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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

XXXV
 
Tal y como se prometieron después de separarse, guardaron silencio hasta el día domingo, salvo por el mensaje que Alejandro envió diciendo que se reunieran a las 13:00 para ir a almorzar. Previamente Nicolás consultó con Ignacio la ubicación de «la Dama Azul» y de paso le contó de la invitación que recibió, aunque no esperaba que el bartender supiera de la fiesta.
 
–No me extraña que te invitara después de todo –dijo Ignacio cuando hablaron por teléfono–. Ustedes necesitan de un momento a solas para sentirse bien y bueno, decirse lo que tengan que decirse.
 
–Sí, eso es lo que también cree Alejandro, una cita, y la idea me agrada mucho –respondió Nicolás aliviado de toda la situación–, ¿y tú, Ignacio?, ¿irás con Javier a la fiesta?
 
–En principio, sí –dijo como cansado.
 
–¿Cómo que en principio?, ¿es que no quieres ir?
 
–No es eso, solo que la situación me provoca emociones diversas y eso no contribuye a mejorar mi estado.
 
–Ojalá puedas ir, también tú podrías necesitarlo, un momento a solas con Javier –dijo, dándole ánimos–. De verdad espero que nos veamos en la fiesta.
 
–Ya veremos, buena suerte a ambos con su cita.
 
–Y a ti, nos vemos Ignacio. Adiós.
 
–Adiós.
 
Aunque le intrigó la respuesta y actitud de Ignacio, Nicolás no dejó de preocuparse por él, conservando su deseo sincero de que la vida del bartender fuera a mejor con Javier. Por su parte, Alejandro quería consultarle a Nicolás si él e Ignacio eran amigos pues se había sorprendido cuando supo que la información del local la había obtenido de este último, surgiendo la curiosidad que solo en el momento oportuno tendría ocasión de satisfacer. No faltaría ocasión de preguntar y responder a todo.
 
… … … … …
 
Cristina y los chicos habían intentado hablar con él los días previos a la fiesta, pero Alejandro había optado por reservarse los detalles, y prometió que volverían a hablar en cuanto la relación se formalizara con Nicolás. Para Cristina estaba claro que su amigo se traía algo entre manos, sobre todo después de oír la declaración del pelinegro frente a todos, pero muy a su pesar prometió a Alejandro ser paciente y esperar, no hacer más preguntas ni molestar a Nicolás si volvía verlo, promesa que fue un alivio para Sebastián y Francisco, quienes menos curiosos, aceptaron de buena manera la decisión del chico, al tiempo que admiraban el valor del pelinegro al confesar sus sentimientos tan abiertamente y frente a completos extraños. Y así lo dejaron tranquilo, jueves y viernes, y para el sábado solo supieron que se verían en la fiesta del día siguiente, así que no tendrían que molestar llamándole más.
 
… … … … …
 
A las 13:30 del domingo, la pareja se encontró en la salida de la estación de trenes. Ambos, Nicolás y Alejandro, habían cuidado su apariencia y escogieron ropas nuevas para la cita: el primero lucía pantalones negros ajustados, camisa violeta y su clásica chaqueta encima; el segundo vestía pantalones rojos ajustados, arriba llevaba una playera blanca y chaqueta gris. Tanto el cabello largo y oscuro de uno, como el cabello café claro y largo del otro, relucían al brillo frío del sol y fluían como olas libres en el viento. Ninguno de los dos creía haber visto al otro tan atractivo como ese día.
 
Cuando se encontraron, se saludaron con un apretón de manos, pero se las quedaron viendo con extrañeza.
 
–Eh… ¿debemos seguir saludándonos así?, ¿o tal vez? –preguntó Alejandro.
 
–Quieres decir así –y Nicolás le besó en la mejilla, dejándolo sonrojado.
 
–No, así –y le dio un beso al pelinegro en los labios–. Es más natural, creo.
 
–Sí, puedo acostumbrarme –y esta vez fue él quien atrajo a Alejandro y le besó, para luego soltar una risita–. ¿Vamos ya?
 
–Sí, vamos, tengo hambre –respondió y tomándose de las manos, se pusieron en marcha.
 
Fueron a almorzar a un restaurante japonés de muy buena reputación en el barrio, conocido por sus bares y galerías. El local estaba decorado enteramente a la usanza de los restaurantes tradicionales y los empleados hablaban el idioma al punto de sentirte en Japón. Se sentaron en una mesa para dos, tomaron la carta y tras un vistazo, ordenaron.
 
