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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

Capítulo extra largo, una compensación por la ausencia de los pasados meses.

Recuerden que pueden seguirme en la cuenta oficial de Instagram @augusto_2414 LMDE.

LXXI
 
Martín regresó a casa pasadas las 16:00. Estaba cansado y hambriento. Su madre, tras recibirlo y regañarlo por no presentarse a almorzar, ordenó a las criadas que dispusieran todo lo necesario para que el chico se alimentara.
 
—¡Mamá!, no fue mi culpa, se demoraron mucho en entregarme los medicamentos de Tomás, no pude hacer otra cosa que esperar —intentaba excusarse el pelirrojo, sentado a la mesa mientras los platos eran servidos frente a él.
 
—Sí, seguramente, ¿no será que te distrajiste y desviaste el camino? —dijo Ágata, revisando la bolsa de papel que contenía el encargo—. Bueno, trajiste todo lo que tu hermano necesita, gracias por ir y perdona las molestias, ahora almuerza y descansa.
 
—De nada —dijo Martín, sirviéndose los alimentos. Ágata se retiró del comedor, llevándose consigo la bolsa y acompañada de las criadas. El chico se quedó solo y en silencio.
 
En el exterior, el sol arrojaba sus rayos sobre la costa, interrumpidos de tanto en tanto por la nubosidad propia de la zona. Para esa misma tarde, el cielo estaba parcialmente cubierto, aunque no menos agradable que en la mañana.
 
Después de comer, Martín salió a buscar a su hermano, a sabiendas de que debía estar en los alrededores. Permanecer en la casa se volvía extremadamente aburrido cuando no estaban en mutua compañía. Tomás no estaba en el patio, pero en su lugar encontró a Gabriel, recostado en una silla de playa y medio dormido.
 
—Gaby, psst…, psst…, Gaby —le dijo en un susurro.
 
—¿Eh…?, ¿Martín?, ¿qué…?, ¿qué sucede? —respondió sin sobresaltarse, al contrario, se revolvió con pereza antes de abrir los ojos—. ¿Ya regresaste?, ¿cómo te fue?
 
—Sí, me fue bien, oye, disculpa que te moleste, ¿has visto a mi hermano? —preguntó con su habitual gesto de juntar las manos.
 
—Hace rato, horas yo creo, lo vi cargando sus cosas rumbo a la playa, imagino que todavía debe estar allá, ¿lo buscaste?
 
—No, apenas terminé de comer —dijo, tocándose la barriga—. Bueno, no me extraña que Tomás quiera disfrutar del mar, el clima mejoró bastante, y tú también, por lo que veo, estabas muy cómodo aquí descansando.
 
—Mucho, tengo que aprovechar el tiempo libre, sabes que tu padre me puede llamar en cualquier momento para algún trabajo.
 
—No solo mi padre, también mi madre y especialmente Tomás —sugirió Martín, enfatizando el nombre del mayor.
 
—Sí…, Tomás…
 
—En fin, ya que no estás ocupado, ¿me acompañas a buscarlo?
 
—¿Es necesario? —dijo sin convencimiento.
 
—Tal vez, anda, vamos, ¿en qué te afecta?, daremos un paseo por la playa, además, a Tomás siempre le alegra verte.
 
—Tomás es impredecible —el comentario sonaba más a una reflexión que otra cosa—. Vale, vamos, déjame estirarme primero, estoy recostado desde el almuerzo.
 
Gabriel se levantó de la silla, extendió los brazos y las piernas, se puso los zapatos y la chaqueta ligera sobre los hombros. Ambos caminaron hasta el fondo del patio, en donde había una escalera de madera que descendía hasta las cálidas arenas.
 
—Qué fuerte está el viento, ¿no tienes frío? —dijo, advirtiendo las ropas que llevaba Martín.
 
—No, me he acostumbrado, pensaba que tú también, con todo el trabajo que haces en la casa, suponía que tolerabas de mejor forma el ambiente de la costa.
 
—Para que veas, no me acostumbro —dijo, y antes de poder agregar algo más, vio como Martín se quitaba las alpargatas y continuaba caminando descalzo—. Y ahí vas tú, sin zapatos.
 
—¿Qué tiene de malo?, sentir la arena bajo tus pies es tan relajante, incluso cuando está nublado, ¿por qué no te los quitas?
 
