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Dancing in the moonlight por KaoriLR2

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Notas del fanfic:

Advertencias y/o etiquetas:

Angst

Drama

Amargura

Muerte de un personaje

Duelo

Referencias a depresión

“Ama ahora mientras vivas ya que muerto no lo podrás lograr.”

-William Shakespeare

 

 

Capítulo único

Durante mucho tiempo, Levi Ackerman se dedicó en cuerpo y alma a su profesión como ingeniero civil. No por nada había estudiado en una prestigiosa universidad durante tanto tiempo, saltándose comidas, pasando desvelos y autoexigiéndose. Levi amaba su trabajo por encima de cualquier otra cosa en el mundo, aunque a veces no le quedara tiempo ni para sus asuntos más personales.

¿Y qué más daba? Su trabajo le llenaba tanto que no hacía falta preocuparse por nimiedades. No necesitaba “sentar cabeza”, ni formar una familia.

A la mierda con eso. A Levi le bastaba con su trabajo, su departamento y su auto. Incluso evitaba las reuniones familiares para no desperdiciar su tiempo en charlas incómodas. Su humor no daba para soportar tanto.

De lo único que no se podía librar era de un par de personas a las cuales tenía que ver por cuestiones meramente laborales. El problema radicaba en que, estas personas, siempre terminaban por involucrarlo en actividades fuera del trabajo. Una en especial.

Hange Zoe se le colgaba del brazo para arrastrarlo a bares o restaurantes. Erwin Smith no intervenía ni a favor ni en contra, pero resultaba más que obvio que opinaba igual que la enloquecida mujer.

—A veces es bueno desconectar, enano. Te aseguro que el trabajo no se irá a ninguna parte —Y así, con los argumentos más estúpidos que había escuchado jamás, permitía que Hange hiciera de las suyas. Claramente a esto Levi solo cedía muy de vez en cuando.

Su vida no era perfecta, pero estaba a gusto con ella. Sin preocupaciones económicas, sin nadie que dependiera de él, sin molestas mascotas rasgando sus muebles o niños pintando las paredes.

¿Qué más podía pedir?

Sin embargo, todo cambió de un día para otro.

No fue de golpe, pero, con el paso de las semanas, comenzó a notar que algo andaba mal en él. Se sentía extraño. A veces, había mareos para los que no veía motivo y se cansaba demasiado, aunque la jornada laboral un fuera pesada esos días. Pronto, su coordinación también comenzó a verse comprometida, lo cual encendió sus alarmas. Fue entonces cuando se lo tomó en serio y acudió al médico.

Es probable que fuera tarde.

Levi Ackerman no acostumbraba a visitar su unidad médica de forma regular. No le veía el caso y se limitaba a tratar de comer sano diariamente, a hacer ejercicio de vez en cuando, entre otras cosas. No tenía vicios ni nada parecido, así que ¿qué sentido tenía preocuparse?

Nunca fue una persona enfermiza, por lo que, si se resfriaba o presentaba algún tipo de dolor, no era nada que un par de pastillas de venta libre no arreglaran.

¿Acudir al médico solo porque sí? Ni de broma. No tenía tiempo para eso.

No obstante, a partir de la primera consulta las cosas empezaron a ir mal. Su rutina se vio afectada debido a las constantes citas a las que debía acudir, el trabajo se iba acumulando y los interrogatorios no se hicieron esperar. Las personas cercanas a él, terminaron por advertir que algo le ocurría.

Al cabo de un tiempo, luego de varios chequeos, canalizaciones con especialistas y estudios médicos, Levi tuvo en sus manos un diagnóstico para nada alentador.

—Señor Ackerman, entiendo que esta noticia es difícil de procesar —el médico le habló de la forma más calmada posible, al notarla rabia en su semblante—, pero debe saber que existen varios tratamientos que podrían ser…

Sin embargo, él no se quedó ni un segundo más dentro de aquel consultorio que parecía encogerse más y más. Sentía que se asfixiaba, sentía que todo su mundo se caía a pedazos sobre sus hombros. Por eso se puso de pie y salió de ahí dando un portazo, dejando al médico con las palabras en la boca.

Tratamiento ni que la mierda, y nadie pudo convencerlo de lo contrario. Su madre lloró, le alentó, le rogó. Farlan e Isabel se ofrecieron a ayudarlo en todo lo necesario, pero él les cerró las puertas en la cara.

Cuando Hange y Erwin trataron de hacerlo entrar en razón, Levi terminó renunciando a su trabajo.

—¿De qué piensas vivir, Levi? —Erwin lo cuestionó con dureza cuando lo vio guardar sus cosas en una caja.

—¿Vivir? —inquirió en tono sarcástico, casi carcajeándose—. ¿Qué no ves que ya estoy muerto? —sus brazos se abrieron hacia sus costados, otorgándole más dramatismo a sus palabras.

Estaba metiendo sus últimas pertenencias del escritorio, cuando lo notó parársele enfrente. Erwin no lo dejaría ir tan fácil.

—No, Levi. No lo estás —un apretón en sus hombros lo hizo ponerse más tenso. Su amigo poseía poder de convencimiento y sabía que lo aplicaría con él—. Afortunadamente puedes llevar un tratamiento. No es el fin.

—No, gracias.

Tomó sus cosas y se marchó a su hogar, renuente a oír razones. No las necesitaba.

Desde ese día se encerró en su departamento a esperar a que llegara el último, completamente negado a convertirse en una carga ni a aferrarse a nada. Era lo que más le podía, irse apagando de a poco hasta convertirse en un inútil. Él, que nunca precisó de ayuda para hacer cualquier cosa. Él, que podía con mil responsabilidades y más, terminaría por no ser capaz de realizar las actividades más simples.

¿Luchar? ¿Por qué y para qué? Si ya estaba jodido.

