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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

XIV
 
La espera se hizo eterna para ambos, a pesar de que diversas cuestiones surgidas durante el sábado les hizo distraerse de sus ideas. Así, el sábado se redujo a un día molesto: una discusión con sus padres hizo que Nicolás se levantara de la mesa tan pronto acabó su almuerzo y fue a encerrarse en su dormitorio, y aunque hacía calor, durmió toda la tarde; para él, dormir era la única forma de evitar la realidad. Por otra parte, Alejandro se mantuvo trabajando esa misma tarde, mirando su teléfono de tanto en tanto, aún cuando no habían acordado hablarse otra vez. Tampoco se hablaron de nuevo durante esa noche, ni siquiera para cuando Alejandro terminó su turno. 
 
Lo más sensato para ambos era aguardar hasta el día siguiente.
 
… … … … …
 
Por lo regular el domingo era un día que reservaba para cada quedarse en casa, encerrado en su habitación; ese día no iba a ser igual, lo sacaría de la monotonía habitual y serviría para distraerse. Nicolás se preparó con calma, aunque no sin cierta ansiedad, se vistió con ropa nueva y arregló su cabello lo mejor que pudo, bajó al primer piso y fue a la cocina, donde encontró a sus padres tomando un café; sin dar explicaciones, les avisó que no regresaría a almorzar y abandonó la casa sin comer nada. Se sentía diferente y extraño salir en domingo, nada de gente en las calles y el camino hasta la estación fue tranquilo y silencioso; luego de diez minutos caminando, llegó a su destino y al momento abordó un tren casi vacío; sentado hacia la ventana, tomó sus audífonos y seleccionó al azar una canción de su playlist, antes de cerrar los ojos y aislarse del mundo.
 
… … … … …
 
Alejandro había dormido bien la noche anterior, tanto que casi no se despierta, en parte por haberse olvidado de la “cita” o “reunión”, como prefería llamarlo. Saltó de la cama y tras darse una ducha rápida, se vistió con lo primero que encontró, por suerte limpio, peinó sus cabellos y vistió una chaqueta ligera para cuidarse de la brisa fría; se despidió de sus padres y salió rumbo a la estación, entretenido mirando como las hojas de los árboles cubrían el suelo. “Ya comienza el otoño, qué bien”, se dijo, “no más de este calor insoportable”.
 
La estación estaba casi desierta y el tren estaba tardando, no había llevado libro para leer y hacer más llevadera la espera, y no le apetecía escuchar música; en otras circunstancias habría tomado bus, pero como no pasaría a ningún sitio antes, el tren era la opción más directa para llegar al local; el problema es que tardaba, más de lo que pensaba y se estaba impacientando. La brisa se hizo más fuerte y agitó sus cabellos. “¿Por qué tardas tanto?, ¿por qué hoy?”, se decía dando vueltas en círculos alrededor de la plataforma. Al fin sonó la bocina anunciando la llegada del tren y al abrir sus puertas, entró a toda prisa buscando lugar para sentarse.
 
Al principio no lo vio, pero tras dar un vistazo detenidamente, fue a sentarse junto a la figura con audífonos que parecía dormida. “No fue mala idea viajar en tren hoy”, pensaba mientras una suave sonrisa se dibujaba en sus labios.
 
… … … … …
 
Había cerrado los ojos, pero no se había dormido, aunque hubiera querido. La música no sonaba fuerte, sin embargo, lo alejaba del murmullo creciente a su alrededor. Sintió que alguien se sentaba a su lado y no le prestó atención sino hasta transcurrido un momento. 
 
–¿Estás haciéndote el dormido? –le susurró una voz.
 
Nicolás abrió los ojos y vio los de Alejandro, vivaces y atentos, a diferencia de los suyos, cansados y distraídos.
 
–¿Cómo fue que…? –preguntó, quitándose los audífonos y volviéndose hacia Alejandro.
 
–Casualidad, destino, llámalo como quieras, no me importa.
 
–No creo en el destino.
 
–¿Por qué?
 
–Creo que son nuestras decisiones las que guían el curso de nuestras vidas, no un dios o una fuerza superior.
 
–Entonces, ¿no crees que nuestro encuentro fuera casual?
 
–No, ni ahora ni aquella noche. Te hablé porque quise hacerlo.
 
–¿Y ahora?
 
–Porque suelo viajar en tren, y quizá tú también, ¿o quizá solo hoy? –Nicolás había acertado, lo que sobresaltó a Alejandro.
 
–Como fuere, me alegra poder charlar contigo antes y saber que viajas en tren, ahora tengo una razón para usarlo más frecuentemente –dijo Alejandro con una sonrisa.
 
–Haz lo que mejor te parezca –contestó Nicolás, colocándose de nuevo sus audífonos.
 
–¿Qué estabas escuchando?
 
–Cualquier cosa –fue su escueta respuesta.
 
–¿Puedo?
 
Nicolás le dio uno de los auriculares y Alejandro puso atención a la melodía.
 
–¿Te gusta la ópera?
 
–Sí, aunque esta es la única que guardo en el teléfono, ¿la cambio?
 
–No, déjala. Así está bien –respondió y, superado por las ganas, Alejandro recostó su cabeza en el hombro de Nicolás, llamando su atención.
 
–¿Qué haces?
 
–Lo que decidí –respondió antes de cerrar los ojos.
 
–Qué chiquillo tan caprichoso –dijo, también recostando su cabeza en el otro.
 
En ese momento, «Der Freischütz» sonaba, en una escena que a Nicolás gustaba particularmente: “Mein Sohn, nur Mut! Wer Gott vertraut, baut gut!
 
