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«FIRST VALENTINE» «Primer San Valentín» por Raziel Soul

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No era de esperarse que él supiese algo sobre eso, mucho menos a esa edad, especialmente cuando su padre le trataba de la forma que lo hacía, apenas y salía de casa como para conocer el mundo a su alrededor, sin embargo su madre de vez en cuando convencía a Yume para que le permitiese llevar a su primogénito a dar un paseo, el menor iba a cumplir casi 6 años, iba con unos pantaloncitos cortos, una sudadera roja y sus zapatillas deportivas, miraba todo con ilusión, especialmente por toda la decoración de las calles y los negocios, ni se diga el centro comercial, atiborrado de corazones, flores, letreros con la frase “be my Valentine” de aquí a allá, se aferra a la delgada mano de su madre, tenía días que la percibía débil, no se imaginaba lo que pasaba realmente, sin embargo sabía que algo no estaba bien, pero no iba a arruinar ese día por nada del mundo, eran pocas las veces que estaban a solas disfrutando de una caminata al aire libre.

 

- ¿Tsuki-san? – la voz de una mujer les hace voltear, si bien su madre siempre vestía de forma elegante el atuendo de la persona frente suyo no se podía comparar puesto que al tiempo que Yagami-sama iba con ropa occidental, ella lucía un bello kimono tradicional japonés. Ambas eran hermosas y refinadas en su estilo. 

- Shizu-san… - el hilillo de voz apenas se alcanzó a escuchar de labios de la pelirroja, seguido de una reverencia formal por parte de las dos mujeres.

Los dos pares de ojos azules miraron al mismo tiempo un pequeño bultito que parecía esconderse tras la dama de kimono, un par de orbes avellana aparecieron entre un flequillo de cabello castaño algo alborotado por estar correteando de un lado al otro.

 

- Qué coincidencia… jamás creí encontrarla aquí, ¿cómo ha estado? – a diferencia de la relación entre Saisyu y Yume, que, por motivos diversos, más allá del odio entre clanes, les provocaba no soportar la presencia uno del otro. La señora Kusanagi era por demás amable, a ella no le interesaba nada que tuviese que ver con aquella situación tan aborrecible, estaba en contra de la violencia más aún si no tenía fundamentos lógicos y válidos. Muchas veces intentó hacer labor con su esposo para que este dejase todos los problemas a un lado, de hecho, si él no hubiese hecho aquello, seguramente las batallas entre los clanes estarían terminadas desde hace mucho, era eso o tal vez ambos primogénitos habrían sido desterrados, claro que tampoco podía quejarse, ella amaba a su consorte y si no fuese por todo lo pasado su pequeño sol no existiría.

- Muy bien… gracias – la voz de la mujer le saca de sus pensamientos, ella ladea la cabeza con un gesto de extrañeza pues se puede percibir un cierto temor en la señora Yagami, la cual miraba a su alrededor, quizá eso era una emboscada para terminar con la vida de ella y su pequeño al mismo tiempo. Yume le había metido tantas cosas en la cabeza que simplemente parecía huir hasta de su propia sombra, a diferencia de Asahi-san ella no podía pelear, ni manejar el fuego, había sido educada como una geisha, sabía bailar, cantar, pintar, tocar instrumentos diversos, hablaba 5 idiomas y ofrecía una de las más bellas ceremonias de té de Tokyo. Aunque al casarse con el jefe de los Yakuza, este simplemente le pidió olvidar todo aquello, no quería siquiera un kimono cerca de su mujer, no deseaba una muñeca, quería a alguien menos “perfecta”. Por lo anterior se sabía en desventaja frente a una luchadora nata, capaz, por lo que supo por boca de su marido, de manejar el fuego casi igual que si fuese una Kusanagi de sangre directa. Aferra la mano de su pequeño.

- No vengo a hacerle daño – dice Shizuka nada más darse cuenta de lo que sucedía, Iori observaba y sentía el miedo de su madre, el cómo temblaba esa mano que pese a eso no le soltaba ni aminoraba el agarre – solo venimos a comprar algunos ingredientes para hacer algunos dulces – una sonrisa amable se dibuja en el gesto de la señora Kusanagi, tan sincera que logra calmar un poco los nervios de la pelirroja.

