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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.


Información importante. Esta historia está siendo publicada de forma simultánea en mi perfil de Wattpad. Usuario. Augusto_2414
Les recuerdo también que he creado una cuenta de Instagram (@augusto_2414) para que puedan seguirla. Que se vuelva un espacio de interacción con todos ustedes, en donde podrán encontrar las ilustraciones oficiales.

Los invito a visitarme en todas las plataforma y dejar sus comentarios. Muchas gracias.

LXXIV
 
Como derrotado, Lucas permaneció sentado en el césped, sosteniendo la taza a medio beber, ante la mirada expectante de su anfitriona.
 
—Ya te sientes mejor —preguntó Erika.
 
—Sí, gracias.
 
—¿Qué vas a hacer a partir de ahora?
 
—¿A qué te refieres?
 
—A lo de Adolfo, ¿han hablado de lo que está pasando entre ustedes?
 
—Solamente nos confesamos, si es lo que quieres saber.
 
—¿Ya lo hicieron? —preguntó Martín, muy interesado.
 
—Sí, decir que nos gustamos, es una confesión, ¿no?
 
—Lo es, buena forma de comenzar, ahora necesitan pasar tiempo juntos, salir a comer, a pasear, ver una película, en fin, comportarse como si fueran una pareja, porque me supongo que es eso lo que quieres, tener una relación seria con Adolfo.
 
—Eso creo, sí, pero no sé si es lo que él quiere. Hasta ahora todo ha sido un juego entre nosotros.
 
—Pero en medio de ese juego, ha surgido algo real, ¿por qué molestarte en venir hasta aquí si no fuera así? —concluyó el pelirrojo. Lucas le dedicó otra mirada molesta—. Sí que tengo razón, entonces.
 
—Como sea, no puedo seguir así, antes habría podido hacer cualquier cosa para olvidar, con cualquier persona y habría sido suficiente, solo otro momento pasajero. Pero Adolfo logró algo que creí imposible, desde que nos conocimos me atrajo su carácter, su atrevimiento, la forma en que se expresa y desenvuelve, nunca se mostró sumiso como cabría pensar, y aun sigo pensando en él, ¡mierda!, ¿por qué?, nunca me había sentido así, con cada día que pasa me crece mi desesperación, ¿ves esto? —dijo, extendiendo las manos y mostrar sus uñas—, me las pinté porque Adolfo también lo hace y le quedan de maravilla, sensuales, el muy cabrón.
 
Erika soltó una carcajada ante el comentario.
 
—En fin, ¿qué más quieres que te diga?, después de todo sí necesitaba desahogarme, incluso alguien como yo es incapaz de soportar tanto peso sobre los hombros.
 
—El peso de los cielos sobre ti, como Atlas —comentó Martín.
 
—Como Atlas. Bueno, pensaré en lo que me han dicho.
 
—No solamente pensar, debes hablar con Adolfo, si él ya sabe de ti y si lo que sienten es recíproco, no dudes más y da el paso, ¿o vas a esperar a que uno se aburra del otro antes de concretar nada?
 
—No es lo que quiero, pero tampoco sé lo que él quiere. Me siento como en un limbo.
 
—Por eso es que tienes que hablar con él.
 
—Intentaré hacerlo y seguir los consejos de mi maestra, porque lo eres, ¿sabías?, hoy me lo has demostrado, y gracias por el té.
 
—De nada, y recuerda utilizar la puerta principal la próxima vez que vengas aquí —dijo Erika.
 
—Entendido.
 
—Pero no te vayas todavía, mi hermano quiere hablar contigo.
 
—¿Conmigo?
 
—Sí, debió buscarte en tu casa.
 
—¿Y de qué quiere hablar conmigo?
 
—Aunque lo sé, no es apropiado que yo lo diga, en cualquier caso, Tomás vendrá pronto a recogerme, puedes esperar por él y que te lo diga personalmente.
 
—Supongo que sí, a cambio, ¿podrías servirme más té?
 
—Claro, y habrá que preparar otro tanto si sigues bebiendo.
 
—No me culpes, el té de jazmín que tienes es excelente.
 
—Eres irremediable —dijo, sirviendo más de la bebida en las tazas—. Lástima que no tenga esmalte de este color, te habría pintado las uñas yo misma.
 
—No te molestes, ya sé quien se encargará de ese menester.
 
En ese momento, la madre de Erika apareció.
 
—Hija, tu amigo regresó —dijo, señalando a Tomás, quien venía detrás.
 
Speak of the Devil —dijo Martín, corriendo a abrazarlo—. ¡Debiste quedarte conmigo!, recibimos una visita mientras te esperábamos.
 
—Sí, puedo verlo, hola Lucas.
 
—Hola, perdona si te hice perder el tiempo, te compensaré dedicándote todo el que necesites ahora —dijo, besándole en la mejilla.
 
—Sé que lo harás, no te apresures. Por lo demás, el paseo que di no fue en vano, ya les contaré —dijo, saludando a Erika.
 
—Ven, siéntate —le indicó la chica.
 
—Díganme, ¿se quedarán todos para la cena? —preguntó la madre.
 
—Lo siento, señora, tenemos que regresar a casa antes de que anochezca. Agradecemos el gesto, será para otra ocasión —dijo Tomás con una inclinación—. Erika, quisiera hablar a solas con Lucas.
 
—Por supuesto, ven Martín, acompáñame adentro, usted también, mamá —dijo, recogiendo los libros.
 
—Sí, espero nos visites pronto —dijo la mujer, retirándose.
 
—Será un placer, hasta entonces —dijo, cogiendo del brazo al rubio y llevándoselo hacia el fondo del jardín.
 