… … … … …
 
Las miradas no se apartaban de ellos, mucho menos las de sus amigos que ese día atendían el local, y pese a que se habían sentado alejados del resto, algunos curiosos no tardaron en voltear a verlos.
 
–No lo entiendo, ¿por qué nos miran tanto?, ¿somos famosos o algo así? –comentó Nicolás.
 
–No creo que famosos, es solo que la gente se vuelve loca de curiosidad cuando ven algo llamativo –dijo Alejandro.
 
–Entonces, ¿somos llamativos?, ¿somos tan guapos acaso?, ¿les gustará nuestra ropa?, ¿o será el peinado? –dijo Nicolás, acariciando un mechón de su cabello negro.
 
–Puede ser, aunque me he vestido mejor –dijo Alejandro, soltando una sonora risa–, pero ya en serio, ¿no tienen nada mejor que hacer?, ni que estuviéramos en una cita, ¿verdad?
 
–Cierto, no vamos tan rápido como para considerarnos de “esa” manera. Actuemos como dos amigos que no se han visto en algún tiempo y solo han salido para almorzar –fue la respuesta segura de Nicolás, al tiempo que leía el menú–, a propósito, ¿has decidido ya lo que vas a ordenar?
 
–No todavía, ¿y tú?
 
–No, la verdad es que nada se me antoja.
 
–¿Y si pedimos una pizza para los dos?
 
–¿Pizza? –no había considerado siquiera comer una para el almuerzo.
 
–Sí, ¿o tal vez una para cada uno?, con ingredientes a elección, ¿o no te gusta la pizza?
 
–Me gustaba, pero dejé de comerla –Nicolás cerró la carta y apoyó la cabeza en su mano. No estaba convencido.
 
–¡Anímate y comamos una!, podemos ordenar que la mitad sea a mi gusto y la otra mitad al gusto tuyo.
 
–Está bien, pero creo que es mejor pedir una para cada uno –resolvió contestar Nicolás. La insistencia de Alejandro terminó por convencerle–, soy un poco difícil de complacer con las comidas y no comparto mucho los gustos de los demás. ¿Te parece?, así comerás con más agrado.
 
–¡Sí!, ordenemos entonces –Alejandro dejó de lado la carta e hizo una señal, a la que Cristina respondió, acercándose hasta su mesa para tomar nota del pedido.
 
–¿Ya se decidieron? –preguntó la muchacha en el tono más neutral que pudo.
 
–Sí, yo pediré una pizza española, mediana –ordenó Alejandro.
 
–Bien, ¿y usted? –Cristina se dirigió hacia Nicolás con formalidad, aprovechando la ocasión para verle de cerca y hacerse una idea más acabada. “No estás mal y eres como de nuestra edad, ¿qué fue lo que te gustó de Alejandro?”
 
–Quiero la número 14, pero quiero cambiar y agregar algunos ingredientes, ¿puede ser? –respondió Nicolás.
 
–Sí, dígame lo que quiere.
 
–Quiero cambiar la alcachofa por aceitunas negras y, por favor, agrégale champiñones.
 
–Muy bien, ¿algo de beber?
 
–Para mí una Coca-Cola normal –dijo Alejandro.
 
–Yo quiero una limonada –dijo Nicolás.
 
–Una Coca-Cola normal y una limonada, de inmediato las traeré –Cristina se retiró, dejando solos a los chicos.
 
–¿Pasa algo? –preguntó Nicolás.
 
–No.
 
–¿Por qué esa cara?
 
–No pediste Coca-Cola –Alejandro hizo un gesto parecido a un puchero.
 
–Ah… es solo que no se me antoja ahora –Nicolás se encogió de hombros.
 
–Eres raro.
 
–Puede ser. En cualquier caso, prefiero ser raro antes que ser uno más.
 
–¿Qué quieres decir? –Alejandro se sintió intrigado.
 
–Que no me gusta que me llamen “normal”, “corriente” o cosas parecidas. Me gusta distinguirme del resto, aunque sea por lo raro, diferente si quieres.
 
–Entiendo –respondió Alejandro, frunciendo el ceño y dirigiendo la vista hacia otro punto. Él mismo no se consideraba alguien especial o único, no tenía nada de especial, no se destacaba por nada–. Dime, ¿crees que hay algo especial en mí?
 
–Aún no lo sé, pero me gustaría averiguarlo, si me dejas… claro.
 
–Tal vez no encuentres nada.
 
–O tal vez sí, quizá tienes algo que yo no, algo que te hace brillar por sobre todo y que, en el fondo, yo necesito –el tono de la conversación cambió notablemente.
 
–¿Y qué es?
 
–El amor sincero de alguien.
 
Alejandro enmudeció. No sabía que responder a lo que acababa de oír. ¿Qué se podía responder a eso?
 
–¿Te sientes muy solo? –preguntó al fin.
 
–Sí.
 
–¿Tan solo como para hablarle a un desconocido?
 
–Sí, especialmente si se trata de alguien atractivo e interesante.
 
–Y si me levanto ahora y me voy, si elimino tu número y no respondo más a tus llamadas, ¿qué harás? –continuó preguntando pues quería explorar las reacciones de Nicolás–, ¿te volverás un acosador o algo así?, ¿o buscarás a alguien más para que llene ese vacío?
 
No esperaba esa línea de cuestionamiento, no se lo había planteado, ni siquiera estaba en sus planes llegar a ese punto: ¿qué quería él de Alejandro realmente?, ¿su amistad?, ¿su compañía?, ¿o algo más? 
 
–¿Qué quieres de mí? –le preguntó como si le leyera el pensamiento.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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