Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El médico de mis ojos por Fullbuster

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

La medianoche llegó, lo supo por las campanadas que retumbaron en cada rincón de aquella fantasmagórica ciudad. No había ni una luz en las ventanas, tan sólo las farolas de las calles dejaban ver el reguero de sangre que sus pies descalzos dejaban tras de sí. Todo su cuerpo se entumecía con el frío de la noche, sus ojos vidriosos auguraban las inminentes lágrimas si no fuera por el shock que parecía tener. Sin un rumbo fijo, sólo deambulaba por las calles en busca de algo o alguien.


Sin fuerzas y tras varios tumbos, se desplomó en mitad de la empedrada callejuela. Sus ojos se fijaron en las flores de los balcones, tan hermosas y a la vez tan irónicas. Aquella calle sería su tumba y sólo esas flores serían testigo de su muerte. Cerró los ojos, dejando que la sangre empezase a verterse en los adoquines, que el frío se colase hasta sus huesos y sus ojos finalmente, encontrasen resguardo en aquel sueño del que no volvería a despertar.


¡Un médico! Eso era lo que estuvo buscando incesantemente durante la noche, un médico que ayudase a su familia, a su clan… a su mejor amigo que yacía muerto por haber tratado de defenderle, por haber hecho de señuelo. El clan de los ojos rojos se extinguía con su último aliento.


El frío que antes apenas sentía al moverse, ahora empezaba a colarse bajo su piel. El vapor de su aliento era lo único que pudo observar, ese vapor que tomaba la forma de humo blanco que se elevaba entre el frío de la noche. Cerró los ojos, intentando encontrar la paz que esa noche no parecía acompañarle y entonces, sintió los primeros copos cayendo sobre su pálida piel ahora teñida en sangre. Algunos de sus mechones dorados se habían convertido en rojizos, pero poco podía importarle al borde de la muerte como estaba. Sólo quería terminar de morir en paz. Con ese pensamiento y tras haber abierto un segundo los ojos para ver esos copos de nieve, volvió a cerrarlos, dejando escapar su último aliento que se aferraba a la vida con desesperación.


***


¡Calor! No era posible que sintiera calor pero lo hacía. Abrió los ojos con lentitud, todavía creyendo que debía estar en mitad de la calle. Tirado como un simple y mugriento muñeco de trapo al que ya nadie quiere. El recuerdo de los gritos, la sangre y las llamas le hizo abrir los ojos con mayor intensidad, derramando las primeras lágrimas que anteriormente no habían sido capaces de salir.


Una luz llegó desde el otro extremo de la sala, provocando que tuviera que llevar su brazo y cubrirse los ojos para evitar la molestia. Definitivamente no estaba en la calle y le quedó completamente claro al escuchar una masculina voz proveniente de aquella intensa luz.


- Estás despierto – escuchó antes de intentar moverse pese al dolor – no deberías moverte aún, estás muy malherido. Tus heridas tardarán en curarse.


Estaba vivo, eso lo entendía, pero aún seguía siendo de noche y él necesitaba volver, necesitaba volver a su clan con un médico y era lo único que importaba en ese instante. Todos contaban con él o al menos… los supervivientes. No podía abandonar a su amigo. Ese recuerdo le martirizaba. Con las pocas fuerzas que pudo sacar, todavía con lágrimas en sus ojos y con alaridos de dolor saliendo desde lo profundo de su garganta, intentó salir de la cama donde estaba, cayendo irremediablemente al suelo y preocupando a esa persona que le había hablado desde la puerta. Sintió sus manos agarrar sus brazos, casi intentando que volviera a la cama, pero él sólo quería recuperarse ligeramente del dolor antes de volver a moverse.


Incapaz de ponerse en pie, se arrastró por el suelo en busca de la tan deseada apertura que le daría la libertad nuevamente. Tenía que llegar de nuevo a su clan, tenía que ayudarlos a todos, pero ese pensamiento sólo hacía que las lágrimas salieran con mayor intensidad. Se sentía impotente en aquel estado tan deplorable en el que se hallaba.


- Ey, vamos, deja de moverte – trató de impedirle el hombre junto a él, intentando levantarle para devolverle a la cama. Sin embargo, el chico se resistía y seguía aferrándose con aquellos dedos ensangrentados al mínimo resquicio en el suelo para continuar su travesía.


Sin apenas fuerza y sintiendo cómo levemente le iban incorporando, no le quedó más remedio que agarrar sus lastimados dedos a esa camiseta negra que llevaba el mayor, llorando con mayor amargura al verse inútil ante la situación. Tan sólo las imágenes del incendio y las risas de sus adversarios le llegaban a los oídos y a sus recuerdos.


