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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

LVII
 
Pese a lo intranquilo que se sentía, Javier hizo caso y respetó la decisión de Ignacio. A pesar de que en ocasiones anteriores estuvo al lado de su novio cuando venían las crisis emocionales, hubo otras en las que no estuvo presente, prefiriendo Ignacio la soledad y el aislamiento; pese a ello, el bartender siempre dio señales de vida tras superar el mal rato. Ese pensamiento le dio ánimos para resistir el resto del día hasta el anochecer, sin sucumbir al deseo de llamarle por teléfono o, incluso, de ir personalmente a su departamento.
 
Permanecer así, solitario en su residencia, con el olor del incienso inundando todos sus espacios, escuchando música a volumen bajo, hacían sentir a Javier un enorme vacío, uno que solo podía ser llenado por Ignacio. Tumbado como estaba sobre la cama, miraba al techo sin un punto fijo, el frío le obligó a cubrirse con las frazadas y, antes de darse cuenta, ya se había dormido, algo más relajado a causa de la música, cuya melodía continuó oyéndose hasta que el disco acabó de tocar, y el aroma a canela aun flotaba en el aire. 
 
Fue un dormir breve, en el que no hubo sueños ni pesadillas, aunque, para cuando se despertó, en parte por el sonido intenso de la lluvia, sintió otra vez la añoranza de tener a Ignacio consigo. Extendió la mano a través de las sabanas, extrañando su calidez especial. 
 
“Que tengas buenas noches, Ignacio”. 
 
Su estómago emitió un gruñido que delataba el hambre que sentía en aquel momento, sin embargo, tan somnoliento como estaba, se levantó solo para verificar que todo estuviera en orden, cerradas las puertas y ventanas, y que el gas de la cocina estuviera apagado lo mismo que el incienso. Antes de regresar a su cuarto, fue y puso a tocar el disco su misma música suave, para luego acomodarse en la cama y arropándose para dormir.
 
“Buenas noches, Ignacio”.
 
… … … … …
 
Nada ni nadie perturbó el descanso de los chicos, no después de la intensa actividad de la noche anterior que tan agotados los había dejado, tanto que ni siquiera la luz del amanecer fue capaz de despertarlos. Ni aun cuando el mediodía estaba muy avanzado, la pareja dio muestras de querer salir de entre las sábanas. Alejandro se despertó rodeado por los brazos de Nicolás, quien dormía plácidamente aferrado a él, igual que en ocasiones anteriores, deleitándole con la visión tan tranquila que le ofrecía; no quiso ni acariciarlo por temor a despertarlo y como todavía sintiera pereza, Alejandro solo se acurrucó junto al durmiente Nicolás para hacerle compañía en sus sueños, lográndolo satisfactoriamente, compartiendo así un par de horas más de plácido descanso.
 
Ni Olivia ni Felipe quisieron molestar a los chicos y simplemente los dejaron dormir hasta tarde, pero no cuando hubo llegada la hora del almuerzo. Viendo que no había señales de vida desde el interior del dormitorio, Olivia subió las escaleras y fue a llamar a la puerta del cuarto de su hijo, sin embargo, como no obtenía respuesta, reiteró el llamado hasta que, al fin, respondió una voz que parecía de ultratumba.
 
–¿Eh…?, ¿qué pasa…?, ¿qué es…?
 
–Ya estará listo el almuerzo, lávense la cara y las manos, y luego bajen –ordenó la mujer.
 
–Sí…, ¡sí, mamá! –respondió Alejandro, aunque su respuesta fue más bien automática, porque apenas Olivia se retiró, ambos permanecieron todavía medio dormidos.
 
–Mmm…, no quiero levantarme… –reclamó Nicolás estirando un poco los brazos.
 
–Tampoco yo, pero… no quiero que mi papá venga a sacarnos de la cama, y te juro que no es amable cuando lo hace –dijo Alejandro con resignación.
 
–Tendremos que ducharnos primero, ¿no querrás bajar a comer así?, estamos hechos un desastre.
 
–Sí, y habrá que hacerlo rápido, pero mira todo esto, qué horrible.
 
Se incorporaron en la cama, a fin de acostumbrarse al peso de sus cuerpos, fatigados al punto que sentían como si los hubiesen apaleado, y en medio de bostezos, se levantaron al fin, desnudos como estaban, dando vueltas por el cuarto que permanecía en penumbras. Nicolás buscó su teléfono entre la ropa, que estaba regada por todo sitio; cuando lo encendió, notó que había dos mensajes sin leer: uno era de sus padres, diciendo que les avisara si regresaba o no para almorzar con ellos, mientras que el otro le sorprendió, pues era de Ignacio. 
 
«Hola. Parecerá extraño, pero quisiera verte, no en la capilla, ¿podrías venir a mi departamento? Avísame, por favor.»
 