Levi ya no le veía el sentido a hacerlo. Levi había ido perdiendo su vitalidad, los ánimos, las ganas de abrir ojos cada nueva mañana y sacarle el máximo provecho a los días. El beber una buena taza de su té favorito, ya no le provocaba nada. Leer un libro escuchando alguna pieza musical, le fastidiaba.

Ni qué decir de las visitas que, a diario, tocaban con insistencia la puerta de su casa o le llamaban con el pretexto de querer saber cómo estaba.

¡Mentira! Levi sabía que todo lo que buscaban era alimentarse de su desgracia, llevar el chisme allá afuera para que todos le tuvieran lástima. Odiaba eso, odiaba a los buitres disfrazados de personas que sobrevolaban a la espera de su deceso. Y ojalá que lo disfrutaran, porque encontraría la manera de volver del mismísimo infierno y hacerles la vida imposible, así fuera solo como un jodido fantasma.

El mundo había perdido brillo y color. Su vida ya no tenía sentido, o quizás nunca lo tuvo. Siendo sinceros, la respuesta le daba lo mismo.

Cortó toda comunicación con sus familiares, también con los amigos y personas cercanas. Sus intenciones eran sobrevivir con lo que había ahorrado a lo largo de los años, hasta que la maldita tierra lo reclamara o su desesperación le diera el valor de adelantar ese momento.

Un plan digno de cobardes, pero, después de todo, ya no le importaba parecer uno.

Y entonces, cuando la enfermedad le pegó con fuerza, llegó él.

Él, con su sonrisa de comercial, capaz de dotar de color y brillo aquello que parecía no recuperarlo nunca. Él, con ese par de piedras preciosas que poseía por ojos, solo para atravesarle el alma y sacudirle el dolor y la incertidumbre que echaban raíces en su pecho.

Él.

Eren Jaeger.

—Hora del medicamento, Levi.

El joven castaño ingresó a la habitación trayendo una bandeja con lo necesario. Levi le agradecería si solo le dejara el vaso de agua y se marchara, pero sabía que era imposible. Eren era… una completa molestia andante. Lo fue desde el primer día.

Cuando su situación se complicó, Kuchel irrumpió en su departamento y lo obligó, por primera vez, a obedecerle. Nunca antes vio tanta determinación en los ojos de su madre, como la mañana en la que ella empacó sus cosas, lo sacó del departamento y lo llevó de regreso a la casa donde creció.

Levi recuerda que decidió no hacer escándalo porque no tenía ánimos ni para ello. Si moría encerrado en su departamento o en casa de su madre, le daba completamente lo mismo. Al final, el resultado no variaría.

—Pasar todo el día en esa silla no es lo más adecuado —Eren continuó hablando, reprendiéndolo más bien. El muchacho se había tomado ese atrevimiento desde hace tiempo, más del que a Levi le gustaría admitir.

Gracias a su madre es que cosas como esas sucedían. Solo a ella podía ocurrírsele contratar a un enfermero de tiempo completo, aquello solo lo humillaba más, aunque por supuesto no fue tomado en cuenta.

El primer día fue, quizás, el peor de todos. No quiso ni siquiera escuchar la explicación que su madre tenía para darle, porque le bastó con ver al joven con esa vestimenta tan característica para darse cuenta de lo que significaba. Levi no necesitaba ni quería a alguien a su cuidado.

Por eso lo echó, reuniendo fuerzas de quien sabe donde para sacarlo a empujones, primero de la habitación, y luego de la casa. Le cerró la puerta en las narices antes de que el enfermero pudiera decir algo, y como era obvio, también terminó discutiendo con su madre.

Desafortunadamente, las cosas no pararon ahí. Eren se presentó al siguiente día con la cara en alto y una pequeña maleta aferrada a su mano izquierda. Soportó los insultos, las miradas filosas que tenían intenciones de hacerlo doblegarse, de provocar que saliera huyendo de ahí para siempre, cosa que no sucedió.

Eren se instaló en la habitación contigua con la firme convicción de permanecer todo el tiempo a su lado, de proveerle de todos los cuidados y atenciones que necesitara, de vigilar que se alimentara y siguiera las indicaciones del médico. El médico al que también había tratado como a una basura.

—La señora Kuchel salió muy temprano para visitar al señor Kenny —el comentario de Eren interrumpió sus memorias. Levi entrecerró la mirada—, parece que le quiere presentar a su nueva pareja —continuó el castaño como su le hubiera preguntado, acercándose de nuevo luego de abrir las cortinas.

Sabía que lo irritaba tanta luz, por eso lo hacía. Eren lucía como un ser incapaz de romper un plato. Levi sabía que era todo lo contrario. Se estaba desquitando los malos tratos.

—Y supongo que no volverá hoy, ¿no? —habló al fin, interesándose un poco en el tema.

—Hará lo posible.

La bandeja descansaba sobre la mesita de noche a la espera de que él se decidiera a tomar sus medicamentos. Rodó los ojos al sentir la mirada insistente sobre él.

Al cabo de unos segundos, el sabor amargo de las pastillas había quedado impregnado en su lengua. Estaba harto de tragarlas varias veces a lo largo del día.

—Bien hecho, Levi.

—No me hables como si fuera un perro, mocoso —recriminó, casi rechinando los dientes.

Pudo escuchar la risita proveniente de los labios del enfermero, pero él mantuvo su expresión de molestia. Ese chico era demasiado confianzudo, hablaba mucho y rara vez lo dejaba sin supervisión.

—¿Sabes? Hay una serie de ejercicios que me gustaría probar —comentó Eren de forma casual.

Levi no pudo evitar tensarse ante esa idea. Los ejercicios lo tenían harto, nunca antes se había tenido que mover tanto.

—Qué bueno.

Se levantó y tomó el bastón recargado en la pared. Era momento de huir de habitación en habitación hasta que lo dejara en paz.

—Levi —la voz de Eren sonó cansada, sobre todo al acompañarla de un suspiro.

—Eren —lo imitó, decidido a fastidiarlo como él lo hacía diariamente.

