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Mobius por RLangdon

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Notas del capitulo:

Advertencia: spoilers

El principio era el fin. Y el fin, a su vez, constituía el principio de todo.
*
 
 
Jonás Kahnwald despertó sorpresivamente a mitad de la clase, con la cabeza recargada en ambos brazos que mantenía cruzados sobre el pupitre. Oteó a sus compañeros tomando apuntes a su alrededor y, un insólito deja vú lo envolvió al volver la vista hacia la pizarra, dónde la cinta de Mobius era señalada por el profesor en tanto la explicación de la figura se hacía más y más plausible.
 
Jonás miró extrañado su cuaderno, intercalando su mirada entre la figura de la pizarra y la forma original desdoblada que él había dibujado. Se trataba de la misma cinta, pero por algún motivo él la había plasmado en su forma original, como una simple banda de una cara, y no el intrínseco símbolo del infinito que tanta confusión generaba dentro de la clase. 
 
Confundido, siguió observando a su alrededor. Se encontraba en clase de física, eran las dos menos cuarto de la tarde, y él no tenía idea de cómo se había trasladado al instituto, ni de en qué momento lo había hecho. 
 
No había remembranzas sobre su rutina de la mañana.
 
"No es cómo, sino cuándo"
 
Casi le pareció oír la voz de Mikkel a su lado. El dolor de cabeza empezaba a manifestarse. Debía salir de allí enseguida. 
 
Sin tomarse la molestia de dar mayores explicaciones, Jonás abandonó en silencio el salón. Recorrió meditabundo los pasillos, mirando reiterativamente a sus espaldas como si esperase que algo o alguien le siguiera, pero entonces su tropiezo con el individuo de la clase adjunta fue inevitable. 
 
—Lo...
 
—Jonás. 
 
Bastó apenas una fracción de segundo para que, al saberle identificado, el orador lo arrastrara a los casilleros de junto para plantarle un beso que dejó a Jonás aturdido y sin aliento. 
 
—¿Magnus?
 
Los cristalinos ojos azules le sostuvieron el contacto visual. Y así y todo, Jonás no estaba ni remotamente enterado de lo que acontecía. 
 
—Terminó la clase de ciencias. Y hoy no tengo prática de fútbol. Si quieres podríamos...no sé, ir al lago a pasar la tarde. 
 
Jonás hizo lo posible para que su confusión no se hiciera más latente a la vista ajena. Estaba teniendo una especie de amnesia retrograda en la que todo era lioso, revuelto, pero a la vez, sentía que algo no iba bien. 
 
—Si— respondió al notar la ansiedad en el rostro de Magnus. —Vayamos al lago. 
 
Quizá allí podría preguntarle sobre sus dudas. El asunto discurría en que Jonás no sabía por dónde comenzar a externarlas.
 
**
 
Sentados en el verde prado, Jonás y Magnus se dedicaron un tiempo a observar las ondas producidas en la superficie del agua. Desde que salieron del instituto, Jonás no se había atrevido a abordar ningún tema en específico por temor a que el dique de dudas terminara desbordándose y sumergiéndole a él en las profundidades del malévolo hado del cataclismo. 
 
¿Cómo habían llegado a esto? 
 
¿En qué momento Magnus y él...?
 
Pero no había remedio. Por más que Jonás se esforzara en recordar, solo había brecha sobre brecha, instauradas y entretejidas todas en el amplio agujero de sus recuerdos. 
 
—Ese collar...— pronunció en voz queda al ver a Magnus juguetear con un dije que pendía de su cuello.
 
Hasta entonces Magnus lo miró de frente, tan suspicaz su expresión que Jonás se abstuvo de añadir nada más al comentario suelto. 
 
—Tu me lo regalaste— soltó Magnus en medio de una risa indiscreta. Luego de un par de intentos logró abrir el broche para quitárselo y entregárselo a su interlocutor—. ¿Ya lo olvidaste?— sin esperar respuesta agregó—. Fue después de que mi equipo ganara el último partido. Me dijiste que, sin importar nada más, estábamos hechos el uno para el otro, luego me lo diste.
 
Extraviado en consecutivas cavilaciones, Jonás inspeccionó de cerca el collar. Se trataba de la medalla de San Cristóbal, el patrono de los viajeros.
 
No recordaba habérselo regalado a Magnus, pero el objeto en si le resultaba tan absurdamente familiar. 
 
Era como si lo poseyera de toda la vida...
 
—Hoy estás actuando más extraño de lo normal, Jonás— le increpó Magnus al tener el collar de vuelta—. ¿No me digas que consumiste de la porquería que llevó Bartosz a clases?
 
Jonás negó, queriendo apartarse cuando Magnus entrelazó su mano con la de él. 
 
