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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.

Esta vez me he enfocado en Ignacio, personaje que sospecho es del gusto de muchos de ustedes.
Espero les agrade conocer más de él y sus relaciones.

XIX
 
Después de la jornada de trabajo y la molestia que le provocara la charla con Cristina, Ignacio se cambió de ropa y abandonó el local. No le dirigió la palabra a ninguno de sus compañeros, ni siquiera a Ariel que ya estaba en la calle esperando al resto.
 
–¿A dónde vas tan de prisa? –preguntó Ariel al ver al bartender salir y a punto de marcharse.
 
–A casa, ¿a dónde más? –respondió con desagrado–, y por lo demás no te importa. Ya he tenido suficiente de ustedes como para seguir respondiendo a sus preguntas.
 
–Ya, ya, no tienes que desquitarte conmigo por el mal día que tuviste –dijo el ayudante sin hacer mucho caso de las reacciones de Ignacio; estaba acostumbrado ya al constante malhumor del bartender, pero no compartía el mal trato que tenía con los chicos–. Te sugiero que en cuanto llegues a casa te des un buen baño y luego vayas directo a la cama. Por suerte mañana tenemos libre, así que aprovecha de descansar de todo esto, del local y de nosotros, si es que eso te ayuda a mejorar ese carácter.
 
–Sí. Como tú digas, Ariel. ¿Sabes?, si no fuera porque… –iba a agregar algo más, pero al ver que Cristina y Sebastián estaban saliendo, decidió cortar la conversación–. Olvídalo. Buenas noches.
 
–Buenas noches, Ignacio, descansa –dijo Ariel, haciendo un movimiento de mano como despedida, al tiempo que los chicos llegaban junto a él–. Hasta que por fin salieron, ¿nos vamos?
 
–Sí, es que Cristina se demoró –respondió Sebastián, señalando a la chica.
 
–Bueno, no es para tanto, ¿o sí? –dijo, arreglando un poco su cabello.
 
–Claro que no, querida mía –dijo Sebastián, tomando la mano de su novia para besarla–. A propósito, Ariel, ¿era Ignacio el que estaba contigo?
 
–Sí, y al parecer tenía prisa por irse a casa –dijo Ariel–, ¿por qué le cuesta tanto trabajo llevarse bien con nosotros?
 
–Porque es un idiota, por eso –respondió Cristina que ya comenzaba a caminar.
 
–Olvidemos ese asunto, ¿quieres?, no tienes que amargarte tú por culpa de lo que diga Ignacio –Sebastián la rodeó con su brazo mientras caminaban.
 
–¿Han vuelto a discutir? –preguntó Ariel, mirando a la pareja–. Así que era esa la razón por la que estaba tan molesto.
 
–No fue una discusión exactamente –respondió Cristina.
 
–¿Entonces qué fue?
 
–Un simple intercambio de palabras que acabó de mala manera, aunque me dio la impresión de que Ignacio terminó más afectado –comentó la chica–, pero quiero dejar el tema hasta ahí.
 
–De acuerdo, pero no me agrada que siga habiendo esas tensiones molestas entre ustedes –dijo Ariel resignado por la situación.
 
–Quizá Ignacio no quiere llevarse bien con nosotros, tan simple como eso –concluyó Sebastián–, además de que no está obligado a hacerlo si él no quiere. Deberíamos dejarlo y tratar con él solo lo necesario.
 
–Tal vez tengas razón, pero aun así me gustaría que todos nos lleváramos mejor –Ariel soltó un suspiro.
 
–¿Por qué tienes tanto interés en él? –preguntó Cristina–, al menos es la impresión que me dan tus comentarios.
 
–¿Interés?, ¿en Ignacio?, para nada, es solo que me parece que debe haber una buena relación de equipo entre nosotros –respondió el ayudante con calma–, y aunque puede parecer interés, me preocupa porque es el único del grupo que no se comporta como si estuviera dentro de uno. Si fuera otra persona, por ejemplo, alguno de ustedes, me preocuparía de igual manera.
 
–Gracias por aclararlo –dijo Sebastián en un tono más comprensivo–, pero no te culpo, te preocupas por nosotros y eso habla bien de ti. Eres un buen tipo.
 
–Lástima que Ignacio no sea capaz de ver eso –soltó Cristina.
 
–Lo es… una lástima –terminó por decir Ariel casi en un susurro.
 
… … … … …
 
El barrio por el que caminaba estaba más concurrido que aquel donde estaba el restaurant donde trabajaba; este sector de la ciudad se caracterizaba por la abundancia de bares y discotecas, frecuentadas en su mayoría por adolescentes y adultos jóvenes. Era un lugar ruidoso. Ignacio caminó hasta encontrarse frente al acceso de uno de los locales de aquella calle. Un pequeño pero brillante letrero de neón, que ponía «la Dama Azul», invitaba a los transeúntes a entrar. El bartender lo hizo con paso seguro, pues no era la primera vez que visitaba ese lugar, y podía decir que era uno de los pocos sitios en donde estaba a gusto.
 
