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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

LXV
 
Lucas había echado mano a todas sus fuerzas para no abandonar su habitación y ocultarse bajo las frazadas de su cama, leyendo las amarillentas páginas viejas del libro que le servían como única compañía durante las noches de insomnio. Sin embargo, ese día fue diferente a los otros. Pese a que Adolfo conocía su verdadera identidad, a que había sido testigo de un par de ataques, sumado a la presencia del pelinegro en su casa, que le hacían pensar que al fin había hecho un avance con él, ese día no se sentía tranquilo, algo le molestaba y no sabía qué. Sería acaso el rechazo de Adolfo, aunque no igual al del comienzo, pero rechazo de todas formas. No estaba seguro.
 
Cansado de la monotonía que le provocaba permanecer en casa, Lucas abandonó la residencia y se fue a dar una vuelta por la ciudad, no con intención de causar problemas sino de encontrar respuesta a sus inquietudes. Falló rotundamente y las horas pasaron hasta que se hizo de noche.
 
Sentado en una banca del centro, haciendo el vago mientras revisaba sus redes sociales en el celular, vio a una pareja salir de la cafetería: se trataba de dos chicos, uno de cabello café claro que pasaba de los hombros, y otro de largo cabello negro hasta la espalda. Ambos llevaban en sus manos un vaso de cartón, probablemente con café o chocolate, mientras cargaban otros paquetes, llamándole la atención la rosa que portaba el peliclaro. “¿Dónde he visto a estos dos?, me resultan familiares”, pensó, sin quitarles la vista de encima, haciendo un esfuerzo por acordarse. “¡Oh sí!, ya recuerdo, en el evento de Erika, allí fue donde nos vimos, el de pelo negro participó con una lectura inclusive, ¿cómo es que se llamaba?, bueno, qué más da saberlo o no”. 
 
Los siguió con la mirada durante unos momentos, hasta que la pareja comenzó a alejarse del lugar. “¿Tal vez debería ignorarlos por completo? ¿O debo considerarlo una oportunidad?”, se debatía sobre qué hacer, mientras los chicos se iban rodeados por una atmósfera tan luminosa y brillante que podría competir con sus rubios cabellos. Inexplicablemente, lo que en un principio le fascinó acerca de los enamorados, se tornó en envidia por algo que no tenía, pero que deseaba con locura. Se sorprendió a sí mismo con esta traición de sus pensamientos, los cuales hablaban las palabras que no se atrevía a pronunciar ni siquiera en voz baja.
 
He aquí el gatillo que disparó su ira, las ganas de descargar su frustración en aquellos incautos.
 
… … … … …
 
Iban caminando por la vereda estrecha y pedregosa, a un costado de la avenida que corría de forma paralela a las líneas del tren. Con sus troncos y ramas, los árboles creaban sobre sus cabezas una especie de túnel natural donde apenas se veía el cielo.
 
Pese a lo concurrida que era la avenida durante el día, por la noche disminuía el flujo vehicular y los pocos peatones que aun circulaban por los alrededores, se perdían de vista rápidamente en la obscuridad debido a la escasa iluminación de algunos tramos; eso no fue impedimento para que Nicolás y Alejandro regresaran a casa por ese camino, porque lo conocían y no les asustaba caminar por ahí a esa hora. 
 
A metros de distancia, oculto entre los árboles, cuyas enormes raíces levantaban y deformaban el camino, Lucas observaba a la pareja que iba adelante, atento a sus movimientos. Tendría que ser rápido, pues estaba convencido de que no se le volvería a presentar una oportunidad parecida; sin pensárselo más, cubrió su rostro con un pasamontaña, añadiendo luego la capucha para proteger mejor su identidad, pese a que la poca luz proveniente de los faroles ya reducía bastante la posibilidad de que le reconocieran. No usaría más armas que sus manos, pero si oponían alguna resistencia, como ya se imaginaba que lo haría, no dudaría un instante en utilizar otro tipo de recursos. Miró por última vez y calculó la distancia que debía recorrer antes de asestar el primer golpe.
 
La pareja llegó hasta una intersección, un espacio abierto iluminado únicamente por un farol. 
 
Era ahora o nunca. Lucas respiró profundo, sintiendo como el aire helado de la noche entraba en sus pulmones. Miró a su alrededor. Nadie. Silencio casi absoluto.
 