El fonendoscopio que colgaba sobre el cuello captó su atención al instante. ¿Era un médico? Había estado buscando a uno con perseverancia y ahora se daba cuenta de que estaba justo frente a él. Sólo tenía que conseguir que fuera a su clan, que le ayudase. Intentó hablar, pero por algún motivo su voz se resistía a salir. No conseguía articular ni una palabra, tan sólo una especie de gruñidos y ruidos extraños eran emitidos por su garganta.


Movió su mano hasta uno de sus bolsillos y trató de sacar la cartera. No tuvo mucho éxito. El dolor de sus dedos sólo le hacía gimotear y soltar aquel cuero negro donde llevaba su identificación. Al ver aquello, Leorio apartó su mano, sacando así la cartera y abriéndola para ver su carné.


- Kurapika Kurta – leyó - ¿Del clan Kurta? – se asombró al ver aquello – eso está a unos kilómetros de aquí.


Cogió al chico, casi inconsciente una vez más y tras colocarlo de nuevo en la cama, le inyectó un sedante para que pudiera dormir toda la noche. Todo su cuerpo estaba maltrecho y quizá la adrenalina del momento le provocaba ese sentimiento que evitaba ligeramente el dolor, pero cuando se relajase… todo el dolor volvería a él como si le clavasen cuchillos.


- Vigílale – comentó a una de las chicas que atendían en su casa – voy a ir al clan Kurta. Creo que estarán preocupados por este chico.


Hacía tan sólo un par de años que se había graduado como médico y sin dinero para poder abrir una clínica, había convertido la parte de debajo de la vieja casa familiar, en su clínica. No era grande, más un médico de familia que otra cosa, pero tenía el suficiente sueldo como para permitirse al menos a una auxiliar que hacía a la vez de recepcionista.


Cogiendo su maletín, salió de la casa para dirigirse hacia su vehículo. El clan Kurta estaba a unos kilómetros de allí, lo que le indicaba la larga caminata que ese chico había realizado hasta llegar a él. No le extrañaba en absoluto ver aquellas horribles heridas o sus pies y manos ensangrentados.


***


Aquel amanecer fue uno de los más bonitos que jamás se hubieron contemplado en la ciudad, sin embargo, Leorio no era capaz de fijarse en él. Ese tono anaranjado que para muchos era un fenómeno hermoso, se había convertido en algo aterrador para Leorio. Sólo quería volver a su casa y comprobar la salud de ese chico que había conseguido escapar de aquel horror que había visto en el clan. ¡Ni un superviviente! Sólo había sido una masacre, eso fue lo que sus ojos vieron y lo que su mente no podía olvidar.


La luz de la planta baja seguía encendida, por lo que intuyó que su auxiliar seguía allí esperando a que él regresase. Aquella última operación había terminado demasiado tarde y su auxiliar se marchaba a altas horas de la madrugada, pero en una de las calles cercanas, no pudo evitar ver a ese chico y regresar corriendo a pedirle ayuda. Era posible que si esa operación no se hubiera retrasado, no habrían encontrado al joven allí tirado. Ahora debería agradecer a su auxiliar por quedarse más horas de las debidas cuidando del nuevo paciente.


Al abrir la puerta, se encontró a su auxiliar sirviéndose un té caliente en aquella fría madrugada. Al verle llegar con la chaqueta mojada, se apresuró a buscar otra taza para servirle algo caliente mientras Leorio se quitaba todas las prendas mojadas y se cambiaba a su indumentaria de doctor.


- ¿Cómo ha ido? ¿Vendrá su familia a por él? – preguntó preocupada la auxiliar.


Leorio negó con la cabeza y miró hacia la puerta entreabierta donde debía estar sedado el chico. Agarró los hombros de la auxiliar e hizo un esfuerzo por no contagiarla del pesimismo y la tristeza que cargaba.


- Está solo – fue su única respuesta, evitando decirle la masacre que había visto.


- ¿Cómo que solo? Pero el clan Kurta es un prestigioso clan, alguien debe haber…


- No queda nadie – comentó Leorio, sorprendiendo a la auxiliar que seguía sin entender por lo que había pasado su jefe para que viniera con ese bajo ánimo – cuando llegué, la policía ya estaba allí investigando, todos han sido… asesinados.


- Entonces ese chico…


- Escúchame bien, nadie debe saber que hay un superviviente y menos que está aquí. Podrían volver a por él.


La auxiliar asintió con la cabeza, entendiendo el grave problema en el que ahora estaban metidos por una simple coincidencia.


- Ve a descansar y tómate el día libre, yo me ocuparé de todo aquí.


- Pero…


- Vamos, por favor – susurró esta vez agotado.


- De acuerdo. Nos vemos entonces.


En cuanto la asistenta se marchó, se dirigió sin demora a la puerta entreabierta, abriendo un poco más para poder comprobar que ese chico seguía allí durmiendo. Pese a las heridas que tenía, ahora mismo le alegraba ver que sus ojos seguían intactos, más cuando había podido ser testigo de cómo extraían algún cuerpo sin los globos oculares, casi como si se los hubieran arrancado. Había sido extremadamente horrendo presenciar algo así. ¡Incluso para un médico! No quería ni imaginarse por lo que había pasado aquel chico y el trauma que debía tener.