—Entonces, ¿estabas buscándome?, de haberlo sabido me habría quedado en casa.
 
—Habrías recibido la visita de alguien más.
 
—¿Por qué?, no me digas que… ¿viste a Adolfo?
 
—Sí, también te estaba buscando, afortunadamente para los dos, pudimos conversar de la misma forma que, creo, pudiste hacerlo con Erika.
 
—¿Cómo sabes de eso?, yo no te dije nada.
 
—¿Qué otra razón tendrías para venir aquí? —dijo, acariciándole la mejilla. Lucas bajó la vista como apenado—. Como sea, te estaba buscando para entregarte esta invitación.
 
—¿Invitación?, ¿es para tu cumpleaños?, falta poco para la fecha, ¿no?
 
—¡No te olvidaste!
 
—Jamás. Y que sorpresivo, una fiesta para celebrarte.
 
—Así lo decidí, después de todos estos años, quiero algo diferente para marcar la ocasión. Estaré muy feliz de que asistas.
 
—¿Será en tu casa?
 
—Sí, es lo apropiado.
 
—Me podré a la altura del evento, considerando que veré a tu padre otra vez, se llevará una gran sorpresa.
 
—Lo sé, ya quiero ver su rostro cuando te vea. Y, volviendo a Adolfo, también lo invité.
 
—De… ¿de verdad?, no sé qué decir. ¿cómo fue que se te ocurrió?, ¿o es que estaba en tus planes hacerlo?
 
—Solo pensé que sería una buena idea conocerlo mejor y con lo sé ahora, sería lindo verlos juntos.
 
—¿De qué hablas?, ¿qué es lo que sabes ahora?, Tomás, ¿qué fue lo que conversaste con Adolfo? —el tono de Lucas se volvió más serio.
 
—Hablamos de mí, de ti y de él. Ya conozco todos los ángulos de la historia, y en lo que respecta a ustedes, ambos lados de la moneda. Con certeza, puedo decir que ambos, tu y Adolfo, deben decidirse y dar el siguiente paso. Mientras prolonguen esta extraña relación que a nada conduce, jamás podrán ser felices, y no querrás vivir lamentando lo que no pudo ser.
 
—No, no quiero, Erika también lo dijo.
 
—No lo dudo, ella es como la Sibila, deberías hacer caso de sus palabras, así como de las mías, porque confías en mí, ¿verdad?
 
—Con la vida.
 
—Bien. Intenta hablar con Adolfo, pero no hoy, su cabeza debe estar hecha un lío, igual que la tuya. Ve a casa y descansa.
 
—Lo haré, te hablaré cuando las cosas estén resueltas. No sé la razón, pero esta noche sentiré tu ausencia más que nunca —dijo, tomándole las manos para besarlas, provocando un sonrojo en el rostro de Tomás.
 
—Ten paciencia, nos veremos pronto, nuestros caminos no se han separado del todo. Siempre estaremos el uno para el otro.
 
—Siempre.
 
Se abrazaron con fuerza y Lucas, inhalando el aroma del pianista, sintió la calma que creía olvidada.
 
—Te quiero, no lo olvides, Tomás, como el primer día.
 
—Nunca lo olvidaré, te llevo conmigo en el corazón y soy feliz de que quede sitio para mí en el tuyo.
 
Sonrisas sinceras se dibujaron en los labios de ambos.
 
Los hermanos se despidieron y agradecieron a Erika por recibirlos y reiteraron la invitación antes de marcharse. Por su parte, Lucas también se marchó, volvió a disculparse por la intromisión, diciendo que todo lo conversado no serían palabras en vano y que sabría antes que nadie de la decisión que tomara, cualquiera esta fuera.
 
… … … … …
 
Adolfo regresó a su casa inmediatamente tras quedar solo en las puertas de la cafetería. Su repentino encuentro y la posterior conversación con Tomás dejaron al pelinegro confundido, sin saber qué hacer con la invitación que sostenía entre las manos. 
 
Ojalá puedas asistir, me gustaría mucho verte ese día —había dicho el pelirrojo, presentándole un sobre de papel que contenía una estilosa tarjeta que, sin dudas, estaba hecha y escrita a mano. 
 
Le sorprendió ver que su nombre encabezaba el texto. “¿Acaso pensó en invitarme desde el comienzo?”, pensó Adolfo, “o sea que, de no habernos encontrado hoy, ¿me habría buscado para darme la tarjeta?” Esta y otras ideas daban vueltas en su cabeza, pues la plática no sólo le aportó nuevos y reveladores detalles acerca de la relación que hubo entre Lucas y el pianista, sino también para sincerarse acerca de lo que quería para sí mismo. 
 
Lo que hay entre Lucas y tú, ¿va en serio?, ¿o es solo una calentura pasajera? —había preguntado Tomás directamente. 
 
Al principio fue eso, pero mis sentimientos ya no son los mismos de entonces, me sentí atraído por él cada vez más y más, al punto que, tras separarnos un tiempo, acabamos buscándonos el uno al otro, como si de una cacería se tratara, hasta que, al alcanzarnos, no pude negarle lo que siento por él y confesé que me gusta.
 
¿Y él?, ¿qué dijo?, ¿cómo reaccionó?
 
Me correspondió en el acto. Sus palabras no fueron falsas en lo absoluto, tampoco sus besos ni sus caricias, ya no más. Nuestras vidas están unidas irremediablemente y ninguno de los dos puede hacer algo al respecto, pudimos antes, pero ya cruzamos esa barrera. No podemos restarles importancia, ni a sus actos ni a los míos.
 
Así se lo había expresado a Tomás.
 
Un episodio como el del callejón, en efecto, no puede tomarse a la ligera —comentó con la misma serenidad con que había iniciado la plática.
 
