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Secrets por RLangdon

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Era el último viernes de clases en Derry. Todos los alumnos miraban expectantes hacia el reloj de pared que pendía encima de la pizarra. La mitad del salón había dejado de tomar nota varios minutos atrás y ahora permanecían en sus asientos con expresiones anhelantes y los puños suspendidos en posición vertical.
 
Cuando las manecillas del segundero estaban por llegar al número doce, el bullicio comenzó.
 
—Tres— dijo Ben, guardó la última libreta en su mochila y miró al chico del pupitre del lado derecho.
 
—Dos— la emoción traspasó la voz de Eddie, quién, sonriente, dio un codazo a su distraído compañero a su costado.
 
—Uno— Richie apenas acabó de decirlo cuando el sonido de la campana inundó los pasillos. El bullicio no se hizo esperar. Algunos estudiantes incluso arrojaron útiles al aire mientras que la mayoría salía a toda carrera en medio de un alboroto generalizado.
 
Tras avistar al resto del alumnado correr en estampida hacia la salida, Mike se asomó al pasillo. Miró a derecha e izquierda antes de hacer una seña con la mano para que sus amigos salieran.
Beverly, Bill, Ben, Stan, Richie y Eddie lo siguieron en fila india.
 
—No hay morros en la costa— corroboró Eddie al echar un fugaz vistazo a su espalda. Los demás asintieron conformes.
 
Ya fuera, cada uno se hizo con su bicicleta, siendo Richie quien más se entretenía en montar la suya.
 
—Hey, R-Richie— tartamudeó Bill para llamar su atención. Todos se acercaron a él para ver la atrocidad cometida a la bicicleta. El asiento había sido arrancado.
 
—Henry Bowers— las manos de Richie aferraron con fuerza los manubrios en tanto su rostro se descomponía en una mueca de entero disgusto.
 
Y como si el hecho de recitar aquel nombre se tratara de alguna especie de conjuro, Henry Bowers se acercó junto a su camarilla. Victor, Patrick y Belch portaban en sus rostros el mismo aire de superioridad.
 
—Hazte a un lado, tartamudo— con un firme empujón, Henry apartó a Bill, y su sonrisa burlona se amplió al ver la expresión compungida de Richie. —Quiero la tarea hecha antes de que terminen las vacaciones— se escupió la mano y embadurnó con ella la mejilla de Richie.
 
—Eres un cerdo— Para cuándo Eddie quiso darse cuenta, las palabras ya habían brotado de sus labios en una terrible sentencia. Enseguida se cubrió la boca, pero era tarde. Bowers había escuchado y ya se volvía en su dirección, retrocediendo uno a uno sus pasos.
 
—I-Idiota— insultó Bill, plantándose junto a Eddie.
 
—Cabeza hueca— apoyó Ben, situándose entre ambos.
 
—Estúpido— Beverly hizo lo propio, cruzándose de brazos y blandiendo una mirada retadora.
 
—Imbécil.
 
—Tarado— remataron Mike y Stan desde sus bicicletas.
 
Henry Bowers y sus compinches no cabían en sí por semejante atrevimiento.
 
—Bola de payasos— Henry los señaló uno a uno con el índice, amenazante. Sin embargo la furia en su semblante se difuminó al volver su atención a Richie. —Después cobraré sus cabezas. Es con el cuatro ojos con quién debo ajustar cuentas.
 
—S-Si te me-metes con uno…—articuló Bill trabajosamente.
 
—Te metes con todos— Completó Ben, recibiendo la aprobación en las miradas del grupo.
 
Patrick, Victor y Belch se hicieron sonar los nudillos, esperando la orden de Henry para proceder con la golpiza. No obstante, el mandato no llegó.
 
Henry rió en un inmenso alborozo con la mirada vuelta al cielo, aparentemente divertido por la rebeldía que el club de los perdedores le profesaba.
 
