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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

LV
 
Un día en particular, hubo un enorme intercambio de mensajes. 
 
Muchas veces esconden sus propias historias.
 
… … … … …
 
«Hola Erika, ¿cómo estás?, ¿estás libre hoy?, me gustaría que almorzáramos y después diéramos un paseo. Avísame si te interesa. Cristina.»
 
«Hola Cristina, qué sorpresa que me escribieras. ¿Estás cobrándote lo del otro día? Y sí, me gustaría que fuéramos a almorzar. Dime a qué hora y en dónde nos vemos. Erika.»
 
… … … … …
 
«¡Fran!, Cristina no está hoy, ¿podría ir a tu casa?, me estoy aburriendo mucho aquí.»
 
«¡Hola Seba!, ¡sí!, ¡ven por la tarde! Te espero.»
 
… … … … …
 
«Hola Ariel. Disculpa la demora en responder, casi me olvido de tu mensaje. ¿Cuándo quieres que nos veamos?, avísame en cuanto puedas. Saludos.»
 
«¡Qué alegría recibir tu mensaje!, ¿podrías hoy?, espero no sea un problema.»
 
… … … … …
 
«Disculpa, Javier. No podré ir a cenar. No me siento bien y quiero quedarme en el departamento, ¿está bien?»
 
«¿Cómo así?, ¿quieres que vaya a verte?, ya estoy preocupado.»
 
«No te preocupes, es solo que quiero quedarme en el departamento y estar solo. Tu entiendes. Iré a verte cuando pueda. Te quiero.»
 
«Yo también te quiero. Descansa.»
 
… … … … …
 
«Nicolás, ¿te importaría venir a mi casa hoy?, quiero verte.»
 
«Hola Alejandro, sí, iré en cuanto acabe con mi trabajo, ¿quieres que lleve algo de comer?»
 
«No, no hace falta. Gracias.»
 
… … … … …
 
«Te enviaré la dirección más tarde. Gracias por tu ayuda.»
 
… … … … …
 
Cerca de la estación de trenes, Cristina aguardaba ansiosa la llegada de Erika. Era la primera vez que salía con ella y, en cierto modo, la idea de acercarse y pasar más tiempo con ella la hacía feliz, después de todo, eran las únicas chicas del grupo y sus respectivos novios eran los mejores amigos; de una u otra forma continuarían frecuentándose, así que lo mejor que podían hacer ellas era estar en buenos términos, al menos si no conseguían llevarse tan bien como Sebastián y Francisco.
 
Una corriente de aire llegó hasta ella y la hizo estremecer. El día estaba nublado y el sol no calentaba en lo absoluto, pero por fortuna Cristina había salido de casa muy abrigada: llevaba una bufanda y gorro de lana, y un par de botas altas que le protegían los pies de la humedad y el frío.
 
Cuando el reloj marcaba las dos de la tarde, Erika apareció, no por la estación, sino bajando de un taxi. Vestía un amplio poncho de color negro con un sombrero a juego, en una mano llevaba una discreta cartera y en la otra una sombrilla.
 
–Siento el retraso –dijo tras saludar a Cristina, que la recibió efusivamente con un abrazo.
 
–Para nada, llegaste a la hora, muy puntual de hecho, ¿vamos?
 
–Sí, ¿llegaste en el tren?
 
–Así es, llevaba un rato aquí esperando, pero descuida, llegué antes para evitar atrasarme.
 
–Entiendo, en… ¿en dónde comeremos?
 
–En el restaurant que está cerca de la universidad, ¿lo conoces?, es muy bueno y económico.
 
–Creo que sí, ¿es aquel en dónde sirven comida casera?
 
–¡Ese mismo!
 
–Entonces lo conozco, pero nunca he entrado.
 
–Pues estás de suerte, tienen un menú muy variado. Ojalá hoy tengan sopa o algún guisado.
 
–Me gustaría mucho, el día está perfecto para comer algo así –dijo Erika muy interesada.
 
–Pues, apuremos, me muero de hambre –respondió Cristina, cogiéndola de la mano y apresurando el paso, feliz de haberle contagiado su entusiasmo.
 
–También yo –dijo siguiéndola–. “Quizá no haya sido tan malo aceptar su invitación después de todo”.
 
