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TU LUZ ME HACE BRILLAR por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Continuación a los 72 capítulos anteriores de TU LUZ ME HACE BRILLAR.

Puede que os pille algo fuera de lugar al principio, os haréis mil preguntas acerca de qué ha pasado con vuestros amados protagonistas pero si le dais una oportunidad a la historia veréis que poco a poco esas preguntas serán contestadas... o tal vez surjan otras, quién sabe. Espero que disfrutéis leyendo.

 

 

 

 Un paso detrás de otro

 

                                                                 El sol brillaba en su cenit bañándolo todo con una luz cegadora y brillante. Sus ojos, de un azul de azules, le escocían una barbaridad con tanta luminosidad. El paisaje no ayudaba en absoluto, una interminable llanura sin un maldito lugar donde guarecerse a la sombra. Llevaba días atravesando aquella vastedad, pisando el suelo árido y duro de una tierra estéril que escupía sal.

Nada vivo crecía por allí, solamente aquella costra blanca y quebradiza que lo cubría todo. De no ser por su especial naturaleza no habría sobrevivido, pero él podía hacerlo, podía hacer cualquier cosa. Tal vez la magia no fuese su punto fuerte como lo era en su hermana mayor, la Vanir más poderosa de toda la historia del universo, pero él era un tipo duro, un héroe valiente y tenaz, y por encima de todo era un jodido dios.

Sentía el calor abrasador en toda su piel y de manera particularmente dolorosa en la cabeza. La zona que tenía afeitada por encima de las sienes le ardía y hubiese dado lo que fuera por un sombrero. Rasgó la manga derecha de su harapienta y sucia camisa e improvisó una banda con la que cubrirse. Una cresta de pelo rubio, recio, reseco y polvoriento, sobresalía medio palmo por encima de la tela. Por detrás, colgando de la nuca, la tosca trenza en la que recogía su larga cabellera le rozaba el cuello al caminar. Tal vez afeitarse por completo habría hecho aquel viaje más cómodo pero ¿cómo iba a saber que tendría que cruzar un puñetero desierto? De haberlo sabido habría traído consigo agua, comida y una tienda donde refugiarse en las horas de más calor, amén de una manta para las frías noches. Cómo echaba de menos una buena hoguera cuando caía el sol pero allí no había árbol alguno, ni siquiera un arbusto del que recoger unos míseros palos. Tampoco vio animales que cazar para que le sirvieran de alimento, su luz interior tendría que bastarle como fuente de energía hasta llevar a cabo aquella locura de misión que se había impuesto.

La monotonía de dar un paso detrás de otro hacia el horizonte, cada vez más lejano, le estaba volviendo loco. Sin darse cuenta empezó a hablar solo, tenía la necesidad de escuchar una voz algo más real que la de sus propios pensamientos. Así a ratos se daba ánimos, a ratos se maldecía a sí mismo y su soberana estupidez: “¿por qué cojones me he metido en este desierto? Debo estar loco,” se dijo al menos ocho veces aquel día antes de que el cansancio le venciera y se tumbase a dormir bajo el infinito cielo tachonado de estrellas.

Embelesado en intentar adivinar los nombres de las desconocidas constelaciones soñaba despierto con una cálida fogata, un colchón de heno y una manta, placeres sencillos que habrían sido todo un lujo en aquella situación.

  - Tú pareces una serpiente. No, un arco más bien. Y ahí está el brazo que lo sostiene, allí la cabeza, el tronco y las piernas. ¡Eres un arquero! La constelación del arquero, como en casa, la Tierra.

Su voz grave, varonil, rugosa y áspera, rompió por un instante la descomunal quietud de la noche con esas palabras rebosantes de nostalgia. Cuando calló, el silencio regresó. El silencio lo era todo por allí. Si afinaba el oído podía escuchar los latidos de su propio corazón. Aquello era la soledad, la total y más absoluta soledad, devastadora para cualquier alma.

  - Merecerá la pena. - Se dijo. - El planeta es grande, la desolación de este erial imponente, pero yo puedo hacerlo. Cuando encuentre lo que busco habrá merecido la pena.

Y de nuevo el monumental silencio apenas perturbado por su respiración. Tenía que dormir, recuperar fuerzas para seguir caminando, así que cerró los ojos y se hizo un ovillo para conservar el calor de su cuerpo. Poco a poco se dejó caer en un ligero sopor que le arrastró dulcemente al recuerdo de su más tierna infancia, días felices en los que papi, mami e incluso su traviesa hermana mayor, le mimaban y le daban todo lo que pudiera necesitar. Aquello le reconfortó y le trajo un sueño que parecía enviado por su abuela, Frigga, de la que había heredado el don de la profecía.

 

 

 

 


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