Intentó dormir un poco tras revisar al joven y ver que se mantenía estable y profundamente dormido. El sueño tardó en llegar y no por culpa de que no estuviera cansado, ¡que lo estaba! Sino por las cosas tan horrendas que había presenciado en aquel clan. No podía quitarse de la cabeza a esos niños sin sus globos oculares. El chico de la otra habitación habría corrido la misma suerte de no haber huido y aunque no sabía cómo lo consiguió, sí supo que no podía confiar en nadie ni decir ni una palabra sobre ese chico.


Para cuando consiguió abrir los ojos, el tiempo se le había echado encima. No podía creerse que ya fuera casi la hora de comer. Abrió los ojos al instante, tirando los papeles de la mesilla e intentando encender la luz de la pequeña lámpara. El sillón donde estaba no era nada cómodo, ahora le dolía un poco la espalda, sin embargo, un único pensamiento cruzaba su mente. Quería saber cómo se encontraba ese chico.


Se levantó dispuesto a revisar una vez más al enfermo, sin embargo, al llegar a la habitación, miró con preocupación aquella cama vacía. ¿Cómo se había podido levantar con sus heridas? Era algo que aún no se explicaba, pero no tenía tiempo de pensar en ello, debía encontrarle a como diera lugar.


Buscó por todas las habitaciones, incluido el piso superior donde él vivía, pero no hubo forma de localizarle. Volvió a bajar a la planta baja donde tenía la clínica y revisó la puerta. Seguía cerrada con llave, por lo que no podía haberse fugado. Tenía que estar en algún lugar. Finalmente, lo encontró en la cocina, sentado en el suelo casi acurrucado, con un cuchillo en sus manos y llorando a lágrima viva con postura amenazante.


- Ey… vamos, suelta eso, te vas a hacer daño y yo no quiero lastimarte. Mira… soy médico – comentó sacando su tarjeta del bolsillo y deslizándola por el suelo para que pudiera verla – te encontramos en la calle y te hemos traído aquí para curar tus heridas.


Sus manos seguían temblando, pero apartó una de ellas del cuchillo para poder coger la tarjeta que rodaba por el suelo en su dirección. ¡Era cierto! Ponía que era médico pero no estaba del todo seguro. No quería confiar en nadie para que luego pudieran venderle a esos hombres que habían destruido todo cuanto él conocía, que habían asesinado a sangre fría a todo su clan sólo por esos ojos carmesí que brillaban ante fuertes emociones.


Sentía ira, tanta, que sus ojos se tornaron en ese color tan característico y por el que había iniciado la masacre. Leorio se quedó atónito y paralizado, sin poder apartar la mirada de aquellos ojos brillantes pero confusos.


- Por favor, no voy a hacerte nada, he estado en tu clan y traté de ayudarles pero… era demasiado tarde. Lo siento mucho, no puedo comprender por la tragedia que estás pasando pero… quiero ayudarte. Baja ese cuchillo y deja que revise tus heridas – casi le rogó, sin embargo, el chico no parecía muy de acuerdo con aquella petición.


Leorio se acercó muy lentamente hacia él. No parecía tener muchas fuerzas y todo su cuerpo temblaba presa del miedo y seguramente de algo de frío por la ropa fina y rota que llevaba. Al ver cómo sus ojos se iban entrecerrando, aprovechó el momento para colocar su mano sobre las del chico y quitarle el cuchillo para poder cogerle. Según su carné, tan sólo tenía diecisiete años, un chiquillo a sus ojos, no era mayor de edad en Japón pero lo peor… es que era tan bajito que ni siquiera aparentaba la edad.


Lo cogió en brazos al ver cómo se desmayaba nuevamente y lo llevó hacia la habitación para que descansase. Debía estar sufrimiento mucho, más psicológicamente que físicamente. Tras dejarle en la cama, se dirigió a la cocina a preparar algo de comer. Estaba convencido de que ese chico se levantaría con hambre.


Preparó unos takoyaki, un poco de caldo dashi y algunas tortillas con arroz al no saber exactamente qué podría gustarle a ese chico. Algo debía comer para recuperar fuerzas, aunque era posible que su estómago estuviera completamente cerrado tras haber presenciado aquella masacre.


A media tarde fue cuando empezó a despertar el joven, primero algo confuso por donde se encontraba y posteriormente, incorporándose con rapidez como si sintiera que estaba en peligro. Al ver la comida a su lado, observó toda la sala hasta hallarse con los ojos de ese moreno que le miraba desde el sillón del fondo.


- Deberías comer algo para recuperar fuerzas. Te sentará bien.


