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Imperio por FiorelaN

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Capítulo I: "Este era mi destino"

 

Año 1515, País de la Tierra, ciudad de las Rocas.

Deidara

Qué días tan patéticos estaba viviendo últimamente. Absolutamente nada que comer, ningún lado a donde ir y con una tonta esperanza de que mi vida cambiase en algún momento. Soñaba con una tierra de leche y miel, montañas de oro y una vida tranquila en una cómoda mansión o algo por el estilo. Una gran ambición, pero por el hambre que tenía y la pobreza de mis ropas sucias. Estaba harto de padecer en el frío y en las tempestades. ¿Pero qué otra vida le esperaba a un huérfano como yo? Solamente penurias hasta que por fin muriese de hambre, por alguna enfermedad o asesinado en la plaza pública por haber robado una vez más en el mercado.

Mi día iba como cualquier otro. De nuevo, tenía hambre, porque el animal que había cazado en el bosque hacía unos cuatro días ya no estaba en mi estómago y estaba comenzando a sentirme débil y con dolor de estómago. Las náuseas eran lo peor y el horrible dolor de cabeza. Estaba pensando en robar algún pan o alguna fruta en el mercado nuevamente y hacia allí me dirigía. No sabía cómo iba a salir esa vez, porque estaba demasiado débil como para poder escaparme, pero no podía pensar en todo ello con el hambre que tenía. Dios..., sólo quería probar algún bocado. Ya no podía dormir por estar pensando en comer.

En el mercado siempre había gente nueva a la que robar, porque venían comerciantes de todas partes del mundo. De lo que no me había percatado era que había algunas personas nuevas llegando y rodeando toda la ciudad. No me di cuenta hasta que tomé un pan en el descuido del tonto panadero, cuando empezó a gritar, pero no por mí, lo cual yo había pensado al principio. Lo único que pude oír entre el alboroto era que se trataba de jenízaros. Algunas veces, había oído hablar de esos soldados, porque, en los últimos años, habían invadido varias tierras, pero, como todos, jamás había pensado que llegarían hasta el país donde yo vivía. De todas formas, no me preocupaba. Gobernaran o no los de la Tierra de las Camelias, yo iba a pasar hambre igual.

Lo que me sorprendió muchísimo era que los soldados habían rodeado a todos en el mercado pero no nos estaban atacando. Simplemente, nos impidieron el paso. Yo me apresuré a comer mi pan mientras me mantenía escondido detrás de una tienda de telas. En cuanto pudiese escaparme, me iba a ir hacia el bosque y allí me quedaría. No tenía idea de lo que hacían estos sujetos al conquistar un lugar, pero, al parecer, no lastimaban a la población. Probablemente, sólo atacarían el palacio del rey.

—¡Quiero a todo el mundo reunido en la plaza pública ahora! —gritó uno de los soldados y todos obedecieron por miedo.

Lentamente, la gente se dirigió caminando hacia la plaza pública. Yo no me había dado cuenta, pero un soldado había estado detrás de mí todo el tiempo. Me asusté cuando me tomó del brazo y comenzó a jalarme para luego empujarme hacia la multitud, obligándome a ir con ellos y frustrando mi intento de escapatoria. Pronto todos estábamos reunidos frente a ellos.

—¡Quiero que sepan que, a partir de este momento, el País de la Tierra forma parte del imperio Uchiha y se ha convertido en una provincia más de la Tierra de las Camelias! —Nos informó un soldado que parecía ser el comandante— ¡A partir de ahora, todos los ciudadanos le deberán lealtad a nuestro sultán, su majestad el sultán Itachi! ¡Como es de esperarse, todos aquellos que sean comerciantes no deberán pagar impuestos a nuestro sultán por el tiempo de un año entero y todos los que practiquen una religión diferente al Islam no serán obligados a abandonar sus creencias! ¡Sin embargo, aquellos que no deseen ser leales a nuestro sultán serán exiliados y sus bienes serán confiscados para el tesoro imperial!

Oía a la gente murmurar tanto a favor como en contra de todo aquello que se nos estaba informando. En mi pensar personal, no me parecía tan horrible lo que oía, porque, en cierta forma, la gente estaba libre de impuestos por un año y no sería obligada a cambiar su religión. Todo iba a seguir más o menos igual a antes. Ese sultán no parecía tan injusto. Además, si yo elegía el exilio, iba a seguir mi vida igual. ¿Qué bien iban a confiscarme? Ni siquiera tenía unos zapatos. Mis pies estaban desnudos.