Como si le hubieran soltado las amarras, el atacante corrió a toda velocidad en dirección a los chicos, como una sombra acechante, sin darles tiempo para reaccionar sino hasta que fue demasiado tarde. En este preciso momento, cuando los chicos se voltearon para ver qué eran los repentinos pasos que hicieron crujir las hojas y ramas secas, Nicolás recibió el golpe inicial, un brutal puñetazo en el rostro, que lo lanzó contra el suelo en medio de mareos y confusión; Alejandro, también desconcertado, se acercó a su novio para conocer su estado, pero antes de averiguarlo, recibió un golpe de puño que no pudo resistir, empujándolo contra un muro. Desesperado por socorrer a Nicolás, que seguía aturdido y sin reaccionar del todo, el peliclaro sólo pudo cubrirse hábilmente del siguiente movimiento del atacante, empeñado en lastimarle la cara. “No está mal, pero no puedo distraerme contigo”, pensó Lucas, y esquivando los puñetazos de Alejandro, el rubio asestó un duro golpe en el estómago del chico; éste sintió como se quedaba sin aire, su cuerpo se dobló y cayó sobre sus rodillas, con las manos apretando la parte baja del vientre. 
 
El atacante se detuvo y lo miró brevemente, revolcándose del dolor, pero antes de que pudiera rematarlo, sintió de repente un empujón por la espalda y un fuerte dolor en el costado izquierdo, sin tiempo para evitar la patada que Nicolás le propinó en la cabeza con sus botas, provocando que el rubio perdiera el equilibrio y acabara apoyándose sobre las manos. Tosió un par de veces y sintió el sangrado bajo el pasamontaña, haciendo un esfuerzo por respirar. “Bien, bien, me gusta, más de lo que esperaba”, pensó, levantando la vista hacia el pelinegro, cuyo rostro sintió la necesidad de golpear, y lo hizo con todos sus deseos, lanzándose contra las piernas del chico y derribarlo; allí, entre el lodo y la suciedad de la calle, se dieron puñetazos y puntapiés, forcejeando para ver quién se imponía sobre el otro, sin importar el lugar que golpeaban, sin importar el dolor, sin importar nada.
 
Mientras estaban enfrascados en la pelea, Alejandro, recuperando el aliento, se puso de pie, advirtiendo como su novio y el atacante se confundían sobre el suelo, como si de una masa amorfa se tratara, dando vueltas por todo el sitio y emitiendo dolientes quejidos. Nicolás estaba debajo del agresor, recibiendo golpes en su ensangrentado rostro. Alejandro, que no podía quedarse viendo sin hacer nada, se abalanzó sobre el encapuchado, tomándolo por los hombros y arrojándolo a un lado, encajándole de paso una buena patada en el pecho; con dificultad para respirar, Lucas quedó aturdido por el inesperado golpe, mientras que el sudor se mezclaba con la sangre que brotaba de sus heridas. “Mierda, a este paso el que quede tendido aquí seré yo, ¿cómo puede…?”, no pudo terminar de hilar las ideas, fue interrumpido por una segunda patada, esta vez en el estómago, escupiendo sangre por la boca. “Debo… terminar ya con esto, de lo contrario… no, no seré yo a quien encuentren aquí”.
 
Ignorando el dolor y valiéndose de las energías que le quedaban, Lucas se levantó lo necesario para darse impulso, arrojándose encima de Alejandro para evitar que continuara pateándolo, pero en su lugar permitiéndole al rubio retomar su trabajo con los puños; el chico intentó cubrirse con los antebrazos todo lo que pudo, más los miembros le fallaron y sucumbiendo al cansancio, quedó expuesto a un golpe fatal en el rostro; sintió como su nariz se fracturaba, su respiración se interrumpía, se estrelló contra el suelo y todo se fue a negro. 
 
–¿Por qué nos haces esto? –alcanzó a pronunciar, viendo la silueta negra que respiraba con agitación.
 
–¡No!, ¡Alejandro! –exclamó Nicolás, desesperado.
 