… … … … …
 
Tan pronto como recibió respuesta a su mensaje, Sebastián salió a toda prisa rumbo de la casa de Francisco. Su intención era matar el aburrimiento que le atormentaba en ausencia de Cristina, sin embargo, ya estando en casa de su amigo, tuvo que conformarse con oír a Francisco practicando con la guitarra, sentado en el suelo con las piernas cruzadas, mientras que él permanecía recostado sobre la cama.
 
–¿Qué crees que estén haciendo? –preguntó Sebastián al cabo de un rato. Se había enterado por el otro chico que Cristina había salido con Erika, aunque desconocía las razones o el motivo para hacerlo.
 
–Ni idea, cosas de chicas, supongo –dijo Francisco antes de agregar en tono de broma–: ¿Te imaginas, Seba?, las dos son amantes y nos han engañado durante todo este tiempo.
 
–Pues no, no me lo imagino –dijo con desgano, comenzando a jugar con el cabello rojizo de su amigo, enrollando una de los mechones en su dedo–. Y si ese fuera el caso, ¿tu engañarías a Erika?, ¿y con quién?
 
–Hmmm…, no sabría decir, pero considerando el hecho de que ellas fueran amantes, quizá lo haría contigo.
 
–¿Eh? –su rostro reflejó incredulidad.
 
–Digo, es mejor con alguien que ya conoces, ¿no crees? –tocó unos acordes y reclinó la cabeza hacía atrás, apoyándola en el borde de la cama. Ya no parecía estar bromeando–. ¿Y tú?
 
–Pensándolo así, no es mala idea, nos conocemos desde hace mucho y quizá hasta lo aceptara si me lo propones –le dijo, aun acariciando el mechón de pelo–. “¿Qué cosas estamos diciendo?, ¿cómo si algo así fuera a ocurrir de verdad?”. Fran, ¿eres capaz de algo así?, ¿de proponerte a…?
 
–Seba, ¿aceptas ser mi amante y vengarnos así de las chicas? –giró la cabeza quedando sus rostros muy cerca el uno del otro.
 
–Supongo que… sí. Acepto –respondió, dudando acerca del tono que había adquirido la conversación. Se quedaron mirando fijamente durante unos instantes y hasta parecía que sus rostros se habían acercado más de lo que estaban, sumado a que Sebastián no había soltado el cabello de Francisco, y éste último había extendido una mano como si quisiera tocarle la mejilla–. Eh…, ¿deberíamos besarnos para romper la tensión?
 
–…
 
–…
 
Los dos se apartaron bruscamente, ocultando sus rostros totalmente sonrojados: Sebastián con una almohada y Francisco con las manos.
 
… … … … …
 
La cafetería estaba a media capacidad y Ariel aguardaba en una mesa ubicada entre la vitrina que exhibía los pasteles y dulces, de un lado, y el enorme ventanal que daba a la calle, de otro lado. El ayudante estaba ansioso y apenas podía esperar a que la chica llegara.
 
A las cuatro de la tarde en punto, Katerina llegó al lugar de la cita, hermosa como siempre, vistiendo un llamativo abrigo verde oliva y luciendo un curioso peinado. Ariel se levantó y con una seña de su mano, le indicó que se acercara.
 
–¿Acaso llego tarde? –preguntó, con una sonrisa irónica.
 
–¡No!, ¡no!, soy yo quien ha llegado temprano, no quería hacerte esperar –dijo, ayudando a la recién llegada a quitarse el abrigo y, como un caballero, acomodándole la silla que ocupó frente a él. Sin demora, Ariel ocupó también su lugar sin poder disimular la emoción que sentía.
 
–¿Qué vas a ordenar? –preguntó la chica, mirando a su alrededor, en busca de alguien que les atendiera.
 
–Hmm…, no soy un fanático del café, pero supongo que hoy podría hacer una excepción –dijo Ariel, viendo hacia los variados pasteles que se exhibían en la vitrina–, y comería un pastel del chocolate.
 
–Es una buena elección –dijo, y notando que un camarero se acercaba, se apresuró a hablarle–: Disculpa, hola, quiero un café bien cargado, y un pie de limón, por favor.
 
–Anotado, señorita, ¿y usted, caballero? –dijo el camarero.
 
–Yo quiero un café normal y pastel de chocolate, por favor.
 
