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Sunflower por rkivexxxv

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El desconocido de al lado

Sasuke Uchiha era exactamente el sinónimo de amargura. Ni siquiera salía mucho cuando era más joven, y era precisamente por esa actitud de hombre serio y misterioso su fama entre las mujeres del banco.

El tipo era un simple cobrador de tarjetas de crédito y jamás se le había cruzado por la cabeza —a sus casi treinta años de edad— salir de fiesta, tener un negocio propio o tener una familia; algo, lo que sea. Evitaba constantemente a todo aquel que se le acercara con la intención de interactuar.

Justamente lo que estaba sucediendo ahora.

—Vamos Uchiha, sal un rato y deja de ser tan aburrido—suplicó Suigetsu Hozuki, de los pocos en el banco que se acercaban a él sin miedo o sin un interés en específico, hasta donde sabía por supuesto.

Suigetsu era tan metiche y hablador que probablemente no aguantaría mucho estando con él y sus amigos.

El pelinegro hizo oídos sordos y siguió tecleando como loco en el computador. Sasuke sólo quería llegar a su departamento en ese horrible edificio cerca del mercado de mariscos, y caer rendido ante su confiable colchón blandito; lo único que ansiaba cada día después de salir de la oficina, pero la insistente mirada de Suigetsu lo hizo por fin verlo con esos fieros ojos negros que heredó de sus padres.

—¿Entonces?—el albino bateó las pestañas e ignoró la afilada mirada de su compañero.

—No, prefiero regresar a casa.

Una mueca de cansancio se dibujó en él—. Bien, como quieras. Tú te lo pierdes—Suigetsu desapareció enfurruñado.

Estaba de más decir que discutir con el hombre gruñón no era una opción, no cuando ya se había dado por vencido semanas atrás por esas mismas palabras que parecían salir en automático de la boca de Sasuke.

El pelinegro sólo pudo escuchar los murmuros del grupo alejándose; quejándose de su huraña actitud, haciendo comentarios absurdos sobre un matrimonio fallido que muy seguramente escondía y que por esa misma razón estaba tan amargado con la vida.

Inmediatamente bufó.

Luego de un rato Uchiha suspiró y masajeó su cuello agradecido por no tener que gastar su fuerza en seguir insistiendo en su negativa. Sus ojos cansados se dirigieron al odioso reloj que le hacía estar pendiente de él a cada rato para saber si ya podía largarse, y por primera vez, no tenía que murmurar alguna queja malcriada y seguir mirando a la pantalla por más horas. Cerró los programas y apagó la máquina, no se olvidó de tomar rápidamente su saco y las llaves de la horrible camioneta Nissan del 96 que con mucho esfuerzo logró comprar hace algunos años.

—Estúpida carcacha—murmuró cuando intentó arrancar por cuarta vez.

Sasuke se vio en el retrovisor y rodó los ojos, no sabía ya cuántas veces había estado en la misma situación. Apretó las manos sobre el volante y suspiró otra vez. A veces creía que de verdad tenía mala suerte, porque cuando algo por fin le salía bien por muy pequeño que fuera siempre algo tenía que arruinarlo por completo. Se rascó la cabeza manteniendo la calma, con el tiempo había aprendido a controlar el enojo y ahora nada podía hacerlo frustrar lo suficiente como para agarrarse a golpes con su propia camioneta.

Arrancó una vez más y agradeció silenciosamente cuando escuchó el viejo motor encenderse. Sasuke condujo por las calles de Osaka, pasó por una tienda de souvenir en busca de municiones; llevó consigo sopas instantáneas y algunas frituras con las cuales se ahogaría en el sofá hasta dormir.

Quizás esa noche pasarían alguna película cliché de terror para hacer ruido y fingir que estaba viéndola.

Su madre criticaba mucho su estilo de vida, de vez en cuando lo visitaba y cada vez que lo hacía sólo era para gritarle regaño tras regaño. Bien, estaba de acuerdo. Era un adulto y era un fracaso. 

Pero no era como si realmente le molestara serlo.

Sólo intentaba vivir como Sasuke.