—¿Estás de broma?
 
—No, hablo en serio. Quítatelos.
 
—Por esta vez paso.
 
Martín sonrió y corrió libre por la superficie amplia y desierta que se extendía delante, hasta el sitio donde rompían las olas. Llegados a un punto, encontraron una toalla, sandalias, lentes de sol, una bolsa de manos y, lo más curioso, un pantalón de baño perfectamente doblado; no tuvieron que pensárselo mucho para entender lo que eso significaba, así que, mirando hacia el mar, reconocieron al pelirrojo mayor, bañándose desnudo y con sus cabellos sueltos, disfrutando como si no hubiera un mañana, ajeno a todo como si no perteneciera a este mundo.
 
Tomás, tras salir a la superficie, notó en la distancia como su hermano agitaba la mano, saludándole, en compañía de un estoico Gabriel. Dándose una última zambullida, salió del agua para encontrarse con los chicos que, con diferentes reacciones, admiraron el excelente estado físico del pianista.
 
—¿El viejo los envió a buscarme? —preguntó con desinterés.
 
—No, sólo quería saber dónde estabas —respondió Martín, entregándole la toalla para que se cubriera—. Le pedí a Gabriel que me acompañara un rato, aprovechando que está libre.
 
Tomás miró al aludido, quien no respondió, ni siquiera le estaba viendo. Gabriel permaneció con las manos en los bolsillos, avergonzado ante la falta de pudor del pelirrojo mayor.
 
—¿Qué sucede?, no es la primera vez que me ves así —le dijo, ciñéndose la toalla a la cintura—. Ya puedes mirar.
 
—Gracias, ¿volvemos a la casa? —dijo Gabriel, soltando un suspiro y recogiendo las demás cosas que reposaban en la arena.
 
—Claro, a menos que también quieras darte un chapuzón —dijo Tomás, sacudiendo su larga cabellera cobriza.
 
—En cuanto lleguemos, irás a darte un baño inmediatamente, sabes que a mamá no le gusta verte todo desaliñado durante la cena —le indicó Martín.
 
—Lo sé, y para eso tú me acompañarás, ¿cierto?
 
—¿Qué?, ¿por qué yo? —exclamó Gabriel.
 
—Tu no, tonto, me refiero a Martín, aunque no estaría mal que me acompañaras alguna vez, es un poco solitario vivir aquí, ¿qué dices? —dijo, cogiendo al moreno de la mano.
 
—No… ¡no seas ridículo!, no estoy aquí para hacerte compañía —exclamó con el rostro sonrojado.
 
—Me sorprende que, pese a todo el tiempo que llevas trabajando para nuestra familia, no logres acostumbrarte a mi forma de ser —dijo Tomás con una sonrisa tenue. Las gotas resbalaban por su cabello y rostro mojados, dándole un aspecto muy hermoso que a Gabriel le aceleró el corazón.
 
—Creo que ya no tienes frío, ¿verdad? —observó Martín con una risita.
 
A Tomás le hizo gracia el comentario y aguardó por la respuesta de Gabriel.
 
—Ya no tengo frío —dijo, y en un gesto inesperado, se quitó la chaqueta ligera que cargaba para colocársela a Tomás sobre los hombros—. Vámonos ya, no sea que pesques un resfriado.
 
—Gracias, en el fondo sé que te importo un poco —dijo, para luego besarlo en la mejilla, aumentado notoriamente el sonrojo del moreno.
 
—Démonos prisa, antes de que Gabriel se enfríe y te pida la chaqueta de vuelta —dijo Martín al borde de la risa.
 
Sin soltarle la mano, Tomás caminó feliz junto al chico y a su hermano. Tenerlos a su lado era motivo suficiente para seguir viviendo.
 
En el horizonte, el sol comenzaba a decaer.
 
… … … … …
 
—¿Puedo saber algo?
 
—Sí, ¿qué es?
 
—No me contaste lo que ocurrió con Lucas la noche después de la cena —dijo Martín sin preámbulos.
 
Tomás estaba sumergido hasta el cuello en la bañera, mientras que su hermano le lavaba el cabello.
 
—¿Te preocupa que haya sucedido algo entre nosotros?
 