Le tomó un momento darse cuenta de las palabras empleadas por el pianista.
 
¿De qué callejón estás hablando?, yo no he dicho nada…
 
Tomás se delató con la suave sonrisa que se dibujó en su rostro.
 
No puede ser, ¿cómo sabes de eso?, ¿quién te lo dijo? —cuestionó con incredulidad.
 
Es un secreto.
 
Fue toda su respuesta. Después, como si nada, volvieron al tema inicial de la conversación, la invitación a su fiesta, dándole uno que otro detalle acerca de los invitados o de su familia, mientras degustaban sus postres con auténtico agrado. “Tomás es un misterio, como un fantasma, capaz de ver a través de las paredes y de los corazones”, pensó, tocándose el pecho. Por extraño que pudiera parecer, la conversación le alivió de la carga emocional que había acumulado en tan corto periodo de tiempo. 
 
Lo cierto es que, más allá del encuentro con Tomás, más allá de lo sucedido con Nicolás y Alejandro, más allá de que Lucas fuera el maniaco, pronto tendría que tomar una decisión, para bien o para mal. Estaba delante de la encrucijada y posibilidad de regreso, ahora solo quedaba escoger un camino y avanzar. 
 
… … … … …
 
Pasó alrededor de una semana desde que Nicolás regresara a su casa, cuando fue visitado por los amigos de Alejandro y, para sorpresa del pelinegro, éstos vinieron en son de paz. No solo se trataba de Cristina, Sebastián y Francisco, sino también de Erika; todos venían con regalos y entusiasmados de verle, compartiéndole noticias de su novio y preguntándole por su salud.
 
—Muchas gracias por venir, la verdad no los esperaba, me supongo que fue Alejandro quien les dio la dirección, ¿no? —comentó, abriendo el envoltorio que Cristina le entregara, descubriendo una caja con deliciosos cupcakes—. ¡Qué ricos se ven!, ¿los hiciste tu?
 
—No, los hizo mi madre, es que no sabía que regalarte y ella se ofreció a preparar unos pastelitos para ti, estoy segura de que te gustarán —explicó la chica.
 
—Pues te lo agradezco, me gustan mucho las cosas dulces. Ha sido un acierto de tu parte.
 
—También he traído algo para ti —dijo Erika, entregándole otro paquete que, por su forma y peso, revelaba ser un libro—. No estaba segura de tus gustos más allá de la lectura que hiciste en el café, así que opté por algo diferente. Ojalá sea de tu agrado.
 
—Gracias, has sido muy gentil. Lo cierto es que no he leído a este autor, de modo que es un buen comienzo —dijo, viendo con curiosidad el libro con los Poemas de Friedrich Hölderlin—. Después podemos comentarlo.
 
—Me gustaría, cuando te sientas mejor, considera asistir a las sesiones de lectura que organizaré más adelante —propuso Erika.
 
—Claro, lo tendré en cuenta —respondió el pelinegro.
 
—Perdona la pregunta, Nicolás, ¿ustedes ya se conocían? —intervino Francisco.
 
—Sí.
 
—Nos conocimos en el último café literario que organicé, ¿recuerdas?, el día que me fui a cenar fuera —dijo Erika.
 
—Sí, lo recuerdo, es decir, ¿estabas con Nicolás esa noche?
 
—No, no, el que fue a cenar con ellos fue Adolfo, mi hermano —aclaró—, ¿ustedes no lo conocen?
 
—No, ni siquiera sabíamos que tienes un hermano, ¿es mayor o menor que tu? —preguntó Sebastián con interés.
 
—Es menor que yo, esperen un momento, lo llamaré para que lo conozcan, ¡Adolfo!
 
Pasaron unos instantes y el muchacho llegó.
 
—¿Me llamabas, Nico? —preguntó, asomándose a la sala.
 
—Sí, quiero presentarte a las visitas, son los amigos de Alejandro y tuvieron la gentileza de venir a verme —dijo el mayor, señalando a los presentes—. Ellos son Francisco, Sebastián, Cristina y Erika.
 
—¡Señorita Erika!, vaya sorpresa, no esperaba vernos otra vez —exclamó al verla, para luego saludar con un apretón de manos a todos.
 
—Lo mismo digo, ¿lo ven?, nosotros ya nos conocíamos —dijo, mirando a sus amigos.
 
—Así es, desde la sesión de lecturas, ¿ha venido para invitarnos a participar? —preguntó el pelinegro menor.
 
—En parte, sí. Ahora mismo solo le comentaba a tu hermano que me gustaría contar con su presencia en el próximo evento, pero aun no hay fecha, ya les avisaré cuando comience a organizarlo, quizá te animas a participar —explicó Erika.
 
—Tendría que buscar algo que leer —respondió Adolfo, no muy convencido. 
 
—Hazlo, siempre es bueno contar con gente nueva.
 
—¿Te importaría recomendarme algo?
 
—¿Ahora?
 
—Claro, ¿o es que interrumpo vuestra reunión?
 
—Para nada, ¿me disculpan un momento?
 
Los chicos asintieron y Erika se levantó de su sitio para abandonar la sala en compañía de Adolfo, quien la guió hasta el patio trasero.
 
—Déjame adivinar, ¿vas a preguntarme sobre nuestros amigos en común? —comenzó Erika, mirando el agradable entorno, un lugar en el que tendrían privacidad, convenientemente según advirtió.
 
—Seré directo, ¿qué sabes sobre Lucas? —dijo, dándole la espalda.
 