Pasaron un rato dando vueltas sobre lo mismo, ninguno de los estaba dispuesto a ceder. Para Levi, su enfermero era un necio insoportable cuya resistencia lo había mantenido ahí, contra todo pronóstico, por casi dos años.

Sus días transcurrían así, encerrado en casa de su madre ahora por voluntad propia. La vida en el campo era mejor, más tranquila, pero eso no quería decir que Levi aprovechaba su estancia ahí para salir a recorrer los alrededores, o por lo menos el jardín. Él se encontraba todavía en un punto medio, demasiado inconforme con su situación, pero lo suficientemente centrado para entender que había cosas por hacer. Sin embargo, también era una cuestión de ganas, de humor, de ánimos.

Había días buenos -por llamarlos de algún modo- en los que deambulaba por la casa, accedía a realizar ciertas actividades físicas de buena manera, y tomaba sus medicamentos sin rechistar. Eren lo mantenía bajo un estricto control, le explicaba cada detalle de lo que vendría, de sus visitas al médico, de los beneficios de llevar un tratamiento completo.

Con el tiempo, comprendió que su enfermedad no era lo que imaginó en un principio, sino que se trataba de una afección crónica con la que debía aprender a vivir.

Sí, debía. Y esa palabra la odiaba.

Por fortuna, Eren encontraba la manera de hacer que todo pareciera más sencillo. Le tenía paciencia y le hablaba con firmeza, jamás bajaba la mirada. Terminó influyendo demasiado en él sin que fuera plenamente consciente de ello. No lo sería hasta tiempo después.

En un buen día, Levi accedió a seguir trabajando desde casa, o al menos lo más que pudiera a distancia. Erwin estaba seguro de que el berrinche -como el mismo rubio había llamado a su anterior y precipitada renuncia- se le pasaría, por eso lo esperó pacientemente para recibirlo con los brazos abiertos. Hange también.

Las veces que el trabajo requería de su presencia y él estaba dispuesto a desplazarse hasta la ciudad, su amiga no lo dejaba en paz. Lo abrazaba, lo zarandeaba, lo jalaba de un lado a otro. Además, tenía que soportar sus largos monólogos durante las horas que estuviera cerca.

La primera vez que se presentó con Eren acompañándolo, las preguntas no se hicieron esperar.

—¿Y quién es este niño bonito, Levi? —Hange quiso saber con ese brillo juguetón adornándole los ojos.

Aunque no encontró rápidamente las palabras para explicárselo, trató de mantenerse estoico. De ninguna manera admitiría que era su enfermero personal, eso todavía le generaba cierta frustración.

—Soy su chaperón —se le adelantó el joven castaño aprovechando la oportunidad para fastidiarlo. Oh, jodido Jaeger.

—Tch. Ni que fuera un maldito mocoso como tú —espetó, mirándolo un momento de forma reprobatoria.

A su lado, su amiga estalló en carcajadas.

—Oh, ya veo. Siempre he pensado que Levi es muy pequeño para andar por ahí sin supervisión. Un gusto, precioso. Soy Hange Zoe.

Levi los vio presentarse y mofarse de él en su cara, como si no estuviera presente.

Eren no llevó puesto su blanco uniforme en aquella ocasión ni las siguientes, a petición de él. No hubo más preguntas al respecto por parte de sus compañeros de trabajo, les bastó con saber el nombre del jovencito y punto. Como era de esperarse, se encariñaron con él a pesar de que no lo veían a menudo.

Levi tardaría en entender qué era lo que Eren tenía de especial.

Por otro lado, también hubo días pesados. Difíciles.

Días en los que no quería poner un pie fuera de la cama. Días complicados.

Entonces Eren haría lo suyo en silencio, se limitaría a atenderlo, a estar al pendiente de sus necesidades por mínimas que estas fueran. Los comentarios ácidos quedarían en segundo plano, podría ver la parte más profesional de ese joven de primera mano.

Como la manera en la que fruncía el ceño en señal de estar concentrado en algo.

—Te estás estresando demasiado, Levi. Eso no es bueno —le decía mientras recogía la bandeja de comida que se había negado a tocar.

—Tengo que hacer unas estimaciones, mocoso. El trabajo no puede esperar.

—Claro que puede —Eren replicó, desapareciendo por la puerta por al menos un minuto hasta volver, con esa cara de reproche y altanería—. El señor Erwin dijo que te lo tomaras con calma, que no hay prisa.

—Erwin es el jefe, puede darse ese lujo si quiere. En cambio, yo tengo que mover las manos para pagar mis gastos. Eso te incluye.

Era cierto. Al final, Levi absorbió los costos correspondientes al sueldo del enfermero. De ninguna manera dejaría que su madre lo hiciera, ya bastantes preocupaciones tenía ella como para cargarle una más.

De hecho y muy en el fondo, creía que tener a Eren ahí era más bien un lujo, pues él era perfectamente capaz de hacer casi cualquier cosa sin problema. Las recaídas eran poco frecuentes, pero su madre se sentía más tranquila sabiendo que lo tenía a la mano, así que había decidido darle ese gusto mientras sus ingresos se lo permitieran.

—El señor Kenny se ofreció a ayudarte económicamente y tú lo rechazaste groseramente —de nuevo un regaño y ese trato informal.

—¿Tan jodido me veo como para que creas que necesito de su dinero? —reprochó.

—No he dicho eso.

—Lo insinuaste.

Eren bufó antes de acercarse y sentarse en la orilla de la cama, como si le hubiera dado permiso de hacerlo. Lo extraño era que, llegados a este punto, Levi ya no lo confrontaba por detalles como esos.

Al menos así obtenía un poco de entretenimiento. Porque sí, discutir con Eren le hacía olvidarse de sus dolencias por un instante.

—Levi —pronunció su nombre mirándolo fijamente—. Hoy estás insoportable.

—Por supuesto, me duele la cabeza, ¿cómo más podría estar?