Moviéndose torpemente, golpeó con los puños al atacante, mientras que éste se cubría a duras penas con su brazo herido, tan resentido que un ardor intenso le obligó a quitarlo, recibiendo un puñetazo en pleno rostro, aturdiéndolo un momento, pero no lo suficiente; Lucas extendió la pierna e hizo tropezar al pelinegro, cayendo al suelo de bruces, y antes de que pudiera levantarse, el rubio lo sujetó por la cabellera y le estrelló la cabeza contra el concreto hasta dejarlo inconsciente, solo a centímetros de donde yacía Alejandro.
 
–¡Por fin dejaron de moverse! –dijo, sintiéndose mareado y débil, tanto que tuvo que apoyarse en un árbol para no caer–. Mierda, sí que me hicieron daño ustedes dos.
 
Se quitó el asfixiante pasamontaña, constatando que sangraba por la nariz y la boca, sin mencionar el dolor abrazante en sus extremidades y en el pecho. “Tendré que desaparecer durante un tiempo. El daño que me hicieron es grave”, pensó, viendo por última vez a los cuerpos inertes, junto a los cuales habían churros esparcidos, chocolate derramado y una rosa deshecha. 
 
La visión borrosa repentina fue indicación suficiente para largarse en medio de jadeos y maldiciendo su suerte. Un viento frío le estremeció hasta los huesos y el estómago se le revolvió, yendo hacia un costado de la calle para toser sangre. “Maldita sea, un poco más, aguanta un poco más”, se dijo, alejándose hasta desaparecer.
 
El viento se intensificó, levantando hojas manchadas de un rojo carmesí.
 
… … … … …
 
A eso de las 23:00, el teléfono sonó.
 
–Buenas noches –dijo Mateo, cogiendo el auricular del aparato.
 
–Buenas noches, ¿hablo con el padre de Nicolás? –preguntó una voz masculina.
 
–Así es, habla Mateo, ¿con quién tengo el gusto?
 
–Habla usted con Felipe, el padre de Alejandro, perdone la hora, señor, pero estoy tratando de ubicar a mi hijo, ¿será que está en su casa con Nicolás?
 
El hombre frunció el ceño, extrañado por la pregunta. 
 
–No, ellos no están aquí, tenía entendido que saldrían juntos –respondió.
 
–Al Jardín Botánico, así es, pero no sabía que tardarían tanto en regresar –expresó Felipe–, ¿ha hablado con su hijo?, el mío no responde a mis llamadas.
 
–No, no he hablado con él. Si le parece bien, intentaré hablarle a su celular y luego le llamo de vuelta, ¿es este su número?
 
–Sí, lo es. Agradeceré mucho que me avise, es tarde y nos estamos preocupando, Alejandro suele llamarnos cuando se tardará o pasará la noche fuera –explicó.
 
–Nicolás también lo hace. Bueno, le marcaré ahora, don Felipe, ya le avisaré en cuanto tenga noticias.
 
–Gracias, señor.
 
–Por nada –y colgó la llamada.
 
–¿Quién era? –preguntó Antonia.
 
–Era el papá de Alejandro. Quería saber si estaba aquí y se oía preocupado. ¿Has hablado con Nicolás?
 
–No, y tampoco he sabido de él, ¿quieres que le llame?
 
–Hazlo, por favor, le preguntaré a Adolfo si sabe algo –dijo, yendo al cuarto de su hijo menor, mientras que Antonia marcaba a Nicolás–. Disculpa, hijo…
 
–¿Sí?, ¿qué ocurre, papá? –preguntó el chico, incorporándose sobre la cama.
 
–¿Has sabido algo de tu hermano?
 
–No. Se supone que saldría con Alejandro, ¿no?
 
–Sí, pero el papá de Alejandro llamó diciendo que tampoco han sabido nada de él.
 
–Bueno, no es la primera vez que se les hace tarde para regresar, además, no siempre llegan aquí, Nicolás suele quedarse con Alejandro en su casa, ¿qué les extraña?
 
–Lo sé, pero el hombre se oía preocupado, no creo que sea por nada. ¿Podrías escribirle o llamarle?, por favor.
 
–Vale.
 
–Gracias.
 
Adolfo tomó su celular y, tras abrir WhatsApp, le envió a su hermano un par de mensajes: «Hola. ¿En dónde estás?, ¿a qué hora vas a llegar?, papá te está llamando. Avisa cuando vengas de regreso.»
 
–¿Pudiste hablar con él? –preguntó Mateo, regresando con su mujer.
 