—Que divertida situación, así como extraña —dijo con una sonrisa de medio lado—. ¿Sabes?, Lucas se presentó en mi casa hace unos días, sin ser invitado y arruinando lo que pudo ser una tarde tranquila, el muy desgraciado. Al menos Martín utiliza la puerta para entrar.
 
—Así que lo has visto y también al pelirrojo ese, ¿estaba solo?
 
—No, Tomás vino a recogerlo por la tarde, algo inusual de todas formas, porque rara vez viene a la ciudad, sin perjuicio de que mantenemos el contacto. Es Martín quien se cuela en mi casa cada vez que puede, Tomás estuvo de paso para hacerme una invitación, quién iba a pensar que Lucas se aparecería un par de horas después.
 
—¿Invitación? —preguntó, pues el comentario había captado su atención.
 
—Sí, Tomás me invitó a su cumpleaños, ¿qué pasa con eso?
 
—Es que, todo lo que me cuentas, el encuentro con Lucas y esos hermanos, fue en el mismo día que yo lo estaba buscando en su casa. Esa tarde me encontré con Tomás, conversamos un rato y acabó por invitarme también.
 
—¿Lo dices en serio? —Erika reaccionó con incredulidad.
 
—Sí, ahora entiendo por qué no encontré a Lucas en su casa, y Tomás tampoco, él estaba contigo.
 
—Todo en el mismo día y en el mismo momento. Que loco, ¿no? —dijo, intentando reprimir una risa.
 
Adolfo se tomó un tiempo para procesar la información. Erika lo miró con la misma expresión que hiciera cuando escuchaba a Lucas. Era la espectadora de un drama mal escrito que te saca más de una carcajada por lo exagerado de las escenas representadas.
 
—Erika, ¿Lucas habla mucho contigo? —dijo el menor, retomando la conversación.
 
—No realmente, sin embargo, cada tanto me busca para eso, casi se ha vuelto una costumbre para él, se vuelve tan insistente a veces que no puedo ignorarlo. Eso me recuerda que, días después del ataque a tu hermano, Lucas me escribió varias veces, sin darme detalles acerca de lo que quería, y el día que irrumpió en mi casa, noté que “algo” le había ocurrido.
 
Las palabras de la chica, tan lentas como frías, apuntaban a una dirección que Adolfo conocía, tanto que lo hicieron maldecir.
 
—No se te ha pasado por la mente que, tal vez, Lucas sabe algo de ese incidente con tu hermano —continuó diciendo.
 
—No… no lo creo, ¿qué te hace pensar eso?
 
—Tan simple como las cosas que veo y escucho. Lucas cree que es muy inteligente, pero yo creo que es bastante tonto, deja señales que incluso yo puedo seguir.
 
—Supongo que estoy de acuerdo contigo.
 
—En fin, sea lo que sea que ese desgraciado esté haciendo, no es de mi incumbencia, incluso si me llego a enterar de los detalles —mintió, disfrazando la verdad con indiferencia—. ¿Sabes, Adolfo?, algo me dice que tu estás involucrado con Lucas y que, tarde o temprano, todo saldrá a la luz. Son señales. Veremos a dónde nos conducen.
 
—Veremos.
 
—¿Regresamos adentro?, no quisiera que las sospechas recaigan en mi, o en ti, ¿verdad?
 
—No, queremos llevar una existencia tranquila mientras nos sea posible.
 
—Entonces eres más listo de lo que pensaba.
 
Adolfo se mostró satisfecho con el término de la conversación, antes que por el cumplido. Fingió calma ante el discurso contundente que la chica le había dedicado.
 
—¿Todo bien? —preguntó Nicolás al verlos de vuelta.
 
—Sí, Nico —respondió el menor.
 
—¿Qué le has recomendado? —preguntó Francisco—. ¿Alguno de tus favoritos?
 
—Ovidio, poeta clásico de la Antigüedad —respondió ella sin dudar.
 
—Poesía para los dos hermanos, ¿eh? —observó Cristina.
 
—Les vendrá bien a ambos. De paso, podrán practicar la lectura en voz alta y prepararse para el próximo café literario —dijo Erika, volviendo a ocupar su lugar junto a su novio.
 
Adolfo, lejos de la tranquilidad de su “amiga”, sentía inquietud ante la cantidad de información que ella tuviera en sus manos. Hasta qué punto conocía la verdad detrás de Lucas.
 
… … … … …
 
Temprano un día, después del ejercicio matutino con Ariel, quien no faltó a ninguna de las sesiones, Katerina se reunió con Javier para ir de compras al mercado. Desde hace tiempo estaba pendiente un almuerzo juntos y ya que tenían la ocasión, aprovecharían para pasar el día con Ignacio.
 
—¿Qué quieres cocinar? —preguntó el peliblanco, empujando el carrito.
 
—Pensaba en un guisado, o un estofado, carne y patatas, a mi hermano Hugo le gustó mucho cuando me visitó, se comió dos platos, sin mencionar todo el pan —explicó ella.
 
—Suena bien para mí, podemos incluir una sopa como entrada, el clima es tan variable en esta época, hoy parece que fuera invierno otra vez.
 
—Como si no quisiera marcharse, pero descuida, eventualmente lo hará. Entonces, ¿cocino un estofado?
 
—Sí, adelante, tus preparaciones nunca decepcionan, podrías trabajar de chef si quisieras.
 
—No lo creo, no es mi vocación, por lo demás, Ariel es quien se dirige a ocupar un puesto así.
 
—Solo es un ayudante de cocina —observó Javier.
 
—Pero con el tiempo podría hacerse cargo de un local, sus platos no desmerecen en nada a los míos, tú ya lo has constatado.
 
—Sí tú lo dices, no tengo nada que refutar, ¿lo has visto hoy?
 