–Anotado. Se los traigo en un momento –y se retiró con la orden.
 
–Bueno, ¿de qué querías hablarme? –preguntó Katerina directamente.
 
–Ehh…, sí…, ya que no tuvimos ocasión de hablar cuando fueron a cenar con Javier la otra noche…, pensé que sería un buen momento… –empezó a decir Ariel, evidentemente sorprendido por la rapidez de la chica, que no perdía el tiempo en presentaciones–, … y no sé qué más decir ahora…
 
–¿Qué?, ¿es en serio?, ¿pretendes que me beba el café mirándote en silencio? –apoyó su cabeza sobre una mano. Su bello rostro reflejó un poco de decepción y ya comenzaba a arrepentirse de haber aceptado. Con todo, no conocía a Ariel lo suficiente como para hacerse una mala impresión de él, así que optó por darle una oportunidad para que se expresara mejor, aunque, por la expresión del ayudante, parecía que nunca había salido antes con una mujer–. Espero que el café te relaje y te permita hablar, “antes de que me levante y me vaya”.
 
… … … … …
 
El cielo estaba cubierto de nubes, tantas que la luz del sol apenas lograba colarse entre ellas y alcanzar el suelo. En cualquier momento la lluvia caería sobre la ciudad, haciendo a todos correr a ocultarse en sus hogares.
 
Se sentía extraño ese día y, aunque lamentaba dejar fuera a Javier, quería tener ese día para sí mismo y pensar.
 
El sonido del agua hirviendo en la tetera distrajo a Ignacio, recordando el té que iba a prepararse y las galletas que comería. Tras ir y volver de la cocina, cargando con su merienda, se instaló en el mismo lugar que antes ocupaba junto a la ventana, contemplando la vista que tenía desde allí, viendo como las primeras gotas golpeaban el cristal que lo separaba del frío exterior. Abajo, las luces de las calles y las tiendas se fueron encendiendo poco a poco y la nostalgia volvió a inundar su corazón: recordó la época en que habría hecho el mismo paseo con sus padres y como, en su compañía, habría visitado las galerías, comprado helado y visto la rutina de algún músico callejero. Una lágrima se escapó y rodó por su mejilla, sintiéndose muy solo de repente, abrazando sus piernas, como si fuera encogiéndose más y más a cada momento. Alcanzó la taza y bebió para reconfortarse, sosteniéndola con ambas manos; no quería que Javier lo viera en ese estado, así que lo mejor que podía hacer era mantenerse apartado hasta que pasara su crisis. No era extraño, había vivido de esa forma durante mucho tiempo, aunque, si bien la presencia de sus padres no era ya indispensable, de tanto en tanto añoraba tener de nuevo la vida que llevaba antes, sin embargo, cuando pensaba sobre el asunto, se preguntaba si habría sido capaz de conocer al peliblanco de haber sido otras las circunstancias.
 
Tomó un profundo respiro y consiguió tranquilizarse, sus labios se suavizaron en una tenue sonrisa, al tiempo que una voz inesperada resonó en su mente: “Sí que lo amas, ¿verdad?”. La imagen de Nicolás esfumó la de Javier y, con la misma rapidez que su rostro desaparecía, sintió la necesidad de tener al pelinegro a su lado, de sentir su compañía. Este sentimiento lo alarmó. “¿Cómo puedo estar pensando en él?” Bebió otro trago de té y se refregó los ojos. Ahora se sentía confundido. ¿Nicolás significaba algo en su vida?: “Quizá sí, después de todo, Nicolás sí significa algo para mí, más de lo que estaría dispuesto a reconocer”.
 
… … … … …
 
–Gracias por la comida, estuvo deliciosa –dijo Nicolás, para satisfacción de su “suegra”.
 
La cena transcurrió con calma y en medio de una plática de lo más interesante. El pelinegro tenía una facilidad increíble para abordar un tema y Felipe disfrutaba con la presencia del chico, mientras que Olivia comenzaba a apreciar cada vez más al que era novio de su hijo.
 
–¿Piensas quedarte a dormir? –preguntó la mujer tras retirar el servicio y reunirse con todos en el salón, compartiendo una bebida.
 
–Me gustaría, si Alejandro está de acuerdo –miró al aludido y éste sonrió cómplice.
 