- Yo… vine a pasear con… mi hijo…

- Hola Iori-chan… ¿cómo estás? – el ojiazul observa a la mujer que se ha inclinado un poco para verle, nota una sonrisa bastante dulce, hace una reverencia como le han enseñado, pero no dice nada más – mira, este es Kyo… - el castaño se acerca con más confianza

- Buenos días Kyo-san… - saluda Tsukihime-san

- ¡Hola! – responde el moreno quien hace una semi reverencia pues está más interesado en esos ojos azules que le observan con algo de desconfianza

- Saluda cariño – Iori es jalado de la mano levemente por su mamá para que se acerque un poco

- Ho…

- ¡VAMOS A JUGAR! – sin decir agua va el pequeño castaño toma de mano al otro chico llevándolo a rastras a la sección de juegos infantiles

- ¡Kyo! – su madre le llama, pero no hace caso – discúlpalo, toma confianza muy rápido – comenta con resignación la mujer de cabello negro

- Está… bien, Iori necesita divertirse con alguien de su edad – dice la pelirroja con un toque de ilusión en su mirada al observar como ambos niños suben a la resbaladilla, sus ojos se cristalizan un poco, limpia esas lágrimas que desean escapar de sus ojos azules cuando logra percibir una sonrisa en ese rostro lleno de pequitas.

- Tu también lo necesitas, ¿te apetece tomar un café mientras nuestros hijos se entretienen? – no sabe si la dama de la Yakuza aceptará, sabe lo herméticos que son los del clan de la luna, conoce las razones y las entiende. Sim embargo sonríe cuando la otra acepta, llegan a una cafetería desde donde podían ver a los pequeños sin problemas.

- Por favor… no le digas a nadie que acepté venir contigo – fue la primera frase que escapó de los labios carmesí de Tsukihime-san.

- Descuida, sé que no te conviene algo así… pero por ahora olvida quienes somos… simplemente estamos aquí tomando un café como un par de viejas conocidas – dice Shizu intentando calmarla, deja un par de bolsas en una de las sillas vacías. – la verdad es que no entiendo porque no podríamos ser amigas en realidad, esto del odio entre nuestras familias me parece de lo más arcaico… - su manera de hablar, de sentarse tan elegantemente le hacía recordar a la señora Yagami sus días como aprendiz de Geisha. ¡Cuánto le gustaría volver a vestir uno kimono tan bello como el que portaba Kusanagi-san!

- Tampoco yo lo comprendo… - era difícil sacarle conversación, pero quizá se iría soltando poco a poco. Al menos la mujer de cabello negro intentaría que dijera más que un par de palabras susurrantes.

Mientras tanto a metros de distancia dos pequeños tenían casi el mismo inconveniente, mientras Kyo gritaba como si no hubiese un mañana haciendo voces diversas entre historia e historia que inventaba para jugar con el otro, Iori solo atinaba a observarle con sorpresa y un gesto de WTF que no se le borraba en absoluto.

 

- ¿Te duele el estómago? – pregunta cuando Kyo se hacía pasar por un dragón que iba a atacarle

- Se supone que tienes que correr…- dice el castaño con carita de incomprensión

- ¿Por qué? – Yagami ve al menor rodar los ojos

- Porque soy un dragón que va a comerte… ¿captas? – pone sus manos sobre las caderas en posición de mando – ¿nunca has jugado a los dragones? – Iori niega – ¡pues eso se dice! ¿A qué te gusta jugar? – pregunta intentando ser condescendiente

- Me gusta tocar el piano…

- Eso no es juego… es tortura – a él Shizu intentó enseñarle a tocar, pero Kyo escapaba siempre que podía porque no le gustaba en absoluto quedarse una hora sentado, tenía piernas ansiosas e imaginación incansable.

- Me gusta… Leer a Oscar Wilde y Alejandro Dumas… - nada más escuchar la palabra “leer” la cara de desagrado de Kusanagi se hizo presente – ¿nunca has leído el conde de Montecristo? – ahora es Iori el que pone una carita sorpresiva

- No… ¿qué es eso? – pregunta el menor con cierta curiosidad pues si el otro ha dejado su rostro de palo al hablar sobre el “Monte erizo” es que era algo importante.