Dudaba y no le extrañaba nada. Después de lo que había vivido, Leorio no pensó que ese chico fuera a recuperarse de la noche a la mañana. Pese a la distancia que había tomado con el joven para evitar que se sintiera amenazado, no parecía querer comer. Leorio le observaba desde su distancia hasta que finalmente, decidió aproximarse para comprobar si le ocurría algo a la comida, lo que hizo que el chico intentase acurrucarse más contra el cabecero de la cama para alejarse.


- ¿Está fría? – preguntó Leorio, tomando una de las cucharas y probando el caldo dashi. ¡Todavía estaba tibio! – vamos, come, está bueno y te sentará bien.


Nada cambió, hasta que el rugido del estómago del chico hizo que un sonrojo subiera a sus mejillas. No pudo evitar que se le escapase una sonrisa. Era buena señal que tuviera hambre.


Lentamente, el chico se movió con sutileza hacia el cuenco de la sopa, alargando su mano y retrayéndola cuando Leorio se lo acercaba.


- Vamos, cógelo – le sonrió – si no te gusta, puedo prepararte otra cosa.


Cogió el cuenco tan rápido que Leorio se quedó atónito al verle comer con rapidez, casi como si tuviera miedo a que le quitasen la comida. No dijo nada, simplemente volvió al sillón y esperó a que terminase para recoger las cosas.


***


 


Una semana después:


Finalmente estaba despidiéndose del último paciente cuando, al girarse, observó a ese chico escondido tras el marco de una de las puertas. Había pasado una semana y todavía no se había atrevido a pronunciar ni una palabra o quizá… es que no podía hacerlo debido al trauma. No estaba del todo seguro, pero él tenía paciencia.


- Kurapika, ¿por qué no vienes y vemos algo en la televisión? – le preguntó, pero lo único que consiguió fue que ese chico saliera corriendo por el pasillo con un ligero sonrojo.


El chico corrió por el pasillo y cerró la puerta de la habitación tras él, encerrándose nuevamente en la más absoluta oscuridad. ¿Qué le ocurría últimamente? No podía dejar de perseguir a Leorio por toda la consulta y ese malestar interno que llegaba cuando él le hablaba o le miraba. Todavía no había podido quitarse de la cabeza los gritos de la gente de su clan, a su amigo pidiéndole que buscase ayuda… las pesadillas continuaban todas las noches y no ayudaba el hecho de que Leorio acudiera todas las noches a intentar estabilizarle.


Además de eso, odiaba ver cómo la secretaria y auxiliar coqueteaba con él de forma descarada. No podía hacer mucho ahora mismo excepto recuperarse, pero en algún momento tendría que marcharse, huir lejos de los que habían asesinado a los suyos, tratar de sobrevivir como pudiera. Ahora estaba solo en el mundo y eso no iba a cambiar.


- Kurapika, ¿estás bien? – escuchó al otro lado de la puerta.


Otro sonrojo apareció en sus mejillas al escuchar su voz. Realmente no entendía qué le estaba ocurriendo con ese hombre que sólo hacía más que cuidarle y preocuparse por su estado.


- Voy a entrar – comentó mientras empezaba a bajar el picaporte de la puerta.


Intentó ocultarse echando la colcha por encima de sí mismo, pero no fue una buena solución. Leorio se acercó hasta él, tirando de la colcha hacia abajo para poder destapar su rostro.


- Estás rojo. ¿Tienes fiebre? – preguntó colocando su mano sobre su frente – parece que estás bien, pero por si acaso iré a por un termómetro, puede que estés incubando un resfriado. Te prepararé una sopa caliente.


Estaba a punto de levantarse, cuando sintió que Kurapika cogía la manga de su camisa con fuerza, evitando que pudiera dejarle allí solo. Leorio sabía que las noches para ese chico estaban siendo un infierno, apenas pegaba ojo entre las pesadillas y no le gustaba quedarse a solas, pero por algún motivo, hoy sentía algo diferente. Nunca se había atrevido a tocarle pero ahí estaba, agarrando su manga y respirando con dificultad junto a ese sonrojo que movía cielo y tierra en su interior.


Todavía no podía creerse que estuviera empezando a sentir cierta atracción por ese chico rubio que no articulaba palabra, pero así era, un chiquillo de apenas diecisiete años le estaba robando el corazón lentamente y casi sin enterarse. Ahora cada vez que le veía, lo único en lo que podía pensar era en que estuviera bien, en esos labios que se moría por saborear, en esos ojos tristes que quería sanar a toda costa.


- Vengo enseguida – le susurró al darse cuenta de lo cerca que estaba su rostro del de ese chico. ¡No podía seguir así!


Leorio apoyó su mano sobre la del muchacho y deslizó sus dedos para que pudiera soltarle. Se marchó con rapidez por el pasillo, dispuesto a buscar algo que comiera y sobre todo… a poner cierta distancia, porque cierta parte estaba empezando a despertar. No podía permitir que un chiquillo de diecisiete años le pusiera en ese estado. ¡Estaba enfermo! Eso pensaba, pero no podía evitar enamorarse cada vez más de él y esos ojos que se tornaban escarlatas cada vez que le veía.


