Do comía como un chico, rápido y bastante. Por supuesto que sí, si era un chico después de todo. Kim, en silencio, comía también. Fue él quien invitó a Kim una comida como disculpa por el momento incómodo y las palabras de más, pero seguramente parecía todo lo contrario. Seguía sintiendo su mala educación, falta de respeto a su presencia. Se sentía desplazado.
¿Y por qué buscaba reconocimiento en ese muchacho? ¿Por qué sólo Kim se sentía tan atado a estar presente en el otro?
— Lo que leíste esa vez, ¿lo escribiste tú?
Do lo miró, lo analizó y volvió a la comida.
— No. Y tampoco leí nada, sólo hablé de mis pensamientos.
Hizo una pausa y levantó los párpados, manteniendo bajas las cejas. Mostró esa mirada filosa de nuevo, como si estuviera listo para atacarle dependiendo de la respuesta que le diera.
— ¿Te molestó?
¡Qué perspicaz! Kim fue atrapado en el acto. Le molestó, sí, en ese momento. En el presente le interesaba.
Encogió los hombros y fue tramposo en su respuesta.
— Me parece contradictorio lo que piensas y lo que haces. Participar como terapeuta en formación. Sólo con que te interese el tema, demuestra preocupación de tu parte por otras personas.
Do sonrió y se limpió con una servilleta.
— No me preocupa, pero sí me interesa. Algo personal.
— ¿Un secreto o trauma de la infancia?
— No, no. Me interesa para matar el aburrimiento. Diversión personal. No me dedicaré a la atención de personas, centraré mi esfuerzo en la investigación dentro del área.
Kim no lo creía. Do era tan descarado, tan falso y genuino en distintas caras. Kim seguía pensando en el discurso, los contenedores, la voz grave, el aroma, el beso. Do no mostraba nada, pero tampoco lo ocultaba. Como si no le importase nadie más que sí mismo. Demasiado descarado.
— Entonces esto no es para mostrarme tu arrepentimiento, sino para tu propia diversión.
El muchacho negó. Dejó la hamburguesa a un lado y se cruzó de brazos sobre la mesa, desafiando a Kim con sólo estar ahí sentado.
— Lo que escuchaste, que daría lo mismo cualquiera, lo dije porque es así, no es algo que me preocupe. No me importa lo que otros piensen, yo sé lo que quiero. Pero ¿sentí? que debía disculparme, no debería involucrar a otros en problemas, es todo, por eso me estoy disculpando, ¿está bien?
Vaya forma de remontar. Nadie hacia frente a Kim JongIn y, sin embargo, ahí había un niñato que lo estaba ignorando de lleno, ni siquiera lo provocaba. Realmente no le interesaba en ninguna forma, sino como una simple y llana diversión. Algo para mantenerlo ocupado.
Kim le pidió extender su mano. Do aceptó despreocupado.
La palma olía ligeramente a kétchup, pero seguía conteniendo la misma calidez que recordaba. La tomó y usó de almohada al apoyarse sobre la mesa. Do se sintió curioso por ese movimiento, apoyándose en la mesa también.
— Actuar como un niño… ni siquiera mereces un honorífico, ni que te pague la comida como disculpa.
Do susurró y quitó la mano, pero la volvió a acercar. Acariciaba el rostro, siguiendo el mismo patrón que hizo Kim cuando se tocaron sin verse. Las yemas grababan la forma perfecta en las facciones de Kim, quien selló sus párpados y rememoró el cuarto oscuro, las texturas desconocidas y las respiraciones como único sonido en la habitación.
— Kim JongIn, Kim. Kim... Jong... In...
Do enlenteció la pronunciación, saboreó el nombre y se detuvo. Dejó dinero sobre la mesa y tomó su morral para irse rápidamente. Los segundos que le tomó a Kim abrir sus ojos fue suficiente para desaparecer de su vista.
Salió minutos después con el dinero en mano para devolvérselo, pero Do se negó, prefirió que la próxima vez pagara Kim.