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Azul Rosario por Annie Escamilla

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Notas del capitulo:

Kun Minä Kotoani Läksin: https://www.youtube.com/watch?v=cQrLXflvp2g

La nieve se acumula sobre su rostro con caricias indiferentes. La vista borrosa y el dolor paralizante expandiéndose desde su pecho, entumeciéndole los músculos e impidiéndole respirar.

«¡Voy a morir! No puede ser así. ¡No debía ser así!»

Sacude la cabeza e intenta abrir la boca, pero la sangre se ha congelado en sus labios y todo su cuerpo convulsiona bajo una lluvia de luces multicolores. Es su cerebro agitado realizando las últimas conexiones neuronales en un desesperado acto por aferrarse a la vida.

Piensa en sus padres. «¿Seguirán vivos?» Pronto lo averiguaría.

Su pecho se agita cuando aparece el rostro de su amado. Intenta aferrarse al recuerdo, pero ya se ha ido y es él mismo, el otro Jonne, quien con una estaca de madera toma impulso y atraviesa su corazón.

«¡No, espera! ¡Quiero vivir!»

Entonces, ¿por qué lo había hecho? Ya no hay vuelta atrás. El tiempo continúa avanzando.

«¡Me equivoqué! No estoy listo, ¡no quiero morir!»

Pero ya es tarde. Le cogen por los hombros y le meten dentro de un ataúd de hielo. Intenta parpadear o dar alguna señal de vida pero el hielo se funde con su piel, se mete bajo las uñas y dentro de su garganta.

«¡Por favor! ¡Alguien escuche! ¡Aún no estoy listo!»

«Aún no estoy listo... Perdóname, Ville...»



*”*”*

Tres meses antes

15 de Agosto, 1999



El camino se extiende por ambos lados hasta perderse de vista tras los pinos. Elige la derecha y corre hasta que sus zapatos se deshacen en el asfalto, pero al mirar alrededor entiende que sigue en el punto de inicio.

Toma hacia la izquierda, pero ahora sus pies sangran y ha comenzado a nevar. El bosque y el camino se cubren de un manto blanco y entra en pánico al notar que apenas lleva una delgada bata de hospital.

Corre a refugiarse bajo un abeto, pero su tronco está bañado en sangre y entre sus raíces destacan trozos irregulares de latón. Escarba entre la nieve hasta dar con unos dedos congelados y jala con todas sus fuerzas, hasta que el cuerpo completo de su hermano menor emerge de la nieve. Pero aquel no es su hermano.

El otro abre los ojos y grande es su pánico al verse a sí mismo, retrocede y resbala sobre el hielo. Su cabeza cruje contra el borde asfaltado y durante una eternidad siente el hielo contra la carne expuesta y las astillas de hueso y cartílago clavándose en su cerebro.

 

Despierta en mitad de la noche. Respira con fuerza víctima del vértigo y al mover la cabeza una sensación incómoda en la nuca le provoca arcadas. Pese a las mantas siente el cuerpo entumecido. Vomita en el balde destinado para ello y cuando termina enciende la luz y repasa a conciencia los objetos de su cuarto.

«Mochila. Guitarra. Cascabel. Escritorio. Walkman...»

Nota con alivio que la ansiedad baja hasta quedarse en su pierna.

En el baño evita mirar su reflejo pero de reojo capta el largo de su cabello, las ojeras bajo los ojos y los labios temblorosos. Por debajo del pijama se adivinan un par de costillas. Seca las últimas lágrimas y regresa a la cama.

Los recuerdos se aglomeran en su cabeza y repite sin éxito su ejercicio de distracción. Piensa en su hermano pequeño y ante la repentina ansiedad que le invade retuerce los dedos y se jala el cabello con tal de obviar el hecho de que ya no viven juntos.

Maldice en silencio a sus padres. Vuelve a visualizar el accidente y se retuerce bajo las mantas, el corazón a mil por hora. Algo en su pecho se contrae y se le corta la respiración, el preludio de la crisis. Nuevas náuseas cuando le cosquillea la nuca y un escalofrío cuando pasa los dedos sobre la cicatriz.

El llanto se vuelve incontrolable. Tanto así que tiembla compulsivamente y entierra el rostro en la almohada con la esperanza de que la falta de oxígeno acabe por desmayarle.

Cuando levanta la vista Tommi está ahí. Sus brazos le sujetan de forma protectora contra su pecho y sus suaves caricias consiguen calmar su angustia por un momento. Tommi le limpia el rostro y le acomoda el cabello. Susurra una canción que de niños Jonne le cantaba a su hermano menor.

 

Enkä minä loistetta sinisistä silmistä unhoita milloinkaan

Eikä mun ikäväni haihdu täällä outojen seurassa

 

—Y mi anhelo no se evapora aquí... Eso es, Jonne, ya pasó lo peor.

Jonne asiente incapaz de hablar y se deja abrazar por su hermano. Su voz vuelve a entonar el canto y tímidamente Jonne se une tarareando.

 

Eikä mun ikäväni haiadu täällä outojen seurassa

Ennen kuin kukkii se orajan ruusu minun hautani reunalla

Ennen kuin kukkii se orajan ruusu minun hautani reunalla

 

Tommi es el padre que hubiera deseado tener. Había sacrificado su oportunidad de ir a la universidad por un trabajo que le permitiera costear aquella casa y había luchado tenazmente en los juzgados para conseguir la tutela de sus hermanos, aunque sólo había conseguido la de Jonne. El pequeño Ville, en cambio, se mantendría con su familia adoptiva hasta la siguiente apelación el próximo año.

Llevaban casi un mes viviendo juntos. No había vuelto a ver a sus padres después de la mudanza y tampoco tenía deseos de hacerlo ni de volver a la casa de su infancia. Tommi se había asegurado de buscar una cabaña en el otro extremo de la ciudad.

Jonne se sentía feliz viviendo con su hermano. Por eso, no entendía por qué las crisis de pánico se habían intensificado. ¿Serían acaso parte de las secuelas del accidente? Sin embargo, Tommi también había estado allí y no le había pasado nada. Hasta donde sabía, al pequeño Ville tampoco.

—¿Quieres un poco de leche?

—No. Vomité, lo siento.

—Está bien, no pasa nada.

Tommi le tendió un pañuelo y le acomodó bajo las mantas. Sale del cuarto y regresa con un vaso de agua y la pastilla que debería ayudarle a mantener las crisis a raya.

Anorexia nerviosa le llamaban. La peor parte era tener que tomar antidepresivos.

El mayor se acomoda a su lado por sobre las mantas y Jonne se acurruca contra su pecho. La calidez de su hermano le recuerda una infancia en la que su madre aún no comenzaba a beber. Tommi deja la lámpara encendida y poco a poco la droga adormece su cabeza, hasta que el sueño le alcanza y esta vez es calmo como las aguas congeladas del ártico.


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