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Mi querido príncipe... por Yakaylex2

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Notas del fanfic:

Los personajes y la historia son de mi autoría. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Se escribe sin ánimo de lucro.

Notas del capitulo:

¡Hola amigos! Aquí una nueva historia con personajes originales, que llevo formulando en mi mente desde hace varios años. Es algo corta, pero espero que la disfruten.

Yo, el típico tipo callado, poco social y algo tímido. Él, el chico más divertido, amable, generoso y atractivo que jamás he conocido. Yo, un simple soldado, que fungía en ese tiempo como su guardaespaldas. Y él, segundo príncipe heredero del Reino de A ... y el amor de mi vida.

Esta historia comienza en el reino de A ..., que se encuentra en un país poco, muy poco conocido. Pero creo que este no será el lugar para hablarles sobre su ubicación en el mapa. Lo único que deben saber es que nuestro reino vive bajo una tiranía inflexible, en donde nos rigen con los más altos estándares de moral y normatividad jamás vistos en algún lugar. El Rey Leonardo XVI (padre de mi querido príncipe), es la persona más estricta que puede existir en la vida. Y quizá la más loca. Homofobia, racismo, discriminación, y muchas más palabras pueden describir lo que caracteriza a su gobierno. Con mano de hierro se ha deshecho de las personas que puedan tener algún tipo de relación, actuar o sentimiento prohibido. Incluso llegó a asesinar a su propia esposa y a su único hermano, cuando escuchó rumores - falsos, por cierto - del romance entre ellos.

Quien se atrevía a enfrentarlo, también pagaría las consecuencias. Por eso, el único lugar seguro que teníamos los ciudadanos, era nuestra mente. Guardábamos en nuestro pensamiento todos los deseos, sentimientos, y palabras que tuviéramos por decir o hacer. No podíamos compartir con nadie, nada. A menos que quisieras ser quemado en la hoguera de la plaza principal o sufrir de las más grandes torturas, que ni siquiera en los tiempos de la Inquisición pudieron imaginar.
El reino es protegido por la Guardia Militar. Cuidar la frontera, aplacar revueltas y mantener vigilados prácticamente a cada habitante, todas estas son actividades que los soldados detestamos. Afortunadamente, mi familia y yo, los famosos "Kung", somos del grupo elite. Es decir, nos encargamos solo de proteger a la familia real. Está en nuestra sangre y nuestro linaje. Daríamos la vida por nuestras majestades. Y cuando conocí a mi príncipe, supe que todos esos mandatos los aplicaría al pie de la letra. Así perdiera mi vida - o mi corazón - en el intento.

Lo conocí cuando tenía doce años, y el nueve. Era pequeño y alegre, pues vivía sin ninguna presión. Era el segundo hijo, por lo que su vida seguramente transcurriría en paz y armonía. Me indicaron que sería su guardia personal y no tuve problema. Había sido educado para eso y el pequeño era muy tranquilo y poco travieso. Me daba cierta ternura su forma de actuar y trataba siempre de consentirlo, como sabía que lo hacía su madre. El me dedicaba sus mejores sonrisas y poco a poco el afecto que sentía por él iba en aumento. "¡Kao-kun! ¡Kao-kun!" Me gritaba con su voz infantil. Miles de veces le tuve que recordar que mi nombre era Kao Kung, pero él se negaba a decirme de esa manera. Según él, la forma en la que me llamaba sonaba más oriental.

Cuando cumplió catorce, perdió a su madre -aunque el Rey no le dijo la verdad de lo que había ocurrido -. Pude notar la inmensa tristeza en su rostro, que se reflejaba en sus profundos ojos avellana. Pero no podía permitirse llorar frente a las personas. "Los hombres no lloran." le dijo en ese momento el Rey. Cuando por fin estuvimos en sus aposentos, despaché a la servidumbre, ya que tenía esa autoridad, y me disponía a salir para dejarlo solo cuando escuché su, ahora, varonil voz.

