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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

III
 
Cuando fuera aquella tarde al restaurant y se ubicara en la mesa para uno que usualmente se reservara para él, notó que algo había cambiado, el ambiente se percibía diferente, había nerviosismo en los rostros de quienes se cruzaban por delante suyo, llevando bandejas de un sitio a otro.
 
–¿Qué pasa?, ¿por qué hay tanta agitación hoy? –preguntó a su anfitrión en cuanto este se acercó a saludarle.
 
–Es el nuevo personal y hoy es su primer día –explicó Julio–. Hasta ahora han trabajado bien, a pesar de los nervios.
 
–Por eso las caras nuevas que he visto cuando llegué –reflexionó el joven mientras observaba como una muchacha iba y venía con cosas para la mesa. Ella le saludó con una brillante sonrisa, a lo que él respondió con un cordial y algo frío “buenas tardes”.
 
–La situación durará sólo unos días, de manera que la próxima vez que vengas estará todo funcionando como corresponde –indicó Julio sonriendo a Cristina, que se estaba desenvolviendo sin problemas–. En fin, ¿qué vas a servirte hoy?, ¿lo de siempre?
 
–Hoy no, tráigame la carta, por favor –dijo dirigiéndose a Cristina que de inmediato se retiró en busca de lo solicitado–, hoy se me antoja comer algo diferente.
 
–Me parece bien, siempre es bueno variar un poco –dijo el anfitrión siguiendo con la mirada a sus trabajadores, y a Cristina, que no tardó en regresar a la mesa al tiempo que le entregaba al joven la carta en sus manos. Antes de retirarse, Julio agregó–: En cuanto decidas, avisa a Cristina o a Alejandro, que están atendiendo este sector.
 
–Lo haré, gracias.
 
… … … … …
 
Luego de leer detenidamente cada uno de los platos que ofrecía aquel menú, se sintió decepcionado pues ninguno logró despertar su interés. Pensó incluso en irse, pero la idea no acababa de agradarle. Parecía que tendría que escoger algo en base a lo novedoso o curioso de la preparación; leyó otra vez, una pérdida de tiempo, no pudo decidirse. El sonido de su estómago le sorprendió y cambiando de planes, optó por hacer algo distinto: consultaría con los camareros, a ver si podían darle alguna sugerencia o recomendar algún platillo en especial, así que, sin más, hizo una seña con la mano a Cristina, indicándole que se acercara.
 
–¿Ya ha decidido que va a ordenar? –preguntó al joven en cuanto llegó a su lado.
 
–Disculpa, pero no todavía, en su lugar me gustaría saber qué plato del menú me podrías recomendar –dijo, devolviéndole la carta con una mirada desilusionada.
 
–Eh… sí, ¿podría esperar un momento?, por favor, estoy atendiendo otra mesa ahora mismo, así que enviaré a alguien más para que lo ayude –dijo Cristina antes de retirarse rápidamente, la verdad no quería arriesgarse a recomendar algo que ni siquiera ella había probado–. “Ojalá que Alejandro sepa más que yo, por lo menos en esto”.
 
–Bien, pero que no tarde mucho –respondió mientras abría un pequeño envoltorio de mantequilla para untar en el pan que habían traído con anterioridad a la mesa–. “Que no se demore o me comeré todo el pan de la canasta” –pensó mientras probaba bocado, pues ya no podía más del hambre–. “Comeré tranquilo, mejor dicho, que se tarde lo que quiera, mientras no se acabe el pan”.
 
… … … … …
 
–Alejandro, ¡Alejandro! –llamó Cristina a su amigo en cuanto pudo desocuparse de las mesas que atendía.
 
–Dime –se acercó al escuchar la voz de su compañera viniendo desde la terraza.
 
–¿Podrías atender al joven que está en aquella mesa? –Cristina señaló discretamente al muchacho que estaba de espaldas a ellos–. Lleva mucho tiempo esperando y no tiene un aspecto amigable, al menos para mí.
 
–¿Y por eso no lo atendiste? –Alejandro se inquietó ante las últimas palabras dichas por Cristina, que había puesto énfasis en ellas–. A lo mejor por eso se molestó contigo.
 
–No creo, le dije que enviaría a alguien, y ese alguien eres tú –dijo Cristina sonriendo con alivio.
 
–Bueno, bueno. Ahora mismo voy –Alejandro no le dio más importancia al asunto y salió en dirección a la mesa del joven–, a todo esto, ¿ya había ordenado?
 
–No, aun no se decidía –le dijo Cristina volviéndose a verle–. Tal vez necesite ayuda.
 
Alejandro dejó sin responder este último comentario. La verdad es que no le importaba demasiado lo que pidiera el comensal; solo importaba dar un buen servicio y conseguir una buena propina.
 
… … … … …
 
La canasta de pan estaba vacía. Hace bastante tiempo que su atención ya no estaba enfocada en la mesa o en la demora por la atención, por el contrario, sus ojos miraban en dirección a la ciudad, cuyos enormes edificios reflejaban la luz del atardecer en sus ventanales. Estaba de espaldas y sus cabellos oscuros hacían ondas con la brisa de la tarde que se colaba en la terraza. Esta figura fue la que Alejandro pudo ver antes de acercarse y hablarle al comensal.
 
–Perdón por la demora, señor. ¿Qué va a ordenar? –Alejandro habló con rapidez y sin hacer contacto visual pues el otro tampoco se había vuelto a verle, ni mucho menos responderle, cosa que para Alejandro era extraño, como si no se hubiera percatado de su presencia–. Eh… ¿señor?, “tal vez lo hicimos esperar demasiado”.
 