—Un poco, al menos sueles decirme cómo te sientes, pero desde que regresamos de la ciudad, has estado callado y, además, cuando vas solo a la playa, sé que es porque hay algo que te preocupa.
 
—Sin duda eres el que mejor me conoce.
 
—Después de mi estaría Gabriel, ¿no crees?, ha estado con nosotros por años y ha podido conocerte, aunque, como le dijiste, sigue sin acostumbrarse a este lugar.
 
—Es verdad —dijo, sonriendo ante el recuerdo del moreno sonrojado—. Es muy tierno cuando está conmigo.
 
—Supongo que sí, mientras a ti te guste, está bien.
 
—¿Qué te hace pensar que me gusta Gabriel? —preguntó con sobresalto.
 
—Aún no estoy seguro, pero creo que te haría bien estar con alguien como él, por cierto, ¿qué fue ese beso de hoy?, no te había visto hacerlo antes.
 
—Sí, lo sé. Fue algo espontáneo y se sintió bien.
 
—Me alegra, pero oye, sigues sin responderme. Eso que te distrae, tiene que ver con Lucas, ¿cierto?
 
Silencio.
 
—¿Tomás?
 
—Esa noche la pasamos juntos en su casa, y ha sido la última vez que lo hacemos, si sabes a qué me refiero.
 
Martín asintió.
 
—Nos dijimos todo lo que teníamos pendiente, ya puedes imaginarte que fue una larga conversación, gracias a lo cual pude confirmar que él está enamorado de alguien más.
 
—¿De Adolfo?
 
—Así es, aunque él no quiso reconocerlo, pero como no pudo engañarme, entendí que sí lo está, y sabes qué, me alegró mucho saberlo. Lucas se merece ser feliz otra vez.
 
—Y tú también, Tomás, no te olvides de tu corazón, y si descubres que en verdad te gusta Gabriel, dale una oportunidad.
 
—Pero no tengo idea de lo que él siente por mí.
 
—Tendrás que averiguarlo y, si quieres conocer mi opinión al respecto, creo que te mira de un modo especial.
 
—¿De verdad crees eso?
 
—Sí. Tienen que pasar más tiempo juntos y, quizá, resulte algo bueno después de todo —dijo el menor.
 
—Tal vez tengas razón.
 
—Y en cuanto a Lucas, ojalá siga adelante y pueda conseguir una relación estable con Adolfo, porque me pareció que ese chico también lo ve de una forma diferente, pese a que me lo negó.
 
—¿Se lo preguntaste?, parece que son tal para cual, Lucas y Adolfo, negándose a aceptar lo que sienten.
 
—Tenía curiosidad por saberlo, así que le pregunté durante la cena.
 
—Me hace ilusión verlo con una pareja, y si es Adolfo, estaré tranquilo con su elección —hizo una pausa antes de continuar, como si considerara las palabras que acababa de decir—. Me gustaría que nos viéramos otra vez, cuando los dos hayamos retomado nuestras vidas, cuando estemos con la persona que amamos. Se lo dije esa noche.
 
—Tomás, ¿alguna vez pensaste en volver con Lucas?
 
—Muchas veces, pero ya sabes que habría sido imposible, incluso ahora no podríamos por más que quisiéramos, el viejo nunca aprobó nuestra relación y aprovechó la oportunidad para sacarme de la ciudad con tal de separarnos. Tampoco hay seguridad de que me permitiera tener una relación con otro chico, y si se tratara de Gabriel, estoy seguro de que lo despide antes que verlo como mi pareja. ¿Entiendes por qué me he mantenido solo durante tanto tiempo? Por lo demás, Lucas ya abrió un espacio para que Adolfo entrara en su vida y no seré yo quien los separe, no quiero ser egoísta, tampoco estoy celoso.
 
—Ahora entiendo mejor las cosas. Debimos tener esta conversación hace mucho, me tenías preocupado porque no sabía las razones tras la ruptura, y que ustedes pasaran esa noche juntos me hizo pensar que algo podría ocurrir.
 
—Bueno, ya lo sabes, no hace falta añadir detalles sobre lo que hicimos —dijo el pelirrojo mayor, viendo a su hermano, que solo se sonrojó—. Ten por seguro que nuestra ruptura no fue por falta de amor. Fue amor que no supimos mantener, como una preciosa flor que se marchitó en nuestras manos.
 