- No te vayas, Kao Kung. - Me dijo contra las almohadas.
- Lo siento, mi príncipe. Está prohibido que me quede con usted a solas en este lugar. En su habitación. - Susurré.
- ¡Al diablo con todas las malditas reglas! - Gritó mientras lanzaba una almohada contra un pesado florero. Por suerte no se rompió o hubiera llamado más la atención. Jamás había hablado de esa manera. Lo miré con los ojos sorprendidos, mientras volteaba a verme. - Y no me importa que me azoten por eso. Puedes decírselo a mi padre.
- No, mi príncipe. - Me incliné hacia él. - Yo soy su sirviente, de nadie más es mi lealtad. - "Ni mi corazón", quería decirle. Pude notar que sonreía un poco.
Me acerqué a él, solo un poco. Lo suficientemente prudente, pero con el deseo de tomarlo entre mis brazos para consolarlo de ese gran dolor que sentía.
- Kao Kung... - Lo miré interrogante. Él se sentó en su cama, yo retrocedí. Estiró su mano. - ¿Puedes darme... un abrazo? - Me sonrojé por completo. Estaba prohibido demostrarse algún afecto, y más entre dos hombres. Y lo peor, el Rey me quemaría vivo si se enterara.
- Lo siento mi príncipe, no puedo hacerlo. - Volví a inclinar mi cabeza.
- Kao Kung - me dijo con su voz más autoritaria. Me estremecí. Sabía lo que me diría. - Te ordeno que me des un abrazo en este mismo momento.
La orden de la familia Kung era "nunca digas no a la realeza". Suspiré. Caminé como autómata cerca de su cama. Mi brazo temblaba tanto que tuve que morder mis labios, tratando de controlarme.
- Pero no quiero que lo hagas como si fueras un robot. - Se quejó. - Quiero un abrazo de verdad, como se lo das a tu madre. - Era la única prueba de afecto que el Rey no había censurado. Lo tomé de los brazos y lo puse de pie.

Era solo ligeramente más bajo que yo, pese a los tres años de diferencia que teníamos. Con un temor enorme pero también con una emoción anticipada, lo tomé entre mis brazos y lo abracé a la altura de la espalda. De inmediato sentí sus brazos rodearme y entonces lo supe. Mi corazón comenzó a palpitar, mi mente se quedó en blanco; podía sentir su suave contacto, su peculiar aroma a madera. Estaba enamorado de mi príncipe. Al diablo con el Rey, con las normas, con todo. Bajé mis brazos y lo estreché con fuerza de su cintura. Él se recargó en mi pecho. Estuvimos abrazados así por largos minutos que a mí me parecieron horas. Era tan feliz, tan dichoso. Sabía que sería mi única oportunidad de poder besarlo. Levantó el rostro y estuve a punto de bajar mi rostro, cuando vi sus ojos llenos de lágrimas. Sentí una excesiva repulsión hacía mí. Yo disfrutando el momento, aprovechándome del dolor que mi príncipe sentía por la pérdida de su madre, para poder tenerlo al menos unos momentos entre mis brazos. ¡Qué egoísta había sido! Sin dudarlo, deposité un suave beso en su frente y lo solté. Mi príncipe se veía un poco sonrojado.

- Lo siento, mi príncipe. - Me incliné de nuevo hacia él. Para mi sorpresa tomó mis manos y rápidamente besó mi mejilla. Un beso casto, pero que logró aumentar un poco la temperatura en mi rostro.
- Gracias, Kao Kung. - Me sonrió como siempre lo hacía. - Eres mi mejor amigo. - Sonreí. Aunque esa última palabra me afectaba un poco, sabía que era lo más que podía aspirar y eso me haría feliz el resto de mi vida.
- Es un honor. - Me volví a inclinar brevemente y después me dirigí hacia la puerta para retirarme. - Gracias, mi querido príncipe.
- Leo, - lo miré interrogante. - Mi nombre es Leo. – Sonreí.