—Sí, cada mañana. Después del primer día, jamás faltó a nuestra rutina de ejercicios.
 
—Parece estar muy interesado en ti.
 
—¿Tú crees?
 
—¿Qué?, ¿no te habías percatado?
 
—Bueno, sí, pero no creo que alguien haga un esfuerzo tan grande solo por eso.
 
—Yo creo que sí.
 
—Incluso si fuera cierto, yo no lo veo de la misma forma, es un buen muchacho, sí, pero es solo un amigo, no me despierta ninguna clase de interés.
 
—Todavía no.
 
—¿Qué quieres decir?, no me gusta Ariel y no aspiro a tener algo con él.
 
—¿Y qué harás si él va en serio y busca tener algo contigo?
 
—Seré directa, como corresponde, no voy a mentirle para que alimente sus esperanzas.
 
—En eso tienes razón.
 
Katerina continuó su camino, mirando aquí y allá lo necesario para preparar el almuerzo, pensando en las preguntas de Javier. En efecto, Ariel le simpatizaba, podían conversar sin problemas y disfrutar de la mutua compañía, sin embargo, pasar de eso a una relación, no, definitivamente no.
 
—Aquí hay patatas a buen precio, ¿compramos? —indicó Javier.
 
—¿Eh?, sí, sí, claro —dijo, concentrándose en la tarea. Aunque fuera por poco tiempo, pensar en Ariel la distraía enormemente.
 
Una vez que se reunieron con Ignacio en su departamento, los tres amigos se pusieron manos a la obra para cocinar. Si bien pudieron haber salido para almorzar afuera, el trabajo constante los hizo desear quedarse en casa.
 
—Estará listo en unos minutos, podemos sentarnos a esperar mientras bebemos algo, ¿tendrás…? —sugirió Katerina.
 
—Aquí, esta botella de vino la estaba guardado para una ocasión especial, y creo que un almuerzo con ustedes cumple con ese requisito —dijo Ignacio, colocándola sobre la mesa—. Javier, ¿harías los honores?
 
—Por supuesto —dijo, tomando el destapador, descorchó la botella y sirvió su contenido en grandes copas relucientes.
 
—Casi es tradición que yo haga el brindis, así que comenzaré —dijo Katerina, levantándose—. Somos amigos desde hace unos años y he visto lo que ha ocurrido entre ustedes, por eso es que, como testigo privilegiada, brindo por ustedes, su relación y nuestra relación, nuestra amistad.
 
—Y nosotros por ti, por estar siempre con nosotros, por ser nuestro apoyo en las buenas y en las malas, sin ti ninguno de los dos habría podido continuar —dijo Javier, cogiendo de la mano a su novio. 
 
—Gracias por tu amistad y por ser como una hermana mayor para nosotros, porque con tus consejos hemos logrado ordenar nuestros pensamientos y sentimientos de forma más sencilla que de haber permanecido solos —continuó Ignacio—. Y no menos importante, gracias por acompañarnos hoy, en este almuerzo que hace meses queríamos compartir contigo.
 
—¡No sigan diciendo eso!, ¡me harán llorar!, bueno, ya está bien, ¡salud!
 
—¡Salud! —respondieron, chocando los tres sus copas.
 
El estofado fue del gusto de todos y Katerina se llevó tantos elogios que terminó sonrojada. Luego, Ignacio, cambiando de tema, empezó a hablar.
 
—Quiero visitar a Nicolás pronto, tal vez durante el fin de semana.
 
—Es una buena idea, ¿has hablado con él? —preguntó Javier.
 
—Sí, hemos hablado un par de veces desde que regresó a su casa, pero no quiero decirle que iré a verlo, será una sorpresa. Le pediré a Alejandro que me indique la dirección, ¿te gustaría ir conmigo?
 
—Me encantaría, después de nuestra última conversación en el hospital, quedé con ganas de más, esa vez el tiempo se nos fue sin darnos cuenta —respondió Javier, recordando el episodio con agrado.
 
—Genial, ¿y tu, Kate?, ¿quisieras ir con nosotros?
 
—Supongo que sí, podría ir, aunque, ¿no parecerá un gesto extraño?, no he visto a Nicolás después de la fiesta en «la Dama Azul».
 
—Está bien, verás que Nicolás es un chico de lo más agradable, de pocos amigos igual que yo —continuó diciendo Ignacio.
 
—Si eres tu quien lo dice, no tengo por qué dudar —observó Katerina, impresionada—. Por tu modo de expresarte, asumo que se volvieron muy cercanos.
 
—Créelo, los he visto cuando están juntos y congenian de maravilla, como si fueran amigos de toda la vida, hasta me han hecho sentir celoso —comentó Javier.
 
—Pero no ha sido intencional —aclaró Ignacio—. Al principio no confiaba en Nicolás, como todos en el local, sin embargo, pudimos conocernos y entendernos mejor después de conversar en varias ocasiones. Y al final, sí, nos volvimos amigos.
 
—Entiendo, me alegra mucho que Nicolás se haya hecho sitio en tu vida, no es malo hacer nuevas amistades, sobre todo cuando no inician con el pie derecho —dijo Katerina—. Pues bien, iré con ustedes, creo que después de lo que has dicho, me dan ganas de conocerle más.
 
—Decidido entonces, iremos los tres a visitarlo.
 
Así, Ignacio se comunicó con Alejandro y le informó de sus planes. El peliclaro se mostró feliz con la noticia y dispuesto a ayudarles, indicándole la dirección de su novio, no sin antes hacerle prometer al bartender que también lo visitarían.
 
—Aunque no me creas, me reconforta hablar contigo, más aún si puedo verte —dijo Alejandro.
 