Colocó la sopa en uno de los cuencos y algo de carne con arroz al curry en un plato para subírselo a su invitado. No había querido hablar con la policía por miedo a que ellos también estuvieran implicados en aquel genocidio o incluso… si no lo estuvieran, que no pudieran proteger al único superviviente que quedaba. Era mejor para todos que creyesen que no había superviviente alguno, porque nadie buscaría a ese chico de ojos escarlata.


Tras dejar la comida en una de las bandejas junto al chico, se marchó con rapidez al aseo. Quería darse una ducha y sobre todo… ¡Tocarse! Necesitaba bajar esa erección creciente que sufría cada vez que estaba cerca del joven. Sabiendo que el baño no estaba muy lejos de la habitación de Kurapika, se mordió el labio evitando producir un sonido demasiado elevado mientras su mano se movía en su miembro buscando llegar al clímax y vaciar.


Tres meses después:


El cielo estaba nublado, pero por suerte, las noticias sobre el clan Kurta ya se estaban apagando. Todos los periódicos comentaban la desgracia de que no hubiera ni un superviviente y Leorio simplemente, quería dejar pasar el tiempo sin decir nada. Ese chico ya estaba recuperado de sus heridas y aunque un día le pilló haciendo una mochila como si quisiera irse, finalmente le había convencido para quedarse allí.


Quizá creyó que molestaba, que era un estorbo o simplemente… que era una carga económica para un desconocido. Era cierto que sus gastos se habían incrementado con ese chico en la casa, pero no pensaba ni por un segundo en echarlo. A estas alturas… ya estaba acostumbrado a la convivencia con él y, sobre todo, enamorado. No pasaba un día en el que no pensase en él, en el que no durmiera a su lado para evitar que las pesadillas regresasen, no pasaba ni una noche sin abrazarle pese a lo malo que era para él al saber que jamás podría estar con ese chico debido a sus traumas.


Como un día más, tras acabar su café y leer el periódico, mandó pasar al primer paciente. Lo único malo de aquellos días era ver cómo su secretaria sonreía con cualquier cosa que él decía, cómo le ponía ojitos y rozaba sus manos cuando tenía que darle algún papel o instrumental. Era extraño, porque antes nunca le había molestado sus intentos de coqueteo hasta que empezó a fijarse en ese chico.


Las gotas golpeando contra el cristal fue lo que hizo que Kurapika se despertase aquella mañana. La luz era escasa y el cielo estaba completamente nublado. No pudo evitar recordar aquel fatídico día donde perdió a todos sus seres queridos y, sin perder más tiempo, se puso en pie, bajando descalzo los peldaños de la casa para buscar a la única persona con la que últimamente se sentía seguro.


El último escalón crujió bajo su peso, aunque no le dio importancia y continuó caminando por la vacía sala de espera. Miró el reloj de la pared, ya era casi la hora de comer, seguramente por eso estaba todo tan vacío. Debía haber terminado por hoy, más siendo viernes y sabiendo que esos días, siempre terminaba antes de lo normal para descansar el fin de semana.


Debía estar recogiendo las cosas en su oficina, eso fue lo que Kurapika pensó, dejando todo en orden para no tener que volver a pasar por la consulta en los próximos dos días. Sólo esperaba poder comer junto a Leorio y disfrutar de un rato agradable. Sin embargo, cuando ya estaba cerca de la puerta de la oficina, la escena que observó al otro lado le hizo detenerse por completo.


Durante esas últimas semanas había estado intentando controlar sus sentimientos. Se centraba en la venganza, quería encontrar a los responsables de la masacre de su clan y mandarlos a la cárcel por lo sucedido, pero otra parte… se había enamorado de ese médico que le salvó la vida, lo que creaba indecisión sobre si marcharse o quedarse a su lado.


Quería irse, tan sólo debía mover sus piernas pero… no podía. Se había quedado inmovilizado completamente, detrás del marco de la puerta observando ese beso que la auxiliar le estaba dando a Leorio.


Sus piernas empezaron a flaquear, pero no podía parar de mirar. Él ni siquiera había dado nunca su primer beso, algunas noches soñaba en cómo sería, en poder llegar a besar a ese médico que le salvó la vida, pero al ver aquello… toda su ilusión y esperanza se vino abajo.


Leorio se apartó lo más rápido que pudo, pero aunque trató de explicar cordialmente a la mujer que iba a rechazarla, sus ojos se fijaron en la puerta donde estaba Kurapika. Algo dentro de él se rompió al ver aquellos ojos que finalmente parecían recuperar algo de brillo, entristecerse nuevamente ante aquella escena.


- Kura… - intentó hablar, pero fue en ese instante, cuando sus piernas parecieron reaccionar y salir corriendo hacia su cuarto.