–Para mí el Shio (塩) Ramen –dijo Nicolás.
 
–Y para mí el Shoyu (醤油) Ramen –dijo Alejandro.
 
–¿Algún topping que deseen agregar? –preguntó la camarera.
 
–Yo quiero ajitama y kikurage –dijo Nicolás.
 
–Yo quiero shashu y también ajitama –dijo Alejandro.
 
–Anotado, ¿y para beber?
 
–Limonada menta-jengibre –dijo Alejandro.
 
–Que sean dos –se sumó Nicolás a la idea.
 
–Ok. En un momento las traigo –dijo la camarera y se retiró.
 
–Gracias –dijeron los dos.
 
Los tazones humeantes que fueron traídos a continuación y colocados frente a la pareja lucían deliciosos, tanto que fueron vaciados con la misma rapidez con que el tiempo comenzaba a transcurrir.
 
–Hace tanto que no comía ramen, estuvo buenísimo –dijo Alejandro satisfecho y bebiendo lo que quedaba de su limonada–, aunque ha hecho que me de calor, estaba muy caliente.
 
–Es verdad, también me ha hecho sentir calor –comentó Nicolás, terminando su plato–. La comida de aquí nunca falla y el sabor es increíble.
 
–Sí, te hace sentir como si estuvieras en Japón –dijo, observando la bonita decoración.
 
–¿Pedirás algo más?
 
–¿Estás loco? No puedo comer más –dijo Alejandro, riendo por la ocurrencia–, ¿tu pedirás algo más?
 
–Pensaba en un postre.
 
–No lo creo, ¿qué hay?
 
–Ese helado de té verde, matcha creo que se llama, ¿lo conoces?
 
–He oído de él, pero no lo he probado.
 
–¿Y si pido uno y lo comemos entre los dos?
 
–Está bien, así no será tan pesado –respondió Alejandro.
 
–Vale –dijo Nicolás y alzando la mano, llamó a la camarera que los había atendido antes, que de inmediato se acercó a la mesa–. Por favor, podrías traernos un helado de té verde.
 
–Ok. Ya se los traigo –respondió, y antes de irse retiró los tazones vacíos junto con los vasos.
 
Durante los próximos minutos, ambos se dedicaron a degustar el postre que les sirvieron; este helado, a pesar de su textura cremosa, dulce y refrescante, no acabó por convencer a ninguno de los dos.
 
–Prefiero un helado de chocolate con almendras –dijo Alejandro en voz baja.
 
–Y yo un helado de cheesecake de frambuesa –dijo Nicolás.
 
Ambos rieron, acabaron el helado y tras discutir lo que harían el resto de la tarde, pidieron la cuenta, pagaron lo consumido y se marcharon dando las gracias con un sonoro «Arigato gozaimasu» (りがとあう”–います).
 
–Hay que volver un día, ¿sí? –propuso Alejandro.
 
–Claro que sí, pero la próxima vez no comeremos postre –dijo Nicolás–, ese lo tomaremos en otro lugar.
 
–Sí, por favor, no quiero probar de nuevo ese helado –dijo Alejandro, volviendo a reír–, por ahora me quedo con los sabores clásicos.
 
–También yo.
 
… … … … …
 
No fueron al Jardín Botánico, era un mal recuerdo, así que caminaron sin rumbo fijo durante bastante tiempo, aunque sin ir demasiado lejos pues no querían llegar tarde a la fiesta. Anduvieron tranquilos, tomados de las manos, curioseando antigüedades, libros, discos, en fin, cualquier cosa que les llamara la atención; pasaron frente a una tienda que vendía todo tipo de chucherías y a Alejandro no le pasaron desapercibidos los prendedores que se exhibían en el mostrador.
 
–¡Mira!, ¡qué bonitos! –comentó Alejandro.
 
–Están en oferta –dijo el vendedor, acercándose–. Son los últimos, y si llevas más de uno puedo hacer un descuento.
 
–Bien, voy a mirar un momento y veré si escojo alguno.
 
–Vale.
 
Nicolás dejó al peliclaro mientras se volteaba a mirar otra vitrina cercana que exhibía discos antiguos.
 
–¿Es usted músico? –preguntó el dueño.
 
–No, ¿por qué? –se extrañó Nicolás.
 