—Gracias por tu ayuda, estaré ansioso de verlos, a ti y a Nicolás, lástima que no sea al mismo tiempo, pero sé paciente, cuando te recuperes por completo, saldremos a cenar los cuatro. Es una promesa —dijo Ignacio.
 
—Te prometo que seré cuidadoso, verás que me recuperaré sin demora. Hasta entonces, Ignacio, dales mis saludos a Javier y Katerina —dijo Alejandro.
 
—En tu nombre. Hasta pronto.
 
… … … … …
 
Javier y Katerina estaban con trabajo hasta tarde en «la Dama Azul». Julieta informó de un aumento en la concurrencia de público así que extendería los horarios de atención del local, considerando la llegada de la primavera y el verano inminente. Si bien el trabajo le gustaba al peliblanco, regresaba tardísimo a casa, cansado, dejándolo sin tiempo para estar con su novio. Katerina, quien notó lo decaído que estaba su amigo, aprovechó el descanso para sostener una conversación con él.
 
—No te deprimas, es mejor para todos que haya trabajo, escuchaste a la jefa, contratará más personal si es necesario.
 
—Podría contratar a Ignacio, así podríamos vernos con frecuencia y no tener que esperar a los días libres para estar juntos —dijo, bebiendo agua de una botella.
 
—¡No seas así!, no me gusta. Ignacio también está trabajando, no creo que esté mejor que nosotros. Julio es exigente con sus empleados.
 
—Antes soportaba este ritmo, trabajar mucho cuando estaba solo, pero ahora me resulta cansador, me desespera no poder hacer otra cosa. He pensado en dejar este local y buscar algo que me deje más tiempo libre —confesó, rascándose la nuca—. ¿Estoy exagerando?, ¿verdad?
 
—¡Demasiado!, ¿acaso te volviste loco?, y dejarme sola aquí. Además, ¿crees que Julieta te permitirá renunciar?, antes te sube el sueldo —exclamó Katerina, visiblemente irritada.
 
—¡Ja!, como si fuera un tema de dinero, no, mi amiga, soy yo y mi carácter, demasiado débil.
 
—Y por lo mismo, corres el riesgo de cometer actos imprudentes para cubrirlo, no hace falta que lo mencione, ¿verdad?
 
—No hace falta, lo sé bien yo, celos y posesividad.
 
—Que bien que te das cuenta. Déjame recordarte también, a propósito, que iremos con Ignacio para visitar a Nicolás dentro de unos días. No es mucho pedir que tengas paciencia, ¿cierto?
 
—No lo es.
 
Katerina no se equivocaba, pues Ignacio estaba pasando tanto trabajo como ellos en el local. Era agotador y la temporada solo auguraba un aumento creciente en la concurrencia, a todas horas, salvo por las mañanas ya que el local no ofrecía desayunos y solo a partir del mediodía comenzaba el servicio habitual de almuerzos y bebidas. Un poco más y todos los empleados tendrían turno completo que, sumado a la ausencia de Alejandro, hizo necesario sacar de la cocina a Ariel para que lo reemplazara en el salón, labor que el ayudante desempeñó sin problemas.
 
—Ignacio, ¿has visto a Nicolás? —preguntó Cristina durante una de las pausas.
 
—No he podido, pero iré a visitarlo dentro de unos días, Javier y Katerina me acompañarán —respondió mientras preparaba unos tragos detrás de la barra—. ¿Tu sí lo has visto?
 
—Sí, fui con los chicos y pasamos la tarde en su casa, se puso muy feliz con la visita. Fue una sorpresa para él.
 
—Me imagino, ¿cómo está?
 
—Está bien, pero todavía no se recupera completamente, sus padres no le dejan salir de casa. Según nos contó, aprovecha ese tiempo para ejercitarse y recuperar su movilidad, no le gusta que lo ayuden con sus tareas básicas, tampoco usar las muletas y, en su lugar, se vale de un pequeño bastón. Lo gracioso de esto es que, como usa una bata encima de su ropa, parece un viejito, con su cabello largo cayendo sobre sus hombros, solo le falta la barba —dijo, soltando una risita.
 
—Ja, ja, sí, puedo imaginarlo, si tuviera el pelo canoso, con más razón parecería un anciano —agregó el bartender.
 
—Tienes razón —siguió riendo.
 
—Debe estar deseoso de ver a Alejandro.
 
—No sabes cuanto y, sin bien charlan por teléfono o en videollamada, no es suficiente. Los padres de Alejandro tampoco le dejan salir. Los están cuidando mucho.
 
—Es comprensible, los padres no deben dejar de proteger a sus hijos, incluso si éstos han crecido, deberían estar ahí para ellos. Lástima que no sea para todos igual, ellos son afortunados —dijo Ignacio en un tono reflexivo que Cristina no pasó por alto.
 
—¿Lo dices por tus padres?, perdona, sé que no quieres hablar de eso, pero puedo advertir en tu voz que se trata de eso.
 
—No te equivocas, porque sí que se trata de mis padres y no quiero hablar de eso.
 
—Entiendo, sin embargo, déjame decirte algo, no puedes guardar los problemas indefinidamente, no es sano para el corazón ni para la mente y, sean lo que sean, tendrás que resolverlos en algún momento —dijo Cristina, llevándose en la bandeja los cócteles recién preparados. La expresión de Ignacio era de extrañeza—. No te molesto más, déjame saber cuando vayas a visitar a Nicolás, estoy segura que le alegrará verte.
 
—Lo haré, y Cristina, gracias, no sé por qué, pero algo me dice que nosotros volveremos a hablar. Como amigos.
 
—De nada. Es una buena señal, ¿no te parece? —dijo, giñándole el ojo.
 