–Oh… sí, disculpa, me distraje y… –no pudo terminar la frase pues se encontró de frente con esa persona, aquella que solo había visto bajo la luz de los faroles, pero que ahora podía distinguir con toda claridad: una tez blanca y cabello castaño, no muy largo, solo lo apropiado, y unos hermosos ojos oscuros con un brillo verdoso. Todos estos pensamientos surcaron su mente en pocos segundos, más para él parecían horas. 
 
Alejandro, por su parte, dejó caer la bandeja que sostenía en sus manos, ante la sorpresa de toparse con aquel joven en ese lugar y en circunstancias tan inesperadas–. Tú eres…
 
–Sí, el mismo que viste esa noche –fue lo primero que dijo el de pelo oscuro, dedicándole una sonrisa que espontáneamente se dibujó en su rostro, una que hizo enrojecer el rostro de Alejandro, jamás pensó encontrarse con ese chico nuevamente y mucho menos en un lugar así–. Fue bueno que esperara.
 
–Eh… bueno, yo… ¿qué va a ordenar? –dijo al fin Alejandro, recobrando la compostura tan rápido como pudo –. Me dijeron que necesitaba ayuda.
 
–Ah… sí. Es verdad, quiero saber qué plato me puedes recomendar, de verdad te lo agradecería –también trató de recobrar la calma y retomó el hilo de la conversación, después de todo había venido para comer.
 
–Por supuesto, tenemos muchos platos para ofrecer, como por ejemplo spaghetti, ravioli, gnocchi, y los puede acompañar con alguna de nuestras salsas –no estaba del todo seguro de las palabras que decía, pero no podía quedarse callado, estaba nervioso, sus palabras parecían las de un niño y estaba evitando mirar al otro muchacho.
 
–Y, ¿cuál te gusta más? –preguntó con fingida indiferencia. La verdad ya sabía todo lo que le había dicho, no era la primera vez que iba a ese lugar para comer, pero tenía curiosidad por conocer la respuesta del otro.
 
–La verdad es que… no soy un gran conocedor, pero me gustan mucho el spaghetti con esa salsa blanca cuyo nombre no recuerdo, eso sí, es muy sabrosa porque lleva jamón o champiñones, aunque yo la prefiero con champiñones –el mismo Alejandro se sorprendió al verse hablando tan abiertamente sobre sus gustos, tanto así que los nervios habían pasado.
 
–Pediré un plato de esos, entonces –le dijo, y sin previo aviso, cambió por completo el tema de la conversación–. No esperaba volver a verte tan pronto, y menos aquí.
 
–Yo tampoco, la verdad es que aún estoy sorprendido –respondió Alejandro sin devolverle la mirada, aunque en su interior estaba emocionado sin saber por qué–. Permiso, voy a encargar su pedido. Ya regreso.
 
–Gracias. Lo estaré esperando –dijo, para luego volverse a ver al otro chico alejarse rápidamente en dirección a la cocina. Él también se había alegrado de verle otra vez, y sin duda, no quería que fuera la última.
 
… … … … …
 
Alejandro salió a toda prisa, quería evitar el sonrojo que le provocaba pensar en ese chico, y aunque lo había visto solo una vez, no había logrado sacarlo de su mente; con lo que acababa de ocurrir ya era todo inútil: sus pensamientos no hilaban nada coherente y los nervios le invadían, apenas si pudo formular palabra cuando se asomó a la ventanilla para solicitar el pedido. Le dijeron que tardaría de cinco a diez minutos, tiempo que pensó aprovechar en ir y hablarle al joven de pelo negro, pero antes de que pudiera decidirse, el tiempo pasó y una mano que le tomaba por el hombro le trajo abruptamente de regreso a la realidad.
 
–¡Alejandro, te estoy hablando!, ¡ya está listo el pedido! –se volteó, sobresaltado, solo para ver el rostro molesto de su amiga–, ¡llévalo de inmediato!, ¿qué estás esperando?
 
–Sí… ¡ya voy! –tomó el plato en su bandeja y salió de camino a la mesa del comensal, que miraba distraídamente a su alrededor, y que, al verle acercarse con la comida, una sonrisa se dibujó en sus labios, sorprendiendo al ya nervioso Alejandro–. Perdón por la demora, espero que disfrute mucho de este plato.
 
–No te preocupes, ni me he percatado del tiempo, y sí, espero disfrutarlo, muchas gracias –dijo mientras le miraba fijamente con sus ojos, haciendo que el otro la quitara en un momento–. Otra cosa, ¿podrías traerme una bebida?, por favor.
 
–No sería preferible un vino blanco, resulta más apropiado para un plato de pasta –respondió Alejandro de forma automática, pues sabía que el mejor acompañamiento con ciertas comidas era una copa de vino.
 
–Lo sé, pero no me gusta, prefiero una bebida –le dijo con indiferencia–, pero no te preocupes, después pediré un bajativo.
 
–Bueno. La traigo ahora –se dio la vuelta y regresó sobre sus pasos, de camino a la barra, abrió al refrigerador y tomó una botella de Coca-Cola, para luego caer en la cuenta de que no le había dicho qué bebidas tenía para ofrecer. Resolvió por llevarle la misma que había sacado, tomó un vaso y puso todo sobre su bandeja–. “Bueno, después de todo, a todos les gusta la Coca-Cola”.
 
–Eso fue rápido –le dijo el joven en cuanto Alejandro regresó con la bebida.
 
–Aquí tiene –dijo con una leve sonrisa. Tomó la botella y destapándola, sirvió la bebida en el vaso–. Si necesita algo más, solo llámeme. Provecho.
 
–Muchas gracias –dijo antes de beber un trago de la espumosa Coca-Cola recién servida–. “Por fin Coca-Cola normal” –pensó con alegría, pues detestaba las otras variedades–. “No hay como la original”.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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