—Ajustaremos cuentas más adelante— pese a que la amenaza era genérica, su mirada ponzoñoza se detuvo exclusivamente en Richie por largos segundos antes de emprender la retirada, escoltado por el resto de su séquito.
 
Hasta que estuvieron lejos, Richie dejó escapar una exalación de alivio y, al saberse profundamente observado, se encogió de hombros.
 
—No es mi semana— expresó, soltando la bicicleta para ir a la de Eddie, este último negó reprobatoriamente con la cabeza.
 
—¿En serio, Richie? ¿Toda la semana?
 
El grupo entero intercambió miradas de extrañeza. No era ninguna novedad que Henry Bowers los fastidiara a todos ellos, pero últimamente se había ensañado con Richie por una razón que ignoraban. De cualquier forma Henry siempre buscaba cualquier excusa para poner de manifiesto su bravuconería.
 
—¿Lo insultaste o no quisiste pasarle los apuntes?— Eddie comenzó a pedalear cuando Richie acabó de acomodarse a su espalda. Ya habían quedado que se reunirían en casa de Bill terminadas las clases ya que, de una u otra manera, Bill seguía culpándose por la muerte de su hermano, mostrando una actitud esquiva y depresiva durante las clases. Querían apoyarlo, al menos hacerle saber que no estaba sólo.
 
Richie se ajustó las gafas con una mano, mirando constantemente a sus espaldas para asegurarse de que Bowers no los seguía. Sería su fin si eso ocurría.
 
—Le embarré puré de papatas durante el almuerzo— mintió. Mientras pasaban sobre el puente de los besos, dejó de aferrarse de la cintura de Eddie para apoyarse sobre sus hombros. —Eddie espagueti— susurró a modo de confidencia, atrayendo la atención de Stan y Mike que pedaleaban a sus costados. — Cada vez que paso por este lugar pienso…en lo mucho que me gustaría besar a tu madre.
 
—¡Beep beep, Richie! —corearon Mike y Stan, rompiendo en risas poco después. Eddie solo atinó a rodar los ojos, acostumbrado a las bromas pesadas que involucraban a su progenitora.
 
—Debí dejarte a merced de Bowers— susurró, deseando bajarse de la bicicleta para al menos golpearle en las costillas.
 
**
Nada más llegar a la casa, el grupo apoyó cada una de las bicicletas afuera del garage. Bill accionó el botón junto a la entrada y la puerta de aluminio se elevó hasta el borde superior con un sonoro chasquido.
 
Hubo un par de exclamaciones de sorpresa cuando Bill los apuró a entrar con una discreta seña.
 
Solían reunirse en casa de algun miembro del club los fines de semana. En esta ocasión tocaba el turno de Bill para prestar su casa a la cuadrilla con el fin de pasar un buen rato. Sin embargo se había acordado discreción al respecto debido a que todos estaban enterados que dentro de pocos días se cumpliría un año de la muerte de Georgie.
 
—Aún c-creo que Ge-Georgie... — Bill se interrumpió al tener el brazo de Beverly sobre sus hombros. Aquello que había despertado el acaparamiento de atención inicial se debía al acomodo que Bill había hecho en el espacio cerrado.
 
Nuevamente había construido un prototipo en miniatura de las cloacas con ayuda de los tubos plásticos de su hamster. Asimismo, las paredes adyacentes a la entrada estaban tapizadas con mapas topográficos de Derry en cuyo contorno discurrían señalamientos trazados en tinta roja. Una suerte de recorrido por las alcantarillas que intentaban demostrar el paradero del cuerpo desaparecido de Georgie.
 
—Bill, no creo que debas seguir perdiendo el tiempo así— opinó Stan, obteniendo un asentimiento general en respuesta.
 
—Te está afectando— hizo notar Ben, a sabiendas de que Bill llevaba meses con lo mismo. Se recluía después de clases en el garage para conjeturar respecto a una cuestión que ya debería estar más que zanjada.
 
Negando con la cabeza, Richie se abrió paso para palmear la espalda de su amigo.
 