—¿Todavía lo quieres?
 
—Mentiría si dijera que no. Le quiero y es por eso que quiero verlo feliz, incluso si no es conmigo. Si puedo tener a Lucas como amigo, seguirá siendo lo más importante para mí, y yo para él, así lo decidimos. Somos libres para estar con quien escojamos.
 
Martín escuchaba atento.
 
—Nos dimos cuenta de que estuvimos atados a una ilusión sin posibilidad de continuar con nuestras vidas, pero ya no más. Estoy tranquilo y lo de hoy fue una limpieza de todo aquel pasado que me ataba, estoy listo para continuar con mi vida, llevando siempre conmigo lo mejor de mi relación con Lucas.
 
—Me alegra tanto escucharte hablar así —dijo Martín, abrazándolo y apoyando la cabeza en su hombro—. No quiero volver a ver tristeza en tu rostro. Quiero verte sonreír, que toques el piano con el entusiasmo de antes.
 
—Lo haré, te lo prometo —dijo, besándole la mejilla—. Gracias por escucharme y por preocuparte tanto, aunque me hace sentir extraño.
 
—¿Cómo así?
 
—Soy el mayor, debería ser yo quien vele por ti.
 
—Yo también puedo protegerte, soy muy fuerte, pero si te hace sentir mejor, nos protegeremos mutuamente, ¿sí?
 
—Sí. Ahora termina el baño o se hará tarde para la cena.
 
—Claro, en un momento, ¿pensaste que me había olvidado de lo que estamos haciendo?
 
El menor procedió a enjuagarle los cabellos con el agua tibia de la regadera, para luego ayudarle a salir de la bañera y cubrirlo con toallas. Se fueron al cuarto de Tomás, donde Martín le secó, le aplicó aceites aromáticos y le cepilló sus brillantes risos, antes de dejarle a solas para que se vistiera.
 
—Ya somos libres —dijo en voz alta, viéndose al espejo del tocador. Pensó en Lucas, en Adolfo y en el futuro de ambos. “Ojalá que puedan hacerse felices mutuamente. No pido nada más”.
 
… … … … …
 
Gracias a las visitas que recibió durante el fin de semana, Alejandro se despertó con más energía de la habitual. Su rostro ya no dolía, salvo por su nariz aun cubierta por vendajes; el cuerpo se sentía menos pesado y podía moverse con más libertad.
 
Ver a Ignacio y Javier fue una verdadera sorpresa, un gesto tan valioso que no halló palabras para agradecerles. Desde la cena en el departamento del bartender, no había tenido ocasión de ver o charlar con el peliblanco, así que tenerlo ahí para conocer cómo iban las cosas con su pareja se sintió como un soplo de aire fresco. Por otra parte, desde que recibiera la noticia de que Nicolás había despertado, sus ansias de verlo no hicieron más que aumentar conforme pasaban los días. Afortunadamente, esas ansias serían satisfechas.
 
La mañana del martes, tras su revisión general, el médico le informó a él y a su madre que su salud era favorable, incluso su nariz estaba en condiciones de quitarle las vendas. La conclusión fue que, dentro de uno o dos días, podría irse a casa.
 
—¡Oíste, mamá!, podré irme a casa —exclamó Alejandro sentado en el borde de la cama.
 
—Sí, pero eso no significa que podrás hacer lo que quieras, jovencito —dijo Olivia.
 
—Ya lo sé, tendré que cuidarme. Dígame, doctor, ¿cuándo podré ver a Nicolás?
 
—Como tus resultados han sido favorables, puedo autorizarte para verlo —dijo el médico, mirando los documentos en el portapapeles.
 
—¿De verdad?, ¡muchas gracias, doctor!
 
—De nada, Nicolás también ha mostrado mejorías, sin embargo, todavía no puedo asegurar que pueda irse de alta, tendremos que revisar sus análisis y con resultados en mano, tomar una decisión. Por ahora, puedes esperar hasta que te envíe decir que puedes verlo en su habitación, nosotros iremos a chequear su estado.
 