—Magnus, ¿Cuándo...?— se lo pensó antes de preguntar—. ¿Cuando fue la primera vez que nos conocimos?— supuso que aquello sonaría menos extraño e impertinente que preguntar en qué año se encontraban. Si tan solo las lagunas mentales se evaporaran. 
 
Y pese a sentirse incómodo debido a las constantes caricias que ejercía Magnus sobre su muñeca, Jonás desistió de la idea de apartarse. Había algo en el muchacho de cabello chatlin que le hacía cuestionarse múltiples veces la situación. Quizá fuera la pureza de sus ojos, tan azules como la inmensidad que tinturaba el cielo, o tal vez su expresión tan suavizada e impregnada de cariño lo que le hacía quedarse en su sitio cuando minutos atrás todo lo que quería era escapar.
 
Había una sensación extraña anidada en su pecho cada vez que sus miradas se encontraban, y en cada ocasión que Magnus le dirigía la palabra, no podía sino creerle, aún cuando dudaba de sus propias acciones. 
 
Las siguientes horas Magnus las destinó a contar a petición de Jonás cómo había ocurrido su primer encuentro en el patio del instituto. Le habló sobre las consabidas reuniones entre ellos y el cómo Magnus le había solicitado ayuda múltiples veces para aprobar la matería de física.
 
Conforme los relatos fluían, Jonás empezaba a tomar consciencia de los hechos, asimilandolos y apropiándose de ellos. Poco a poco su mente se fue llenando con los detalles. Aceptó los sucesos relatados por Magnus y al cabo de unos minutos él mismo aportó las conexiones entre cada evento. 
 
—¿Seguro que no estás enfermo?— Magnus quiso asegurarse de que se encontraba bien, pero ni el mismo Jonás conocía la respuesta—. Vamos a mi casa—sugirió, deslizando su dorso por la mejilla de Jonás—. Mis padres estarán en lo de Charlotte. Mikkel está con un amigo. 
 
Turbado, Jonás parpadeó ante la mención del nombre.
 
Mikkel.
 
Un escalofrío recorrió su columna cuando Magnus lo apresó con su atlético cuerpo sobre el césped. 
 
Mikkel era el hermano de Magnus. 
 
Mikkel había ...¿Desaparecido?
 
No. Mikkel estaba bien. No entendía de dónde provenían esos recuerdos. 
 
Tan pronto Magnus lo besó, de nuevo todo quedó en el olvido. 
**
 
Entre las mentiras absolutas, medias verdades, y verdades universales que rodeaban el poblado de Winden, Jonás Kahnwald había quedado prendado de Magnus Nielsen. Tres días transcurridos desde su confuso despertar en el instituto habían bastado para convencerse a sí mismo de lo mucho que amaba a quien fuera uno de sus mejores amigos.
 
Ambos se buscaban con desespero, y no dejaban de pensar en el contrario cuando uno de los dos se ausentaba. 
 
Jonás había dejado de indagar en un desesperado intento por encajar de nuevo en la época que predominaba. No obstante, la sola visión de uno u otro objeto daba cabida al perpetuo sentimiento de extrañeza que genera el deja vú de lo ya experimentado. 
 
Esa tarde, mientras esperaba en la sala a que Magnus bajara, comenzó a inspeccionar de cerca las fotografías sobre la fogata. Cuadros que reflejaban a la familia Nielsen en diferentes paisajes de Winden. Katharina y Ulrich abrazados al fondo, Magnus y Mikkel posando al frente, y una niña pequeña asomando en el medio de todos. 
 
¿En dónde la había visto antes? 
 
Jonás se hizo con el cuadro para verlo más de cerca, pero tras varios minutos de inspección, siguió sin establecer ninguna conexión con la niña. 
 
—Vamos— Magnus recién bajaba el último peldaño, y Jonás tan solo atinó a señalar la fotografía en un intento por preguntar lo que su mente no procesaba y sus labios no dictaban.
 
—Ella...
 
—¿Martha?— preguntó Magnus, extrañado—. ¿Que hay con ella? 
 
Jonás balbuceó antes de poder formular su duda. 
 
—¿Tu hermana?— no entendía cómo lo sabía, pero así era. No la conocía, no recordaba haberla visto en su vida, y sin embargo, aquella certeza se abría paso como un hecho aislado e indisoluble—. ¿Qué le pasó?
 
Tan pronto lo dijo, se arrepintió de haberlo hecho. Los ojos de Magnus se impregnaron de culpa. 
 
—Sabes que no me gusta hablar sobre ello, Jonás —reprochó— Yo nunca pregunto por lo que le pasó a tu papá.
 
Está vez fue el turno de Magnus por silenciarse a destiempo.
 
—Lo siento— le quitó el cuadro de las manos y lo puso de vuelta en su lugar—. Es mejor si nos vamos ahora. 
 