–Pero mira a quien tenemos aquí –dijo una voz conocida. Ignacio se volteó para ver a Katerina, jefa de personal, radiante como siempre y feliz de ver a su amigo–. ¡Qué sorpresa que hayas venido!, pasa, pasa, ¿qué te trae por aquí hoy?
 
–Solo quiero beber algo y distraerme un poco, tuve un día horrible –dijo después de saludar a la chica–. ¿Te importaría acompañarme un rato?
 
–Oh, ahora mismo no puedo, hay mucha gente y tardaré en desocuparme, pero en la barra hay alguien que estará encantado de hablar contigo –dijo Katerina.
 
–¿Está aquí?, ¿de verdad? –el rostro de Ignacio se iluminó por un momento.
 
–Sí, ve mientras tanto. En cuanto pueda me escaparé un rato a la barra y tomamos un trago juntos, ¿te parece?
 
–Está bien, te estaré esperando –y salió rumbo a la barra, mucho más amplia que la del restaurant, e iluminada con una suave luz azulada. Tomó asiento y miró a su alrededor en busca de aquella persona. No había nadie.
 
–Hola, Ignacio –oyó una voz a sus espaldas. Ignacio inmediatamente se volteó a ver la figura que le saludaba–, ha pasado un tiempo desde la última vez.
 
–Hola. Sí que ha pasado tiempo, Javier.
 
Javier era un chico de estatura promedio, no mucho más alto que Ignacio. Tenía el cabello algo alborotado y de un color muy claro, casi blanco, como si lo decolorara, y un mechón largo caía sobre sus ojos a modo de flequillo. Ambos chicos se conocían desde hacía tiempo debido a que se dedicaban a trabajar en diferentes locales, pero después de que «la Dama Azul» se erigiera como un local conocido y de buena reputación en la zona, Ignacio recomendó a su amigo para el puesto de bartender mientras que él mismo ya trabajaba en el restaurant de don Julio; así Javier comenzó a trabajar junto a Katerina y los tres se hicieron cada vez más unidos, cuya amistad era particularmente importante para Ignacio, que los consideraba como sus más cercanos.
 
Tras saludarse, Javier ocupó su lugar detrás de la barra y se dispuso a preparar el trago favorito de su amigo: el Mai Tai.
 
Como en tantas ocasiones, Ignacio se deleitaba en observar cómo su amigo y colega hacía la preparación del coctel, como preparaba cada uno de los ingredientes y luego comenzaba a mezclarlos, con movimientos tan agiles y firmes como si fuera un pintor, que toma el pincel con delicadeza, pero lo emplea con fuerza para plasmar el color sobre el lienzo.
 
–Es inútil, Ignacio –dijo Javier, notando que el otro le miraba con atención–, te he dicho que por más que lo intentes, jamás podrás imitar mi estilo.
 
–Oh… así que lo habías notado –dijo Ignacio con una sonrisa de medio lado.
 
–Siempre noto cuando me miras –respondió Javier, guiñándole el ojo–, pero en serio, ya deberías rendirte. No puedes hacer los cocteles como yo los hago solo mirándome, necesitas también una práctica frecuente y poner tu propio talento en ello.
 
–¿Qué estás sugiriendo?
 
–Que no estás mirando lo que deberías mirar –Javier soltó una suave risita.
 
–¿De qué te estás riendo ahora?, ohhh… –Ignacio volvió a sonreír de medio lado–, tal vez debería mirar a la persona que hay detrás del talentoso bartender que prepara mis tragos. Debería mirarte más de cerca, Javier. ¿Te gustaría eso?
 
–No es una mala idea, Ignacio, ha pasado tiempo desde la última vez que nos vimos a solas, y supongo que eso te trajo aquí hoy, ¿o me equivoco?
 
–Así es. No puedo engañarte, ¿verdad?
 
–No, y yo tampoco a ti, nos conocemos bien como para ver detrás del antifaz que usamos diariamente en este trabajo.
 
Ambos chicos guardaron silencio durante unos instantes, como reflexionando las palabras que acababan de decirse y la verdad que había en ellas. Javier tomó el vaso que contenía la preparación y lo depositó frente a Ignacio, que al verlo soltó un suspiro y se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja.
 
–¿Vas a decirme lo que te ocurre? –preguntó finalmente Javier, apoyándose sobre la barra.
 
–Sí –Ignacio tomó el vaso recién servido y tras el primer sorbo, su expresión cambió a una de total agrado–. Está delicioso, como siempre.
 
–Gracias –Javier estaba complacido y un tenue sonrojo apareció en su rostro, pero como no quería distraer el tema, animó a su amigo a continuar–. Pues bien, te escucho.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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