Se quedaron mirándose por un buen rato, ninguno daba su brazo a torcer cuando se trataba de un duelo de miradas, pero como estaba sintiéndose indispuesto, al final fue el enfermero el que actuó de forma racional.

Eren había sido contactado por su madre gracias un conocido que tenía en la ciudad. Un tal Hannes, que resultó ser el padrino del joven y también su único familiar. Por eso no tenía problema en quedarse ahí las veinticuatro horas del día, tampoco tenía pareja y sus amigos estaban ocupados en su nuevo ambiente laboral.

Levi se enteró de todo esto al pasar de los meses, entre chequeos de rutina y tardes tomando el té. Eren rara vez estaba en silencio, siempre tenía algo de qué hablar o preguntar. Le sacaba las palabras una vez que lo hartaba, aunque Levi solo tuviera la intención de hacerlo callar.

—Voy a dejarte un rato para que descanses —el joven apartó la mirada, levantándose para abandonar la habitación—. Estaré en la cocina preparando algo para la cena.

—Tu sueldo es como mi enfermero, nada más —agregó, más que dispuesto a continuar la confrontación. Si había algo que a Levi le molestaba, era que hiciera más de lo que le correspondía.

—Lo sé. El resto lo hago porque me nace.

—Tch.

Fingió molestia ante su respuesta. Lo cierto es que en cuanto Eren dejó la habitación, una media sonrisa se apoderó de sus labios.

Tal vez nunca lo diría, pero admiraba su forma de ser.

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Levi odiaba a las personas que suelen ver el vaso medio lleno. Odiaba las frasecitas positivas de mierda, los mensajes de motivación y el famoso coaching. Le provocaba nauseas desde muchos años atrás, pero aún más desde que se enteró de su enfermedad.

Al principio, creyó que Eren era de ese tipo de personas. Fue gracias a las charlas ocasionales que pudo darse cuenta de que, en realidad, la filosofía de vida del chico era muy distinta del promedio.

Siempre enérgico, sin pelos en la lengua y eso le agradaba.

En una ocasión, cuando el joven lo escuchó quejarse e incluso de hablar de muerte en un momento de desesperación, sus palabras lo dejaron boquiabierto.

—Nadie tiene la vida comprada, Levi. —Eren aseveró, con el ceño fruncido y los brazos cruzados a la altura del pecho—. Hoy estamos aquí, mañana no. Las personas mueren todos los días, justo ahora debe haber alguien por ahí sufriendo un percance, siendo víctimas de guerra o qué se yo. Este mundo es cruel, no importa si eres rico o pobre, un niño o un adulto. Incluso yo puedo morir antes que tú, y eso que no tengo ninguna enfermedad hasta ahora. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Escucharlo hablar así, había sido extraño e incómodo. Fue como si de repente tuviera enfrente a una persona completamente diferente, como si no se trataba del Eren que estaba acostumbrado a ver.

El silenció reinó durante un par de minutos, no encontraba las palabras para refutar aquello. Es decir, ¿cómo podría hacerlo? Si su actitud frente a la vida actualmente no le daba la autoridad moral para ello.

Tal vez porque se había formado una idea errónea de él. Tal vez porque aun no lo conocía lo suficiente.

—Oye. No digas esas cosas tan pesimistas, mocoso —le regañó, sosteniendo la taza de té entre sus finos dedos y los ojos enfocados hacia el exterior. Eren relajó su expresión—. Tú eres joven, fuerte y determinado, tienes toda una vida por delante para hacer lo que te plazca. Eres realmente bueno en lo que haces y dices que quieres seguir preparándote, entonces no puedo imaginar un futuro incierto para ti —bebió un sorbo con calma, haciendo una pausa para decidir si debía continuar. Se dio cuenta de que el joven esperaba por más—. Mírate, hablando de muerte a tu edad. Te falta trabajar muchos años, irte de vacaciones a ¿Alemania? O no sé dónde dijiste que quieres ir, llevarte a tus amigos mocosos igual que tú y a tu padrino. Hacerte de novia e hijos algún día —Levi lo escuchó reír—.  Apuesto a que tienes a las mujeres babeando las calles al verte, piensa en eso. Estoy seguro de que te espera mucha felicidad, Eren.

Cuando dejó de mirar hacia fuera y conectó sus ojos con los de Eren, algo en él se aceleró.

—Gracias, Levi —el rostro del enfermero se había coloreado de las mejillas, la sonrisa era tímida, pero sincera—. Deberías seguir tus propios consejos. Tú también tienes toda una vida por delante, no lo olvides.

—No es lo mismo.

—Lo es.

La mano de Eren se deslizó sobre pequeña mesa, posándose sobre la suya. De inmediato sintió el calor que contrastaba con sus helados dedos. Su cuerpo se tensó, pero no se movió de su lugar. No había nada de malo en aquel gesto, solo era la mano de Eren, visiblemente mas grande que la suya.

Levantó la vista y se dio cuenta de que Eren estaba perdido en aquello. Observando con demasiado detenimiento la unión de sus manos, como si considerara si debía seguir o quitarla.

—Estamos vivos ahora ¿no? —escuchó su pregunta, el joven seguía concentrado en sus manos. Levi emitió un quejido de afirmación—. Es por eso que somos capaces de sentir esto.

—¿Esto? —inquirió, inquieto por la dirección que estaba tomando la conversación.

—Sí, la temperatura de nuestras manos —aclaró Eren, afianzando sus dedos con los suyos, dando un apretón para indicar de lo que hablaba.

—Ah, claro.

Levi aclaró su garganta, por un momento pensó que se refería a otra cosa. Es decir, al alocado bombeo en su pecho, tal vez el único que lo sentía era él.

Esa noche, pasó un buen lapso de tiempo observando su mano derecha, sin explicarse el motivo de que le estuviera dando demasiada importancia a lo sucedido. Se habían quedado varios minutos con sus manos entrelazadas, siguiendo la plática lo más normal posible. El problema fue que las sensaciones no desaparecieron una vez que él se retiró a su habitación.