Después de eso, pude notar que las barreras que había entre nosotros se habían derrumbado una tras otra. De repente sentía su mirada, su cálida sonrisa y discretamente correspondía a ellas. No pensaba en que pudiera corresponder mis sentimientos, pero al menos ahora compartíamos algo más especial. Ninguno de los dos lo volvió a comentar. Solo disfrutábamos de la compañía mutua.

Cuando cumplió quince años, su padre me encomendó la tarea de enseñarle a usar armas más poderosas que una simple espada. Pasábamos el día entrenando arduamente, ya que supuse que su padre, luchador incansable, planeaba llevarlo en el siguiente enfrentamiento por el territorio con el reino vecino. A él y a su hermano mayor.
-
Kao, estoy muy cansado. - Resoplaba como un caballo sin fuerza. Sonreí. - No sé para qué quiere más territorio mi padre. Ni siquiera sé porque todos en el reino tenemos que vivir de esta forma.
- ¿A qué se refiere, mi príncipe? - Me miró un poco molesto.
- Leo, Kao. Quedamos que me dirías Leo.
- Es muy complicado, mi príncipe. - Me miró y me mostró la lengua. Sonreía más ampliamente.

Si me preguntan porque íbamos tan quitados de la pena, era porque estábamos en las afueras del castillo, mucho más lejos de los caminos comunes por donde pasaban los guardias. Caminábamos cerca, pero no tanto. Yo iba más atrás de él, como una sombra. De pronto se detuvo, haciendo que chocara contra él. Comencé a ofrecerle mil disculpas, pero me puso su mano en mi boca. Me callé de inmediato.

- Escucha... - Susurró. - Presté atención y solo escuchaba unos murmullos. Caminamos con lentitud hacia una derrumbada pared. Y entonces lo vimos. Dos hombres, con la ropa de campesinos un poco revuelta, se besaban con pasión. Mi príncipe se quedó pasmado. Era la primera vez que veía algo así. Yo me quedé de la misma manera, pero no por la escena, ya que muchas veces había arrestado personas haciendo ese tipo de cosas. Lo que me sorprendió fue ver que mi príncipe tenía el rostro sonrojado y que no apartaba la mirada, y eso provocó que yo me sonrojara igual.
- Príncipe... - Le llamé, pero no me hacía caso. Tomé su mano y la halé con fuerza. - ¡Príncipe! - Abrió los ojos y se dio la vuelta sorprendido. - Vámonos de aquí.
- ¿Por qué...? - Comenzó a preguntarme, pero entonces lo oímos.

Bam, bam.

Volteamos al mismo tiempo, justo para ver como los dos hombres yacían en el suelo. Un tiro certero.

- ¡Cristo! - Dijo mi príncipe. Y entonces nos rodearon. Solté discretamente su mano. Cuando uno de los soldados intentó agarrarme, mis instintos se activaron, y de un solo golpe lo tiré al suelo. Otro más se acercó e hice lo mismo, sin dejar de cubrir a mi príncipe. Cuando el tercero se acercaba, una voz autoritaria gritó.
- ¡Identifíquense! - Gritó una figura alta, con el rostro cubierto con un casco especial que mostraba su rango.
- Sargento Kao Kung, de la Guardia Militar de la Elite, mi General. Escolto al príncipe Leonardo XVII de vuelta a sus aposentos reales. - La alta figura se acercó a nosotros y se quitó el casco.
- Hola, hijo mío. - Me sonrió con benevolencia.
- Hola, padre. - Suspiré.

Regresamos a los aposentos y mi padre, es decir, el General, me solicitó visitarlo en cuanto terminara mis actividades con la realeza. Mi príncipe le dijo que tardaría un poco más ya que esa noche tocaba asesoría escolar. Hasta donde recordaba, es actividad no estaba en el calendario de ese día, por lo que supuse que quería platicar conmigo lo sucedido. Así que le seguí el juego.

