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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

XVIII
 
Tras recorrer un poco más, pudieron hacerse una idea más acabada del lugar en el que estaban. Se trataba de un pequeño jardín –o eso parecía–, ubicado dentro del mismo recinto del Jardín Botánico, que por alguna razón permanecía hacía tiempo cerrado al público; una placa sucia y deslucida enseñaba un mensaje: «CERRADO POR MANTENIMIENTO». Los alrededores estaban descuidados, los arbustos no estaban podados como tampoco lo estaba la hierba, que crecía abundantemente en los senderos y en los sitios donde no se supone que estuviera. Al centro del jardín había una glorieta de madera ricamente trabajada, pero cuyo aspecto abandonado apenas si dejaba ver algo de la pintura roja y desgastada que la cubría; estaba situada la glorieta sobre una base de piedra por encima del nivel del suelo, y entorno a ella había una serie de círculos concéntricos, también de piedra, entre los que brotaban enormes rosales que se esparcían por los terrenos. Hacia uno de los extremos del jardín se podía observar una laguna de aspecto sucio que se extendía hasta donde la vista alcanzaba.
 
Alejandro y Nicolás dieron algunas vueltas antes de acercarse a la glorieta, subir las escaleras y sentarse en uno de los polvorientos bancos que allí había. Lo hicieron en silencio, sin mirarse, y conservando cierta distancia al ocupar sus lugares; pese a la tensión creciente y al hecho de que debían terminar la conversación que empezaran en el local, ninguno sabía cómo retomarla. Lo único que estaba claro es que debían terminarla y que ese era el momento, de lo contrario se irían cada uno por su lado y ya no habría oportunidad de resolver nada.
 
Nicolás miró de reojo a Alejandro, pero no pronunció palabra, limitándose a continuar viéndose las manos, cada vez más frías.
 
–¿Vas a hablar o quieres que lo haga yo? –habló de pronto Alejandro, llamando la atención del otro–, ¿bien?
 
–Bien, seré directo –tomó aire y soltó la pregunta–: ¿has pensado en algo de lo que te dije?
 
–Sí…, algo he pensado –respondió sin mirarle.
 
–¿Y qué has pensado?
 
–Pienso que no tienes claridad en lo que quieres. Estás confundido.
 
–¿Confundido? –Nicolás se volvió con sorpresa. No se esperaba una respuesta así–, ¿cómo puedes pensar eso?
 
–Tus palabras me hacen pensar eso.
 
–¿Mis palabras?, pero si fui lo suficientemente claro contigo –su voz se alteró pues comenzaba a creer que Alejandro se estaba burlando–. Te dije que me gustas, ¿no es suficiente?
 
–Lo siento, pero no es suficiente para mí –Alejandro se levantó de la banca y caminó hacia la barandilla de la glorieta–. No creo que entiendas lo que me estás diciendo.
 
–Claro que lo entiendo, muy claramente, ¿pero tú?, ¿qué hay de aquello que me dijiste?, ¿ya lo olvidaste?
 
–No, no lo he olvidado. Es verdad que me atraes, pero también me da miedo, te lo dije –Alejandro con la vista puesta en la laguna, como abstraído–. Sigo sin saber lo que quieres de mí, ¿puedes responder a eso, lo que quieres de mí?
 
–Las palabras que he dicho deberían bastarte como respuesta –el pecho de Nicolás comenzaba a sentirse pesado, cada vez que Alejandro le cuestionaba, provocaba un escalofrío en su cuerpo y que sintiera nauseas. Los nervios lo estaban superando y no sabía cómo iba a reaccionar si Alejandro seguía en esa actitud.
 
Alejandro, por su parte, no estaba jugando con el otro chico para nada. Estaba haciendo todas las preguntas que venían a su cabeza y las cosas que él creía estaban en la mente del otro. Pero se equivocaba. Alejandro solo estaba ocultando lo que en el fondo quería para anteponer la decisión que había tomado; no quería precipitarse en algo más complejo, no sin antes callar las voces que le invadían.
 
–¿Crees que estoy jugando? –preguntó Nicolás poniéndose de pie.
 
–No lo creo, es solo que me parece algo apresurado que digas que yo te gusto. Apenas nos conocimos y el almuerzo de hoy ha sido un primer acercamiento. Hace falta que platiquemos más y con el tiempo nuestra amistad irá mejorando –Alejandro no se volteó a mirar en ningún momento a Nicolás, y estaba tan ocupado en hablar que no escuchó los pasos que se aproximaban hasta él. No pudo reaccionar sino hasta que sintió que era abrazado por la espalda.
 