—Georgie ya no existe. Sé que es duro, pero tienes que aceptarlo, viejo.
 
La expresión de Bill pasó de la aparente calma a un paroxismo de duda.
 
—Y-Ya lo sé— se sublevó, retirando el prototipo de la mesa. —Pero...f-fue— se mordió el puño para retener las lágrimas que amenazaban con desbordarse. —Fue mi cu-culpa— remató con un sonoro hipido que vaticinaba lágrimas.
 
Ante el visible arrebato de zozobra y sabiendo de antemano postergado el juego de cartas que pretendían llevar a cabo para amenizar la tarde, Beverly se adelantó unos pasos junto al proyector, apremiando a todos a acercarse.
 
—Necesitas sacarlo, Bill— le aconsejó. —En lugar de atormentarte por un suceso que no puedes cambiar, deberías soltarlo...Hagamos esto— propuso, tomando una de las hojas sueltas en blanco adheridas a los costados del mapa. —Todos nosotros tenemos secretos, llevamos una pesada carga por mantenerlos dentro. Si nos sinceramos un poco entre nosotros, depositando confianza en los demás, quizá podríamos sentirnos mejor.
 
Entregó a cada uno un trozo de papel y se apoyó en la mesa, haciéndose con un bolígrafo para anotar su secreto en un trozo y doblarlo. Después alentó a Stan y Mike a hacer lo mismo.
 
Ben dudó un poco cuando llegó su turno, contrario a Eddie que garabateó a toda carrera. Siguió Richie y por último Bill, quien, con la cabeza gacha, aferró fuertemente su trozo de papel como si temiera que fuera a escaparsele de las manos.
 
Todos concordaron en que era buena idea desarrollar aquella actividad que les permitiera sentirse más unidos entre ellos, además de que representaba una forma viable de apoyo hacia Bill.
 
Mike fue el primero en tomar la palabra.
 
—Mi padre suele decir que soy muy indeciso— comenzó, paseando la mirada entre el grupo. —A veces me molesta, otras me pone triste, pero sé que es verdad. El otro día pensé en que no he fijado un proyecto de vida, y seguramente mientras todos ustedes planean irse de Derry cuando sean mayores, yo no creo tener posibilidades allá afuera.
 
>>No seré exitoso, ni reconocido. Probablemente tendré un trabajo mediocre y así pasare mis años, albergando dudas sobre lo que quiero.
 
Mike desdobló su papel, dejando al descubierto la palabra que había escrito en el.
 
"Indesición"
 
Tras un minuto de silencio, Beverly se dió animos para pasar al frente.
 
—Todos me preguntaron en clases por qué razón me había cortado el cabello— bajó la mirada hacia las puntas crespas e irregulares para dar enfasis a su diatriba. —Cambié un hermoso cabello largo por este corte horrendo alegando que se me había pegado un chicle, pero— rió y negó en ademán. —En realidad lo hice porque quería dejar de parecerme a mamá. Cada vez que mi padre me mira, sé que la ve a ella, y...no lo soporto.
 
Dió un paso atrás después de mostrar su trozo de papel en letras grandes y legibles.
 
"Vergüenza"
 
Stan soltó un exhalido de resignación antes de decidirse a hablar.
 
—La religión que profesa mi familia me ha metido en líos todo el tiempo— reconoció a media voz, sin mirar a nadie en particular. —Pero también me ayudó a llevar un estilo de vida algo diferente. Con los años aprendí a apegarme a ella sin deslindarme de mi verdadero yo— lentamente fijó su mirada en Bill. —Cuando ocurrió lo de Georgie, y después de tener unas visiones que acredité a simples alucinaciones, yo... entré en pánico. Porque la base que establecí sobre lo que creía y lo que no, se tambaleó violentamente y sacudió mi escepticismo.
 
>>Si el día de mañana o en veinte, treinta años, me topó con esa cosa de nuevo—negó contundentemente. —No sé lo que haré.
 