Siguió ahí, el cosquilleo en la palma de su mano y el recuerdo del brillo en los ojos verdes de Eren.

De haber llegado su madre en ese instante, ¿qué habría pensado?

Sacudió la cabeza para alejar así aquella duda. Se estaba adaptando demasiado a la presencia de ese joven, a sus modos, su cercanía. En lugar de que ocurriera todo lo contrario.

Se supone que él debe poner los límites, pero no le disgusta eso.

Las cosas siguen su curso, en los momentos que comparten a solas, se repite el roce de manos. Pasaban horas sentados hombro con hombro sobre un sofá para exterior en el jardín trasero, admirando el atardecer y la llegada de la noche, cuando ya todas las actividades del día han sido concluidas. Eren le hablaba sobre su infancia y él le hacía preguntas.

Hubo una ocasión en la que Eren se recostó contra su hombro, dejando su rostro tan cerca del suyo y murmurando algún dato sobre las lunas de octubre. Que todo era un mito o algo así.

A decir verdad, Levi había dejado de escuchar hace mucho, al percatarse de la cercanía y el ambiente. Kuchel había salido a visitar a una amiga, por lo que tardaría en volver. Estaban completamente solos, con el ruido de los pájaros entre los arboles cercanos y sus manos entrelazadas.

Fue entonces cuando entendió que había bajado demasiado la guardia. Había permitido que Eren atravesara los muros y vagara a su antojo por su vida, su mundo y sus pensamientos. Ahora, ¿qué diablos podía hacer para frenarlo?

Le contó algunas cosas a Hange, sin revelarle todos los detalles. En un día de oficina, consiguió apartar a Eren un rato para poder hablar sin preocupaciones.

Su amiga emitió un sonido parecido al de una rata, o bueno, a eso le encontró parecido Levi. Se sentía como un adolescente enamorado, hablándole de Eren y la calidez que le transmitía. Se sentí estúpido e ingenuo, pero también se sentía mejor que nunca.

Se sentía vivo.

—Eren me hace creer que puedo hacer cualquier cosa —comentó realmente afligido por ello. Estaba aceptando sus sentimientos por el mocoso.

—¿Y cuál es el problema? —Hange estaba conmovida por todo lo que le había contado, tenía una gran sonrisa y una mirada resplandeciente.

—Que me aterra —admitió con seriedad—. Me aterra estar confundiendo las cosas, su amabilidad con… no lo sé. Además, Eren es joven y atractivo, puede encontrar-

Hange levantó la mano para hacerlo callar.

—No empieces. Estoy segura, casi hasta el punto de poder jurarlo, de que Eren siente lo mismo que tú.

—¿Él te lo dijo? —preguntó, inclinándose hacia ella, ansioso de escuchar su respuesta.

—No realmente —la castaña se recargó contra su asiento, adoptando una posición pensativa—. Digamos que hay ciertas cosas que lo hacen evidente. Solo confía en mi intuición.

—No estoy para eso, Hange. Yo no puedo-

—Puedes. Mientras estés vivo, puedes.

—Ajá. Y hacer que Eren pierda su tiempo o convertirme en una carga para él. No, gracias.

Su amiga suspiró profundamente.

No sería la última vez que discutirían al respecto, pero Levi tenía muchas cosas más con las que lidiar.

--------------

Desde su perspectiva, la propuesta más loca que salió de los labios de Eren, era esa.

El enfermero argumentaba que se trataba de una opción con muchos efectos positivos para cualquier persona con su enfermedad. Levi mantuvo su expresión de aburrimiento, indiscutiblemente negado a acceder a lo que le propuso.

¿Bailar? ¿Él? No. Ni en mil años.

—Además, va a ayudarte a mejorar tu coordinación, flexibilidad, entre otros aspectos —explicó Eren, enumerando con sus dedos cada uno de los beneficios.

—No me digas.

—Levi. Esto es en serio —el chico cruzó los brazos.

—También mi respuesta, mocoso. He dicho que no.

—¡Pero es muy sencillo! —continuó abogando por ello.

—Y ridículo.

Por esa vez, Levi había ganado.

Al cabo de un par de días, Eren volvió a mencionarlo siendo más insistente que antes. Incluso se acercó a Kuchel para venderle la idea. Así, a la semana, Levi tenía tanto al enfermero como a su madre, hablándole de lo mismo.

Consideró sus opciones durante la tarde de un jueves, si seguía negándose, aquellos dos seguirían insistiendo hasta hacerlo enloquecer. Bastaba con fingir que lo haría y ya luego abandonarlo como hacía con otras cosas, ¿no?

Prefería mil veces los ejercicios diarios a exponerse de esa forma. Especialmente si se trataba de hacerlo con algún grupo de personas, lo cual implicaría salir de casa, socializar…

No, gracias. Pasaba completamente.

Habló con Eren al respectó, poniéndole mil condiciones para tan solo probar en casa cómo sería aquello. Ver la alegría que provocó su decisión en el chico, fue suficiente. Eren siempre estaba sorprendiéndolo.

—Te caerá bien Sasha, ella es-

—Oye —llamó su atención mientras salían al patio trasero. El enfermero se había tomado muy enserio todo, pues había una pequeña bocina cilíndrica sobre una silla y buena iluminación pese a estar oscurenciendo—. No te adelantes, dije que iba a probar aquí y después vería si me animaba.

—Lo sé, lo siento —Eren se rascó la nuca apenado—. Es solo que me da gusto ver que cada día pones más de tu parte. Quiere decir lo estoy haciendo bien, que mi trabajo va por buen camino.

Levi reprimió una sonrisa y arqueó una ceja interrogante.

—¿Solo por eso?

—No, claro que no. También es porque… te quiero —los pequeños ojos de Levi se abrieron ante su revelación. El joven desvió la mirada cayendo en cuenta de sus palabras—. Digo, que te quiero ver bien, ¿me explico?

—Sí, entendí perfectamente.