Jonás siguió contemplando la fotografía. Aunque no recordaba a Martha, entendía muy bien lo doloroso que debía resultar para Magnus tratar de lidiar con un tema que involucra la pérdida de un ser querido. El hecho de que mencionara indirectamente el suicidio de su padre era prueba suficiente.
 
A veces era mejor dejar las cosas en su lugar. Su padre Michael se había quitado la vida un día cualquiera y Jonás jamás había entendido la razón. 
 
Como todo ser humano, conocía una gota de la verdad que le rodeaba, pero ignoraba el océano de misterios que subyacían en el día a día.
 
Cuando estuvieron fuera de la casa, Magnus subió el cuello de su chaqueta hasta cubrirse medio rostro con ella. Jonás hizo lo propio con su camiseta verde de cuello de tortuga, después se puso el gorro del impermeable amarillo y juntos emprendieron la caminata hacia el bosque. 
 
—¿También te olvidaste de lo que le pasó a Marta?— fue el mismo Magnus quien retornó al censurado tema inicial que había despertado incomodidad y tristeza en partes iguales.
 
Jonás se alzó de hombros.
 
—En ocasiones me siento como si acabara de entrar en el mundo— explicó, serio—. Es como si apenas empezara a acoplarme— lo siguiente que pensó no lo dijo, pero empezaba a convencerse de que sus lagunas mentales tenían que ver con el suicidio de su padre. 
 
Quizá su mente usaba aquello como un mecanismo de defensa para evitarle revivir el dolor y posterior desmoronamiento de haberle encontrado suspendido en la viga del garage. 
 
—Algunas veces— prosiguió, adentrandose más entre los robustos cipreses que se alzaban alrededor—. Incluso siento como si...
 
Magnus lo detuvo del brazo al intuir hacia dónde se dirigía.
 
Sus ojos celeste chocaron con los aguamarina de Jonás. 
 
—Como si fueras un error en la matriz— completó en su lugar, dejando a Jonás aturdido por el acertado comentario—. Ya me lo habías dicho antes. 
 
—¿Cuando?— Jonás se devolvió los pasos dados a petición de Magnus. La respuesta que vino a continuación lo dejó aún más desorientado que antes.
 
—La noche que desapareció mi hermana.
 
**
 
Magnus no quería estar allí. De todos los lugares existentes en Winden, habría inclusive preferido asistir a la planta nuclear con tal de no revivir en su mente los sucesos que tuvieron lugar hace casi tres años. 
 
Sin embargo, Jonás no se encontraba en sus cinco sentidos y sentía que era su deber, no solo protegerle, sino también advertirle sobre los posibles peligros que acechaban precisamente en la profundidad del bosque. 
 
Los dos tomaron asiento en los troncos destinados al antiguo campamento de verano. Magnus había arrojado unos trozos de leña y, juntos, improvisaron una fogata en el claro. Pronto oscurecería, y aunque estaban preparados con linternas, brújulas y celulares, Magnus seguía sin fiarse del todo. No desde lo sucedido con su hermana pequeña.
 
—Esa noche venimos todos juntos— inició, arrojando briznas de hierba para mantener encendido el fuego. El interés de Jonás danzaba en sus pupilas al ritmo irregular y cadencioso de las llamas—. Solo íbamos a reunirnos con Bartosz. Mis padres no estaban en casa, y tuve que traer a Martha y a Mikkel conmigo— llegado al punto clave del relato, se detuvo para analizar la expresión atribulada de su acompañante—. Queríamos saber a qué se debía la aparición repentina de todos esos pájaros muertos que había cerca de la carretera. Bartosz bromeaba al decir que se trataba de un animal salvaje oculto en la cueva y...¿Jonás?
 
El susodicho retrocedió, cayendo del tronco y dando traspiés para alejarse de la amenaza imaginaria al oír el extraño, agudo y penetrante silbido rasgando sus canales auditivos.
 
Aves. Recordaba esas aves muertas. Decenas de ellas agrupadas en el bosque y junto a la carretera. 
 
Era el sonido lo que provocaba la desorientación y posterior muerte de las aves. Una suerte de pulso electromagnético que reverberaba a través de las cuevas, simulando una especie de rugido que ellos habían confundido con un animal. 
 
Puesto de pie, Jonás rebuscó la linterna en sus ropas y dirigió el halo luminoso en dirección al sur. 
 
—Tengo que ir a esa cueva— se convenció. Pero entonces Magnus frenó su intento de avance, estampandole de espaldas en el tronco de junto para pasar a escudriñarle como si hubiera enloquecido. 
 
—¿No estás escuchando lo que te estoy diciendo? —se sublevó—. Esa noche, perdí a mi hermana. Estábamos todos allí. Pensé que estaba a mi lado, y cuando salimos del bosque, solo Mikkel estaba conmigo. 
 
