás morirá

—Orégano, cállate — exigió Iemitsu, dejando a su esposa a cargo de sus otros amigos y caminando para enfrentar a la castaña —. Ahora — amenazó

—No morirá — repitió mientras miraba al retoño en brazos de Nana — pero jamás vivirá — dictó antes de que Iemitsu siquiera estuviera un metro de ella. Con sus manos formó un círculo amarillento en el suelo, una barrera que poco duraría, pero con la suficiente dureza para impedir que alguien la interrumpiera —. Vivirá, pero jamás morirá

—¡¿Cómo puedes decir eso?! — Nana apretó a Tsunayoshi contra su pecho y tembló — ¿Cómo?

—Hijo nacido del amor… será condenado por ese mismo — Orégano hizo unos leves movimientos con su mano derecha y al terminar, el pequeño bebé empezó a llorar como si algo dentro de él empezase a doler… estaba hecho… todos lo sabían… la maldición fue lanzada y ninguno pudo siquiera intentar detenerla

—¡¿Qué le has hecho?! — bramó Iemitsu

—Tú y ella — apuntó a Nana que intentaba calmar al pequeño — lo entenderán con el tiempo… o si quieres el camino fácil… busca a una sacerdotisa excepcional que te responda a las dudas que yo te he generado — rió bajito mientras deshacía su protección y se encaminaba a la salida

—¡Orégano!

—Yo te amé demasiado, Iemitsu — mencionó mientras caminaba con la frente en alto — fue tu mayor error cambiar este sentimiento tan bonito por algo tan negro como mi odio

—¡Deshaz lo que has hecho!

—No puedo… lo sabes… y tampoco es como si lo deseara

 

 

Palabras dichas al viento, miedo trazado en la piel inmaculada de ambos dioses, un niño que lloraba previendo el desastre. Nada más que eso en un día que debió ser sólo para festejar y desear felicidad. Nadie se merecía eso, incluso la propia Orégano lo sabía, pero no se arrepentía por dejarse llevar debido a la indignación que sentía.

La diosa no era mala, sólo estaba dolida. La juez siempre fue justa, mas, por única ocasión, decidió ser ciega e imponer un castigo severo hacia un inocente. Si tan sólo Iemitsu le hubiera avisado que el amor entre ambos se terminaba, tal vez así se hubiese dado el tiempo correspondiente para una resignación sin dolor, sin embargo, la destrozaron en sólo unas horas y la desterraron en unas cuantas más… Nadie podía culparla por querer vengarse… nadie… sólo ella misma

Años pasaron desde aquel hecho, sin embargo, nada malo ocurría con aquel que recibió la maldición. Tsunayoshi era una pequeña deidad normal, sana, fuerte, alegre, curiosa, hábil y dulce. Era la perfección que los dioses siempre anhelaron ver. Un niño de cabellera castaña alborotada, ojos brillantes y achocolatados, piel levemente morena, un varoncito cuya primera hazaña fue crear una flor de la nada. Hermoso, indigno de ser el objetivo de la maldad de una diosa dolida. Y fue por esa perfección, paz y normalidad durante el crecimiento del primogénito, que los padres dudaron y se desesperaron porque era como un día calmado que de pronto se ve asechado por oscuras nubes. Tal como Orégano dijo, buscaron a la mejor sacerdotisa en su mundo para preguntarle el significado del juicio lanzado sobre su inocente criatura

 

 

—Bello heredero — Luce, una hermosa mujer cuya sonrisa casi nunca se borraba, de calmada existencia, fue la encargada de revelar aquel tormentoso destino — concebido de una traición — sin embargo, no se caracterizaba por ser empática con los demás — Iemitsu y Nana — los miró y ladeó su cabeza — hicieron muy mal al ir en contra de un matrimonio establecido entre dos dioses poderosos

—Es mi culpa — asumió Iemitsu al ver que Nana agachaba la cabeza — sólo mía

—De los dos — rectificó Luce mientras estiraba sus manos en muestra de que deseaba sostener al heredero de la infidelidad — No intentes convencerte de otra cosa, Iemitsu

—Hermana

—Oh, pero qué hermosa criatura ha salido de tu vientre, Nana — sonrió ignorando al mayor y acariciando la mejilla del niño de seis años que la miraba con curiosidad, seguramente intentando saber qué era lo que pasaba — tan lindo

—Usted también es linda — respondía con una sonrisa tan brillante que incluso Luce tuvo que suspirar para expresar la calidez que la invadió — mi nombre es Tsunayoshi — voz aguda, pero melodiosa, delgados brazos que se estiraron para, con las yemas de sus dedos, intentar tocar el amplio sombrero que la sacerdotisa usaba

—Y el mío es Luce — se inclinó un poco para que el pequeño tocara lo deseado y sonrió — y ahora necesito que cierres los ojos

—¿Por qué?

—Porque quiero ver tu alma y tu destino

—¿Para qué?

—Para aliviar el corazón de tus padres — respondió con dulzura

—Entonces está bien — sonrió una vez más, arrugando levemente su nariz y mostrando parte de sus blancos dientes

 

 

Luce usó sus dedos para que esos párpados se cerraran por completo y casi de inmediato el pequeño cayera en un sueño placentero. Nana e Iemitsu veían todo en silencio, entrelazando sus manos en expectativa, dejando que la sacerdotisa hiciese su labor. No pasó más de cinco minutos para que Luce abriera sus ojos y con ellos, un par de lágrimas brotaran. Muy mala señal debido a que ella casi nunca se doblegaba ante la crueldad de los destinos. La vieron limpiarse aquellas gotitas, besar la frente de Tsuna y acunarlo en sus brazos mientras sonreía sutilmente. Fue una espera infernal.

 

 

—Dolerá — miró a los padres con tristeza — su destino… yo se los revelaré… pero, aunque intenten cambiarlo, nada se podrá hacer

 

 

Continuará…

 

 


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