Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

¿Te quedarás? por Solsticio de Saturno

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

MARVEL | STARKER (Tony Stark x Peter Parker) | AU | YOUNG TONY | NARRACIÓN EN PRIMERA PERSONA

 

Advertencias:
Lenguaje altisonante.
Material con temas sensibles, muerte de personajes secundarios, abuso de sustancias, discriminación.
Contenido sexual.
Posible Stony como NOTP.

Los personajes pertenecen a Marvel Comics. La historia es de completa autoria de Solsticio de Saturno.

Conocía a la perfección el rostro de mi madre, heredé sus ojos y su nariz, y todos los que la conocieron decían que tenía su carisma y su valentía. Tuve al menos seis fotografías de ella en mi habitación, en mi mesita de noche y una fotografía infantil en la billetera, y aunque no estuviera, su memoria vivía en mí. Pero al cerrar los ojos y pensar en mi figura materna, aquella que me cuidó cuando tuve fiebre por las noches cuando niño, quién me filmó en las obras escolares y que puso antiséptico en mis rodillas raspadas, el rostro de otra mujer se imprimía en mis pensamientos, y esa era May. Ella estuvo durante esos nueve largos años, los más difíciles y a la vez, los más felices de mi vida. Yo estuve con ella cuando tío Ben nos dejó, o mejor dicho le arrebataron la vida; cuando perdió su trabajo por exigir una paga igual a la de sus compañeros y hasta la última noche en el hospital, sosteniendo su mano hasta que se soltó de la mía y se fue de este mundo. 

La única familia que conocía me dejó una noche de otoño, con el alma sobre un hilo y la mirada perdida en sus parpados sellados que jamás volverían a abrirse y mirarme con el amor más puro que nadie volvería a tenerme. 

Tres días después de su sepulcro, llegó una trabajadora social a nuestro departamento. Yo tenía dieciséis años entonces, legalmente no era un adulto y no podía hacerme cargo de mí mismo. Y la verdad, en esos momentos en los que lloraba la mayor parte del día, me sentía completamente incapaz siquiera de seguir respirando en un lugar donde ya no podía verla y al mismo tiempo todo me recordaba a ella, su nombre estaba en cada uno de los rincones de nuestro modesto apartamento, el lugar que ella hizo que yo llamase hogar. De no ser por los vecinos y amigos que me llevaban un plato de comida tres veces al día, habría muerto de inanición. 

—Peter, necesito saber que comprendes tu situación actual.

Parpadee un par de veces, volviendo a la realidad, intentando no soltar la taza de café que había entre mis manos, preguntándome en qué momento la serví. Estaba tan disociado, sin poder concentrarme, como fuera de mí. Era un robot en piloto automático, sin pensamiento, sin expresión, a veces sólo estar en ese trance impedía que me desmoronara por completo, sólo eso me contenía.

—Lo siento, señorita… —busqué su nombre en el gafete que le colgaba del cuello—. Edwads. No entendí, ¿por qué no puede el departamento de asistencialismo tomar mi caso? 

—Los programas de asistencia social priorizan a niños en situaciones más vulnerables, ya sea por edad o por pertenecer a una minoría, pero sólo cuando tienen un padre o tutor legal. —explicó la mujer—. Tendrás que ir a una casa de acogida, aún eres considerado un menor de edad. 

—¿Qué pasará con este apartamento? Era su hogar, es nuestro hogar. ¿Lo voy a perder, señorita? —sin querer, mi voz se quebró, un par de lágrimas se escaparon y corrieron por mis mejillas, incontrolablemente. 

La trabajadora me dedicó una mirada lastimera, cómo quien mira a un animal herido por el que no se puede hacer nada. En cuanto lo noté, ella desvió sus ojos a la veladora encendida frente al retrato de May sobre una mesa cerca de la entrada, incapaz de sostenerme la mirada.

—Veremos qué podemos hacer, ¿okey?

Mentía. Sólo lo decía para consolarme y aunque ella pudiese hacer algo, cualquier trámite terminaría abandonado entre un montón de papeles en alguna oficina y sería triturado al final del mes. No asentí, oculté mi cara entre las manos, abrumado y perdido. 

Lo único que logré recordar del resto de esa conversación fue que probablemente tendría que salir del departamento en uno o dos días, que iría a una casa de acogida con otros chicos de mi edad y que probablemente tendría que cambiar de escuela. ¿No era suficiente con abandonar mi hogar, también tendría que decirles adiós a mis amigos, los únicos que podían darme la fuerza suficiente para seguir levantándome por la mañana? 

Esa misma noche empaqué lo que pude y cómo pude. Probablemente tendría que dejar la mitad de mis pertenencias ahí y todas las cosas de May, que terminarían en caridad o algo similar. 

Cuando tío Ben murió, a May le tomó un mes vaciar su armario, desempolvar sus zapatos y donar todo, como él deseó alguna vez en vida. Cada día que una prenda de él se iba de la casa, era una lagrima menos en el rostro de mi tía. Los llantos prolongados poco a poco se transformaron en sonrisas nostálgicas, en suspiros melancólicos que dejaban ir el dolor. Y cuando finalmente ella estuvo lista para empezar de nuevo y reanudar su vida, habíamos aprendido a llenar ese hueco con nuestra propia fortaleza, aprendimos a pararnos en nuestros propios pies. 

Yo tenía menos de cuarenta y ocho horas empezar de nuevo. En cuenta regresiva. 

Fui a dormir sin quisiera probar bocado, con un agujero en el estómago y sin apetito. Más sólo que nunca, asustado por la incertidumbre de no saber qué sería de mí e incapaz de siquiera querer imaginarlo, a mi mente sólo llegaban escenarios catastróficos que aumentaban mi ansiedad. Sin saber cómo, dormí profundamente, y quién no lo haría después de noches largas sólo acompañado de los oscuros pensamientos que me atormentaban, alimentados por la soledad que me quemaba dentro, pero desperté aún más cansado que la noche anterior, a causa del sonido de la puerta principal y el timbre que llamaba insistentemente. Abrí sin preocuparme por presentarme en pijama, despeinado y mis ojos intentando acostumbrarse a la luz de la mañana.

—Buenos días, perdón, no esperaba recibir a nadie tan temprano. —solté, amodorrado, encandilado sin poder levantar la mirada.  

La otra persona carraspeó para llamar mi atención. Ni siquiera me detuve a ver a través de la mirilla de la puerta, quizá estaba demasiado distraído o dormido aún, quizá ambas cosas. Deslicé mi mirada por sus zapatos de tacón negros, por sus piernas torneadas y largas hasta su falda de tubo, su cuerpo esbelto y finalmente hacia un rostro fino, cubierto de pecas y enmarcado por cabellos rubios. 

—Soy Virginia Potts, joven Parker.  



 



 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).