—Gracias, doctor, yo me encargaré de acompañar a este ansioso, no sea que vaya a dañarse —dijo Olivia, rodeando con sus brazos al chico, que no podía de la emoción—. Hablaré más tarde con la señora Antonia para avisarle, tampoco quiero que Nicolás se infarte con tu visita.
 
—Tampoco yo, así que sí, anda y habla con ella —le dijo, recargándose contra su madre, cerrando los ojos con una expresión apacible—. Han sido días sin verlo, tengo unas ganas de salir por esa puerta y correr, correr, y correr hasta encontrarlo, lanzarme sobre él y abrazarlo.
 
—Para él también ha sido un tiempo difícil, así que estará tanto o más deseoso de verte que tú, pero tienes que permanecer tranquilo, si pudieron esperar días completos, podrán esperar algunas horas —dijo, dándole un beso en la frente, mientras le acariciaba los cabellos.
 
Alejandro asintió y se dejó consentir, feliz de tener a su madre consigo y la esperanza de ver pronto a su novio. Continuaron hablando por media hora más, hasta que la mujer tuvo que marcharse para hablar con Antonia y, de paso, conocer las noticias del estado de Nicolás.
 
Olivia aguardó afuera de la habitación, mientras que al interior el pelinegro y su familia escuchaban al médico. Eran las 11:28. La puerta se abrió y el profesional se retiró por el pasillo, dando instrucciones a sus acompañantes. Ella se acercó hasta la entrada y tocó, anunciando su presencia.
 
—Buenos días —saludó.
 
—Buenos días, Olivia, ¡qué bueno verla!, adelante —respondió Antonia, que permanecía sentada junto a su hijo en la cama.
 
—¿Ha visto a Alejandro?, ¿cómo está él? —preguntó Nicolás, después de saludar a la recién llegada.
 
—Está bien, hoy despertó muy animado, parece que sabía que iba a recibir una buena noticia y, de hecho, traigo noticias, pero antes quiero saber cómo estás tú, ¿cómo te has sentido?
 
—Estoy mucho mejor, es posible que pueda irme a casa dentro de algunos días. Quizá esta misma semana —respondió, luciendo una expresión por completo diferente, si bien aún no desaparecía del todo la hinchazón y los moretones, su ánimo volvía a ser el de antes.
 
—Me alegra muchísimo saberlo y verte así de bien resulta oportuno para lo que vengo a decirles —dijo Olivia.
 
—¿Qué es?, ¿a qué se refiere?
 
—Es probable, casi seguro, que mi hijo venga a verte hoy.
 
—¿En serio?, ¿no es una broma?
 
—Por supuesto que no, muchacho. No sabes cuán feliz se puso Alejandro al recibir la autorización, además de que le darán el alta en un par de días y no quiere irse de aquí sin verte primero.
 
Nicolás, no pudiendo con la emoción, se recostó en el regazo de su madre, sollozando, como si de un niño pequeño se tratara.
 
—Qué buena noticia, ¿no? —dijo Antonia, acariciando a su hijo, intentando calmarlo—. Nico, por favor, tienes que lucir bien para Alejandro, ¿quieres que te cepille el cabello?
 
—¿Tan mal me veo? —dijo, recobrándose, limpiándose la nariz y los ojos.
 
—Un poco, sí, pero descuida, Alejandro tendrá que hacer algo más que peinarse para lucir presentable, lo primero que hará cuando regrese a casa será darse un baño —comentó Olivia, riendo por lo bajo—. En cualquier caso, él estaba muy emocionado, ya podrás imaginártelo, se habría levantado en ese mismo momento si yo no hubiera estado para impedírselo. Creo que en las próximas horas le avisarán que puede venir.
 
—Ojalá así sea, me gustaría mucho verlo —dijo Nicolás.
 
—Mientras no te quedes dormido esperándolo —dijo su madre, bromeando.
 
—Aunque lo estuvieras, estoy segura de que Alejandro no desaprovechará la oportunidad, incluso sería capaz de despertarte —dijo Olivia.
 
Nicolás sonrió con ternura ante la imagen del chico, remeciéndolo con tal de que le viera otra vez.
 
—¿Qué pasó, hijo?
 
—Nada, espero estar despierto.
 