Jonás se debatió, forcejeando por librarse del agarre de Magnus, hasta que sus energías mermaron por completo y no le quedó más remedio que permanecer inmóvil, con la luz de la linterna apuntando hacia la nada misma.
 
Jadeó exhausto y volvió la mirada hacia el cielo plagado de titilantes estrellas. 
 
—No se por qué se me ocurrió la idea de que en la cueva podría encontrar la respuesta de la desaparición de tu hermana—reconoció a media voz, deslizandose hacia el suelo—. Pensé que también sabría la respuesta de por qué mi padre se quitó la vida tan de repente. También supuse que todo estaba conectado. 
 
—Jonás— el llamado de Magnus se impregnó de una preocupación genuina—. Creeme, en las cuevas no hay nada. Acudió la policía a investigar. Mis padres también asistieron. Nosotros mismos volvimos una semana después para constatar que Martha no estuviera ahí dentro. Solo hay rocas, Jonás. Probablemente alguien la secuestró. Y la muerte de tu padre no tiene nada que ver con este hecho. 
 
Jonás movió la cabeza afirmativamente. 
—Quizá— admitió, ya sin ánimos de discutir. Sabía que no llegarían a ningún lado. Magnus estaba en lo cierto. Él solo quería aferrarse a una verdad que le había sido velada con el paso de los días—. ¿Qué te toca exponer mañana?— cuestionó, yéndose por la tangente. 
 
En un parpadeo, Magnus lo tomó de la mano y le ayudó a levantarse. 
 
—Tema libre— contestó, viendo de reojo como las llamas de la fogata empezaban a extinguirse—. Expondré sobre viajes en el tiempo— se sonrió, tomando entre sus dedos el dije de San Cristóbal—. Mi padre llevó a casa un libro viejo que habla sobre eso. Lo escribió un tal Tannhaus. Aún no lo he ojeado, pero pretendo hacerlo. 
 
Jonás se sacudió las hojas secas antes de decidirse a preguntar. 
 
—¿Podrías prestarmelo antes de que lo leas?
 
Magnus se lo pensó unos segundos.
 
—Solo si prometes ayudarme en la exposición. 
 
—Es un trato.
 
Mientras caminaban hacia sus respectivas casas, Jonás no pudo evitar mirar atrás una vez más. El bosque, y más específicamente, aquella misteriosa cueva, parecía llamarle, susurrar su nombre e imantarle, casi como si le esperara. 
**
 
Acabadas las clases, Jonás aguardó junto a los casilleros. Llevaba en su mochila el libro que Magnus le había prestado, y aunque ya había repasado las primeras páginas infinidad de veces, no conseguía asimilarlo del todo. 
 
El libro en cuestión se titulaba "Un viaje a través del tiempo" y su autor, tal como Magnus afirmara era G.H. Tannhaus. 
 
Había un solo hombre que Jonás conociera con ese apellido residiendo en Winden. El problema consistía en que se trataba de un relojero, pero quizá el supiera decirle algo, guiarle en su búsqueda de la luz hacia la verdad a través de las tinieblas de lo incierto. 
 
—Jonás.
 
Llegando junto a él, Magnus le sonrió con carisma, tomándolo de las mejillas para proceder a unir sus labios en un beso que Jonás encontró ampliamente satisfactorio. Aún así, le apartó prontamente del pecho cuando la campana cimbró por los pasillos, desencadenando la salida en tropel del resto del alumnado. 
 
La idea era hacer una visita al relojero con la futil excusa del tema de exposición de Magnus. 
 
Mientras caminaban hacia la salida, el paso de Jonás fue perdiendo intensidad. Su estómago dio un vuelco y sus labios se entreabrieron al reparar en el cartel adherido al tabloide de anuncios escolares. Era la fotografía de un chico desaparecido. Un tal Erick Obendorf.
 
Secundandole en reacción, Magnus se detuvo frente al tabloide. 
 
En silencio, intercambiaron miradas de inquietud. Entonces Jonás extrajo el libro de la mochila. 
 
—¿Crees que este ocurriendo de nuevo, Magnus?— teorizó, abriendo el apéndice para buscar una de las páginas que más había llamado su atención—. ¿Qué tal si lo que pasó hace unos años se repitiera?
 
Magnus procuró borrar su expresión de alarma para mostrarse más sereno. Se restregó el rostro con ambas manos y negó tranquilamente, convenciendose de que todo iba bien. 
 
—Solo es una coincidencia— opinó, cerrando el libro para que Jonás lo guardara de nuevo—. Podría aparecer en casa de algún familiar en los próximos días. 
 
—Si. Igual que tú hermana— ironizó Jonás molesto, echándose la mochila al hombro para salir por la puerta principal del instituto. 
 
No entendía por qué Magnus se tomaba las cosas tan a la ligera cuando resultaba evidente que algo raro sucedía en Winden. 
**
 
A las 5:43 de la tarde, Hannah Kahnwald revolvía el contenido de su taza de café cuando fue alertada por el ruido de la puerta. 
 
