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Hímero por Mascayeta

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Notas del capitulo:

Después de un mes vuelvo con un cruce de parejas.

Deseo que les guste y me acompañen como lo han hecho con mis otras historias.

Un abrazo y demos inicio a la acción.

La reunión estaba llena de personas que para mí eran simples relaciones de conveniencia. Nadie realmente me llamaba la atención para quedarme más de lo necesario, lo demás podrían hacerlo mis asesores.

Tome la bebida que me ofreció el mesero tratando de encontrar a alguno de mis subalternos para encargarle finalizar con la sesión de la mejor forma, me siento cansado y en realidad quiero marcharme. De repente alguien me golpea por la espalda, sé que es accidental, pero no puedo evitar que el vino manche mi traje.

En una mezcla de indignación y rabia giro para encontrarme con un joven que se deshace en disculpas por el error cometido. El verlo me deja en otro escenario, estamos solos, mi ropa es limpiada como si los movimientos que realiza estuviesen calculados para excitarme, únicamente puedo ver su cabello negro cayendo sobre su frente, la piel blanca en contraste, y el cuerpo bien formado que se vislumbraba debajo del saco que lleva puesto, tratando de evitar un mayor contacto, sujeto su mano.

 La hermosa sonrisa que recibo como respuesta logra desestabilizarme, paso mi lengua por los labios saboreando lo que pienso es un elixir. Su mano libre se desliza por mi brazo haciendo que cualquier queja muera en mi cabeza, veo como se aproxima a mi boca, ruego por ese contacto...

 

 

La voz dulzona de la auxiliar de vuelo lo despertó, otra vez él se hacía presente en sus sueños. Se preguntaba porque no podía sacarse de la cabeza la sonrisa de aquel hombre. Después del accidente lo único que podía recordar de la persona que lo ayudo a salir del maltrecho automóvil era su expresión y a duras penas la imagen de su cuerpo.

Recogió el equipaje de mano y descendió. La fría brisa lo hizo sentir que regresaba a sus orígenes, a ese lugar del que no debió alejarse.

Al salir de la zona de llegada, a lo lejos distinguió a Isaka, su gusto por el buen vestir y el cuidado que le daba a su apariencia, lo caracterizaban desde pequeño. Las gafas italianas y el celular al oído, le recodaron las fotografías de las revistas de moda.

Llegó al Phantom silverado metiéndose sin importarle colocar las ruedas de la maleta sobre el elegante tapizado. El gruñido de enojo de su amigo le importo poco.

-    Oye, lo mínimo hubiese sido un abrazo.

-    Hace tres meses nos vimos, no veo porque pides tanta atención, - Isaka sonrió, le encantaba el sarcasmo de su actual jefe. Para Akihiko cualquier expresión de cariño era difícil, y hacerlas en público equivalía a una falta terrible.

 

Entornando los ojos, espero la carcajada del hombre que sería su mano derecha en la empresa. Compañeros de universidad, Isaka Ryūichirō había entrado a cumplir una labor significativa en la joyería, tenía un especial sentido para identificar un buen negocio tan pronto como lo veía. Eso le valió el aprecio del abuelo Usami, y un lugar reconocido en la compañía.

 

El recorrido hasta su destino no tuvo mucha conversación, la antigua manor se abrió paso ante sus ojos como la espléndida propiedad que era.

Bajó del automóvil detallando la casa que ocuparía por tiempo indefinido, para él era más que un simple viaje de negocios, esta era la manera de tratar de rehacer su vida.

La casa en piedra se veía más pequeña de lo que recordaba. Quizás la visión lejana que tenía de ella a los 10 años, unida a las amargas experiencias, le habían creado un imaginario que a sus casi cuarenta se desmoronaba.

La gran puerta se abrió para permitirle la entrada a su actual refugio. La anciana ama de llaves al verlo le hizo una reverencia dándole la bienvenida, definitivamente el tiempo no respeta a nadie.