Durante la práctica de baile, Eren evitó mirarlo directamente, limitándose a explicarle qué era lo que tenía que hacer. Y, cuando algún movimiento no le salía del todo, lo corregía tocándolo apenas unos segundos.

La música de fondo sonaba en un volumen prudente, nada extravagante. En algún momento, Kuchel apareció para hacerles compañía e incluso les mostró sus mejores pasos, Eren rio y aplaudió para alentarla. Pese a que todo parecía estar normal, Levi notaba la tensión. En cuanto su madre ingresó a la casa para irse a recostar, vio la oportunidad de aclarar lo ocurrido.

De hecho, llevaba tiempo esperando tocar ese tema.

—Eren —lo llamó, mientras lo observaba seleccionar otra canción en el celular.

—¿Sí? —apenas y volteó a verlo. Sus mejillas seguían sutilmente sonrosadas, puede que se debiera a la agitación por el baile, pero Levi prefería creer que era por el mismo motivo que su corazón había comenzado a latir desbocado—. Estoy seleccionando música apropiada, las que seguían son… un poco diferentes.

Put your head on my shoulder~

Ni bien comenzó a sonar la canción, Eren se había apresurado a cambiarla, pero lo detuvo acercándose a él.

—Deberías dejarla —sugirió, tomándolo del brazo para que, de una vez por todas, le prestara atención y lo viera a los ojos.

Eren dejó de lado su celular, la música siguió amenizando el momento mientras ellos solo estaban ahí, de pie y en silencio. Quedaron frente a frente, entonces Levi lo tomó de ambas manos con firmeza. Le gustaba hacer eso, disfrutar de su calor.

Sucedió como por arte magia. Cuando Levi cayó en cuenta, ambos se movían al ritmo de la romántica canción. Y la luna brillaba más que nunca encima de ellos, pero no más que los enormes ojos de Eren que, en ese instante, lo miraban de forma inexplicable.

Quien sabe cuánto tiempo estuvieron así, a veces rodeándose con los brazos y otras, solo tomados de las manos. Las canciones se reprodujeron sin parar hasta sus pies reclamaron un descanso. Fue entonces cuando recordó que deberían estar charlando, no bailando.

Estaba a punto de decir algo cuando Eren se le adelantó.

—Levi, sobre lo de hace un rato… —vaciló— quiero que sepas que… —las palabras salían atropelladas de entre los labios del joven enfermero. Le sostuvo la mirada esperando a que continuara, porque de verdad necesita escucharlo. Sacarse esa maldita duda del cuerpo de una buena vez—. Que es tal como lo dije.

—No te entiendo —dejó de moverse, tomando al joven del mentón con algo de brusquedad—. ¿Me quieres o no, Eren? Y, de ser así, ¿de qué forma lo haces?

Lo sintió removerse para zafarse de su agarre, así que lo soltó de inmediato. Estaba perdiendo la paciencia y no quería hacerle daño a Eren, pero este le tomó le sostuvo la mano para posarla de nuevo en su rostro, esta vez sobre su mejilla. Como si quisiera disfrutar de aquel contacto, como si no le molestara lo fría que siempre estaba su piel.

Tragó saliva, no supo qué hacer o decir. Eren tenía los ojos cerrados, eso lo desconcertó más.

—Oye, mocoso. Te esto-

—Te quiero, Levi —le confesó, abriendo sus enormes ojos bonitos y cortando todo lo que estuviera por decir—. Te quiero, de todas las formas que puedan existir.

Levi olvidó respirar por un segundo, o quizás más. Movió los labios para tratar de decir algo, pero nada salió. Además, ¿cómo podía responder a eso?

Las palabras del castaño habían sonado tan… se sintieron muy…

Estaba a punto de entrar en pánico.

—¿Qué? ¿te comió la lengua el ratón? —Eren le sonreía como si no acabara de confesársele, buscando traerlo de vuelta a la realidad.

—Mocoso idiota —bufó, luego deslizó su mano hasta su nuca y lo atrajo hacia él. Maldijo la diferencia de altura y detuvo sus movimientos cuando lo tuvo justo como quería, a un par de centímetros de su rostro—. Tendrás que responsabilizarte de tus palabras, ¿has entendido?

—Siempre lo hago.

Enseguida, tal como lo harían dos imanes, sus labios se atrajeron inevitablemente, rozándose apenas al primer instante. Conociéndose, probándose. Eren rodeó su cuello con los brazos, buscando comodidad y un mejor punto de apoyo.

Era un beso suave, sin lujuria. Cargado de sentimiento.

Ambos vibraban mientras iban agarrando confianza.

—Joder. Esto está mal —Eren le susurró en cuanto hubo oportunidad, cerrando los ojos con profundo pesar, pero sin alejarse ni un centímetro.

—Muy mal —concordó, recargando su frente contra la de él—, pero se siente bien.

Los días siguientes varias cosas cambiaron no solo dentro de la casa, sino también en las rutinas de cada uno. A la hora de comer, Eren buscaba cualquier pretexto para rozar sus dedos, había risitas coquetas y miradas de complicidad. Levi, por su parte, trató de disimular lo más posible, pero a su madre no la engañaría ni en mil años.

Ella intercalaba la mirada entre ambos y negaba con la cabeza. Le daba la impresión de que reprimía las ganas de reír.

—Ya era hora —les comentó un día, mientras Eren buscaba su mano bajo el mantel.

—¿De qué? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Nada, nada. Solo digo.

Kushel le guiñó el ojo a Eren y siguieron comiendo en armonía.

Cuando Levi presentaba alguna recaída, Eren siempre estaba ahí para él, incluso más que antes. Más de una vez despertó en medio de la madrugada con el chico sentado en una silla al lado de su cama, durmiendo en una mala posición, pero siempre sosteniendo su mano.

Aprovechaba para acariciarle el cabello y las mejillas antes de despertarlo. De ninguna manera lo dejaría dormir en ese lugar.