—¿Jonás?
 
Fue hasta el pasillo principal y oteó por la mirilla antes de decidirse a abrir la puerta. No había nadie del otro lado, no obstante habían dejado una caja de cartón sellada con el nombre de su hijo escrito en la parte superior.
 
Dudando, Hannah salió para mirar alrededor en busca de la persona que había dejado el insólito paquete.
 
No encontró a nadie. 
 
Finalmente se decidió a llevarla dentro de su casa. No era tan pesada como parecía a simple vista, pero ¿Quién podría haberla dejado? 
 
Hannah resolvió que era mejor enterarse ella misma. Fue a los cajones de la encimera por un diminuto cuchillo para retirar la cinta. Aún no terminaba su cometido cuando el teléfono de la cocina interrumpió su labor. 
 
—¿Diga?— cuando escuchó el suave y conocido susurro de respuesta, se olvidó completamente de la caja—. Claro. Te veo a las seis, Ulrich— cerró los ojos y dejó que una sonrisa de anhelo aflorara en sus labios.
 
Al mismo tiempo que Hannah entraba por la puerta de la casa de los Nielsen, Jonás y Magnus entraban en la de ella. 
 
Jonás, que durante todo el trayecto había ignorado las palabras persuasivas de su novio, se dirigió hasta la mesa del comedor y observó confundido la caja abierta que llevaba su nombre. 
 
Tras llamar reiteradamente a su madre, subió a buscarla en los dormitorios y, al dar cuenta de su ausencia, optó por revisarla. 
 
—¿Quién la enviaría?— Magnus buscó en el exterior alguna tarjeta adjunta o cualquier otro dato que indicara quién había sido el remitente, todo en vano. No había nada escrito más allá del nombre de Jonás. 
 
El primer objeto que Jonás sacó de la caja fue una gran bombilla que semejaba a una linterna. No tenía dispositivo de encendido y apagado, pero en poco rato dedujo como encenderla al deslizar su mano sobre ella. 
 
Presa de una ansiedad mayor, Magnus tomó el segundo elemento de la caja. Lo miró detenidamente y enseguida se volvió a Jonás. 
 
—Un medidor de radiación—. rió, sin comprender el motivo de semejante contenido—. ¿Para que querrías un medidor de ...?— la duda se aclaró por si misma cuando Jonás puso sobre la mesa la última pieza desperdigada de la caja. Se trataba de un mapa topográfico de Winden anexado a un plano cartográfico de la temida cueva. 
 
—Magnus, qué pensarías si te dijera que tal vez exista una forma de viajar en el tiempo. ¿Lo creerías posible?
 
La expresión de Magnus se tornó confusa. 
 
—¿A qué te refieres?— de pronto, recordó la medalla de San Cristóbal que Jonás le había regalado. La asió entre sus dedos y negó una y otra vez en completo desacuerdo—. Quienquiera que haya mandado todo esto, te está jugando una broma, Jonás. Seguro fue Bartosz. Solo quiere confundirte...yo— pero entonces leyó en la mirada aguamarina el dolor que le causaba su propia incredulidad—. Hablaré con Bartosz para que aclare todo esto y ... Jonás, por favor escúchame— lo tomó firme de los hombros para contener su inminente retirada—. Explicame lo que crees saber—. finalmente se rindió. 
 
Jonás tomó el instrumental de la mesa y le pidió que le siguiera al garage. 
 
**
La noche anterior después de que se quedara dormido tras leer los primeros capítulos del libro de Tannhaus, Jonás había tenido un arquetipo de revelación dónde todos los objetos, desconocidos hasta entonces, le servirían de guía. Se soñó a sí mismo obteniendo las respuestas que necesitaba sobre el suicidio de su padre, y aún el sueño fue más allá, mostrándole la ubicación de un búnker secreto dónde la hermana de Magnus yacía retenida en contra de su voluntad para ser sometida a toda clase de experimentos por un ente desconocido.
 
En un comienzo Jonás había cuestionado su propia cordura, pero tras los eventos ocurridos a lo largo del día, incluído aquel raro paquete con su nombre, le habían orillado a aceptar que tan solo quizá, las cosas ocurrían, no como casualidad, sino como consecuencia de hechos de los que, posiblemente, él no estaba enterado.
 
Así fue que intentó hacérselo entender a Magnus, mediante el libro de Tannhaus y las herramientas que le habían enviado, Jonás desglosó su sospecha de un posible portal en la cueva.
 
La reacción inicial de Magnus fue reír pero al ver que Jonás no bromeaba, la seriedad se instaló en las finas lineas de su rostro.
 
—¿Estás diciendo que hay un medio de transporte intergaláctico que conecta diversos puntos del tiempo y el espacio?
 