Le mostró el mensaje a Alejandro, que solo intercambió con el pelinegro expresiones de asombro y duda.
 
–No lo entiendo, ¿qué le habrá pasado?
 
–Ni idea, aunque más me sorprende que te haya escrito, ¿son tan cercanos con Ignacio? –preguntó Alejandro con curiosidad.
 
–No tanto como para esperar un mensaje así de su parte, ¿crees que debería ir con él?
 
–Sí, debieras ir, si tuvo el valor de escribirte no creo que sea para una tontería.
 
–También lo pensé, ¿quisieras acompañarme?
 
–No, conociendo a Ignacio, posiblemente se enojará si voy contigo, lo mejor es que vayas solo. Ya me contarás después lo que haya pasado.
 
–Bueno, le responderé ahora para que no crea que lo estoy ignorando.
 
–Sí, y démonos prisa, aun debemos ducharnos para ir a almorzar.
 
En los próximos veinte minutos, además de responder el mensaje de Ignacio, la pareja de jóvenes recogió todo el desorden de la habitación, fueron al baño a ducharse, se vistieron y, como si nada hubiese ocurrido la noche anterior, se sentaron a la mesa para compartir un almuerzo en la compañía amena de Olivia y Felipe, que aguardaban con impaciencia y algunos regaños la llegada de los muchachos.
 
… … … … …
 
El departamento tenía una decoración que Nicolás no tardó en aprobar, felicitando el buen gusto de su dueño, que agradecía los cumplidos con una leve sonrisa, apenas perceptible en la oscura habitación, en donde la luz era bloqueada por las gruesas cortinas. 
 
Ignacio recibió a su invitado en medio de una genuina timidez, porque pese a ser él quien había llamado al pelinegro, nunca había dejado entrar a nadie allí, con excepción de Javier y Katerina, de modo que la presencia de Nicolás despertaba en su interior una sensación nueva y agradable que, al mismo tiempo, le generaba una injustificable desconfianza, todo porque aquel chico estaba dispuesto a brindarle su amistad y compañía en un momento de necesidad.
 
El departamento estaba a oscuras, en un silencio sepulcral, y como no tenía deseos de quedarse en la sala, Ignacio, vestido con ropa grande y holgada, optó por llevarse a Nicolás hasta su cuarto, sentarse sobre la cama y sostener una plática que ayudara a este último a comprender el motivo tras el repentino mensaje.
 
–Soy todo oídos, Ignacio, ¿de qué se trata todo esto?, ¿qué ha pasado?
 
–Primero que todo, me gustaría darte las gracias por venir tan pronto, la verdad es que no sabía a quién más recurrir.
 
–Pero, ¿y Javier? –ciertamente estaba impresionado por lo que acaba de oír, ¿qué podría estarle pasando al bartender como para no llamar a Javier?, ¿no era su pareja después de todo?, ¿quién más cercano que él?–. No entiendo, Ignacio, ¿qué está pasando?
 
–No quiero involucrar a Javier en esto, por eso te llamé –respiró profundo antes de proseguir, sin levantar la vista–. Estoy pasando por una crisis anímica y, sin saber bien por qué, he sentido la necesidad de tenerte conmigo, de sentir tu compañía.
 
Al escucharle decir la palabra “crisis”, Nicolás no pudo evitar pensar que algo grave habría debido ocurrir entre el peliblanco e Ignacio, quizá una discusión, de ahí que todo el ambiente del departamento fuera deprimente, y decaído el aspecto del bartender.
 
–¿Una crisis?, ¿acaso han peleado Javier y tú?
 
–¡No!, no se trata de eso. Te explicaré.
 
Ignacio detalló todos los pormenores de la situación, a fin de aclarar las dudas y despejar la mente de Nicolás, quien se mostró aliviado de saber que el asunto nada tenía que ver con su relación, aunque no le restaba seriedad el hecho de que sufriera la ausencia de sus padres.
 
–Aun así, ¿por qué me escribiste en primer lugar?, pudiste haber llamado a Javier, ¿él sabe de esto?
 
–Sí, lo sabe.
 
–¿Entonces?
 
–Todas las veces no son iguales –dijo Ignacio soltando un suspiro–. Hay veces en que quiero tenerlo conmigo, pero hay otras como esta en que quiero estar solo, al menos hasta que me acordé de ti…, recordé que te preocupaste por mi…, que soy… tu amigo.
 
–Así es, somos amigos.
 
–Jamás tuve otro amigo tan cercano como Javier, y él sabe respetar cuando le pido que me deje solo durante un tiempo, así como que él ha sido quien me brinda contención cuando la crisis se agrava. Y ahora, no puedo evitar sentir que soy importante para alguien más, para ti, es por eso que te escribí, necesitaba confirmar que no estaba equivocado.
 