—¡Por último, todas las jovencitas y donceles entre los doce y los veinte años que no hayan contraído matrimonio serán llevados a la capital de la Tierra de las Camelias! ¡Se seleccionará a algunos de ellos para formar parte del harem de nuestro sultán y el resto será vendido en el mercado para uso doméstico!

Esa parte no me había gustado para nada. No quería ser parte del harem de ese sultán y tampoco quería ser vendido. ¿Por qué demonios había nacido como doncel? No podía creer mi suerte hasta que se me encendió una vela en la cabeza... Qué idiota. Si era vendido a una familia como sirviente o formaba parte del harem de ese sultán, iba a poder comer todos los días y tener un lugar cálido donde dormir. No estaba tan mal.

—¡Los jóvenes varones de doce a dieciséis años serán llevados a la capital para que sean entrenados y formen parte del cuerpo de jenízaros! —informó por último.

Fuese varón o doncel, estaba en las mismas circunstancias, pero, al menos, no iba a morir en una guerra ni a ser golpeado en el Ejército. Claro, muchos no estaban nada contentos, porque padres, madres, jóvenes donceles y varones y jovencitas estaban llorando porque iban a separarse de sus familias. La vida iba a ser una pesadilla para ellos. Para mí, sería el cambio que estaba buscando. La verdad era que no apreciaba el dinero ni las riquezas. Sólo quería dejar de sentir hambre y frío..., aunque tuviese que vender mi cuerpo para ello.

No opuse ningún tipo de resistencia. Fui el único que cooperó mientras era apartado de la tierra que lo había visto nacer, pero no me dolió. ¿Por qué iba a dolerme dejar atrás la ciudad en donde me habían abandonado y que estaba llena de recuerdos dolorosos? Solamente iba a extrañar el orfanato donde había crecido, pero nada más. Aquellos habían sido los únicos días en los que había sido medianamente feliz.

Dos días había durado el viaje en barco hasta la Tierra de las Camelias. Todos los donceles y señoritas habíamos sido llevados al palacio principal, donde vivía el sultán. Allí iban a decidir quiénes éramos los que se iban a quedar o aquellos que iban a ser llevados al mercado para ser vendidos. A mí me daba un poco igual si me quedaba allí o me vendían a una familia como esclavo mientras tuviese un plato de comida caliente todos los días.

Estábamos en el jardín de la entrada del palacio. Una mujer rubia y bastante voluptuosa que llevaba un largo vestido de color azul se nos había acercado. Ella comenzó a revisar a cada una de las jovencitas y a cada uno de los donceles. Revisaba sus dientes, sus ojos, sus caras, sus orejas y, principalmente, se fijaba en si eran bonitos, de cuerpo hermoso y deseable. Yo no parecía cumplir con esas características, porque no me consideraba tan lindo y porque mi cuerpo estaba desnutrido. Aquella mujer iba separando a las que se quedaban y dejaba en la línea a las que se iban a ir al mercado. Finalmente, se me acercó y me quedé quieto, casi sin respirar, porque ella daba mucho miedo.

—Muéstrame tus manos—me dijo y extendí mis manos sin dudarlo.

—Estás bastante desnutrido. Sólo mira tus manos. Parece que el hueso de tu muñeca va a perforar tu piel y a salirse. Es realmente asqueroso, pero se quita alimentándote bien. En este estado, nadie dará nada por ti en el mercado, pero, fuera de eso... —me dijo comenzando a observar mi rostro y revisar mis dientes—Pareces un muchachito muy bonito y de lindos ojos. Tienes una belleza especial. Úsala bien—me dijo y me apartó de la línea con brusquedad.

Me quedé prácticamente en shock, porque no había creído jamás que ella me elegiría para quedarme en aquel palacio.

—Eso es todo. Regresen a las demás—les dijo a unos hombres que estaban allí con nosotros—. Ino, lleva a estas muchachas a los baños y dales ropa limpia. Dale doble ración al muchacho delgado y cuida bien de él hasta que se recupere. Lo revisaré mejor más tarde—le dijo a una muchacha muy rubia que se nos acercó.