–No contesta el teléfono, lo he llamado varias veces, marca, marca y marca, pero no contesta, me manda al buzón de voz –dijo Antonia, angustiada–. Y no tengo el número de Alejandro. ¿Dónde se habrán metido estos niños?, ¿y qué te dijo Adolfo?
 
–Tampoco ha hablado con él, pero le escribió un mensaje, ojalá y lo responda.
 
–Ojalá.
 
Desafortunadamente, la preocupación de una familia se transmitió a la otra de modo irremediable.
 
… … … … …
 
–No, tía, no he sabido de Alejandro, ¿cuándo habló con él por última vez? –preguntó Cristina.
 
–No hablo con él desde esta tarde, cuando salió con Nicolás, y no me está respondiendo las llamadas. ¿A dónde pudieron ir?, ¿o les habrá pasado algo? –decía Olivia, nerviosa e intranquila.
 
–¡No!, ¡no!, no diga eso, tía, quizá solo tiene silenciado el teléfono, ¿hablaron a casa de Nicolás?, tal vez se están quedando allá.
 
–Ya hablamos a sus padres y tampoco están en su casa –dijo la mujer.
 
–Qué raro, veré si puedo comunicarme con ellos, ¿vale?, usted quédese tranquila, tía, no se altere, la llamaré en cuanto sepa algo –dijo Cristina, intentando calmarla.
 
–Gracias, hija, buenas noches. 
 
Olivia colgó el teléfono y miró a su esposo, que aguardaba sentado en el sofá, sosteniendo el celular en la mano. El aparato sonó de pronto, a lo que Felipe se apresuró a contestar.
 
–¿Hola?
 
–¿Don Felipe?
 
–Él habla, dígame, don Mateo, ¿supo algo de los chicos?
 
–No, nada. Mi hijo tampoco responde su celular, y mi otro hijo, Adolfo, está tratando de ubicarlo.
 
–Entiendo, nosotros estamos hablando a los amigos de mi hijo, para ver si saben algo.
 
–Bien, nosotros seguiremos insistiendo, le avisaremos si tenemos noticias –dijo Mateo, pero antes de colgar, agregó–: De seguro que los chicos ya vienen de vuelta, deben haber sufrido un contratiempo o algo parecido.
 
–Sí, eso debe ser, eh… gracias por llamar, señor. Buenas noches.
 
–Buenas noches.
 
… … … … …
 
–¿Qué hacemos?, ¿deberíamos ir a buscarlos? –preguntó Sebastián, acercándose a su novia, que se paseaba por la sala con el teléfono pegado a la oreja.
 
–¡Argh! ¡No contesta! –exclamó Cristina–. ¿Y en dónde los buscamos?, no tenemos idea de adonde fueron. Además, es peligroso si vamos solo los dos.
 
–Llamaré a Fran –dijo, y marcó el número de su mejor amigo.
 
El celular de Francisco sobre la mesita de noche, distrayendo a Erika de su lectura.
 
–Hola, Sebastián –respondió la chica.
 
–¿Erika?, hola, ehhh… ¿podría hablar con Fran?, por favor.
 
–Lo siento, él está dormido, ¿quieres que lo despierte? –dijo, viendo al chico acurrucado plácidamente a su lado.
 
–No, no lo molestes, está bien, ¿se quedará contigo esta noche? –preguntó.
 
–Sí, ya es tarde para que regrese solo a casa, ¿quieres dejarle un mensaje?
 
–Dile que me llame en cuanto pueda.
 
–Bien, se lo diré en cuanto despierte.
 
–Gracias, Erika. Buenas noches.
 
–Buenas noches. 
 
Sebastián cortó la llamada y se quedó mirando el teléfono con una expresión desanimada.
 
–¿Qué pasó?, ¿qué te dijo Fran? –preguntó Cristina.
 
–Hablé con Erika. Fran está durmiendo y no quise molestarlo.
 
–Oh, ya. ¿Qué hacemos entonces?
 
–Tendremos que esperar, incluso para nosotros podría resultar peligroso salir así sin más.
 
–Ojalá y esté bien –dijo, abrazándose a su novio.
 
–Esperemos que sí –respondió, rodeándola con sus brazos y besándola en la frente.
 
El reloj de sala marcaba casi las 00:00.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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