Exhibió en alto su papel con el tembloroso trazo de las letras.
 
"Miedo"
 
Ben inspiró hondo momentos antes de intercambiar lugares con Stan.
 
—Cambiar de escuela nunca ha sido fácil— empezó alzándose de hombros. —No tienes amigos, te miran raro por ser el nuevo y preferir los libros antes que los juegos. Te...— se rascó la mejilla, exhortandose a proseguir. —Te humillan por tu físico. Y entonces pierdes toda la autoestima y no puedes hacer otras cosas porque temes que te rechacen— a diferencia del resto, Ben no escribió nada en el papel, sino que sacó una postal con una poesía corta que leyó en voz alta.
 
>>Tu cabello es fuego en invierno. Brasas invernales.
 
Mi corazón también arde allí.
 
Beverly alzó escéptica la mirada pero guardó silencio cuando Eddie ocupó el lugar de Ben.
 
—Dicen que los padres deben cuidar de sus hijos lo mejor posible— farfulló Eddie sin levantar la mirada. —Perdí a mi padre, pero mi madre se ha hecho cargo de mi desde entonces. Siempre me incomodó que fuera tan sobreprotectora conmigo, convirtiéndome en motivo de burla e implatandome temores e inseguridades ficticios— abrió el cierre de su cangurera y alzó su inhalador—. El señor Keene tuvo la amabilidad de derribar la farsa de una de las que yo creía era de mis mayores debilidades...— hizo una pausa, retrocediendo un poco, como si se enfrentara nuevamente al recuerdo de lo acontecido. —Hidrox. H2O...es agua, solo...solo agua. Un placebo— apretó el inhalador con desmedida fuerza entre sus dedos como si quisiera romperlo. —No soy asmático, pero aún así lo necesito. La sobreproteccion de mi madre, me ha orillado a esto— mostró su papel con expresión cansina.
 
"Hipocondría"
 
Transcurrieron algunos minutos sumidos en silencio, mirándose unos a otros con la incredulidad plasmada en sus rostros.
 
Richie leyó mentalmente su papel y enseguida desistió de pasar al frente.
 
—Lo siento— se disculpó, deteniendo su mirada en Bill. —No puedo. Simplemente no puedo.
 
Bill asintió, aceptando las disculpas mientras se armaba de valor para concluir con la dinámica.
 
—A-Aquel día Ge-Georgie quería que lo acompañara— se llevó el puño al corazón y se forzó a mantener su semblante en alto pase a las lágrimas retenidas que le empañaban la visión. —M-Me pidió que fu-fuera con él y...— se detuvo cuando las lágrimas se desbordaron, pero se obligó a seguir, limpiandolas con el antebrazo. —Le di-dije que estaba enf...fermo, pero no era ve-verdad...— se mordió el labio, abrió el papel y lo dejó a la vista de todos.
 
"Mentira"
 
En silencio formaron todos un círculo y se abrazaron, afianzando así su vínculo de amistad y apoyo mutuo que se profesaban dentro del club.
 
Cuando rompieron el abrazo, Richie lucía más abatido que ninguno.
 
—Debo ir a mi casa— se excusó al salir del garage. A todos les extrañó que no gastara ninguna broma para poner fin al tenso ambiente que se había creado tras las confesiones.
 
A toda prisa, Eddie salió, leyendo en la renuencia de Richie un comportamiento demasiado impropio. Además, estaba el hecho de que no había podido contar su secreto. Algo le carcomía. Debía ser así o de otro modo no huiría.
 
—Oye, Richie— lo alcanzó a mitad de la calle. —¿Estás bien?— quiso saber, buscando algún indicio en la expresión alicaida que le permitiera conocer el motivo de su actual decaimiento.
 
Richie se quitó las gafas empañadas y las limpió rápidamente sobre la tela de su camisa.
 
—No exageres, Eds— murmuró esquivo. —Solo que estas reuniones sentimentalistas no son para mí.
 