Él no era el único hijo de la familia Uchiha, ni el representante oficial de todo un conglomerado de personas bajo el mismo apellido. Sólo era Sasuke.

¡Por Dios, trabajaba en un banco!

El nada encantador pelinegro estacionó en el pequeñísimo parqueo del edificio lleno de graffitis, comprobó haber dejado con llave y caminó hasta la entrada. Sus pies pesaban casi tanto como un saco de cemento y estaba totalmente seguro que el cielo gris que se dejaba ver era por su culpa y no precisamente porque parecía que una torrencial lluvia nocturna se acercaría más tarde.

Se obligó a subir las escaleras, porque el maldito ascensor no funcionaba desde hace dos meses; se culpó de nuevo por elegir vivir tres pisos arriba.

Esta era la rutina que Sasuke Uchiha soportaba. Era la tortuosa vida a la que tanto se había acostumbrado. Arrastró los pies y cuando por fin llegó, su ceño se frunció; no era por enojo contenido, tampoco por pereza ni mucho menos porque tenía que pelearse con la vieja loca que tenía de vecina.

Estaba confundido. Y estar confundido no era una emoción que experimentaba muy seguido.

Un par de cajas de cartón estaban afuera haciendo de su recorrido un pequeño obstáculo, pero realmente eso no era lo que mantenía una arruga entre sus cejas.

Era más bien, el tipo que estaba en el suelo frente a su puerta.

¿Qué rayos hacía ahí?

No podía verle la cara, porque todo lo que alcanzaba a observar eran sus pompis alzarse y contonearse de un lado a otro.

Él sólo quería entrar y seguir siendo el mismo fracasado en la seguridad de su apartamento. Sasuke fingió toser y el raro que estaba husmeando bajo su puerta pegó un salto y rápidamente se levantó.

No era ese tipo de rostro el que se imaginaba en un metiche, o en un ladrón; un pervertido o sabrá Dios lo que sea que pudiera llegar a ser esa persona que parecía totalmente ajena al edificio.

Sasuke creía que no era el lugar para un rostro como ese.

Así que sólo hizo lo que se le daba bien, observar. El cabello rubio brillaba aunque estuviera cero presentable y pareciese que acabara de despertar, y esos enormes ojos azules deslumbraban. Ese chico parecía todo lo contrario a él, irradiaba toda esa vibra que siempre evitaba.

—Lo siento, yo sólo-

Sasuke torció los labios, incluso su voz parecía proyectar una especie de energía que lograba transmitir con sólo verlo por unos segundos.

Algo ruidoso, para su gusto.

—Perdí algo importante por debajo de tu puerta, pero no lo alcanzo—lo último lo susurró con vergüenza, incluso podía ver mínimamente el color salmón en sus mejillas.

Sasuke pasó a un lado de las cajas y también del muchacho brillante que parecía haberse mudado a un lado de él, ¿pero en qué rayos estaba pensando cuando decidió moverse justamente ahí?

Uchiha abrió la puerta y el rubio rápidamente recogió algo del suelo que no logró ver, pero su curiosidad abandonó su cuerpo cuando vio la sonrisa avergonzada de su nuevo vecino.

Era la sonrisa más grande y agradable que había visto en mucho tiempo.

No era como esas sonrisas coquetas que recibía de las mujeres, tampoco como las nerviosas que algunos de los compañeros del trabajo le daban o esa sonrisa de pena de Suigetsu que siempre tenía cuando lo miraba. Como sea, ese chico tenía una sonrisa de verdad.

—Soy Naruto Uzumaki—retrocedió un par de pasitos y señaló a la puerta continúa a la suya—, acabo de mudarme.

Sasuke quería decirle que estaba completamente loco por mudarse cerca del mercado de mariscos, que estaba loco por mudarse frente a la vieja demente y que estaba aún más loco por tratar de entablar una conversación con él.

Pero en lugar de eso prefirió apretar los labios y por primera vez poner en práctica, o algo así, los valores que su madre Mikoto Uchiha le enseñó.

—Sasuke.

Eso fue lo único que dijo antes de encerrarse rápidamente en su departamento.


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