Era una locura. En toda regla lo era. Aún así, Jonás se valió de una hoja de papel como medio de partida para su explicación.
 
Dobló la hoja a la mitad y usó un lápiz para perforar el centro de las dos mitades.
 
—Supongamos que existiera un túnel de gusano compuesto por un agujero negro como entrada y un agujero blanco como salida— señaló los dos extremos del papel, después introdujo el lápiz y lo dejó caer a través del hueco—. Siendo que ambos túneles están conectados, podríamos viajar rápidamente. Si viajamos en línea recta, llegaríamos al pasado. Pero, si por el contrario, se trata de una curvatura en el tiempo, en ese caso podríamos viajar a cualquier época.
 
Magnus se frotó el rostro, inhaló a profundidad y tomó las manos de Jonás para poder mirarle a los ojos.
 
—Jonás, te amo. —confesó—. Y creo que estás perdiendo la razón. No importa qué diga el libro, qué hayas soñado o creído, ni siquiera qué recuerdos extraños creas poseer. Debes dejar esto ya mismo. ¿De acuerdo?— guardó silencio un tiempo razonable.
 
Jonás lucía desanimado y cansado, sin embargo no rehusó el beso de Magnus, y tampoco las caricias que vinieron después. Lo quería. Quería a Magnus con todo su ser. Solo necesitaba aclarar algunas dudas para poder sentirse mejor.
 
**
 
Por la madrugada, Jonás se decidió a partir. Había despertado una hora antes y tras mirarse al espejo, algo extraño ocurrió. Fue como ver a alguien más del otro lado del cristal. De alguna manera se había disociado, se había sentido fuera de sí mismo, y alarmado por dicha sensación, dejó de lado las múltiples advertencias de Magnus para realizar su empresa de búsqueda de respuestas.
 
Guardó toda la herramienta en su mochila y, enfundado en su impermeable amarillo, se adentró en el lóbrego bosque cuyos recelosos secretos subyacían en la bifurcación de la cueva.
 
En pocos minutos Jonás se encontró de pie frente al inmenso y oscuro túnel que parecía llamarle noche tras noche.
 
Alumbró la entrada con ayuda de la linterna esferica y avanzó cautelosamente hacia el interior.
 
—¡Jonás!
 
Apenas había dado unos pasos dentro cuado la voz de Magnus lo hizo frenarse en seco. Cuando Jonás dio media vuelta para encarar a Magnus, se preparó para un posible ultimátum del por qué se había marchado a la cueva aún cuando había prometido que se abstendría de ella.
 
—Voy contigo— en cambio, Magnus lo abrazó con fuerza, resignandose a su desicion e infundiendole valor y confianza en sí mismo, alentándole a seguir en búsqueda de la verdad.
 
Juntos avanzaron hasta doblar en uno de los recodos de la cueva, llegando a una pequeña entrada superpuesta labrada en piedra con un extraño escrito que rezaba "Sig mundus creatus est"
 
Magnus leyó perplejo la inscripción antes de mirar a Jonás.
 
—¿Sabías que esto estaba aquí?
 
Jonás iba a responder que, en realidad, lo había intuido, pero entonces la puerta secreta se abrió repentinamente para dar paso a un individuo de mediana edad con barba y cabello largo que apuntó directamente su pistola hacia ellos.
 
Los labios de Jonás se entreabrieron para emitir una pregunta que no tuvo lugar.
 
—Lo siento, Jonás— pero aunque la disculpa estaba dirigida a él, el arma fue accionada en dirección al pecho de Magnus, cuyo cuerpo se derrumbó a causa de la detonación que traspasó limpiamente su pecho, dejando en su lugar una diminuta mancha carmesí que se fue extendiedo por su playera.
 
Las rodillas de Jonás se doblaron. Gimió, pasmado, sin ser capaz de exigir una explicación para semejante acto.
 
—Magnus. Resiste— quiso cubrir la herida con sus manos, detener la hemorragia. Deseó parar el tiempo, e incluso hacerlo retroceder para así evitar que Magnus le siguiera—. Te amo— aferró la cabeza de Magnus sobre su regazo, pero ya era tarde.
 
Incontables lágrimas surcaron su faz, descendiendo en línea recta para ser vertidas sobre el pálido rostro de Magnus Nielsen. Y en tanto Jonás se mecía hacia adelante y hacia atrás, sin dejar un solo instante de aferrar su cuerpo inerte, el extraño desapareció de vuelta al adentrarse a la puerta que conducía a un lugar desconocido.
 
Pasaron minutos, luego más de una hora. Para entonces Jonás había dejado de llorar y permanecía sentado, con las rodillas abrazadas al pecho, mientras observaba con ojos hinchados el cuerpo frío de Magnus Nielsen.
 