Todos fuimos con ella y nos adentramos al palacio. Era increíblemente hermoso por dentro y muy grande. Pronto nos llevaron a los baños, donde vapor emanaba por el agua caliente. Jamás me había bañado con agua caliente. Estaba emocionado hasta las lágrimas y me quedé parado allí en el baño observando todo, distrayéndome. Las muchachas y los donceles, como yo, estábamos cubiertos por una toalla y se sentaban para comenzar a enjabonar sus cuerpos y echarse el agua caliente encima con unos recipientes.

—Ven. Voy a ayudarte a bañarte. Pareces muy débil y no quiero que te caigas—me sorprendió la misma muchacha rubia de antes, que tenía puesta una toalla como nosotros solamente envolviendo su cuerpo.

—¿Nadie se desnuda para bañarse? —le pregunté algo curioso.

—Está prohibido mostrar las partes del cuerpo. Sólo lo necesario para poder bañarse. Ahora siéntate—me dijo y me senté en una banca de mármol que había cerca de una fuente de mármol con agua caliente.

—Ya veo... —dije mirando todo a mi alrededor sin poder creer en dónde me encontraba y con los lujos que me rodeaban.

—Generalmente, no aceptan en el palacio a personas en tu condición, pero, si Tsunade te eligió de todas formas, es porque vio algo en ti. Aprecia eso. Has tenido mucha suerte—me dijo mientras comenzaba a tallar mi brazo con una esponja enjabonada.

—Estoy agradecido. Yo nunca he vivido nada parecido. Soy muy pobre y lo único que tengo en abundancia es hambre—le dije sin mirarme y sintiendo que, en cualquier momento, iba a ponerme a llorar.

—Pues aquí te van a alimentar bien y te cuidarán. El harem puede ser un verdadero paraíso si obedeces las reglas y no te metes en problemas, pero, si haces lo contrario, puede volverse un infierno. ¿Entiendes? —me preguntó mientras echaba agua agradablemente caliente en el cuerpo y sentí cómo me derretía por el placer que estaba sintiendo.

Asentí mientras suspiraba del gusto por el agua caliente. Luego ella comenzó a tallar mi cabello con jabón y se sentía realmente agradable.

—Y, si tienes suerte, el sultán podría elegirte, y eso es lo mejor que puede sucederte aquí. El sultán podría llamarte a sus aposentos y, entonces, te convertirías en su favorito—me dijo y no entendía mucho a lo que se refería.

—¿Favorito del sultán? —pregunté.

—Si te portas bien, Tsunade podría elegirte para que camines por el sendero dorado, que es el que conduce a los aposentos del sultán. Si le gustas a nuestro sultán y pasas la noche con él, entonces, te conviertes en su favorito y podría llamarte nuevamente—me explicó con una sonrisa muy alegre mientras enjuagaba mi cabello y yo me sentía en la gloria.

—Entonces, ¿depende de Tsunade el que yo vaya con el sultán? —pregunté con curiosidad.

—También él podría verte en algún momento o podrían recomendarte. El que podría recomendarte es el chambelán del pabellón real. Es el hombre más cercano al sultán. Si le agradas a él, tu futuro podría ser de oro, pero, si le desagradas, jamás tendrás un futuro aquí. Por eso debes portarte bien y no meterte en problemas—me explicó con seriedad.

—¿Cómo haré para no meterme en problemas? No conozco las reglas, hump—le dije.

—Bueno, para empezar, debes cuidarte de los envidiosos si alguna vez vas a ver a nuestro sultán. Harán lo que sea para que no llegues a ser un favorito. Debes cuidarte mucho. Yo te estoy contando todo esto porque me agradas y porque Tsunade te eligió, a pesar de tu condición. Yo confío en ella, pero debes poner de tu parte—me dijo mientras pasaba su mano por mi rostro con delicadeza limpiándolo con agua.

Me dejaba hacer lo que ella quisiera, porque se sentía muy agradable y nunca nadie me había cuidado con tanta dedicación. Se sentía muy bien bañarse. Yo siempre lo había hecho en un río de aguas frías y sin jabón. El jabón olía muy bien. Mi cabello se veía casi tan rubio como el de Ino. Antes mi cabello era más marrón por la suciedad.

—Por cierto, ¿cómo te llamas? —me preguntó con una sonrisa.

