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Lo Que Me Une a Ti por nubelin4

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Notas del capitulo:

Los personajes de Naruto no me pertenecen.

IV.

 

 

 

❝       Las voces a mi alrededor se oyen cada vez más lejanas, a causa del dolor que se expande desde mi abdomen hacia el resto de mi cuerpo. Ya no puedo sentir las piernas.

 

Dentro de mi semi-inconsciencia, lo único que puedo pedir es que este dolor agonizante termine. El dolor comienza a aminorar gradualmente. Siento como mi ser se relaja, y al final todo rastro de dolor desaparece. 

 

Voy abriendo mis ojos lentamente y para mi sorpresa, noto que estoy suspendido en el aire, ingrávido. Nunca antes había sentido esta sensación tan eufórica de libertad. Desde arriba observo con curiosidad a un grupo de médicos intentando salvar a alguien y...¡Oh! Soy yo. Es mi cuerpo. Creo que acabo de morir. 

 

Es extraño verme a mí mismo en dos puntos a la vez. Mis pensamientos se reproducen a toda máquina e incluso barajo la posibilidad de que todo esto se trate de un sueño. Mi garganta se aprieta cuando el pánico comienza a germinar dentro de mí pero, en una esquina de la habitación, diminutas esferas luminosas aparecen y se agrupan para formar una zona blanca y brillante. Siento un suave tirón que me lleva hasta allí, la confusión y el pánico amenazantes son reemplazados por oleadas de paz y cariño. Antes de cruzar me detengo para dar una mirada a mi cuerpo inerte en la camilla, el cual ha sido cubierto con una sábana mientras que el equipo de médicos empaca sus cosas para marcharse.

 

Siento nuevamente aquel tirón que me lleva hacia la luz. Algo en mi mente me dice que debo marcharme, que es hora de regresar a mi hogar.

 

Ésta vez no pongo resistencia y me dejo guiar. Me voy alejando rápidamente del lugar donde he muerto, y de pronto atravieso hacia un tipo de pasadizo, parecido a un túnel. Veo un círculo de luz esperando al final. Siento como si me tomaran del brazo...estoy cruzando el túnel.

 

Finalmente llego al final de este y salgo de ahí. Me encuentro en una especie de salón muy espacioso. Estoy confundido, ¿qué es este lugar? Aunque no puedo concentrarme en recordar, tengo la leve sensación de que ya he estado aquí antes. El lugar es grande y tiene forma de cúpula, está bastante iluminado, pero lo que más me llama la atención son los espejos gigantes dispuestos en todas las paredes, cada uno parpadeando con un brillo resplandeciente.

 

¿Por qué he llegado hasta aquí?

 

Los espejos dejan de parpadear y, como si alguien hubiese enchufado el proyector de una película en una sala de cine, veo como los espejos cobran vida llenándose de color y movimiento. Mi curiosidad se hace más grande cuando uno de los espejos me muestra a un niño rubio y de piel dorada corriendo por el bosque mientras persigue a un zorro. Su risa llega hasta mis oídos.

 

Otro espejo en el lado derecho, me muestra a un hombre joven. Sonríe de oreja a oreja y tiene unos ojos tan azules como los míos. A juzgar por la similitud de sus rasgos, es el mismo niño del otro espejo.

 

Un resplandor detrás de mí hace que me gire a mirar, es la misma luz blanca que me trajo hasta aquí. Nuevamente mi mente me susurra que aquella luz espera que cruce a través de ella para llevarme al lugar definitivo, donde hay más personas como yo. Estoy caminando hacia la luz, cada paso que doy es más seguro que el anterior, y ya me encuentro a mitad de camino cuando de un momento a otro, todos los espejos que me rodean cambian a una sola imagen de manera simultánea. 

 

Mi mirada se posa nuevamente sobre ellos, y la paz que había sentido desde que dejé mi cuerpo se transforma en una profunda angustia, cuando veo el rostro de Sasuke mirándome con tristeza. Luce algo mayor, su cabello está más largo y sus ojos están apagados. Hay lágrimas saliendo de ellos. ¡No quiero que sufra! Mucho menos cuando aquel sufrimiento es por mi culpa. 

 

Me quedo de pie en medio de la luz y de la imagen del ser que más he querido en la vida. Aprieto los labios, indeciso, quiero sumergirme dentro de la calidez de esa luz pero, tal vez, si voy un segundo... 