Con cada evento trágico que ocurría en su vida, Jonás se había ido convenciendo de que era él mismo el responsable directo de todo lo malo que ocurría a su alrededor. Quizá los sueños de su padre se habían visto frustrados con su nacimiento y por ende, llegó un punto en que no quiso seguir más, abandonandole a él y a su madre a merced de un incierto futuro, actualmente plagado de sombras.
 
Asimismo, sin saberlo y por no verse capaz de afrontar su pasado, acababa de conducir a Magnus a su propia muerte.
 
Para cuando logró calmarse, una rabia incontrolable fluía por sus venas.
 
¿Quién diablos era aquel sujeto y por qué había actuado de ese modo?
 
¿Que razones tenía para hacerles daño?
 
Había sido un idiota por haber aceptado el paquete. Claramente todo había sido planeado para que ocurriera de esa forma. Alguien quería perjudicarle...y lo había logrado.
 
Al plantarse nuevamente frente a la puerta y tirar hacia abajo de la manija, un camino estrecho lo forzó a ir de rodillas. Jonás anduvo un par de metros así antes de llegar a tres puertas más, todas iguales y orientadas hacia el centro mismo de la cueva.
 
Si seguía cualquiera de esos caminos. ¿Sería capaz de volver?
 
Un miedo indecible lo envolvió al recordar el rostro andrajoso del extraño. Ese sujeto estaba armado. Por lo tanto, él también debía estarlo.
 
Retrocedió uno a uno los pasos sobre sus rodillas y entonces notó una cuarta y quinta puerta a los costados cuando intentaba alusar el camino.
 
La puerta de la derecha estaba marcada con un símbolo de energía nuclear mientras que la de la izquierda llevaba un bosquejo similar a la cinta de Mobius que tantas veces había visto Jonás en clases.
 
Por su mente atravesó aquella paradoja de la mecánica cuántica sobre el gato de Schrodinger que tan bien les había sido inculcada por el profesor de física. Dicha paradoja retrataba los múltiples estados de la materia, representando diversas variables suscitandose todas al mismo tiempo.
 
El gato estaba vivo y muerto a la vez, al menos hasta que se abriera la caja que lo contenía y su forma real se manifestara ante el espectador.
 
Si Jonás abría la puerta, ¿Lo que encontrara dentro estaría vivo o muerto?
 
Con los ojos cerrados y temblando en incertidumbre, Jonás Kahnwakd empujó la puerta.
 
**
 
Pasaba de las once de la noche, pero Jonás esperó hasta que su madre subió a tomar una siesta para ir al garage. Dos horas antes había sido interrogado por un oficial de policía y ya se investigaba sobre la sospechosa muerte de Magnus Nielsen en el interior de la cueva.
 
Descubrirían los pasadizos secretos y tal vez atraparían al extraño. Daba lo mismo. A Jonás ya no le importaba.
 
Nada lo hacía.
 
Presuroso, ató un nudo corredizo y deslizó la soga alrededor de su cuello antes de subir al mismo banquillo que había usado su padre el día de su muerte.
 
El segundo nudo fue atado a su vez en la misma viga. No había nada más por hacer, no después de que viera con sus propios ojos el cuerpo descompuesto de Martha y se diera cuenta de su cruda realidad por segunda ocasión. En el primer mundo había amado a Martha, en el segundo se enamoró de Eva, pero en el actual, que se había generado por defecto de la colisión de los dos mundos érroneos en pos de restaurar el de origen, amaba a Magnus Nielsen.
 
Magnus era su todo ahora, como Martha lo fue en el pasado.
 
Una vez que saltó del banquillo y la presión de la cuerda se expandió por su tráquea, Jonás pensó en lo feliz que se había sentido al lado de Magnus. Aún si no existían, y si nunca llegaban a existir realmente, Magnus le había salvado del vacío de perder a Martha y le había dado un nuevo sentido a su vida, aún cuando él no estuviera al tanto de ello hasta ese momento.
 
Por largos minutos Jonás estuvo suspendido sobre la viga, hasta que la puerta del garage se abrió y el mismo sujeto extraño, que no era otro que su versión adulta, llegó hasta él y cortó la soga con su navaja.
 
Jonás tosió repetidas veces. Lo primero que había pensado después del segundo minuto era ¿Por qué tardaba tanto en morir?
 
Después del sexto minuto se dio por vencido, pero siguió sin entender razones.
 
—Si existes en el futuro, no puedes morir en el pasado— le aclaró el adulto, mostrándole una fotografía dónde se apreciaba un hombre mayor cubierto de cicatrices. El mismo que recurrentemente aparecía en los sueños de Jonás.
 
—¿Adam?
 
Su versión adulta asintió, tendiendole la mano para luego invitarle a que le siguiera de vuelta al bosque.
 
—¿Por qué lo mataste?— le increpó Jonás con los ojos rasos de lágrimas al recordar el incidente—. Si eres yo, si realmente me convertiré en ti, dame una maldita razón del por qué me volvería contra Magnus.
 