–Por las uñas –observó el hombre–, le quedan bien.
 
–Gracias, dígame, ¿a cuánto el «Carmina Burana»?
 
–$2000.-
 
–Lo llevo –dijo, sacando el dinero y entregándolo al hombre–. Muchas gracias.
 
–A usted, joven. Tengo más discos de este tipo por si le interesa volver.
 
–Lo tendré en cuenta. Hasta luego –y regresó con Alejandro, que estaba escogiendo de entre un gran conjunto de prendedores–. ¿Elegiste uno?
 
–Dos. Llevaré este y este –dijo, señalando los escogidos: uno en forma de araña y otro en forma de escorpión. Pagó por ellos al vendedor y luego los mostró a Nicolás, que los miró con entusiasmo.
 
–Son preciosos.
 
–Verdad que sí…, eh…, Nicolás, quiero darte éste –dijo entre pausas, entregándole el prendedor de la araña.
 
–¿Qué?, ¿no eran para ti?
 
–Solo el del escorpión, este otro es para ti, así me recordarás y llevarás contigo siempre. Yo haré lo mismo –dijo, enrojeciéndose de súbito–. Tenías razón, soy igual de cursi que tú.
 
–Alejandro, muchas gracias. Lo atesoraré tanto como a ti –dijo, tomando el prendedor, sin poder ocultar tampoco su sonrojo–. Ahora soy yo diciendo cursilerías.
 
Ambos se dedicaron sonrisas de enamorados, guardaron los valiosos objetos y reemprendieron su camino. Cuando acabaron de mirar las tiendas y galerías, pasearon por un sector más apartado y sintiéndose cansados por la larga caminata, buscaron donde sentarse a descansar y el camino empedrado lo llevó hasta una plazoleta con una pequeña fuente en medio, por cuyos rostros tallados brotaban hilos de agua.
 
–Hay algo que no te he preguntado –inició Nicolás–, ¿de qué va la fiesta?, digo, ¿qué música habrá?, porque querrás bailar, ¿cierto?
 
–La verdad es que no lo sé, pero sí, quiero bailar –respondió.
 
–No te sientas mal, yo no sé bailar para nada.
 
–¿En serio?, bueno, no es que yo sepa hacerlo perfectamente, pero no te preocupes por eso, lo importante es pasarlo bien, además los chicos también estarán.
 
–¿Tus amigos? –hizo una expresión de duda.
 
–Sí, pero ya hablé con ellos y me aseguraré de que no nos molesten. Espero que las cosas que dijimos los hayan hecho comprender, sobre todo a Cristina –dijo Alejandro, tranquilizando al pelinegro, aunque su voz se tiñó de tristeza cuando pronunció el nombre de la chica, y buscando apoyo se recargó en Nicolás–. Es mi mejor amiga y no quiero estar peleado con ella.
 
–Te entiendo, pero ella debe ser capaz de aceptar y entender tus decisiones –dijo, rodeándolo con sus brazos–. Si de verdad es tu amiga debe apoyarte.
 
–Lo sé, por eso espero que después de nuestra última plática lo haya al fin comprendido.
 
–Esperemos que sí.
 
Se quedaron en silencio un momento, para luego volver a hablar:
 
–¿Qué hacemos ahora?, aún queda tiempo –preguntó Nicolás, mirando su reloj–. No se me ocurre qué más hacer.
 
–Tenemos por lo menos tres horas todavía –dijo Alejandro contrariado–, ¿qué más podríamos hacer?
 
–Ya recorrimos todo este barrio y sus alrededores, ¿alguna idea?
 
–Conozco un salón de té, pero no está cerca, tendríamos que alejarnos bastante de esta zona.
 
–¿Es muy lejos?
 
–Sí, podríamos ir, si no te importa que lleguemos tarde a la fiesta.
 
–Suena bien, es mejor que estar aquí y pescar un resfriado –dijo Nicolás, poniéndose de pie–. ¿Vamos?, no pienso aguardar horas enteras sin nada que hacer mientras obscurece.
 
–Tampoco yo, vámonos.
 
Se marcharon de la plazoleta para dirigirse al salón de té donde antes había ido con Ariel y Cristina; era buena idea beber algo caliente con dulces antes de ir a la fiesta, donde ya no tomarían sino solamente cosas frías. 
 