Algo estaba mal en todo esto, pero lo único que podía hacer en ese instante, era mandar a su auxiliar a casa tras hablar con ella para que no volviera a ocurrir algo semejante. Él no tenía esa clase de sentimientos hacia su persona y lo único que producía era problemas y malos entendidos.


Tras aquella leve conversación donde intentó ser todo un caballero para herir lo menos posible a su recepcionista, Leorio se dispuso a afrontar el mayor de los problemas, intentar calmar a un chico que había visto lo que nunca debió haber ocurrido.


Caminó con lentitud por el pasillo. Necesitaba un poco de tiempo para pensar en las palabras apropiadas. ¡Si es que las había! Sin embargo, el tiempo no parecía estar de su parte. La puerta de la habitación de Kurapika estaba próxima, más a cada paso que daba y no se le ocurría ninguna explicación plausible.


Con dudas, tocó a la puerta del menor sin obtener ninguna respuesta. No sabía por qué le había afectado tanto, pero… quizá se sintiera solo de nuevo o creyese que iba a quedarse solo tras perder a todos sus seres querido. Había confiado en él tras todo lo sucedido y por algún motivo ahora creía que le estaba fallando.


- Kurapika, ¿puedo pasar? – preguntó Leorio.


No obtuvo respuesta alguna aunque sabía de sobra que se encontraba dentro. Decidió tocar de nuevo, pero ante el inminente silencio y la falta de respuesta, tomó la decisión de abrir la puerta y colarse en el interior. Por suerte, él nunca había sido muy dado a poner cerrojos, así que sabía de sobra que estaría abierta.


- Kurapika… ¿Podemos hablar? Por favor.


Irónico… así le sonó tras haber dicho aquellas palabras, puesto que ese chico llevaba meses sin pronunciar palabra. Lo había achacado al trauma por haber presenciado el asesinato de su clan, pero ahora ya no le quedaba más remedio que aguantar su metedura de pata. Los ojos carmesí que le miraron en ese momento tras decir aquella frase, le indicaron claramente que estaba enfadado.


- Bueno… yo hablaré – rectificó al ver su semblante serio y malhumorado.


Aprovechó aquel momento para acercarse a una de las sillas y girarla hacia la cama para poder sentarse junto al chico. Kurapika intentó alejarse levemente hacia el otro lado de la cama pese a que sus ojos seguían puestos en el mayor. En cuanto Leorio fijó su mirada en él, éste la cambió inmediatamente hacia la sábana para evitar la intensidad de sus ojos.


- Ey… mírame – le comentó Leorio colocando dos dedos bajo su mentón para que le mirase, consiguiendo que Kurapika moviera la cabeza y la girase para evitar enfrentarle – por favor – le suplicó está vez – lo reconozco, estás enfadado y lo siento, lo siento mucho, no era mi intención que vieras una escena como ésa, es mi secretaria y no debí dejar que se extralimitase. Me pilló por sorpresa pero lo he hablado con ella y no volverá a ocurrir.


No entendía qué le ocurría, ni el motivo por el que sus ojos escarlata tenían ese brillo especial como si fuera a romper a llorar de un momento a otro. Creía que simplemente… tendría miedo de que se centrase en su secretaria y no le hiciera caso a él después de esos meses que habían pasado tan unidos, pero no sabía que le afectaría tanto hasta el punto de llorar.


- Vamos… seguiremos pasando tiempo juntos, Kurapika, esto no significa nada.


Giró la cabeza de nuevo, enfadado como si se sintiera incomprendido. Para Leorio, nada tenía sentido. No podía comprender qué le pasaba por la cabeza, pero al ver cómo temblaban ligeramente sus labios, empezó a intuir algo.


- Espera… ¿No es por ella? – preguntó extrañado – soy yo, te ha dolido el beso como tal y no el que pudieran quitarte tiempo conmigo.


¡Era eso! Lo supo por el color tan intenso que adoptaron sus ojos y el morro fruncido que colocó al instante antes de apartar la mirada. Esta vez, con una medio sonrisa, cogió todo su rostro para obligarle a girarlo hacia él, uniendo sus labios a los de Kurapika antes de que pudiera reaccionar. Se la estaba jugando y lo sabía, tan sólo tenía la leve intuición de que podía sentir algo por él, pero no estaba del todo seguro.


Sintió cómo el pequeño se removía ligeramente durante los primeros segundos, pero finalmente, cayó en sus brazos, dejándose besar y empezando a continuar aquel ritmo que le provocaba un millón de sensaciones en su interior.


- Yo… - se sorprendió Leorio al escuchar aquella voz por primera vez, lo que le hizo separarse al instante para mirar a un sonrojado chico – es… mi primer beso – se atrevió finalmente a hablar pese a estar algo cohibido.