—Qué perezoso eres, muchacho —dijo, a lo que Antonia respondió con una risa, mientras continuaba en la labor de cepillar los largos cabellos oscuros de su hijo—. Bien, me retiro, ha sido un agrado verlos, iré con Alejandro y le preguntaré a qué hora vendrá, porque no voy a dejarlo venir solo, hasta entonces.
 
—Gracias por venir, Olivia. Dele mis saludos a Alejandro. Nos vemos más tarde.
 
—Muchas gracias por todo, estaré esperando —dijo Nicolás, despidiéndose de su “suegra”. La mujer abandonó la habitación, dejando a madre e hijo solo otra vez—. Tal parece que Alejandro se marchará antes que yo.
 
—Lo que explica bien el por qué quiere verte, de lo contrario, tendría que esperar hasta que tu regreses a casa para hacerlo. Sin embargo, no te desesperes, tu salud es lo primero y no quiero que pierdas todo tu avance por un impulso.
 
—No te preocupes, mamá, no haré nada estúpido.
 
—Bueno, sería ideal que pudieran irse de alta el mismo día, ¿no crees?, cuando reciba los resultados de los exámenes, quizá el doctor te pueda autorizar.
 
—Espero que sí. Mamá, creo que debería intentar levantarme.
 
—¿Estás seguro?, ¿no será demasiado en este momento?
 
—Tengo que intentarlo, no permaneceré recostado para siempre, o si no mi cuerpo se entumirá y me tomará más tiempo recobrarme. Ven, ayúdame, por favor.
 
Antonia, apartando el cepillo del cabello, asistió a su hijo para que, una vez quitadas las sábanas, quedara sentado en el borde de la cama. Nicolás sintió como sus piernas se estremecían por el cambio de postura.
 
—¿Estás bien?
 
—Sí, dame un momento, siento un cosquilleo —dijo, tocándose las extremidades con las manos, a fin de aliviarlas—. Ahora, sostenme mientras intento levantarme.
 
Su madre obedeció y lo sostuvo por el brazo, en lo que Nicolás, apoyándose en la cama con ambas manos, colocó los pies sobre las frías baldosas del suelo. Acostumbrado ya a las sensaciones, se impulsó hasta quedar erguido y sostenido por sus propios miembros. Antonia lo rodeó por los hombros y lo atrajo hacia sí tras percibir el leve temblor que le atravesaba el cuerpo.
 
—Tranquilo, te tengo bien sujeto, ahora intenta caminar, despacio, apóyate en mi —le dijo.
 
Nicolás dio un primer paso, titubeante, cargando el peso del cuerpo sobre su madre, y seguro de que no tropezaría, continuó y dio el siguiente, y así, otro y otro, hasta llegar a la ventana que le ofrecía un panorama diferente del que, hasta ese momento, había estado viendo entre aquellas cuatro paredes: el sol radiante y algunas nubes dispersas en el cielo daban al día un aspecto tan luminoso que se transmitía incluso a los edificios cercanos, al estacionamiento y al jardín. Era un escenario que el pelinegro habría deseado compartir con su novio.
 
—Viendo esto, tengo más ganas de irme que antes —dijo, sosteniendo con fuerza la mano de Antonia.
 
—Tranquilo, pronto podrás hacerlo en compañía de Alejandro —le dijo, percibiendo que las ansias de su hijo iban en aumento—. Ven, regresemos a la cama.
 
—No, por favor llévame hasta la puerta y luego de vuelta aquí, quiero recobrar mis fuerzas cuanto antes y caminar otra vez.
 
—De acuerdo.
 
Sin soltarle la mano, Antonia sostuvo a Nicolás en cada paso que daba, temerosa de que el esfuerzo excesivo lo dejara agotado, pero, con sorpresa, advirtió que la voluntad del muchacho lo impulsaba a continuar y, tras algunas idas y venidas, éste no tardó en acostumbrarse, volviéndose sus pasos resueltos y seguros. Llegó un punto en que la mujer se animó a soltarle del todo y el pelinegro, con una sonrisa confiada, continuó por su cuenta hasta llegar a la cama, sentándose y recobrando el aliento.
 
—¡Muy bien!, ha sido un enorme progreso, pero basta por hoy, debes descansar.
 
—Ya he descansado lo suficiente —repuso el pelinegro.
 