–Dijiste que yo te atraigo, ¿qué pasa con eso?, ¿qué pasa con las sensaciones que hemos experimentado juntos? –Nicolás estaba hablando casi en un susurro muy cerca de su oído–, ¿ha sido falso todo eso, incluso nuestro encuentro en primer lugar?
 
–No, no lo es –Alejandro tensó su cuerpo ante los brazos que le estrechaban con un dejo de necesidad, y la suave voz que oía tan cerca, ¿tanto lo necesitaba?, ¿tanto le gustaba ese contacto?, ¿qué debía hacer?–, no estoy jugando contigo, Nicolás, es solo que quiero estar seguro de lo que quieres y…
 
–¿Y?
 
–Y de lo que yo quiero –una lágrima rodó por su mejilla, escapando de la máscara con la que quería cubrirse el rostro.
 
–¿Aun no lo sabes?
 
–No. Por eso no puedo darte ahora una respuesta, no quiero lastimarte con falsas promesas –Alejandro se volteó de súbito para quedar de frente a Nicolás y mirarlo a los ojos–. Hasta que no esté seguro de lo que siento. Hasta que nos conozcamos mejor y hallamos aclarado nuestras dudas, porque insisto en que las hay, no podremos tener nada más que una amistad, si es que se le puede llamar así.
 
–Entiendo –Nicolás bajó la vista, parecía cansado.
 
–Por ahora, lo mejor es que dejemos hasta aquí la conversación –tomó los brazos de Nicolás y los apartó de sí, pero por breve momento sus manos se encontraron–, tengo mucho en qué pensar, y tú también.
 
Alejandro se separó por completo y caminó hacia la escalera de la glorieta, alejándose en silencio. Nicolás le siguió, primero con la mirada y después a una distancia prudente hasta que el otro se detuvo frente a uno de los crecidos rosales. Caminó hasta que quedaron a la misma distancia, mirando las rosas que había en abundancia.
 
Aunque ya no tenía más que decir, la presencia de Nicolás a su lado le provocaba un latir acelerado del corazón, sobre todo después de sentirse rodeado una vez más por los brazos de él. Ahora estaba a su lado y aunque pudo notar el cambio de la expresión del chico, no quiso verle más a la cara.
 
–¿En qué piensas? –preguntó Nicolás. Su mirada estaba vacía.
 
–En que cometí un acto imperdonable –Alejandro agachó la cabeza–, creo que no habrá perdón que pueda salvarme.
 
–¿Qué estás diciendo tan de repente? No digas eso.
 
–Escucha, aunque intente negarlo ahora, no puedo engañarme, esconderlo, mi corazón no deja de latir, no puedo negar que podría enamorarme de ti.
 
Nicolás tragó saliva y miró al cielo, que cada vez se hacía más obscuro, y esa plática sin sentido ya estaba adoptando un tono similar. Volvió a enfocarse en las rosas, se agachó y las observó con detenimiento.
 
–Estas rosas son muy hermosas… –comenzó a decir.
 
Alejandro no respondió e hizo el gesto de marcharse. No estaba de ánimo para seguir allí más tiempo. Se estaba mareando.
 
–…, pero sería aún más hermoso que las pudiéramos contemplar juntos, tú y yo, sin la necesidad de ocultar nada.
 
Era suficiente. No quería escuchar más.
 
–Alejandro, yo quiero…
 
Lo próximo que supo fue que Alejandro había corrido del lugar. Le vio alejarse a toda prisa por entre la hierba en dirección a las puertas del jardín. Nicolás quedó solo con las rosas abajo y el cielo arriba, donde las estrellas comenzaban a emitir su brillo tenue; el viento sopló fuerte y además de las hojas secas, se llevó las lágrimas que soltaron sus ojos, apoyándose sobre sus manos posadas en la tierra.
 
Todo había sido un desastre. Él era un desastre.
 
… … … … …
 
Había reprimido sus lágrimas tanto como pudo, gracias a los dioses que Nicolás no pudo ver aquella que soltó cuando le estaba abrazando, pero después de oírle hablar y en el tono que estaba usando, ya no pudo soportarlo, estaba ahogado en emociones, en un sentimiento de angustia que jamás había experimentado, que desataba las lágrimas como ningún dolor que hubiese experimentado. Su razón se había ido al carajo y ahora corría como enajenado, lejos de aquel lugar, de aquellas rosas y de aquel chico que conocía y no conocía al mismo tiempo, que le gustaba, espera, ¿qué?, ¿le gustaba?, sí, maldición, le gustaba, no solo le atraía y ahora se daba cuenta.
 
Era un imbécil, un idiota, un cobarde, incapaz de reconocer lo evidente. Tenía miedo de sus propias decisiones, de sus propios sentimientos, de enamorarse de Nicolás.
 
Era un desastre. Todo había sido un desastre.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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