—Claro— ironizó Eddie, sin atreverse a indagar más a fondo. —¿De verdad irás a tu casa?
 
Richie lo meditó unos segundos.
 
—Iré a los baldíos a arrojar piedras— metió las manos en los bolsillos del short. —No quiero llegar a casa y que me den una buena reprimenda cuando mi mamá vea la boleta de calificaciones— sonrió ladino—. Peor aún— añadió pensativo. —El número de detenciones que también figura en la boleta. Seguro está vez cumpla su amenaza de enviarme a un internado...en fin ¿Quieres acompañarme?
 
Eddie fue a responder pero Richie se le adelantó, golpeándole amistosamente el brazo mientras alzaba sugerentemente las cejas.
 
—Podrías incluso invitar a tu mamá...¡Ouch!— se quejó al recibir un certero puñetazo en las costillas.
 
**
 
Hacía una tarde cálida y espléndida. El cielo lucía tonos marmoleados en el horizonte mientras que las nubes viajaban con lentitud, impulsadas por la suave brisa vespertina.
 
Eddie rompió en sonoras carcajadas cuando Richie lo derribó a la orilla del lago, propiciando que su ropa se llenará de lodo, espigas y hojas secas. Habían construido un dique junto a la represa, como solían hacer siempre en compañía de los otros. La ausencia de Ben había malogrado el esfuerzo, y sin embargo, ambos se habían divertido en grande construyendo su improvisado e inservible dique. Después habían hecho una competencia para ver quién arrojaba las piedras más lejos y cuáles rebotaban más sobre la superficie, quedando todo en un lastimoso empate que Richie quiso revertir mediante una pelea en el lodo, salpicando agua en el proceso y embarrando espesas bolas de barro en el rostro del contrario.
 
—Rayos, Richie— jadeó Eddie, de espaldas sobre la hierba y reprimiendo otra carcajada al incorporarse sobre los codos para ver el sucio rostro de su amigo. Parecían miebros de alguna tribu. —Mi mamá va a asesinarme cuando me vea— se miró escandalizado la ropa repleta de plastas de lodo y residuos de hierba. —Me hará tomar unos diez baños y después me rociara con desinfectante.
 
Tomando consciencia de lo dicho, Richie se levantó y le tendió la mano a Eddie para ayudarle.
 
—Es mejor si tomas un baño en mi casa— sugirió, retirándose las gafas para sumergirlas en el agua y retirar un poco de la suciedad impresa. —Te presto una muda de ropa, así tu hermosa madre no me reprocha por no cuidarte y de paso vamos al arcade.
 
**
 
Eddie fue el primero en entrar. Pasaba de las cuatro de la tarde y debían darse prisa ya que el heraldo de Derry seguía estipulando el toque de queda a las siete de la noche. No se habían reportado más desapariciones de niños en el vecindario, pero la policía no quería bajar la guardia.
 
El lugar se hallaba abarrotado. Solo una máquina estaba disponible en una esquina del fondo y hasta allí fue precisamente Eddie. Introdujo la moneda en la ranura y mientras se disponia a seleccionar su personaje, llegó Richie con un par de refrescos.
 
Eddie dió un largo sorbo a su bebida y la dejó al lado de la máquina.
 
—Ni siquiera avisé a mi madre que estaría contigo— recordó, visiblemente turbado al pensar que su madre pudiera llamar a la policía y dar inicio a una búsqueda por Derry. —Despues de hoy, dudo que vuelva a ver la luz del sol en mucho tiempo— profetizó en tono fatalista cuando comenzó el juego.
 
Richie sonrió enérgico, revolviendo el cabello de Eddie en su afán de distraerle para arremeter un par de golpes a su personaje.
 
—No me importaría visitarle en su arresto domiciliario, señor melodramático— se burló, oprimiendo botones a toda velocidad al ver que Eddie llevaba la ventaja.
 