–Sí, ¿por qué no?, después de todo, voy yo la mayoría de las veces a su casa. Es justo que también pueda quedarse con nosotros de vez en cuando –añadió Alejandro.
 
–Bien, entonces chicos, solo les pido una cosa, no se duerman tarde, ¿vale?
 
–Vale –respondieron, antes de retirarse al dormitorio del anfitrión.
 
–Comí demasiado –dijo Nicolás, tendiéndose sobre la cama, estirando brazos y piernas.
 
–¿Estás cansado? –preguntó Alejandro mientras cerraba las cortinas y luego se sentaba junto a su novio.
 
–Un poco, pero debe ser por causa de la comida. Descuida, no me dormiré todavía –respondió. Se incorporó un momento para volver a recostarse, esta vez sobre las piernas de Alejandro–. Dime, ¿de qué querías hablar conmigo?
 
–Sobre lo que te dije el otro día en tu casa, ¿pensaste en ello?
 
–Sí, lo pensé.
 
–¿Y?
 
–Creo que tienes razón, no vale la pena negarse a visitar un lugar que, para bien o para mal, es parte de nuestra historia. Así que sí, podemos ir y visitar el jardín –respondió Nicolás–. Como tú dijiste, quizá tengamos suerte y ya no esté cerrado como la última vez.
 
Alejandro, sin esconder la alegría que le provocaba oír la decisión, se inclinó hasta alcanzar los labios de su amado, apartando los cabellos claros que caían sobre su rostro.
 
–Gracias, esperaba con ganas a que aceptaras ir conmigo –dijo, mirándole dulcemente–. Estoy seguro de que será un momento más feliz y lo recordaremos con agrado.
 
–¿Cuándo quieres ir?
 
–Un día que ambos tengamos libre, y no tan tarde, ¿has oído las noticias?
 
–¿Sobre los ataques?, lo he oído y es muy alarmante, debemos tomar precauciones cuando estemos en la calle.
 
–Estuvimos hablando con los chicos sobre este tema y nos preocupa a todos, pero con los resguardos necesarios, podemos seguir adelante con nuestros planes, con nuestras vidas.
 
–Es verdad, no podemos quedarnos encerrados así nada más, tenemos que seguir trabajando igual que todos y, por supuesto, salir de paseo si así lo deseamos.
 
–Vale. Lo dejamos pendiente de momento, pero está decidido, iremos otra vez al Jardín Botánico.
 
Nicolás asintió, cayendo en cuenta de lo necesitado que estaba de sentir la compañía de Alejandro, de esa calidez luminosa que irradiaba, con sus ojos y sonrisa, que transmitían todas las emociones de su ser.
 
–Yo también quería verte –dijo al fin, extendiendo su mano hasta alcanzar la mejilla del chico y acariciarla–. Tengo que avisar a mis padres que pasaré la noche aquí contigo.
 
–Qué niño tan responsable –dijo Alejandro mofándose.
 
–Te burlas, ¿eh?, ¿no dije acaso que iba a castigarte?
 
–Si es así, estaré encantado de que me castigues –una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios, una que dejaba ver el deseo que sentía por Nicolás, y éste, sabiendo interpretar la señal, se levantó en un movimiento ágil, para empujar a Alejandro sobre la cama y él situarse encima, besándolo y recorriendo su cuerpo con las manos, recibiendo a su vez las caricias del chico, que, lejos de sentirse amenazado por el castigo prometido, disfrutaba inmensamente.
 
–Parece que tu cansancio se fue de repente –se detuvo Alejandro para mirarlo un momento.
 
–Sí, lo suficiente para continuar lo que tu dejaste sin terminar –respondió acariciándole el cuello.
 
–Supongo que eso debiera decirlo yo, pero está bien, continuemos desde aquí…, espera un momento –Alejandro se levantó de la cama y fue a ponerle llave a la puerta, apagó la luz del cuarto y encendió una lámpara más pequeña ubicada en la mesita de noche–. Ahora tenemos un mejor ambiente, y no te preocupes por mis padres, no nos molestarán.
 
–¿Seguro?, ¿no les molestará el ruido de…?, ya sabes…
 
–No, además, me parece que ellos estarán ocupados con sus propios asuntos –respondió, volviendo a tenderse junto a Nicolás, con la mirada expectante–. Bueno, ¿continuamos ya?
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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