- Lo siento – se disculpó enseguida Leorio al darse cuenta de aquello – yo… no creí… pero... ¡Estás hablando! – se alegró al instante, sonrojando más al pequeño.


Kurapika se giró al instante evitando el contacto visual. Le avergonzaba un poco ese hecho, aunque también se alegraba de haber recuperado parcialmente su voz. Todavía la sentía algo extraña, como ajena a sí mismo. Tanto tiempo se había negado a pronunciar palabra, que ahora no podía acostumbrarse de nuevo en unos segundos.


- ¿Sigues enfadado conmigo? – preguntó Leorio con una ligera sonrisa que tranquilizaba un poco al pequeño.


- Sí – le agregó.


- ¿Porque me besó? – Leorio observó cómo asentía con la cabeza – Sabes una cosa… te quiero a ti y eso es exactamente lo que le dije a ella. Creo que se sorprendió un poco pero… no puedo evitar sentirme atraído por ti. Puede que no sea recíproco…


- Lo es – se adelantó el menor, casi como si no quisiera que él se sintiera peor al pensar cosas que no eran – quiero decir… que puede que me gustes… un poco.


- Con un poco me basta – se alegró Leorio sabiendo que fingía por los colores que tenía en sus mejillas – me gustaría que te quedases aquí a vivir conmigo, permanente.


- Sabes que no puedo. Quiero vengarme de los que le hicieron esto a mi clan.


- No saben que estás vivo y te prometo que si te quedas a mi lado, te ayudaré a dar con los responsables. Haremos que la justicia caiga sobre ellos, pero no puedo permitir que descubran que estás vivo o estarías en peligro de nuevo. No quiero que vuelvas a pasar por algo así.


- No puedo dejarlos sueltos. Tengo miedo pero… necesito saber que pagarán por sus crímenes. Tengo que hacerme fuerte y… soy el único testigo que queda para testificar contra esos criminales.


- Pero no estarás solo, Kurapika. Yo siempre te apoyaré, lo haremos juntos, encontraremos a los responsables, pero por ahora, sólo hazme el favor de mantener tu identidad oculta. No podría soportar que te ocurriera nada malo.


No pudo escuchar nada más, los labios de aquel moreno volvían a estar sobre los suyos. Era un beso mucho más cálido que el anterior, acogedor y tierno, tanto, que cerró sus ojos y dejó que profundizase el beso juntando sus lenguas. Ni siquiera sabía qué hacer, pero quería aprender, aprender junto a ese hombre que durante esos últimos meses le había cuidado y protegido, del que se había acabado enamorando lentamente.


Kurapika se había quedado helado ante aquella impulsividad. Los brazos del moreno se agarraron con fuerza a su cintura, dejándole sentir ese fuerte brazo mientras devorando su boca con una pasión que jamás había sentido antes.


Sus labios eran tiernos y Kurapika sentía que podía caer sin remedio en las garras de aquel hombre que seducía a cada uno de los movimientos de sus labios. Por un momento, notó cómo sus piernas empezaban a temblar en el preciso momento en que aquel moreno metía su lengua con cierta fuerza casi exigiendo aquel encuentro juguetón entre ambas. Kurapika atrapó el fino labio superior de Leorio entre los suyos y continuó buscando aquella lengua que le conducía de cabeza al paraíso.


Seguía pensando que aquello era una locura, se estaba besando con un hombre al que apenas conocía, con su salvador, con ese médico por el que jamás pensó llegar a sentir algo. Las cálidas manos de Leorio se aferraban a su cintura con mayor intensidad, provocando que cada vez las desease aún más, esperando que recorrieran todo su cuerpo.


En aquel momento, Kurapika mantenía una lucha interna entre lo correcto, lo incorrecto, la ética y la pasión. ¿Era correcto sucumbir ante aquel hombre? ¿Era correcto pensar en ofrecerse a esa persona a la que acababa de conocer hacía tan sólo unos meses? Todo eran dudas enfrentándose a esos pasionales besos que no cesaban, a esos labios que no estaban interesados en soltar los suyos. Kurapika acabó cerrando los ojos y dejándose envolver por la lujuria de aquel instante.


Sus manos se enredaron en el cabello de Leorio cogiéndolo con fuerza para apretar aquellos ansiosos labios todavía más contra los suyos, siendo esta vez él quien tomaba el control y el ritmo de un beso cada vez más fuera de control.


Leorio sacó una leve sonrisa sintiendo aún cómo aquel chico deslizaba sus largos dedos por su cabeza, acariciando cada mechón de cabello y masajeando con suavidad toda la zona. Era muy inocente, inexperto, pero no dudaba en cómo se estaba involucrando y tratando de seguirle el ritmo. No podía creerse la dulzura y delicadeza que tenía aquel chico y a la vez… la sensualidad y pasión que le envolvían.


