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Puertas abiertas por 1827kratSN

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Era la primera vez que alguien se le declaraba de esa forma, en realidad era la primera vez que alguien se sentía atraído por él de forma autónoma. Porque si bien tuvo algunas relaciones en el pasado, fue él quien dio el primer paso e hizo de todo para que le correspondieran. Por eso se sentía tan inquieto y sorprendido. Incluso llegó a creer que era una broma cruel.

 

—Cuéntame qué te gusta hacer.

 

No negaba que se sintió feliz de que alguien lo considerara un prospecto de pareja, por las razones que fuera. Pero la inseguridad llegó a la par que ese pequeño lapso de emoción y superioridad. Rusia era una potencia, con un pasado algo turbio pero interesante, heredero de una riqueza invaluable..., entonces... ¿por qué se fijó en alguien tan simple como él?

 

—¿Estás seguro de que... no estás confundido?

—Lo estoy —sonrió sutilmente por unos breves segundos.

—No creo correcto lo que estamos haciendo —respiró profundo, recordando muchos detalles que pasó por alto.

—¿Por qué? —lo miró intrigado.

—Mi hermano te considera un enemigo, tengo un pasado con tu hermano Ucrania —aún dolía ese recuerdo—, y recuerdo que me odiabas.

—No te odiaba —aclaró instantáneamente, alterado por esa idea errónea que tenía Canadá—. Era solo que... estaba un poco celoso.

 

Canadá se quedó en silencio un momento, recordando, analizando. Cuando empezó a salir con Ucrania, tuvo que enfrentarse a los hermanos del mismo, siendo Bielorrusia la que menos problemas dio, pero en el caso de Rusia fue complejo. La forma cortante de hablarle, las miradas analíticas, los encuentros que evitaban, pero si lo pensaba bien… recordaba un par de veces en las que fue el mayor de esos hermanos quien intentó socorrerlo cuando tambaleaba en las reuniones entre países.

 

—¿Desde cuándo te gusto?

—No estoy seguro —suspiró—, pero no volveré a desaprovechar mi oportunidad... Por eso quiero empezar con esto.

 

Canadá sintió sinceridad en esas palabras, aun así, indagó un poco más hasta asegurarse de que no cometería un error. Al final cedió ante esa mirada, que de cierto modo le recordaba a la aurora boreal, brillante y un poco cambiante. Decidió que platicar un poco no le haría daño a nadie.

 

—Me gusta patinar.

—A mí también.

 

Fue una espiral que inició con nerviosismo y confusión, pero que Rusia amablemente transformó en una animada plática sobre danza artística y patinaje, le dio confianza y lo ayudó a sentirse más cómodo mientras bebían chocolate caliente en una cafetería. La primera risita llegó cuando una anécdota de la infancia se relató, después siguió el confort de sus aspiraciones y sueños propios, y finalizaron caminando uno junto al otro por entre las calles.

Fue divertido.

Y lo siguió siendo la siguiente ocasión.

Canadá no estuvo seguro de cómo pasó o por qué lo permitió, pero de un tiempo a otro, llegó a platicar con Rusia mediante mensajes de texto, a reunirse con el euroasiático en sus días libres, y a acordar visitas a escondidas para que nadie los molestara. Fue como un pequeño secreto entre dos niños traviesos, uno muy lindo.

 

—Estás loco —miró a Rusia quien posaba su codo sobre la mesa.

—Quiero medir tu fuerza —abrió su palma ligeramente en una invitación.

—Jugar vencidas no es un modo de medir eso —río bajito.

—Vamos, Canadá, será divertido.

—Está bien —suspiró.

 

Cada uno posó el codo en el lugar correcto, unieron sus manos, su extremidad libre se sujetaba del borde de la mesa, y un chico se ofreció a ser juez. Se miraron fijamente antes de ponerse serios, esperaron a que la señal fuera dada, y empezaron a presionar la mano ajena para doblegar el brazo del contrario. Ganaba el que hiciera al otro chocar su dorso con la mesa, pero no era fácil, porque ambos jugaban en serio.

Rusia empujaba con fuerza y Canadá le respondía entre leves muecas por el esfuerzo. Ambos buscaban la victoria mientras sus espectadores les daban ánimos. A veces uno tambaleaba y cedía, pero se recuperaba y volvían a la parte central. Así fue hasta que alguien se tropezó y tiró algo al suelo. Ambos contrincantes se desconcentraron y fue Canadá quien resbaló de su asiento y casi cae al suelo de no ser por el agarre de Rusia.

Rieron todos.

Y declararon un empate.

Fue una de sus citas más raras, y solo ahí Canadá se dio cuenta de que consideraba sus encuentros con Rusia como… citas. Pero antes de pensar más allá que en eso..., debía quitarse una duda... Por eso visitó a su hermano lo más pronto que le fue posible, para aclarar algo, para quitarse un amargo que nació desde hace tiempo.

 

—Hermano, a ti… —se relamió los labios—. ¿Te gusta Rusia, hermano?