—Deidara Kamiruzu. Es el apellido de mi madre, creo. Igual, no tengo idea, porque me abandonaron. Soy huérfano—le dije sin sentir mucha tristeza, porque lo tenía bastante superado.

—Entonces, ¿no tenías a nadie en donde vivías? —preguntó mostrando interés.

—Vivía en la calle y pasaba hambre, frío y de todo. Muchas veces, robaba para poder sobrevivir y, varias veces, me golpearon por haberlo hecho. No había nadie, así que esto es lo mejor que jamás he tenido, hump—le conté.

—Entiendo. Entonces, me alegra que tu vida haya cambiado para bien—me dijo sonriendo.

—Ino. ¿Me contarías todas las reglas de este lugar para saber qué es lo que debo hacer? —le pregunté.

—Ahora vamos a secarte y luego, cuando todos estén en el harem, Tsunade se encargará de explicarles las reglas. No te preocupes—me dijo y me quedé más tranquilo por eso.

Después de salir de aquellos baños, nos dieron ropas limpias, cosa que, muy pocas veces en mi vida, había tenido. Me dieron unas prendas de tela de la parte de arriba que eran de manga larga y un pantalón de la misma tela. Todo era en color blanco, junto con un chaleco de color azul que parecía ser de la misma tela. No eran prendas abrigadas, porque la estación estaba algo calurosa. A las señoritas les habían dado las mismas prendas, pero en vestidos.

Nos llevaron a un lugar que lo llamaban "harem". Era un sector muy espacioso y había unas terrazas internas con puertas que, seguramente, daban a algunas habitaciones de donde salieron jovencitas y algunos donceles vestidos con mejores telas, con diademas y joyas, que nos miraban con soberbia a todos nosotros.

Ino nos entregó unas mantas y una almohada a cada uno. El lugar tenía un espacio por donde pasar caminando y una gran puerta que no tenía idea de a dónde llevaba. Nosotros íbamos a dormir en la parte de abajo del harem. Los colchones estaban en fila al lado de la pared. Íbamos a dormir todos juntos allí. Solamente una cortina cubría las camas. Nos pusieron en fila frente a los colchones mientras abrazábamos aquellas mantas y almohadas.

—Muy bien, jovencitas y donceles. Les voy a explicar cómo es la vida en el harem—comenzó a decir Tsunade con seriedad—. Todas ustedes y todos ustedes ahora pertenecen al sultán. Eso quiere decir que sus vidas dependen de la voluntad de nuestro sultán. Por lo tanto, cualquiera que desobedezca las reglas sufrirá las consecuencias. ¿Entendido?

Todos respondimos afirmativamente y, entonces, ella prosiguió hablando.

—Ninguno de ustedes deberá meterse en problemas. Nadie va a pelear ni a discutir, y tampoco a alzar la voz. No pueden andar paseando por ahí libremente y tampoco pueden abandonar el harem sin permiso. Está prohibido que hablen con cualquier persona que no seamos nosotros sin permiso. Está prohibido que miren a los ojos de cualquier varón y que le hablen, porque ustedes pertenecen a nuestro sultán. Si ustedes desobedecen esta regla, más que las otras, van a perder la vida. Ningún varón puede mirarlos ni tocarlos, así que no lo permitan—nos explicó con tanta seriedad que daba miedo.

Todos estaban con la cabeza baja, pero yo tenía algo de curiosidad. Tsunade no estaba sola, porque, además de Ino, había otra muchacha más con ella de cabello azul y un jovencito de piel pálida y cabello negro que, seguramente, era un doncel.

—La entrada al harem de cualquier varón que no sea nuestro sultán o su hermano el príncipe, está totalmente prohibida. Si ustedes ven a alguien que tenga la entrada prohibida por aquí, deben avisarnos inmediatamente. ¿Queda entendido? —nos preguntó y respondimos afirmativamente— Si alguno de ustedes tiene suerte y es llamado por nuestro sultán, deberá comportarse adecuadamente. Una vez que los hayamos preparado para ir hacia el sendero dorado y estén frente a nuestro sultán, no deben hablar si él no se lo ordena, no lo miren a los ojos y mantengan la cabeza baja. Al llegar frente a nuestro sultán, deberán arrodillarse frente a él y besar el dobladillo de sus prendas. No deberán ponerse de pie si él no se lo ordena. Aquella señorita o doncel que logre complacer a nuestro sultán subirá a las habitaciones de los favoritos—señaló las terrazas de arriba—. Bendito sea aquel que le dé un hijo a nuestro sultán, porque su destino será de oro.