—No es así. Mira como tiemblan tus piernas —dijo, ayudándole a recostarse.
 
—Solo un poco, no exageres, es un esfuerzo necesario, ¿o es que quieres verme en silla de ruedas cuando salga de aquí?, creo que no.
 
—Nadie quiere verte así, por eso te tomarás las cosas con calma, no me hagas repetirlo, ¿de acuerdo? —dijo, cambiando el tono de su voz por uno más serio.
 
—Ya, ya, no te enojes, descansaré hasta que Alejandro venga a verme, aunque no sé si podré contener la emoción —dijo, cubriéndose los ojos con las manos.
 
—Hijo, cuando estén juntos, disfruta al máximo cada minuto, estoy segura de que él también estará deseoso de verte.
 
Nicolás, cual niño consentido, se entregó a los brazos de su madre, quien lo recibió siempre afectuosa, compartiendo un momento en silencio como tantos otros en días anteriores.
 
… … … … …
 
El cansancio pudo más con Nicolás y, después del almuerzo, durmió tranquilamente sin interrupciones.
 
Eran pasadas las 16:00 cuando Alejandro fue a visitar a su novio, caminando del brazo de su madre, quien lo acompañó hasta la habitación. Dando un golpe suave en la puerta para anunciarse, hizo ingreso al cuarto y se acercó hasta la cama donde reposaba el pelinegro.
 
—Nico…, Nico…, mira quién vino a verte, dormilón —le dijo Alejandro entre susurros, tocándole la mejilla y acariciando sus labios—. ¿O es que debo besarte para que despiertes?, mi bello durmiente.
 
Se inclinó sobre el rostro de Nicolás para posar sus labios sobre los ajenos, y como si reconociese el contacto, el pelinegro respondió la caricia mientras abría lentamente los ojos.
 
—Hola, precioso —le dijo, mirándole con detenimiento.
 
—Hola, dormilón, perdóname por tardar tanto en venir —dijo Alejandro, acariciándole.
 
—No, tú a mí, por no despertar antes —repuso, llevando sus manos hasta las mejillas sonrojadas de su chico. 
 
Pese a que los rostros de ambos estaban enrojecidos o amoratados, la belleza que mutuamente se reconocían, para ellos no se había opacado en lo más mínimo. La felicidad que se transmitían a través de los ojos resultaba indescriptible y, considerándolo apropiado, Olivia los dejó a solas.
 
—No sabes cuanto te extrañé y cuán preocupado estaba —dijo Alejandro, cayendo de rodillas junto a la cama, derramando algunas lágrimas.
 
—También yo, no hubo día en que no pensara en ti y el no poder moverme fue un suplicio. Ven, mírame, Alejandro, no llores, no llores, precioso, estoy bien —dijo, intentando consolarle.
 
—¿Cómo no voy a llorar?, estoy tan feliz de verte, ¿cómo no estarlo?, creí que te perdería, me asusté muchísimo cuando supe que no despertabas.
 
—Pero ya pasó, estoy aquí contigo, vivo, aunque todavía un poco adolorido —dijo, esbozando una sonrisa gentil—. Anda, déjame ver tu rostro.
 
Alejandro se enjugó las lágrimas y vio a Nicolás, cuyos ojos estaban igual de humedecidos.
 
—Eso es, acércate y escúchame, te amo y verás que saldremos de esta.
 
—Lo sé, lo sé, también te amo y te agradezco lo que hiciste, fuiste muy valiente.
 
—No podía dejar que te hicieran daño, no podía permitirlo y aun así… yo no pude…
 
—Hiciste suficiente, tus lesiones fueron más graves que las mías, fue por protegerme y no lo olvidaré.
 
Nicolás cerró los ojos un momento, como si procesara las palabras que acababa de oír, para luego volverlos a abrir y encontrarse con la visión radiante de Alejandro, sus ojos verdosos destellantes y sus mejillas teñidas de carmín. Sin más, ambos se besaron con necesidad, buscando satisfacer la ausencia de los pasados días, para sosegar sus corazones atribulados, para sentir una vez más la calidez de sus cuerpos.
 
Tras separarse, el pelinegro le hizo sitio a su novio para que se tendiera a su lado en la cama, cosa que este último correspondió sin demora. La pareja dedicó los minutos que siguieron a disfrutar en silencio de las caricias y besos, antes de retomar la conversación.
 