-  La casa está completamente habilitada para ser usada - dijo entregándole las llaves junto con un sobre. - Este lugar está a su total disposición al igual que la servidumbre.  Su hermano me pidió que tan pronto llegará le entregara estos documentos.

- ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí? – procuro ignorar la pregunta de Isaka, sin embargo, la contesto casi como pensando en voz alta.

-  Tanto como mi cordura lo permita. – Su amigo le miro haciendo un gesto de resignación. A pesar de la distancia, sabía lo que le ocurrió en Tokio y presentía que aún no lo había superado.

 

Una vez se retiró la mujer, Ryūichirō lo escoltó sin interés conectado a un audífono tarareando la canción. Sus recuerdos de la casa eran muy escasos, en sus ya veinte años sirviendo a los intereses de la familia Usami, había pisado la manor en tres o cuatro ocasiones, y en todas llegó hasta donde se encontraba parado, observó la expresión de su amigo, tal vez era necesario dejarlo solo, no había afán de acompañarlo, además él ya parecía perdido en sus propios recuerdos.

Akihiko paseó sin sorprenderse. Todo parecía igual a lo que guardaba en sus memorias. Caminó hacia la sala. Los muebles tipo colonial, el piso en madera pulida, los techos altos y los grandes ventanales. Se dirigió hacia el fondo de la habitación, a través del cristal se veía el tono marrón del Támesis.  Salió a la terraza donde su abuelo acostumbraba a tomar el té, el ruido lejano de alguna que otra lancha, le hizo recordar algo de su niñez.

Desde la solana podía acceder a la única habitación del piso. El estudio le dio la bienvenida con el fuerte olor a libros viejos y humedad. Esos textos que tantas veces lo acompañaron aún estaban ahí. Acabados de desempolvar, dispuesto como siempre lo habían estado.

Entró y acarició el lomo de sus preciados maestros durante las tardes de castigo. Los escasos recuerdos de la mujer de su abuelo se vinculaban a insultos y menosprecio. Parecía que él fuera el bastardo y no Haruhiko, lo odiaba y trataba de repetírselo a diario.

Ahora sentado como el dueño de la mansión, le venían a la mente aquellas tardes que paso tratando de abrir la puerta, pateándola sin cesar, ¡que estupidez¡, ¿por qué nunca rompió una ventana? Al final asumió su realidad y encontró en los libros la tranquilidad que su casa no le brindaba. Sonrió. Si esa mujer lo hubiese observado mejor, habría entendido que su castigo se convirtió en su mayor placer, y, por ende, jamás lo habría mantenido tanto tiempo en ese espacio.

Salió cerrando con beneplácito el lugar que más amaba. Se encaminó a las brillantes escaleras contando como cuando era pequeño las escalinatas que lo pondrían en contacto con las puertas de las habitaciones que recorrió y donde se escondió en los momentos que la mujer de su abuelo quería regañarlo. Cada una de las puertas fue abierta para encontrarse con el mismo viejo panorama y sobre todo la misma sensación, una increíble soledad.

Entró a la habitación de su abuelo, todavía guardaba algo del olor a la clásica colonia, la mezcla de bosque, madera, musgo y ese toque de aquello que no podía reconocer, pero que convertía ese espacio en una puerta al pasado, que lo acercaba a la persona que fue más su padre que quien se encontraba en Japón.

No supo cuanto estuvo ahí, tanto que cuando la mucama lo llamó a cenar, la pregunta fue si quería que pasaran sus pertenencias a ese lugar, no era una mala idea, quizás el sentir la presencia de su abuelo le ayudaría a sobreponerse a lo vivido.

Esa noche se dejó caer en la cama sin gracia, desajustó su corbata para mirar el hermoso techo de madera, sus ojos comenzaron a nublarse nuevamente, y las lágrimas volvieron a caer en silencio, limpiándolas pronunció lo que significaba rehacer su vida.

 

-       Adiós Misaki-kun


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