 

Me acerco a los espejos, hipnotizado. La luz yace olvidada detrás mío.

 

Cuando estoy lo suficientemente cerca de ellos, con la punta de mi nariz casi rozando, extiendo mi mano para, dentro de mi deseo, quitar las lágrimas de su bello rostro. Pero apenas mis dedos hacen contacto con la superficie cristalina de un espejo, todo el lugar se disipa como humo y siento que caigo al vacío. 

 

No puedo gritar. 

 

Caigo a través de capas y capas de material sedoso como las nubes. Sigo resbalando a gran velocidad, hasta que todo se detiene y me encuentro en un lugar cálido, flotando, y en donde me siento extremadamente protegido.

 

Creo que soy un bebé       ❞.

 

 




 

 

 

1968

 

 

El ruido tintineante de las campanas anunciaron la llegada del mediodía, y momentos después, un tumulto de niños salió corriendo de la única escuela existente en la remota Aldea de la Cascada, al Este de Japón. De entre todos los infantes que corrían hacia los brazos de su madre o padre, se denotaba una cabellera rubia que, a diferencia de los demás, caminaba con lentitud hacia el exterior.

 

— Ven un día a jugar a mi casa, Naruto —le dijo uno de sus compañeritos de salón.

 

El mencionado asintió con energía— ¡Lo haré, de veras! Le preguntaré a mi padrino si me deja ir.

 

Los dos niños se detuvieron junto al pórtico principal. El rubio vio como su amigo estiraba la cabeza, buscando entre la multitud de gente el rostro de su mamá. En cuanto la encontró, sus ojos se abrieron de emoción.

 

— ¡Ya me voy! ¡Mi mamá me está esperando! —exclamó apuntandola con el dedo— ¡Adiós Naruto!

 

— ¡Hasta luego! —Se despidió Naruto agitando su mano.

 

El otro niño corrió hasta donde se encontraba su madre y se aferró a su cintura. La mujer lo envolvió en un abrazo apretado mientras depositaba numerosos besos sobre su cabeza.

 

Ante esta imagen, Naruto bajó la cabeza y apretó los labios. Todos los días era lo mismo.

 

A esa hora, todos los padres recogían a sus hijos de la escuela. Todos los padres, menos los suyos. Para Naruto Namikaze, de siete años de edad, no existía el día en que no deseara tener a sus padres con él. Y pese a no haberlos conocido, siempre los extrañaba en momentos como aquel, donde se sentía más solo que nunca.

 

Sujetó la correa de la mochila que colgaba de su hombro, y sin levantar la vista, se marchó rápidamente de allí.

 

Naruto vivía con su padrino Jiraiya desde que era bebé. El hombre -quién era lo más parecido a una figura paterna que tenía- fue muy amigo de su padre biológico, pues ambos habían sido militantes del ejército japonés. Jiraiya y Minato compartieron una sólida y duradera amistad, hasta que este último, en medio de una operación militar de rango elevado, fue herido de gravedad y murió a la corta edad de veinticinco años.

 

Lo único que el rubio conservaba de su padre, era una fotografía de bolsillo que guardaba recelosamente, y que llevaba con él en su chaqueta naranja todos los días. Era la particular manera que tenía de sentirse acompañado cada vez que salía de casa.

 

Por otra parte, de su madre muy poco sabía, salvo que había muerto el mismo día de su nacimiento y era pariente lejana de su padrino.

 

En cuanto llegó a la modesta casa en la que vivía, ubicada junto al lado de un bonito riachuelo, cerró la puerta tras él y, arrastrando los pasos, se dirigió directamente a su dormitorio. Arrojó su mochila al suelo y se quitó los zapatos para recostarse en la cama.

 

Muy fugazmente recordó que el día anterior, su padrino le había dicho que aquel día compraría ramen, pero en ese momento, se sentía demasiado triste incluso para comer.

 

Naruto escuchó ruidos provenientes de la cocina. Debía ser su padrino. Supuso que se encontraba trabajando en su nueva novela para gente grande, como insistía Jiraiya en catalogarla, las que por confusas razones él no podía leer. Sin embargo, Naruto, curioso y travieso como cualquier niño de su edad, solía hojear las diversas libretas del hombre mayor a escondidas, pero grandes eran sus decepciones al no encontrar nada que mínimamente pudiese entender o que al menos le llamara la atención.