—Es posible que mañana o pasado mañana me den el alta, ¿lo sabías?
 
—Sí, tu madre me lo dijo, qué envidia me da, también quisiera irme.
 
—No quiero que te quedes solo aquí —dijo Alejandro, acurrucándose junto a él.
 
—El doctor debe traer todavía los resultados de mis exámenes, confío en que sean buenas noticas —le dijo, dándole esperanzas—. De todas formas, si no es así, me iré a casa durante esta semana y estoy seguro de que esperarás por mí, ¿verdad?
 
Alejandro asintió.
 
—Además, sé que los chicos te harán compañía hasta el día que regrese, ellos siempre están al pendiente de ti.
 
—Y de ti, Cristina me pregunta acerca de tu estado cada vez que hablamos, lo mismo que Fran y Seba.
 
—Ya veo. Hablas regularmente con ellos.
 
—¿Tu no?, ¿no recuperaste tu teléfono?
 
—Lo recuperé, es solo que me olvidé y no hice las llamadas que pensaba hacer. Le dije a Ignacio que hablaríamos cuando me sintiera mejor.
 
—Hazlo, llámale, Ignacio y Javier se han portado muy bien con nosotros.
 
—Sí, Javier me dijo que debíamos ir a cenar con ellos en cuanto nos recuperáramos, quiere que conversemos más y compartamos como amigos. Honestamente, me hace sentir mejor que él haya sido capaz de superar sus inseguridades y decidiera hacer las paces conmigo. Es un chico excepcional.
 
—Lo es, Ignacio no pudo ser más afortunado.
 
—¿Sabes que Javier le propuso que vivieran juntos?
 
—No, no lo sabía, ¿de verdad le hizo esa propuesta?
 
—Sí, y está deseando que Ignacio acepte.
 
—Vaya, sí que está pensando de forma muy seria el futuro de su relación. Ignacio no me comentó nada al respecto cuando estuvo conmigo.
 
—Tampoco a mí, fue Javier quien me lo contó y, al parecer, las cosas no son tan fáciles.
 
—¿Por qué?
 
—Según lo que él me dijo, Ignacio tiene una situación familiar, un asunto delicado con sus padres y que debe resolver antes de aceptar su proposición.
 
—Oh, entiendo, debe de ser algo difícil de enfrentar y, aunque Ignacio siempre se muestra tan firme, sé que puede afectarse, como esa vez que pidió verte en su departamento.
 
—En esa ocasión le dije a Javier que cuidara mucho de él, Ignacio es lo mejor que le pudo pasar en la vida y, de verdad, espero que él acepte y se vayan a vivir juntos.
 
—También yo, Nico, también yo. Dime, hablando de este tema, ¿te gustaría que hiciéramos lo mismo algún día? —preguntó Alejandro, cogiéndole de la mano.
 
—¿Eh?, ¿te refieres a vivir juntos?, ¿solos los dos? —preguntó sorprendido.
 
—Sí, es una idea agradable, ¿no te parece?
 
—Me atrapas con la guardia baja, antes que nada, yo esperaría a salir del hospital, luego podemos hacer los planes que quieras.
 
—¡Qué aguafiestas! —repuso, haciendo un puchero.
 
—No te enojes, claro que me gustaría vivir contigo, es que yo pensaba en casarnos primero.
 
—¿Qué?
 
—Ya sabes, hablar con tus padres, pedirles tu mano, lo que se acostumbra hacer cuando quieres casarte… ¿eh?, ¿qué pasó?
 
Los papeles se invirtieron, pues Alejandro, que no se esperaba una contestación como esa, no pudo articular palabra y, en su lugar, escondió el rostro avergonzado en el pecho de Nicolás, quien lo rodeó con sus brazos, incapaz de resistir lo tierno de la reacción.
 
—Vale, ya entendí, dejemos este asunto para otra ocasión —dijo Nicolás, riendo.
 
Alejandro, sin separarse, asintió, en parte contrariado, en parte emocionado al saber que su novio también se tomaba muy en serio la relación y que tenía planes para el futuro.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.

Recuerden que pueden seguirme en la cuenta oficial de Instagram @augusto_2414 LMDE.


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