Al oír lo último que había dicho, no pude entenderlo mucho, pero me sorprendió y llamó mi atención. Tuve curiosidad y, cuando Tsunade nos terminó de explicar las reglas, luego de hacer nuestra cama, me acerqué a Ino.

—Ino—dije su nombre para llamar su atención.

—Deidara. ¿Terminaste de hacer tu cama? —me preguntó.

—Sí, ya terminé. Quería preguntarte algo—le dije y me miró con atención esperando a que yo hablara—¿Qué pasa si alguno de nosotros le da un hijo al sultán?

Ella me miró sorprendida unos segundos y luego sonrió divertida.

—Bueno, es muy pronto para pensar en ello, pero..., si logras darle un hijo a nuestro sultán, sobre todo un niño varón, serás muy afortunado. Aunque le dieras un doncel o una niña, tú te convertirías en príncipe y la señorita que le dé un hijo sería Sultana. Inmediatamente, subirías a un puesto muy alto, porque serías parte de la dinastía y todos te reverenciarían. Hasta Tsunade y yo obedeceríamos tus órdenes—me guiñó un ojo y sentí una fuerte emoción en mi interior.

—¿Sería príncipe? ¿Podría convertirme en sultán? —pregunté con mucha curiosidad.

—No seas idiota. Eso jamás pasaría, porque no eres miembro de la familia Uchiha. Sólo los hijos varones del sultán pueden convertirse en sultanes. Además, eres un doncel. No eres diferente a una mujer. Sólo tendrías sirvientes y podrías convertirte en el director del harem si su majestad lo ordena o si tu hijo se convierte en sultán cuando nuestro sultán muera. La señorita se convertiría en una sultana madre, que es el cargo más alto que puede una mujer alcanzar en este imperio y un doncel sería el padre del sultán—me explicó con seriedad en susurro.

—Ya veo. ¿Por qué estamos susurrando? —le pregunté sin entender.

—Sé astuto. Sólo te estoy diciendo esto a ti para que uses la cabeza. Ya te lo dije antes. Yo confío en el criterio de Tsunade y tú me agradas. Además, tienes la belleza para llegar lejos en este lugar. Ten también la cabeza para hacerlo. Las demás, mientras menos sepan, más tardarán en llegar a ese lugar. Si tú lo sabes primero, actuarás primero. Debes ganarte el corazón de su majestad y yo sé cómo puedes hacerlo—me dijo y me sonrió alegremente muy emocionada.

—¿Cómo logro conquistar al sultán? No es un viejo horrible, ¿verdad? —pregunté preocupado.

—Por supuesto que no. Ni siquiera el anterior sultán lo era. El sultán Fugaku murió bastante joven hace unas semanas. El príncipe Itachi asumió el trono y tiene dieciocho años apenas. Es todo un galán—me guiñó un ojo con una sonrisa pícara.

—Vaya. El sultán es un muchacho muy joven, hump—me sentí sorprendido de saber aquello.

—Para celebrar su ascensión al trono se va a preparar un baile para él aquí en el harem. Seguramente, el que logre conquistarlo con su baile recibirá el pañuelo morado, que es el que indica que su majestad ha elegido a esa persona. Ese es tu boleto para ir por el sendero dorado—me dijo muy emocionada y todavía susurrando.

—¿Cuándo es el baile? —le pregunté curioso.

—En dos semanas, terminarán los cuarenta días de luto por el difunto sultán y, entonces, se hará el baile. Tienes tiempo para rellenar de carne tus huesos. Ahora servirán la cena. No olvides comer dos veces—me dijo antes de irse caminando muy feliz hacia la salida del harem.

No me había dado cuenta, pero aquel joven de piel pálida y cabello negro nos había estado observando a los dos mientras hablábamos. Sin darle mucha importancia, regresé a donde estaba mi cama. Aquel día, comí mejor que cualquier otro en toda mi vida. Solamente me sentía mal por haber renunciado a mi libertad con tanta facilidad. Supuse que ese era mi destino.

Notas finales:

Nota de autor: Amaría su opinión. ¿Qué les pareció? Amé escribirlo. Espero que les haya gustado. Nos vemos en un siguiente capítulo.


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