—Hablo en serio Richie— insistió Eddie. El juego finalizó con la derrota de su personaje al no lograr concentrarse. —No quiero pasar mis vacaciones encerrado en casa ¿Alguna vez dejarás de tomarte las cosas tan a la ligera?
 
—Quizá.
 
Richie, que se había agachado en el mismo instante que Eddie para tomar la bebida, no reparó a tiempo en el movimiento de su acompañante. Ambas manos se rozaron inevitablemente segundos antes de posarse sobre la botella de vidrio.
 
Y como si hubiera tocado fuego, Richie retrocedió, rehuyendo el contacto terriblemente alarmado, mirando en todas direcciones para constatar que nadie más le hubiera visto.
 
—¿Richie?— Eddie se levantó consternado por la reacción en extremo mortificada del susodicho. En menos de un minuto Richie había salido corriendo, como si quisiera escapar de algo, o tal vez, de sí mismo.
 
**
 
Eddie no encontró a Richie sino varios minutos después. Lo halló sentado afuera de la dulceria que para esas horas se encontraba cerrada. De nuevo Richie tenía esa expresión tan contrariada, como si llevará alguna clase de maldición encima y no pudiera deshacerse de ella.
 
Eddie le hizo compañía en el suelo, debatiéndose si debería buscar al resto de sus amigos o si en cambio, debía seguir intentando ayudar a Richie por su cuenta.
 
—En ese sentido te pareces a Bill— afirmó, consiguiendo que Richie le sostuviera la mirada con cierta intriga de por medio. —Se guardan los problemas y eligen lidiar con sus cargas en solitario.
 
Richie se sostuvo la cabeza con ambas manos, cada vez más alterado.
 
—No lo entiendes. No es algo que se pueda decir tan fácil— declaró abrumado. —Todos se burlaran de mi. Van a humillarme y señalarme. Henry nunca me dejara en paz y...
 
—¿Tan malo es?— con un gesto comprensivo, Eddie se arrodilló y retiró las manos de Richie, quien había comenzado a tirarse del cabello en un arrebato de frustración.
 
—Tambien te reirás, me tendrás asco.
 
—No lo haré— prometió Eddie, alzando la mano para dar su palabra. —Si llego a reirme, te dejaré besar a mi mamá.
 
La broma consiguió atenúar el esbozo de desespero en el rostro de Richie. Hurgó en sus bolsillos y le entregó a Eddie el papelillo con su secreto.
 
—Adelante— cerró los ojos mientras Eddie lo leía. Cuando los abrió, esperó no encontrarlo, sin embargo, Eddie seguía a su lado, observándolo con renovado interés.
 
—¿Por qué piensas que tú secreto es tan malo?
 
Richie parpadeó confundido al tener nuevamente el papel entre sus manos.
 
—Henry es un idiota y siempre nos molesta, pero no es razón para que permitas que te chantajee.
 
Eddie se levantó despacio y se sacudió el polvillo de los pantalones que Richie le había prestado.
 
—¿Entonces no te doy asco?- un tono esperanzado traspasó la voz de Richie. Eddie alzó una ceja en actitud interrogativa.
 
—¿Debería?...tú secreto no es mejor ni peor que el mío— razonó, sacando una moneda de la cangurera para depositarla en la palma de Richie. —Nos queda media hora. Volvamos al arcade.
 
Richie lo observó estupefacto.
 
—¿Me dejarás besarte si te gano?
 
Eddie rió, negó con la cabeza y se subió a la bicicleta.
 
—En tus sueños me ganarás, Tozier.
 
El aludido se acomodó en la parte trasera de la bicicleta, su rostro se relajó poco a poco.
 
—¿Es una apuesta?— retó, sintiéndose más tranquilo consigo mismo. Quizá en un futuro pudiera confesarse como era debido, pero de momento, el hecho de saberse aceptado por la persona a la que quería, le bastaba. —Porque nunca pierdo una apuesta.
 
—Richie...
 
Los dos rieron y partieron de vuelta al arcade. Les deparaban unas largas y divertidas vacaciones.
 


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