–¿Cómo dices?, ¿qué es lo que necesitabas confirmar? –preguntó, acercándose Nicolás al otro chico, que dudaba sobre si seguir o no dando explicaciones. Sin embargo, el pelinegro estaba igual de confuso, y extendiendo su mano sobre la de Ignacio, le indicó que podía continuar–. Tranquilo, puedes decirme lo que sientes.
 
–Confirmar que yo también siento algo por ti, en el tiempo que hemos convivido he llegado a tenerte cariño y considerarte alguien en mi vida, un amigo que pensé jamás conocer. Y disculpa por expresarme de esta manera…, no sabía cómo decirte esto…, espero que no lo tomes a mal, hablo con tan pocas personas que…
 
–Ya, ya, está bien, no hace falta que digas más, te entiendo –dijo Nicolás, sujetándole con fuerza la mano a Ignacio, quien de a poco fue levantando la vista hasta encontrarse con los ojos del pelinegro–. Me hace feliz saber que también me consideras de la misma manera que yo, y me honra que hayas recurrido a mi para hablar temas que son tan personales. Gracias.
 
Tras escuchar las palabras de Nicolás, Ignacio le sostuvo la mirada unos momentos, se acomodó un mechón detrás de la oreja y se aclaró la garganta; afortunadamente, estaba menos tenso que al principio, todo gracias al hecho de poder desahogarse de sus emociones y decir a Nicolás la verdad era un alivio tremendo.
 
–¿Ya te sientes mejor?
 
–Sí, aunque quisiera pedirte algo…
 
–¿Qué es?
 
–Abrázame, por favor, abrázame.
 
Antes de poder reaccionar, Ignacio ya estaba entre los brazos de Nicolás, sintiéndose extraño, como aquella vez en el bar cuando Alejandro tuvo el mismo gesto con él; ser estrechado por alguien que no fuese Javier era diferente y al mismo tiempo reconfortante. Se trataba de afecto, aunque de una fuente diferente.
 
–Si quieres llorar, hazlo, para eso estoy aquí –dijo Nicolás con suavidad.
 
No pasó mucho y un llanto comenzó a derramarse, como el de un niño perdido, aferrado a las ropas de su único consuelo. ¿Cómo es que había podido sentir algo semejante por ese chico y en tan corto tiempo?, ¿tan solo estaba? No, solo era producto de su lento pero seguro acercamiento a otras personas y, quizá, en un futuro, más personas como Alejandro o Ariel se volverían amigos tan valiosos como podía serlo Nicolás.
 
Después de un prolongado silencio, los chicos se separaron y tomaron un respiro. Ignacio, más tranquilo, se refregó los enrojecidos ojos y vio a Nicolás.
 
–Gracias, y aunque no creí verme en esta situación, de verdad me has ayudado, eh… ¿sería mucho pedirte que te quedaras conmigo el resto del día? –dijo lo último bajando la voz.
 
–Hmmm… no, pienso que no habría problema.
 
–Te lo agradecería, y no te preocupes por la comida, podemos cenar aquí.
 
–Sí, está bien –dijo feliz por la invitación.
 
–Bueno, ¿me disculpas un momento?, voy a lavarme la cara.
 
–Claro, haré unas llamadas mientras tanto.
 
Ignacio se levantó de la cama y se encerró en el baño, dejando al pelinegro solo unos instantes, que se había retirado a la sala para avisar a Alejandro lo que había ocurrido. De la nada, Nicolás oyó que sonaba el timbre de la entrada.
 
–¿Esperas a alguien? –preguntó acercándose a la puerta del baño.
 
–No, ¿por qué?
 
–Están llamando a la puerta.
 
–¿Podrías ir y ver de quién se trata?
 
–Vale.
 
Nicolás se dirigió a la entrada y tras abrir la puerta, se quedó de piedra, tanto como la persona que le veía desde el otro lado.
 
–¿Qué… qué haces tú aquí? –logró articular Javier con el ceño fruncido.
 
–Ignacio me invitó, ¿por qué? –recobrando la compostura, Nicolás habló con calma pues, al final, nada había ocurrido para sentir culpa o arrepentimiento.
 
–¿Dices que Ignacio te invitó?, no sabía que ustedes fueran tan cercanos.
 
–Ni yo, al menos hasta hoy, ¿vas a entrar? –dijo Nicolás, haciéndose a un lado para dejarle paso y cerrar la puerta tras él–. Tendrás que esperar un momento, él está en el baño.
 
–Ya, gracias.
 
Javier dio una mirada alrededor de la sala, para luego ir hasta el oscuro dormitorio, notando que la chaqueta de Nicolás estaba sobre la cama.
 
–Dime, ¿de qué estuvisteis hablando? –preguntó regresando junto al pelinegro, que permanecía en silencio, mirando su teléfono.
 
