La gramola volvió a apagarse, en realidad nunca había funcionado, todo había sido un truco de magia. Los paisanos, después de aplaudir y vitorear a los extranjeros bailarines, regresaron poco a poco a sus partidas de mudlag y a sus conversaciones. El local cerraría en poco menos de una hora, había que aprovechar el tiempo. El tipo del piano volvió a tocar y el camarero, trapo en mano, permaneció por un buen rato plantado delante de la máquina de discos intentando entender qué demonios había sido aquello. Acabó dándole un par de pataditas antes de meterse otra vez detrás de la barra.
Nick se había quedado con las ganas de apretar por un rato más el cuerpo de su primo contra el suyo pero, al terminar la canción, Tony se soltó y volvió a la mesa a por su último bocado de worogán que masticó con ansia, se acabó el vaso de egoniv de un trago y subió las escaleras hacia la habitación que tenían alquilada. Era hora de irse a la cama. Nick le siguió con el corazón en un puño.
Se quedó quieto en una esquina observando a su primo desnudarse. Primero la camiseta dejando a la vista los marcados abdominales, la cicatriz del hombro, la de la espalda; luego los pantalones mostrando las fuertes piernas, la vieja herida en el muslo derecho, las apretadas nalgas. A Nick le iba a dar un soponcio si no se abalanzaba sobre él para tomarlo en sus brazos y comérselo a besos, terminar de desvestirle arrancando los calzoncillos a mordiscos si hacía falta, tumbarlo boca abajo en la cama y follarlo hasta reventar. Respiró y se contuvo. Sería mejor esperar una invitación, no forzar las cosas, nada de trucos ni magia de ahora en adelante.
- ¿Vas a quedarte ahí como un pasmarote? - Preguntó Tony apartando la colcha de lana de colilla para tenderse sobre las frescas sábanas.
Sonrió como única respuesta. Se quitó la ropa y dejó el chubasquero que envolvía la piedra de Buri en un cajón del armario, junto al falso amuleto de Strange. Colgó su camiseta en una percha y doblo cuidadosamente sus pantalones antes de cerrar la puerta del mueble y meterse en la cama junto a su primo. Él lo había dejado todo tirado en el suelo, hay costumbres que no cambian con los años, Tony seguía siendo un desordenado.
Tendidos el uno al lado del otro miraban al techo sin decir palabra, casi se podía escuchar el latir de sus corazones. Abajo el bar estaba cerrando, todos los paisanos se iban a sus casas con sus mujeres e hijos, la jornada había terminado. Nick suspiró entornando los ojos, era agradable sentirle cerca otra vez. El calor que desprende el cuerpo de Tony le dio algo de modorra y acabó por acurrucarse pegado a su costado, echando el brazo por encima de su pecho para acariciar con mimo la cicatriz del hombro.
- Te quiero, Nick. - Susurró Tony de pronto y con mucha ternura. - Te quiero más que a mis ojos, te quiero más que a mi vida, más que el aire que respiro. Eres mi vida y mi muerte, no debía de quererte, primo, no debía de quererte y sin embargo te quiero.
- Y yo a ti. - Contestó mirándole a los ojos. Los azules rebosaban tristeza, los suyos verdes alegría.
- Voy a hacer algo que no he hecho nunca, Nick. - Dijo entonces con aire de solemnidad.
- Sorpréndeme. - Añadió el moreno con esperanza y una sonrisa dibujada en los finos labios.
- Voy a hacerte el amor. - Sentenció Tony tendiéndose sobre el excitado cuerpo de su primo que se estremeció bajo su peso.