Entramos en el estudio principal, que para esas horas ya estaría totalmente desocupado y mi príncipe tomó asiento. Después de un rato de fingir estudiar literatura clásica, mi padre se retiró - el odiaba esa materia - y me pidió que lo buscara a primera hora de la mañana. Otro rato pasó y cuando estuvimos seguros de estar solos, mi príncipe me hizo una seña. Con pasos seguros nos dirigimos a la salida y de allí a su habitación. Entramos y por suerte la servidumbre no estaba. Cerré la puerta con una pesada viga. Aún el príncipe podía tener algo de intimidad.

- ¿Qué sucede, mi querido príncipe? - Lo miré y se veía nervioso.
- ¿Por qué? - Lo mire inquisitivo. - ¿Por qué los mataron?
- Son las órdenes de su majestad...
- ¿Matarlos? No cometían ningún delito. - Me miró con un poco de furia. – Entiendo que no se vea muy bien la exhibición, pero…
- Para su padre, el que dos personas se muestren su afecto en una vía publica, es una falta grave. Y si ambos son hombres, todavía es peor. - Le expliqué con calma. - Están destrozando los principios que rigen a nuestra sociedad.
- ¿Tú estás de acuerdo con esto? - Lo miré sorprendido y nervioso. No sabía que decir. - Tranquilo, nadie te va a venir a arrestar por eso. Suspiré.
- No, no lo estoy. Ni con las muertes, ni con el hecho de demostrar tu afecto hacia la persona amada. Pero solo somos soldados. Nos regimos bajo las órdenes de su padre. - Permanecimos callados un par de minutos.

Mi príncipe observaba distraído por la ventana y yo aproveché para admirarlo. Estaba bañado con la luz de la luna y parecía un ángel esplendoroso. Eran tan perfecto que por un momento quise hacer todo a un lado y confesarle mis sentimientos. Pero no podía hacerlo. Estaba a punto de preguntarle si podía retirarme cuando se me adelantó.

- ¿Qué se siente? - Su tono de voz era soñador.
- ¿Cómo dice, príncipe?
- ¿Qué se siente besar a alguien? - Me miró a los ojos. - A la única persona que he besado era a mi madre y no creo que eso valga como un beso.
- Yo... no creo poder ayudarlo con eso. - Me sonrojé.
- ¿Cómo no vas a poder hacerlo, Kao? - se oía molesto. - Tienes concubinas o alguna novia, ¿no? - Negué con la cabeza. - ¿Por qué?
- Solo tengo dieciocho años, mi príncipe. - Respondí evasivo.
- ¿Y eso qué? A esa edad la mayoría de los soldados tiene cuando menos una mujer. Se han besado. Se han enamorado.
- No en mi caso. - Seguía evasivo.
- ¿Por qué? - Volvió a preguntar.
- Porque solo estoy enamorado de... - me detuve, estuve a punto de decirlo. Pero la insignia en su pecho que representaba a la familia real me indicó que no debía hacerlo. Improvisé rápidamente. - De mi trabajo. Es lo único que me importa en este momento.
- Entonces estás soltero, ¿correcto? - Me dijo con una sonrisa traviesa mientras se acercaba a mí. Yo asentí nervioso. - No te molestaría hacer esto ¿verdad? - Tomó mi rostro con ambas manos y me acercó a él.

¡Oh, Cristo! No hice ni el menor intento por detenerlo. Podía sentir sus labios suaves, frescos, sobre los míos. Mi corazón latía a más no poder. Estaba mal. Era mi príncipe, yo solo un soldado. Pero sus labios, ¡oh, sus labios! Me envolvían de una manera tan perfecta que no podía parar de besarlos. Mi primer beso, su primer beso. Seguimos sin parar durante unos minutos, hasta que el sonido de la puerta nos sobresaltó.

Notas finales:

Hasta aquí el primer capitulo, nos vemos en el siguiente.


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