Siguieron probando con las lecciones de baile, Levi seguía negándose a integrarse a un grupo para la terapia en la ciudad. Puede que se debiera más a que realizarlo en casa les otorgaba más privacidad, más tiempo a solas y más razones para tenerse a centímetros.

Nunca imaginó que bailar bajo la luna se convertiría en su pasatiempo favorito.

Luego de un par de meses siguiendo ese ritmo de vida, Eren recibió una llamada en la que solicitaban su presencia para solucionar algo sobre el estado legal de los bienes de sus fallecidos padres. Un proceso que, según le había contado, llevaba bastante tiempo estancado.

Como Levi se sentía bien, le aseguró que no pasaba nada si se ausentaba por unos días hasta que arreglara lo que tuviera que arreglar. Solo era cuestión de días.

Así, un viernes por la tarde-noche, Eren empacó un poco de ropa para abordar un autobús a las nueve de la noche.

—¿Estás seguro de que te sientes bien, Levi? —le preguntó, mientras lo abrazaba por la cintura, justo antes de salir de casa—. Puedo cancelar mi viaje. De todas maneras, ya esperé muchos años y hace tiempo que di ese asunto por perdido.

—Eren, mírame —le exigió en tono serio y decidido—. Estoy bien, mi madre está aquí y cualquier cosa que pase llamaré al médico de inmediato.

—¿Y a mí?

—Y a ti —afirmó, depositando un corto beso en sus labios—. Ahora ve, mocoso.

Lo acompañó hasta la mitad del recorrido hacia el portón, deteniéndose ahí o se arrepentiría de dejarlo ir. Ese joven se había convertido en una parte muy especial de su vida, ya no podía imaginar despertar un día y no ver ese bello rostro que le recordaba lo afortunado que era.

Lo hermoso de este mundo.

—Oye —le habló de último momento. Quería decirle algo, necesitaba hacerlo.

Eren se había girado a medias para verlo, seguía aferrándose a la pequeña maleta que siempre usaba para viajar. La misma con la que llegó aquel día en el que Levi ya no pudo sacarlo de ahí, de la casa de su madre, ni de su vida.

—¿Sí, Levi?

Dudó antes de responder.

¿Era prudente decírselo así? No, encontraría un mejor momento.

—Te estaré esperando —confesó, con la mirada cargada de anhelo. El jovencito todavía no se iba, y él ya resentía su ausencia.

—Volveré tan pronto que no tendrás tiempo de extrañarme.

Sonrió. Eren le lanzó un beso desde ahí antes de cerrar el portón de la casa.

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Por alguna extraña razón, dormir aquella noche fue casi imposible. Estuvo recostado sobre su cama con los ojos abiertos hasta muy tarde, puede que pasaran de las tres de la madrugada cuando sus ojos comenzaron a sentirse pesados.

El celular descansaba apagado en su buró, se había mentalizado en no encenderlo hasta la mañana para resistir sus ganas de saber de Eren. No quería mostrarse intenso, tanto que él odiaba eso como para terminar siéndolo.

Tan solo dos horas después, los fuertes golpes o tal vez patadas en la puerta de su habitación lo obligaron a despertarse. Maldijo por lo bajo antes de ponerse de pie, frotándose los ojos para enfocar mejor la mirada en sus pantuflas. Apenas había conseguido pegar el ojo y ya venían a molestar.

—¡Levi! —se escuchaba decir del otro lado.

Reconoció la voz de Hange, ¿Hange en su casa las… 5 am?

Frunció el ceño al tiempo que le quitaba el seguro a la puerta.

Lo que encontró al abrirla, lo recordaría en el futuro. Su amiga de toda la vida estaba hecha un desastre, con el pijama bajo una gruesa chamarra y el cabello alborotado. Lo que mas llamó su atención fue la expresión de sufrimiento en esa cara siempre alegre, había lágrimas resecas siendo opacadas por lágrimas nuevas.

Ella trataba de hablar, fallando en todos y cada uno de sus intentos. Estaba desconsolada, él de verdad necesitaba saber por qué, sobre todo cuando un mal presentimiento le sobrevino.

—Oye, cegatona. Habla de una puta vez —la tomó por los hombros, agitándola bruscamente—. ¿Qué diablos sucede?

—Lo siento mucho, Levi —la vio inhalar profundamente para tratar de controlarse. Cada vez entendía menos.

—¿Sientes qué, Hange? ¡Maldita sea, termina de hablar! —exclamó, comenzando a temblar.

—El autobús donde viajaba Eren, se accidentó hace unas horas. Cayó por un barranco y ningún pasajero sobrevivió.

Toda la fuerza que estaba aplicando sobre los hombros de Hange y para mantenerse de pie, lo abandonaron al escuchar la noticia. Ahora entendía la razón de su estado.

Todas las conversaciones con Eren retumbaron en su cabeza hasta que, de un momento a otro, todo se volvió negro.

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Pasó días enteros sentado en la misma silla, observando por la ventana hacia el portón. Levi esperaba, tal como se lo había dicho la última vez que lo vio. Esperaba verlo llegar con esos ojos llenos de determinación y vida. Mantenía el celular a un lado suyo, con su conversación abierta por si llegaba algún mensaje de su parte.

—Levi —Kushel dijo su nombre casi en un susurro, como si temiera hacerle daño al abrir la boca o usar un tono más elevado. Sintió la delicada mano posarse en su fría espalda, la temperatura había descendido bastante, pero no tenía intención de abrigarse—. No puedo ayudarte sino me dejas. Tienes que hacer un esfuerzo. No has comido en días, solo bebes agua y tus medicinas están intactas. Por favor, hijo —no fue necesario que volteara a verla para adivinar que estaba llorando—. Por favor.

Tenía la garganta seca, el dolor en su pecho seguía ahí para recordarle que Eren ya no estaba ni estaría nunca más. No importa cuanto tiempo se quedara esperando. Él sabía que había muerto, lo había visto dentro de su ataúd en días pasados.

