V
En cuanto tomó la copa y diera el primer sorbo a la bebida, una sonrisa se dibujó en su rostro. Le encantaba la forma en que preparaban el pisco sour en aquel local, y ahora se añadía una nueva razón para seguir yendo: ese chico, el mismo con el que se encontró en la calle y que creía no volver a ver, trabajaba ahí y estaba atendiendo su mesa. Encontrarlo allí fue una sorpresa, y también lo fue que éste se adelantara a iniciar la conversación, preguntando directamente por su nombre, cosa que el otro esperaba averiguar con no menos interés antes de irse a casa.
–“¿Cómo te llamas?”
–“Nicolás, ¿y tú?”
–“Alejandro.”
Ahora sabía a quién dirigirse. Sin saberlo, la tristeza que le inundaba hasta entonces, se había reducido a partir de esa noche en la que, por un arrebato, se había dejado llevar, bastándole sólo un momento con él para dejar un recuerdo duradero y una sensación cálida en su interior.
… … … … …
La situación presente no era muy diferente para Alejandro pues, a pesar de los miedos que sentía, había sacado las fuerzas necesarias para acercarse al extraño, hacerle frente y averiguar su identidad: debía saber quién era el dueño de esa mirada que lo había hecho olvidarse de todo y de todos, dejando sitio solamente para ellos dos.
… … … … …
En ambos muchachos habitaban sentimientos obscuros, tal y como en el resto de los seres humanos, pero por azares del destino, la presencia de uno liberaba el corazón del otro de tan duras cadenas, todo por un casual encuentro nocturno en una calle solitaria.
… … … … …
Empezaba a caer la tarde y el sol daba a la ciudad los últimos matices anaranjados del día. Nicolás miró la hora en su celular y se apresuró a terminar su trago, aún tenía que pedir la cuenta y, como lo había planeado, hablar con Alejandro antes de irse. Le hizo una seña al camarero, que acudió hasta su mesa tras dejar servida otra cercana.
–¿Sí?
–Quiero la cuenta, por favor.
–La traeré de inmediato –dijo, llevándose la copa vacía sobre la bandeja y retirándose, no sin antes oír que Nicolás le decía algo más.
–Y quiero hablar contigo antes de irme, ¿puede ser?
–Sí –dijo, dándole la espalda–. Yo también quiero hablar contigo.
Algo en el corazón de ambos se movió. En el fondo, era algo que ambos deseaban.
… … … … …
En el interior del local había mucha gente. Parece que preferían ir a comer más durante la tarde-noche que en otro momento del día y así como iban las cosas, en cualquier momento ya no quedaría lugar para más comensales.
Alejandro dejó la copa sucia en la ventanilla de la cocina, donde Ariel se la recibió sin decir nada, luego fue a pedir la cuenta de lo consumido por Nicolás, y cuando la obtuvo, salió en dirección a su mesa.
–Aquí está.
–Gracias.
–¿Cómo cancela?, ¿con efectivo o con tarjeta?
–Efectivo, me fastidian las tarjetas.
A Alejandro le hizo gracia su comentario. Él tampoco tenía tarjetas ni quería tenerlas, a pesar de lo mucho que se decía acerca de su tan necesaria utilidad.
–Aquí tienes –dijo, entregando el dinero justo–, cuéntalo, por favor. No sea que me vaya a faltar.
–Gracias, ahora lo hago –dijo, y tras verificar que la cantidad era correcta, respondió–: Está bien todo.
–Genial. Y ten esto como propina para ti –añadió con una tenue sonrisa–. Gracias por todo.
–De nada, gracias a ti por venir aquí. En fin, dijiste que querías hablar conmigo… Nicolás.
–Sí, la verdad es que… quiero… me gustaría que… nos volviéramos a ver, pero no cuando estés trabajando, sino un día cuando estés libre. Podríamos salir, ir a comer o solo conversar. Tengo cosas de las que quiero hablarte, así que cualquier opción me viene bien.
–Estoy de acuerdo, también me gustaría hablar contigo un poco más. Anota mi número, es el XXX-XXXX-XXXX. Llámame el fin de semana, ¡no!, mejor el viernes en la tarde, así me das tiempo para organizarme.
–Anotado, aquí tienes mi número, llámame cuando quieras o cuando lo necesites –dijo Nicolás, extendiéndole un trozo de papel con su nombre y teléfono–. ¿Sabes?, es algo prematuro decirlo, pero me alegra mucho verte de nuevo.
–A mí también me alegra mucho porque pensé que no volvería a ocurrir –Alejandro bajó la vista ante estas últimas palabras y aunque prefería decirlo, resultaba vergonzoso–: Llegué a pensar que fue un sueño, esa noche…
–Es verdad, todo parecía tan irreal, pero no lo fue y ahora estamos aquí.
Nicolás, con la mano temblorosa, se acercó hasta alcanzar la de Alejandro que, en un impulso, la tomó con la suya suavemente. Sí, ese era el mismo cálido contacto que sintieron antes, tan agradable que los hizo buscar más: Alejandro soltó la bandeja y su libreta, mientras que Nicolás derribó la silla al ponerse de píe bruscamente. Otra vez se habían fundido en un abrazo tan fuerte como necesario.
… … … … …
La sorpresa a su alrededor no se hizo esperar y los comensales se voltearon a ver qué sucedía tras aquel fuerte sonido, incluso Cristina había quedado atónita ante lo que veía: Alejandro, su amigo, se abrazaba con el otro chico, ¿por qué?, ¿cuál era la razón? Sin embargo, los dos estaban nuevamente en su mundo, uno que existía sólo para ellos, donde no importaban los murmullos de la gente, ni la voz de Cristina llamándole, ni la voz de Ignacio gritando que los tragos estaban listos, ni los intentos de Ariel por hacer que se calmara. Nada había salvo ellos.
–Gracias Alejandro, de verdad.
–Nicolás, no tienes que agradecerme, soy yo quien lo hace.
Se separaron un poco y se vieron a los ojos, un brillo se había apoderado de ellos y transmitían un número de palabras mayor al que habrían podido decirse y, con todo, resultaba suficiente. Se separaron, recogieron lo que habían tirado y, por último, se dieron la mano, esperando volver a hacerlo en un futuro cercano.
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