En las próximas horas la pareja mató el tiempo con el viaje hasta el lugar, de una estética totalmente diferente, con decoraciones en madera tallada y hermosa cristalería; bebieron té con canela y especias de la India, junto con pastelería francesa que disfrutaron conversando, compartiendo más risas, sonrojos y una que otra mirada provocativa.
 
–Dime, ¿qué mirabas mientras escogía los prendedores? –preguntó Alejandro.
 
–Música, me gustan los discos usados.
 
–¿Y compraste alguno?
 
–Sí, este –dijo, extendiéndole el disco con el título «Carmina Burana».
 
–¡Oh!, he oído algo de ella, déjame recordar el nombre de la canción –dijo, haciendo memoria–. Ya recuerdo, «In taberna quando sumus».
 
–«Non curamus quid sit humus» –contestó con presteza–. Sí, efectivamente, es parte del «Carmina Burana».
 
–¿Te gusta este tipo de música?
 
–Mucho, la música clásica y la ópera, aunque no es lo único que escucho. ¿Y tú?
 
–Ningún género en específico, escucho cualquier canción que me guste.
 
–¿Pero habrá algo en particular que escuches más?
 
–Eh…, Linkin Park.
 
–Eso es interesante –dijo Nicolás, despertando su interés–, ¿algo más que escuches?
 
–Skillet. En general me gusta la música así.
 
–Qué sorpresa, ¿eso es rock?
 
–Rock alternativo, creo, la verdad no entiendo mucho de géneros musicales.
 
–Igual yo, no distingo nada de nada, es mi hermano el que sabe del tema.
 
–¿Tienes un hermano?
 
–Sí, no lo había dicho.
 
–No, no lo sabía. ¿Se llevan bien?
 
–Sí, pero no nos vemos demasiado –dijo Nicolás con nostalgia–. Salimos juntos cada vez que tenemos tiempo.
 
–Lo debes querer mucho –dijo, mirándolo con ternura–. Por mi parte no tengo hermanos así que por eso soy tan cercano con mis amigos.
 
–Entiendo, ¿vives con tus padres?
 
–Sí, ¿y tú?
 
–También, pero es como si no.
 
–¿Cómo así?
 
–Nuestra relación es algo fría, vivimos juntos, pero no se siente como una familia.
 
–Eso se oye muy triste –dijo Alejandro, tomándolo de la mano–. Yo tengo una buena relación con mis padres, no hablamos mucho pero siempre han estado presentes.
 
–Espero conocerlos algún día –dijo, sosteniendo dulcemente la mano del peliclaro: era casi del mismo tamaño que la suya, con dedos largos y delgados.
 
–Sí, podrías venir a cenar y… –hizo una pausa abrupta, como si se percatara de algo–. Si ese fuera el caso, sería apropiado que tus padres también me conocieran, ¿no crees?
 
–Por supuesto, no hay problema con eso. Después de la fiesta podremos pensar en ello y conocer a nuestras familias –dijo Nicolás para luego mirar el reloj–. Será mejor irnos.
 
–Sí, ya está obscureciendo y aun quiero caminar un poco.
 
–Vale.
 
Tras pagar y agradecer el servicio, salieron del salón y caminaron hacia la parada de buses más cercana. Allí esperaron. Quedaba suficiente tiempo para regresar sin prisas, siempre y cuando el próximo bus no se retrasara. Redujeron la distancia entre ellos al mínimo hasta quedar pegados pues la noche estaba helada y el viento soplaba con fuerza.
 
–¿Quieres escuchar conmigo? –propuso Alejandro, tomando sus audífonos.
 
–Claro, me recuerda el día que íbamos en el tren.
 
–Es verdad, con todo los que ocurrió después había olvidado que escuchamos música juntos, recuerdo que fue una ópera.
 
–Así es, ahora escucharemos algo de tu elección, tengo mucha curiosidad.
 
–Espero te agrade –y seleccionó una canción de Skillet, «Not Gonna Die».
 
La música envolvió inmediatamente a Nicolás que, de manera inconsciente, empezó a mover sutilmente la cabeza siguiendo la letra de la canción. Alejandro no pudo evitar alegrarse por la reacción del pelinegro y dio gracias por tener a alguien con quien compartir sus gustos. Ambos se quedaron así, escuchando esa y otras canciones hasta que el bus llegó al fin.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.

 

Recuerden que pueden seguirme en la cuenta oficial de Instagram @augusto_2414 LMDE.


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