—Porque— articuló el adulto, mostrándole el camino de regreso a la cueva—. Tú me ordenaste que lo matara.
 
—¿Qué?— perplejo, Jonás se detuvo frente a la cueva acordonada—. Yo nunca hice tal cosa— se jactó, pero su versión adulta no se mostró de acuerdo, y se lo dejó saber, regresandole la fotografía que le había mostrado en el garage.
 
—Adam me pidió que lo matara, para que el ciclo se repita y puedas volver a salvar a Magnus. Una y otra vez— hizo una pausa para evaluar el semblante, ahora, analítico del chico—. Jonás, tu, yo, somos Adam.
 
Pero Jonás no solo le creía, sino que lo sabía. Lo había sabido desde antes que se lo dijera, yacía el secreto desvelado desde que se encontrara el cuerpo de Martha en una de las puertas del Búnker.
 
Adam era su yo del futuro, pero no tenía sentido. Él jamás lastimaría a Magnus, mucho menos lo mataría.
 
¿De que forma ayudaba el matarlo para poder salvarlo?
 
Aquello no tenía lógica aparente.
 
Entraron a la cueva y siguieron por el mismo recodo hasta una de las puertas. Cuando el adulto la abrió, Jonás se adelantó para ver el interior. Se trataba de un simple salón alfombrado y decorado con dos cuadros enormes que él conocía de sobra.
 
El hombre de edad avanzada yacía de espaldas a ellos, vestido de traje y con las manos entrelazadas al frente. Al oirles entrar, se dio la vuelta.
 
—Te estaba esperando.
 
El rostro lleno de cicatrices cobró una forma más nítida, con su larga barba blanca y cabellos de similar tonalidad. tal cual Jonás le había visto en su sueño. El Jonás de mediana edad retrocedió, sintiéndose confuso por el cambio físico.
 
—Te dije que mi nombre era Adam, sin embargo te mentí— admitió sin ningún dejo de remordimiento ni cambio en su modulación—. Me conocen como Chronos y soy...
 
—El Dios del tiempo— murmuró Jonás a la defensiva. Había leído un pasaje entero dedicado a él en el libro de Tannhaus. Su físico se correspondía con el actual. Se trataba del Dios protector de las edades. Pero para qué se había hecho pasar por él mismo; para qué mentirle y forzarle a matar a Magnus.
 
—Aún no lo entiendes. ¿Verdad?
 
Jonás negó, temeroso de la respuesta.
 
—Por años, has trasgredido las leyes terrenas establecidas por mi— precisó, señalando a los dos Jonás con el báculo que yacía junto a la mesa—. Viajaste por diferentes épocas y trataste de alterar las edades para que el resultado de tu presente fuera favorable para ti. En consecuencia, deberás vagar eternamente y repetir el mismo ciclo de tu vida sin poder cambiar nada. Esto, Jonás, lo produjiste al querer alterar lo inevitable...tu destino ya escrito.
 
Jonás sintió las lágrimas acumularse y emborronarle la visión. Un lastimero grito se confundió en su memoria. Era él mismo quien gritaba, vez tras vez al llegar al mismo punto de la revelación.
 
Entonces perdió el conocimiento.
**
 
Despertó a mitad de una explicación en la clase, con la libreta abierta hasta el final y el trazo irregular de la cinta de Mobius en uno de los extremos de la hoja.
 
Al salir al pasillo, tuvo el mismo impulso de mirar hacia atrás, siendo su choque inevitable.
 
—¿Jonás?
 
Magnus lo arrastró hacia los casilleros antes de proceder a besarlo sin recato alguno. Jonás a su vez lo besó con mayor intensidad, asiendose a su cuello para profundizar el suave roce inicial.
 
—Vaya— exclamó Magnus, asombrado por la iniciativa—. Hoy no tengo práctica de fútbol, pensaba que quizá podríamos...
 
—Ir al lago suena bien— lo interrumpió Jonás con una sonrisa enigmática—. pero prefiero ver películas en mi casa. ¿Me acompañas?
 
Magnus balbuceó inseguro y extrañado de que Jonás supiera lo que iba a sugerirle antes de que lo hiciera.
 
—Si, suena genial— aceptó pensativo.
 
Jonás lo tomó de la mano y juntos salieron del instituto.
 
Tal vez estaba atrapado en una espiral de pluscuamperfectos. Un bucle perpetuo de la mano de Chronos, pero sus memorias prevalecían y eso significaba que quizá y tan solo quizá, si había forma de cambiarlas.
 
—Magnus.
 
—¿Si, Jonás?
 
Débilmente, Jonás sonrió y entrelazó mejor sus manos.
 
—Sin importar que pase después, nunca olvides que estamos echos el uno para el otro.
 
 
 

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