 

De pronto, oyó pasos acercándose a su habitación y en menos de un minuto, Jiraiya asomaba la cabeza por la puerta con sus gafas de medialuna colgando de la punta de su nariz.

 

— ¿Y ahora tú no saludas al llegar, niño?

 

—¿Uh? ¡Oh! Lo siento, lo olvidé —dijo Naruto girando su cabeza hacia él.

 

—Levántate de ahí y ve a lavarte las manos, la comida está casi lista.

 

—Ehh…no tengo hambre, padrino —respondió volviendo su mirada al techo.

 

Jiraiya arqueó una ceja, desconfiado— ¿Estás seguro? —Aquello era extraño, ya que por lo general en su regreso a casa, el primer lugar que Naruto atacaba era la cocina— Hay un rico ramen esperándote en la cocina…

 

El pequeño rubio asintió— Sí. Creo que estoy cansado.

 

— Bien —respondió el mayor suspirando.

 

El inusual silencio que le siguió, extrañó mucho más al peliblanco. De inmediato supo que algo le estaba pasando, porque Naruto era un niño alegre e hiperactivo que por lo general, siempre comenzaba su parloteo chillón en el que detallaba todo lo que había hecho en la escuela, y que además, jamás de los jamases rechazaría un plato de ramen.

 

—¿Qué pasa, Naruto? —preguntó frunciendo el ceño mientras observaba su mirada azul apagada— ¿Pasó algo en la escuela? ¿Alguien te molestó?

 

Naruto sacudió la cabeza.

 

—¿Entonces por qué estás triste? —Antes de que Naruto pudiera hablar, lo interrumpió— No trates de mentirme como la última vez. Te conozco. Si me cuentas quizás pueda ayudarte.

 

El rubio soltó un suspiro y se sentó con las piernas cruzadas.

 

—¿Por qué no tengo padres? —preguntó Naruto mirando algún punto invisible de la habitación.

 

—Naruto...—dijo Jiraiya con voz cansada— Ya hemos hablado de eso.

 

—¡Ya sé! ¿Pero por qué los demás niños de la escuela tienen padres y yo no?

 

—Te he dicho que no pienses en esas cosas —El mayor se acercó a él, sentándose al borde de la cama y dando leves palmaditas sobre su espalda para subirle el ánimo.

 

—No puedo evitarlo —murmuró Naruto jugando con sus deditos. Cerró los ojos y suspiró, afligido. Rememoró la escena de su amigo corriendo a los brazos de su madre, haciendo que una punzada de tristeza molestara dentro de su pecho. No le gustaba ser envidioso, toda la vida se le había enseñado a sentirse contento por la felicidad de las demás personas.

 

Pero Naruto no quería una nueva bicicleta ni el telesketch que casi todos los de su clase presumían. Lo único que deseaba, era poder abrazar por una vez a sus padres, como la madre de su compañero lo había abrazado a él.

 

—Mira, niño —comenzó Jiraiya después de un corto silencio— Hay veces en que la vida es un poco ingrata, de cierta manera. Nos quita lo que más amamos en los momentos menos oportunos, pero, yo siempre he creído que detrás de todo lo que nos pasa en la vida hay una buena razón —puso un gran esfuerzo en usar las palabras correctas para que Naruto lo entendiera.

 

—Pero eso no es lo que estoy preguntando, ¿por qué la vida sería ingrata conmigo si yo no he hecho nada malo?

 

—No, no has hecho nada malo y aún así, perdiste a tus padres cuando eras un bebé. ¿Sabes, Naruto? No quiero que te quedes con la idea de que la vida es injusta todo el tiempo, todos tenemos problemas, pero enfrentarlos es justamente una de las causas por las que venimos a este mundo. Siempre tenemos dos opciones; podemos hundirnos en la amargura por las cosas malas que nos suceden y seguir pensando que la vida es injusta, o simplemente tomar este dolor y aprender de él para ser mejores, más fuertes, y te aseguro que de ese modo verás que no todo es tan malo como parece.

 

Una sonrisa se formó en la cara de Naruto— Que lindo hablas, Jiraiya-san.

 

El característico tono de broma del niño hizo que las orejas del hombre enrojecieran y soltara un risa nerviosa, y antes de poder levantarse para ir hasta la cocina, el rubio lo atrapó en un abrazo de oso.