—¿Qué?  ¡No! —hizo una mueca exagerada y encogió sus hombros—. Qué asco de sólo pensarlo.

—Entonces... ¿por qué lo molestas tanto?

—Porque lo odio y quiero verlo caer. ¡Quiero destruirlo con una bomba! —tensó sus manos—. A él y a su comunismo.

 

Ese era el mayor problema, Canadá estaba seguro de que USA se opondría firmemente a su relación, y esta vez no tendría una respuesta igual a como sucedió cuando empezó a salir con Ucrania, porque hasta USA no apostó por más de dos años a esa relación. Y tuvo razón. Pero ahora era diferente, porque parecía que las cosas estaban funcionando bien, mejor que bien.

El bicolor se veía a sí mismo como la manzana de la discordia. Podría ser el causante de una guerra solo por desear que la relación que aún no tenía con Rusia —pero que en secreto anhelaba—, prosperara. Fue eso lo que lo hizo entrar en un ataque de pánico, rememorando la sangre, el hambre, el desastre. No podría soportar volver a eso, no quería ver a su hermano escondiendo heridas graves, y no se imaginaba siquiera a Rusia peleando por salvaguardar el honor de su gente.

Se encerró en su casa durante tres días, apenas comió o bebió algo, no dormía porque le aquejaban pesadillas constantes, y siguió así, sin temerle a su estado, porque de todas formas no se iba a morir por tan poco. Jugó con su celular apagado, miró el cable telefónico desconectado, sus cortinas estaban cerradas, y se escondió entre sus cobijas como cuando era un niño y quería escapar de todo.

 

Dime qué te sucede —se sintió culpable al escuchar la preocupación de Rusia.

—Estoy asustado… por lo que vaya a pasar si seguimos con esto —apretó el celular.

—¿Quieres detener esto? —no lo iba a forzar.

—Eso es lo peor, Russie —su sollozo resonó en el cuarto de baño, donde se había refugiado hasta que el agua se enfrió—, porque no quiero detenerlo.

—Iré a verte.

—No es buena idea.

—Estás en tu casa, ¿verdad?

—Pero no vengas —suspiró.

—Solo dime si estás ahí.

—No.

Entonces, ¿dónde? —su voz sonó suplicante.

—¿Recuerdas donde... acampamos para ver las estrellas?

—Estaré ahí pronto, –š–°–½–°–´–°.

 

Era un refugio alejado de la ciudad, pocos conocían el sitio, y Canadá tenía una cabaña allí, donde se amparaba cuando la ansiedad o el estrés lo superaban. Fue ahí, en el que debería ser el patio frontal, donde acampó junto a Rusia, o fingieron hacerlo porque encendieron una pequeña fogata y bebieron chocolate, pero cuando el sueño les ganaba, ingresaron para dormir en las suaves camas dispuestas.

Se divirtió mucho esa vez.

Esperó sentado en la sala, jugando con su celular, borrando registros de llamadas y mensajes por si acaso, meditando sobre lo que había pasado durante casi un año desde que aceptó intentar algo con Rusia, sintiéndose tonto porque le tomó un año aceptar que desde antes ya sentía cierta atracción por el ruso, pero que la confundió con interés por la familia de su exnovio. 

 

—Canadá, ¿estás bien?

 

Cuando lo vio en su puerta, no pudo hacer más que acercarse y abrazarlo. Ya no lloraba porque dejó esa tristeza atrás, pero sí suspiró al sentir como el ruso lo consolaba con suaves caricias en su espalda. Entonces mostró su rostro atormentado por marcadas ojeras, tomó el ajeno con sus manos, y se elevó un poco para unir sus labios con los del euroasiático.

Le cedió un beso tembloroso, temeroso, y le correspondieron con un suspiro y el toque de esas manos en sus brazos. Acarició las mejillas de Rusia antes de abrazarlo por el cuello y susurrar por un beso más, desesperado por sentir que valía la pena luchar por eso. Cómo supuso, Rusia le respondió con algo más de fiereza, desesperado y feliz por aquella muestra de que cada esfuerzo valió la pena.

Confirmaron que ambos llegaron a sentir lo mismo y con la misma intensidad.

Nada más les importó.

Solo eran ellos dos.

 

—¿Eso es un sí a mi propuesta? —fue el susurro que cortó su dicha.

—Sí —rio bajito, sobre los labios del euroasiático.

—No vuelvas a desaparecer.

—No lo haré.

—Déjame cuidarte.

—Está bien —suspiró relajando su cuerpo y sintiendo el cansancio de esos días.

—No te desmayes ahora.

—Creo que pides demasiado —susurró rendido por el estrés.

—Todo saldrá bien —besó la mejilla del bicolor.

—No me mientas.

 

 

 

Notas finales:

 

Bueno, qué les puedo decir, salió de la nada XD

Creo que a veces me pongo media cursi, así que bue, les cedo esta pequeña idea.

Krat los ama~

Besos~


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