—Veinticinco, mamá. Eren iba a cumplir veinticinco en dos meses —levantó la vista y la dirigió hacia ella. No había más que bolsas oscuras bajo sus ojos apagados—. Quería hacer muchas cosas, seguir estudiando, conocer algún país europeo y también escalar montañas.

Ella permaneció en silencio escuchándolo con atención. Era la primera vez desde aquel fatídico día, que volvía a pronunciar palabra. La mano en su espalda se movió, proporcionándole apoyo y, a su vez, instándole a continuar.

—Eren tenía las ganas de vivir que a mi me faltaban. Se levantaba cada día con claros objetivos en mente, sonriéndole a este mundo de mierda. Sonriéndome a mí —expreso, apuntándose su adolorido pecho.

—Entiendo tu dolor, hijo mío —Kushel se movió para envolverlo entre sus brazos, él se dejó hacer sin corresponder—. Pero es necesario que entiendas que: No puede haber un cadáver y dos muertos —concluyó, depositando un beso en su cien.

Levi sintió el calor proveniente del cuerpo de su madre y tembló.

«Estamos vivos ahora ¿no? Es por eso que somos capaces de sentir la temperatura de nuestras manos

Entonces pudo recordar con precisión las palabras de Eren, sus ojos se abrieron de más a causa de ello.

¿Cómo podría olvidar sus lecciones no pedidas, su sonrisa y todo lo que le brindó?

Al fin, después de tanto tiempo, una lágrima resbaló por sus mejillas resecas. Su madre, al darse cuenta, alcanzó a limpiarla con el dorso de su mano, pero no así las demás.

Una tras otra, siguieron cayendo hasta formar un río de llanto desgarrador que empapó la tela de la blusa floreada de Kuchel. Levi se permitió romper su caparazón de amargura, dejó salir todo el dolor que había estado acumulando desde que se enteró de la muerte de Eren.

Envuelto en el fuerte abrazo de la mujer que lo trajo al mundo, balbuceó cosas inentendibles. Reclamando, buscando el porqué de las injusticias, negándose a no volver a ver la sonrisa deslumbrante del mocoso que fue capaz de devolverle los ánimos, pero que también se los arrebató con su partida.

No lloró el día que estuvo presente en el funeral, seguía en shock por lo rápido que sucedieron las cosas. No derramó una sola lágrima cuando tuvo que darle el pésame al padrino de Eren, ni a sus amigos cercarnos.

Para que esto sucediera primero tuvo que vivir en carne propia su ausencia, ir a la cama la primera noche sin que nadie llegara a molestarle, no dormir en lo absoluto a la espera de que ingresara a la habitación a la hora exacta para su medicación. Sentarse en la vieja silla de siempre, esperando un té que ahora era llevado por su madre.

Cuando el peso de todo aquello fue insoportable, entonces, y solo entonces, Levi lloró.

Si le dolía tanto, si sentía que el corazón se le comprimía en el interior, era por una razón. Seguía vivo

Una nueva mañana se levantó de la cama antes de que saliera el sol, se apoyó un poco en su bastón para desplazarse hasta el baño, reconociendo que se había descuidado bastante y su cuerpo le pasaría factura por ello.

Tomó una ducha larga, más de lo acostumbrado. Masajeó con espacial cuidado su cabello y afeitó el vello facial que ya se hacía presente en su rostro. Esa mañana, al mirarse al espejo. Levi notó las ojeras más marcadas que antes, y también la hinchazón en sus ojos. Algo tendría que hacer al respecto en otra oportunidad.

Mientras, por ese día, el haberse dedicado un tiempo, fue lo máximo para lo que tuvo energía.

Una semana después acudió a cita médica acompañado de su madre, recibiendo observaciones, llamadas de atención sutiles y nuevas indicaciones. Sorprendentemente, decidió no quejarse al respecto,

Para retomar el trabajo pendiente sí se tomó más tiempo, pero cuando estuvo listo para hacerlo, ya no exageró. La voz de Eren resonaba en su cabeza, recordándole que no debía excederse.

Nunca olvidaría esa voz.

En su primera visita a la oficina, sus amigos intercambiaron miradas que decían muchas cosas. Ambos estaban preocupados por su salud, tanto física como mental. Sin embargo, puso su mejor cara para convencerlos de que haría sus mejores intentos.

Ya nada volvería a ser como antes.

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—Algún día estaré contigo.

Cualquiera pensaría que hablaba solo, pero no era así. Levi estaba en ese lugar para poder hablar con él así fuera solo de forma simbólica.

Dos señoras pasaron cerca de él llevando un enorme arreglo de flores hacia el fondo del panteón, lo observaron con especial interés y le saludaron con un cabeceo. Esperó a que se perdieran entre las tumbas antes de continuar, esas palabras iban dirigidas para una sola persona.

—Y ese día, mocoso, ese día seré yo quien te enseñará a bailar —aseguró, con la mirada al cielo y en una mano agarrando aquella flor—. Tendré tanto que contarte que me mandarás a callar como yo solía hacerlo contigo, ¿te acuerdas? —sus ojos se nublaron, pero fue capaz de reprimirse. No estaba ahí para llorar después de tantos años, aunque todavía le dolía. Mucho en realidad—. Solo ten paciencia. Puede que tarde un poco en llegar.

Depositó un girasol sobre la tumba, luego acarició con la yema de sus dedos las letras doradas que conforman el nombre que se llevaría grabado para siempre.

Levi recorrió a paso lento el corredor que daba hacia la salida, aferrándose al bastón que le ha acompañado por varios años. Dobló hacia la derecha, andando en dirección hacia el parque central donde se encontraría con Farlan.

Después de todo, caminar le hacía bien.

Fin

Notas finales:

Quería escribir más de estos dos desde hace tiempo, pero el estar atravesando por un duelo desde el mes de septiembre, me había detenido bastante. Hace un mes me levanté y dije ¿por qué no mezclar ambas cosas?

Así salió este OneShot. Estoy conforme y espero les guste ????


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