 

—Gracias padrino —dijo Naruto aferrado a él— Siempre recordaré lo que me dijiste, así no me pondré triste otra vez.

 

—Jejeje. No hay de qué —dijo revolviendole el cabello.

 

Y de improviso, el ambiente armónico de la habitación fue interrumpido por un sonoro gruñido proveniente de la barriga de Naruto.

 

—¿Dijiste que había ramen? —A esta altura Naruto ya casi estaba babeando.

 

En menos de un minuto el rubito devoraba con avidez un plato de ramen dentro de la cocina.

 

—Eres idéntico a tu padre. Tú y él son las únicas personas que he visto comer con tanto gozo el ramen.

 

—Es que es tan delicioso —dijo luego de tragar— A veces sueño con que tengo un restaurante de ramen.

 

—Cuando seas mayor, y si trabajas duro podrías poner un puesto aquí en la aldea —A Jiraiya no le gustaba tanto el ramen como a Naruto y a su fallecido amigo Minato, pero recordaba haber probado años atrás, un platillo de ramen en un recién inaugurado restaurante de su natal Valle de la Hoja, que lo había dejado chupándose los dedos y con ganas de más.

 

Naruto arrugó la nariz— Me gusta más comerlo que cocinarlo jejeje. Oye padrino, ¿puedes hablarme más sobre papá? ¡Di que sí!

 

—Lo haré si prometes no ponerte triste —Naruto exclamó un ¡sip!— Bien. Fuimos amigos durante años, él era menor que yo. Él vivía en el mismo pueblo que yo, así que fue una gran compañía durante los años que hicimos el servicio militar. Recuerdo que era un hombre con un gran sentido del humor y una obsesión insana por el ramen —relató.

 

Naruto lo miraba con sus ojos azules brillantes y prácticamente al borde de la silla. Sintió nostalgia, porque ese niño era el vivo retrato de Minato, a quien nunca terminaba de extrañar. Su muerte había sido sin duda un golpe duro para él. Por esa razón no había titubeado ni un segundo en hacerse cargo de aquel niño hiperactivo, pese a que jamás se vio a sí mismo como un potencial padre.

 

Aún así, sentía que estaba educando a Naruto bien y que éste sería un buen muchacho cuando creciera.

 

—¿Y mi mamá? ¿A mi mamá le gustaba el ramen, padrino?

 

—¿Ehh? —Jiraiya frunció el ceño y se aclaró la garganta— N-no, no. Decía que era comida basura.

 

—Ohh… —musitó decepcionado Naruto. Pero enseguida su rostro se iluminó— ¿Podrías habl…?

 

—¡Mira qué hora es! —El hombre se levantó de un salto observando el reloj— Tengo muchas cosas que hacer, y poca tarde por delante —decía caminando hacia la puerta.

 

Naruto miró el reloj que marcaba apenas las una con treinta. Se encogió de hombros y siguió comiendo felizmente.

 

—Oye, Naruto —volteó Jiraiya, deteniéndose bajo el umbral de la puerta— ¿Tienes ganas de salir?

 

Naruto dejó de sorber los fideos de su ramen, y giró su cabeza hacia él, con los ojos abiertos de la emoción.

 

—En una hora iré al Valle de la Hoja para comprar algunos artículos que no venden aquí en la Aldea. Si no quieres venir tendrás que quedarte con Fū, no puedo dejarte so...—.

 

—¡IRÉ CONTIGO, IRÉ CONTIGO! —Jiraiya hizo una mueca cuando sus oídos protestaron por el timbre del niño— ¡Llévame, Jiraiya-san!

 

—Vaya, no sabía que te gustara ir para allá. De haberlo sabido te hubiera llevado mucho antes —respondió con una sonrisa.

 

—¡Sí! Me gusta mucho ese lugar, cuando sea grande quiero vivir ahí —dijo Naruto sonriendo de oreja a oreja.

 

A Jiraiya le pareció un poco extraño, puesto que nunca antes le había mencionado a Naruto sobre aquel lugar, aún cuando era allí donde el pequeño precisamente nació, pero se supone que éste no lo sabía. Decidió restarle importancia.

Notas finales:

Se supone que este capítulo contenía más, pero me estaba quedando tan largo que decidí dividirlo en dos partes. Dentro de poco subiré el quinto.

Mil disculpas por la tardanza, prometo que no volverá a ocurrir. 

Muchas gracias por leer :3


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