… … … … …
 
Ignacio llegó por su cuenta al punto de encuentro y esperaba a la sombra de unos árboles, observándolos con detenimiento; eran ciruelos, cuyos frutos verdes ya se distinguían del follaje. A uno de ellos se abrazaba una parra, cuyas ramas nudosas crecían hacia lo alto.
 
—¿Qué es lo que ves ahí? —preguntó Javier a sus espaldas.
 
—Como la primavera renueva la vida y deja atrás el invierno. Un día ves los árboles secos, casi muertos, y al otro las hojas y las flores los visten como un traje nuevo —respondió sin volverse.
 
—Hoy amaneciste filosófico, ¿eh?, y hablando de ropa nueva, que bien te quedan los colores claros, combinas con las hojas del ciruelo —comentó, saludando a su novio, quien lo recibió con un cálido abrazo.
 
—Gracias. Tu también te ves bien —dijo, dándole un beso.
 
—Perdona la tardanza, por poco y nos perdemos en el camino —dijo Katerina, luciendo un atuendo fresco y con un par de gafas vintage para el sol—. No es muy lejos de aquí, ¿no?
 
—No, estamos cerca, así que vamos —dijo Ignacio, tomando de la mano a Javier y del brazo a Katerina.
 
La vereda era lo suficientemente ancha como para que los tres caminaran a la par.
 
Los padres de Nicolás se sorprendieron al recibir la visita repentina de los amigos de su hijo, y no solo se trataba de la pareja que conocieron en el hospital, junto a ellos se presentó una muchacha alta de cabello corto y teñido de púrpura. El aspecto de los recién llegados no dejó indiferentes a los dueños de casa.
 
—Bienvenidos, pasen, por favor, siéntense —dijo Mateo, estrechándoles la mano—. No esperábamos visitas, la verdad, Ignacio y Javier, ¿cierto?
 
—Sí, señor. Gracias por recibirnos —dijo este último con una amplia sonrisa.
 
—Y usted, señorita, ¿cómo se llama? —preguntó Antonia.
 
—Katerina, mucho gusto, señora —respondió, quitándose las gafas.
 
—Ustedes, ¿trabajan juntos? —comenzó la mujer, mientras su marido buscaba las bebidas para ofrecerles.
 
—Solo Javier trabaja conmigo, en «la Dama Azul», un club que hay en el centro, él es el bartender, mientras que yo soy la recepcionista y jefa de personal —respondió la chica.
 
—¡Oh!, no me esperaba algo así, suena interesante, pero también muy cansador, ¿no es así?, debe ser un trabajo ajetreado.
 
—Lo es, el local tiene una excelente reputación gracias a la gestión de nuestra jefa, así que diariamente atendemos a una gran cantidad de clientes, sin embargo, eso se traduce en que nos quedamos hasta tarde, considerando que es por las noches cuando asiste la mayor concurrencia de público —continuó Katerina.
 
—Entiendo, suena de verdad como un trabajo pesado, y ustedes lucen tan jóvenes —dijo mirando a los rostros de los chicos—. Según recuerdo, tu trabajas con Alejandro, ¿verdad, Ignacio?
 
—Así es, también soy bartender y trabajo en ese restaurant desde antes de que Alejandro y los otros chicos llegaran allí —respondió el aludido.
 
—¡También bartender!, yo pensaba que ustedes estaban estudiando, ¿qué dicen vuestros padres al respecto?
 
—Ninguno de nosotros vive con sus padres —respondió Javier sin titubeos.
 
—¿Lo dices en serio? —preguntó Mateo, quien cargaba una bandeja de madera con tres vasos servidos. Los entregó a los visitantes y se sentó junto a Antonia, que se había quedado sin palabras.
 
—Sí, señor, cada uno de nosotros vive por su cuenta, ¿les parece extraño? —continuó el peliblanco.
 
Los adultos intercambiaron miradas. No sabían qué responder a esa pregunta. Era evidente que los tres jóvenes frente a ellos no eran lo que sus hijos, sin embargo, conociéndolos mejor podrían, dentro de un tiempo, entender que las diferentes circunstancias vividas pueden producir igualmente buenos muchachos.
 
—¿Cómo está Nicolás? —preguntó Ignacio, rompiendo el silencio incómodo que se había instalado.
 
—Está bien, recupera sus fuerzas poco a poco, ya puede caminar solo, aunque con lentitud. No conviene que permanezca demasiado en cama o su cuerpo se entumecerá por la falta de movimiento —respondió Antonia.
 
—Por supuesto. Tiene que volver a su ritmo normal de vida —dijo Javier—. Si no lo hace, su cuerpo se debilitará y tardará el doble en recobrarse. Dígame, ¿Nicolás sale a la calle?
 
—Aun no, pero tengo pensado comenzar con paseos cortos, tal vez a la plaza, le ayudará a estirar las piernas y respirar aire fresco —dijo Mateo.
 
Tanto Ignacio como Javier asintieron.
 
—¿Y él vendrá pronto? —preguntó Katerina.
 
—Sí, estará aquí en cualquier momento, ¿le avisaste? —preguntó Antonia a su marido.
 
—Por supuesto, ¿quieres que vaya a buscarlo?
 
—No, está bien —dijo la madre, levantándose de su lugar—. Discúlpenme, iré a preparar unos bocadillos. Ustedes sigan conversando mientras esperan a que Nicolás llegue.
 
Abandonó la sala dejando a los chicos en compañía del padre, y no mucho después, oyeron los pasos de alguien bajando las escaleras. Nicolás apareció, llevando el cabello recogido y un pijama holgado.
 
—Por fin, te estábamos esperando, hijo, mira quienes vinieron a verte —dijo Mateo.
 