–Supongo que ya lo sabes.
 
–No, no tengo ni idea sobre lo que pueden estar hablando, así como tampoco la razón por la que Ignacio te llamó para venir aquí. Es más, tampoco sé de lo que hablan cada vez que se reúnen en el centro.
 
Nicolás captó de inmediato hacia donde apuntaba Javier con sus comentarios y lamentó que tuviera dudas acerca del comportamiento de su pareja, incluso después de todo lo que había ocurrido entre ellos. Parecía que Javier estaba acostumbrado a ser el único en la vida del bartender. Por suerte para Nicolás, Ignacio salió del baño con un aspecto mejor del que tenía antes, y su rostro se iluminó al ver a su novio en la sala.
 
–¡Javier!, no te esperaba, pudiste haber llamado para avisarme que vendrías –dijo, acercándose para besarlo, pero en su lugar recibió una fría respuesta–, ¿qué ocurre?
 
–Esperaba darte una sorpresa, pero esa me la llevé yo, no sabía que tendrías una visita. Dime, ¿por qué llamaste a Nicolás? –la expresión de su rostro delataba molestia y congoja.
 
–Quería hablar con él, es todo, ¿tenía que avisarte acaso?
 
–No, pero aun así me resulta inesperado.
 
Ignacio, al igual que el pelinegro antes, supo reconocer el síntoma de los celos, aunque lejos de molestarse, se acercó a su novio y le habló suavemente.
 
–Ya te había dicho que no debes sentirte así, ¿verdad?, celoso de Nicolás.
 
Javier asintió bajando la vista, apretando los puños.
 
–¿Te das cuenta?, si llamé a Nicolás es porque le considero mi amigo y he aprendido a confiar en él, así como confió en Katerina y también en ti, pero con una diferencia, tú eres mi pareja y solo me guardo para ti, además…
 
–Además yo también tengo a mi novio, ¿lo olvidaste?, a Alejandro, a quien amo y jamás podría engañar. Por lo demás, no podría mirar a Ignacio con otros ojos, así que puedes estar tranquilo, Javier. La desconfianza es la primera grieta que puede romper una relación.
 
El peliblanco asintió de nuevo, molesto consigo mismo, angustiado por la idea de que Ignacio lo estuviese engañando con Nicolás, idea que era errónea, pues ninguno de los dos chicos frente a él era capaz de algo así. Su reacción, como era evidente a los ojos de Nicolás, se debía a que, durante mucho tiempo, él había sido el único cercano a Ignacio, y que ahora llegara alguien más a su vida le chocaba, sin embargo, tendría que acostumbrarse, porque no podía mantener a Ignacio encerrado dentro de una jaula como si se tratara de un ave. No quería convertirse en alguien así, no después de lo que había ocurrido entre ellos antes de formalizar su relación.
 
–Me… me disculpo contigo, Nicolás, no quise ser grosero, es solo que…
 
–Está bien, Javier, lo entiendo –y le extendió la mano, que el peliblanco estrechó, con duda primero, con confianza después. Nicolás sonrió–. Cuida de Ignacio, eres afortunado de tenerlo como pareja, no lo pierdas.
 
–No lo haré, te lo prometo.
 
Ignacio vio a ambos chicos con ojos de alivio y tomando de la mano a Javier, se dejó rodear la cintura por el brazo de este, besándole y siendo correspondido, olvidándose por un instante de la presencia de Nicolás.
 
–Será mejor que me vaya, Ignacio, quedarás en mejor compañía –dijo este último.
 
–Pero, ¿no ibas a quedarte?
 
–No quiero ser mal tercio.
 
–Quédate, Nicolás, por esta vez quédate con nosotros –dijo Javier.
 
–¿Lo dices de verdad?
 
–Sí, te aseguro que no habrá ningún problema.
 
–¿Estás seguro, Javier?, teníamos planes para cenar aquí.
 
–Pues podemos cenar los tres, ¿qué hay de malo?
 
–¡Oh!, se me acaba de ocurrir algo mejor –dijo Ignacio de pronto–. Nicolás, llama a Alejandro y dile que lo invito a cenar con nosotros, así ya seremos cuatro y tu no un mal tercio, ¿estás de acuerdo?
 
–Sí, me parece bien, después de todo tenía que hablar con él –dijo mostrando su teléfono, aun sin hacer uso de él.
 
–¿Y tú qué dices, Javier?
 
–Está bien, lo hará más interesante.
 
Así, en un inesperado giro de eventos, ambas parejas se reunieron pronto en el departamento de Ignacio, compartiendo la deliciosa cena que entre todos prepararon, en medio de animadas pláticas, donde el más agradecido fue Alejandro, que de no ser por la invitación habría cenado solo en su casa.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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