Leorio aprovechó aquel momento para ir apoyando su cuerpo sobre el del rubio, acostándose sobre la cama lentamente. Sus labios aún seguían unidos, moviéndose al ritmo que esta vez imponía nuevamente el mayor mientras buscaba a tientas el cajón de la mesilla donde guardaba algunos preservativos. Siempre era mejor cuidarse de posibles enfermedades.


Kurapika no dejaba de sonreír mientras sus dedos empezaban a desabrochar uno a uno los botones de la camisa de su compañero, desanudando la corbata que Leorio llevaba. Leorio besó con más pasión a Kurapika dejando que fuera desnudándole lentamente, deslizando aquellos ágiles dedos por su abdomen.


- ¿Estás seguro de esto? No habrá vuelta atrás – le recordó Leorio esta vez algo más serio para asegurarse antes de seguir - ¿Estás seguro que quieres continuar?


- Sí. No quiero volver a atrás – le aclaró Kurapika cogiendo sus labios de nuevo y terminando de quitar el pantalón del moreno.


Kurapika con una gran sonrisa y más decisión que nunca en su cuerpo, dejó que Leorio se colocase encima y empezase a mover su cuerpo sobre el suyo, frotando ambos miembros y consiguiendo escuchar sus silenciosos jadeos, esos que trataba de ocultar pero que el moreno se moría por escuchar con mayor intensidad.


Leorio aprovechó el tenerle tan disponible para quitar la camiseta de aquel chico rubio y meter la mano bajo su ropa interior buscando el miembro que empezaba a despertar. Kurapika jadeó con sutileza al sentir los dedos de Leorio acariciando su miembro, desde la base hasta la punta, moviendo su mano, aligerando y apretando de nuevo un poco más cuando deseaba escuchar un gemido algo más fuerte.


Kurapika tampoco quiso perder más tiempo y pese a no separar sus labios, movió su mano buscando la entrepierna de aquel moreno, esa entrepierna que despertaba poco a poco, que se endurecía bajo sus caricias y que reclamaba plena atención pese a sus temblorosas manos.


Ambos se deshicieron de la ropa interior con rapidez movidos por la emoción y la excitación del momento. Leorio introdujo dos de sus dedos entre sus labios para lamerlos con la lengua buscando lubricar la entrada de ese chico al que deseaba tener. Hacía tanto tiempo que no sentía algo parecido.


Con suavidad, introdujo los dedos lentamente en Kurapika, primero uno y a los pocos minutos el segundo abriendo así su entrada. Querría meter un tercero pero se deleitó en escuchar gemir a ese chico hasta que se aseguró que no le dolería, entonces llevó a cabo su plan metiendo el tercero con mucho más cuidado que los anteriores.


La respiración agitada de Kurapika le demostraba que él también deseaba aquel momento, ambos estaban ansiosos. Finalmente, cuando Leorio creyó que ya estaba listo, se colocó el preservativo y empezó a introducir su miembro con lentitud. Ambos dejaron escapar un gemido al sentirlo, los dos acoplados perfectamente pese a que el rostro de Kurapika se frunció varias veces a causa del dolor.


- Será mejor que te coloques arriba, controlarás mejor y podrás decidir cuándo y cómo moverte – le expresó su preocupación.


Ante aquella preocupación, Kurapika asintió y se movió lentamente hacia arriba, colocándose sobre el cuerpo del mayor. Poco a poco y con ayuda de Leorio, Kurapika se movió hacia arriba deslizando el miembro hacia afuera y volviendo a sentarse sobre él antes de que saliera por completo para introducirlo nuevamente. La sensación sólo le hacía gemir y jadear, una sensación que le llenaba sintiendo aquel miembro dándole placer. Leorio cogió con sus manos las nalgas de Kurapika ayudándole a impulsarse en su movimiento, de arriba abajo mientras veía cómo su miembro aparecía y desaparecía en el interior de aquel chico, excitándole el doble aquella visión. No llegarían a pasar más de diez minutos cuando el cuerpo de Leorio empezó a tensarse por el placer igual que el de Kurapika. El rubio entre jadeos incontrolables aceleró el ritmo consiguiendo que Leorio eyaculase en su interior. Aun así, Leorio continuó un par de movimientos más sintiendo que a Kurapika le faltaba un poco. Tan sólo un par de movimientos después, Kurapika se dejaba ir manchando el abdomen de aquel moreno con su líquido justo cuando le ofrecía una gran sonrisa.


- ¿Estás bien? – preguntó Leorio dejando que el chico cayese sobre su pecho, respirando con dificultad pero con un rostro angelical.


- Sí – sonrió mientras cerraba los ojos.


- ¿Te quedarás? – se atrevió a preguntar Leorio.


- Sí – fue su única respuesta – me quedaré contigo.


Con una gran sonrisa y acariciando la espalda de Kurapika, ambos se quedaron completamente dormidos. Un nuevo día empezaría mañana, un nuevo día que traería consigo el inicio de una relación que esperaban durase eternamente.


Fin


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).