El pelinegro, visiblemente afectado, no pronunció palabra. La razón de esto fue que, al oír que sus amigos habían venido a visitarlo, pensó que se trataba de Cristina y los chicos, y como ya habían estado en la casa con anterioridad, no le resultó extraño, sin embargo, nunca se imaginó que Ignacio, Javier y Katerina se presentarían de forma tan espontánea.
 
—¿Por qué te quedas callado? —preguntó Ignacio, levantándose de su lugar para saludarlo. Cuando estuvo a su alcance, Nicolás salió del trance y lo abrazó fuertemente. El bartender le respondió aliviado—. Pensé que no te había gustado la sorpresa.
 
—¿Cómo dices eso?, ¡claro que me gustó!, ¡me alegra tanto verte otra vez! —dijo con ojos llorosos—. ¡Y Javier!, ¡qué bueno verte!, ¡hasta Katerina vino!
 
El peliblanco se acercó y también lo estrechó entre sus brazos, él mismo sorprendiéndose de que Nicolás fuera tan afectuoso; era la primera vez que se tocaban de esa manera y el sentimiento fue de una calidez solamente comparable a la que experimentaba en compañía de Ignacio.
 
—¿No estarás llorando?, ¿o sí?, no lo hagas o seremos dos —dijo Javier.
 
—No, pero podría, gracias por venir —dijo Nicolás, dándole un beso en la mejilla. El chico se apartó con un sonrojo notable.
 
—Mira, mira, nuestro Javier ruborizado, y no por causa de Ignacio —dijo Katerina, pellizcándole la cara. Éste respondió con un puchero—. Me da gusto verte, Nicolás.
 
—Lo mismo digo, Katerina, gracias por venir. Por cierto, tu cabello luce bien con ese color.
 
—Gracias. Y antes que se me olvide, he traído un regalo que, de seguro, te ayudará a lucir mejor. Alejandro no dejará de notarlo —dijo, entregándole una bolsa de papel. Contenía un set de shampoo y acondicionador hechos de forma artesanal, ambos con un delicioso aroma a menta.
 
—Muchas gracias.
 
—Tienes un cabello muy bonito, es preciso que lo cuides y, de paso, harás feliz a tu novio, porque el efecto que produce es increíble.
 
Por su parte, la pareja ofreció diferentes regalos. Javier obsequió incienso de bergamota, apropiado para la relajación, controlar la ansiedad, combatir estados anímicos bajos y, lo más importante según dijo, empezar a superar cualquier mal; Ignacio, por su parte, le entregó un ramo de flores, astromelias, símbolo de la amistad duradera.
 
—Por fin te levantaste, hijo, tus amigos ya comenzaban a impacientarse —dijo Antonia, regresando a la sala.
 
—¡Oye!, eso no es cierto —le susurró Javier a Nicolás, quien sonrió ante el comentario.
 
—¿Y los bocadillos que preparabas? —preguntó Mateo.
 
—Están en la cocina. Les venía a decir que resulta mejor servirlos en el comedor y acompañarlos con té, en lugar de traer más y más cosas para acá. Así que, pasen a sentarse o, siquieren usar el baño primero, adelante, pueden lavarse las manos antes de comer —dijo la madre, recogiendo los vasos usados—. Querido, acompáñalos, ¿sí?, yo voy a preparar las tazas y servir el té. No se tarden.
 
Todos, incluso Mateo y Nicolás, obedecieron en el acto.
 
Minutos después, los seis estaban sentados alrededor de la mesa, degustando los bocadillos rellenos que la dueña de casa preparó.
 
—¡Están deliciosos! —expresó Javier.
 
—La verdad es que sí, exquisitos, que buena cocinera es usted —dijo Katerina.
 
—Gracias, chicos, que bien que les gustaran —respondió Antonia complacida—, y a ti, Nicolás, ¿te gustaron?
 
—Sabe a arena —dijo, haciendo una mueca de desagrado—. ¡Ok no!, está rico, mamá.
 
—Menos mal, porque si no, se acabaron las galletitas y pastelitos por la noche —advirtió su madre.
 
Nicolás se rió por lo bajo.
 
—Lástima que tu hermano no se quedó —agregó.
 
—Adolfo, ¿verdad?, ¿tuvo que salir? —preguntó Ignacio.
 
—Sí, pero no sé a dónde iba —dijo Nicolás.
 
—Me dijo que iba a la casa de una amiga, ¿sabes a quién se refiere? —preguntó Antonia.
 
—No lo sé, con todo, espero que no vuelva muy tarde, no me gustan esas salidas repentinas, ya se lo dijimos —dijo Mateo, haciendo énfasis en la última frase. Luego, dirigiéndose a Javier e Ignacio, cambió de tema—. Háblennos de ustedes, creo recordar que son novios, ¿verdad?, ¿hace cuánto que están juntos?
 
Los aludidos se miraron sin saber qué decir. Era la primera vez que se enfrentaban a una situación así.
 
—¡Papá!, esas cosas no se preguntan —dijo Nicolás incómodo.
 
—Tengo que preguntar, si son tus amigos, quiero conocerlos mejor, es lo correcto, ¿no?
 
—Quizá de una forma más discreta, no tan directo —intervino Antonia.
 
—¿Cómo sería, entonces?
 
—Comenzaría preguntando desde cuándo se conocen, así ellos, pueden contar la historia a su ritmo y llegar hasta el inicio de su noviazgo, siempre y cuando se sientan cómodos de hablar.
 
—De acuerdo, vamos de nuevo, chicos. ¿Hace cuánto tiempo se conocen?
 
Con ese cambio de tono, Javier e Ignacio se sintieron aliviados y con la confianza de poder contar su historia.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.

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