 

El pelirrojo comienza a contarle la historia de aquel navegante que fue traicionado y encerrado en una cárcel, de cómo logra escapar y demás aventuras, ambos terminaron sentados en una de las banquitas de los juegos, el moreno miraba con ojos expectantes a su ahora amigo, de vez en cuando daba algún respingo dependiendo del clímax de la historia, Iori por su parte se notaba entusiasta al relatársela, para su edad era un niño bastante despierto e inteligente, había leído varios libros pues era el único pasatiempo, aparte de la música, que su padre no consideraba un desperdicio de energía, claro que esta última era más por suplicas de Tsuki-san que porque Yume en realidad quisiera que su primogénito, el elegido para convertirse en el próximo asesino Kusanagi, fuese un concertista famoso, su valor como ser humano se reducía a lo eficaz que fuese en su misión de exterminio.

 

- ¿Por qué tienes manchada la cara? – cuando estaba por llegar al final de la historia esa pregunta le hace callar, su brazo se talla la cara y mira la tela de su sudadera para ver si había manchas

- Mentiroso – frunce leve el ceño como al principio

- No soy mentiroso… - espeta Kusanagi y se acerca – ¡estás manchado aquí, aquí… aquí y aquí! – dice mientras picotea las pecas ajenas, esa acción hace sonrojar levemente a Iori lo que provoca que sus pecas se enciendan aún más – ¡te manchaste más! – vuelve a picar para ver si se le pone más roja la cara

- ¡Déjame en paz! – se aleja corriendo hacia su mamá, sentía que el otro se estaba burlando de él

- Iori! – Kyo corre tras su amigo.

Shizuka-san y Tsukihime-sama se levantan preocupadas por la escena.

 

- ¡Kyo! – Asahi no puede evitar dar un gritito de sorpresa al ver a su vástago caer de bruces al piso. Iori voltea al escuchar el semi-grito de la mujer, observa al otro de cara al suelo y regresa, con cuidado le ayuda

- ¿Por qué te fuiste? – ni siquiera le había preocupado caerse, solo deseaba saber qué había pasado

- No me gusta que se burlen de mi… por ser diferente – dice firme intentando que no le afecte la situación, no era la primera vez que le decían algo por su inusual aspecto alejado totalmente de los cánones japoneses, sabía que la gente cuchicheaba y varias ocasiones no era por algo bueno, a diferencia de otros lugares en Japón no se admiraba demasiado lo que solía sobresalir como él

- No me burlaba… es que cuando te piqué tus manchitas se encendieron, solo quería prenderlas más… me gustan – aquel chiquillo era la sinceridad andante, esta vez no solo las pecas eran más rojizas, todo su rostro estaba encendido.

- ¿Están bien? – pregunta Yagami-sama a ambos menores – Kyo-san, ¿no te hiciste daño? – el castaño niega, le pone atención a la mujer frente suyo – tu mamá también tiene manchado el rostro – aquel comentario hace reír un poco a la pelirroja quien se tapa la boca educadamente

- Kyo, eso no se dice… no son manchas – le reprende su madre intentando que no se le noten las ganas de reírse también, pues a pesar que quizá haya sonado algo rudo, la intención de su vástago no es el de insultar.

- Se llaman pecas… varias personas pelirrojas las tienen… - aclara la dama de la Yakuza – no es muy común en personas japonesas…

- Pecas… me gustan… - aclara el moreno para no tener malos entendidos con aquella señora como con su amigo anteriormente

- Tsukihime-sama – la mujer palidece de pronto al escuchar la voz de uno de los subordinados de su esposo, traga saliva antes de voltear – Asahi-san… buenas tardes – el hombre hace una educada reverencia a los miembros del clan enemigo.

- Buenas tardes Saiko-san… - ella hace lo propio

- Es hora de irnos Yagami-sama – dice con voz tranquila – Joven Iori – el menor asiente tomando la mano de su madre, sabe que si no regresan cuando su padre los llama eso traerá problemas a ambos, no es como si alguna vez Yume hubiese pegado a su madre, pero sí que les ha prohibido verse por un tiempo si desobedecen.

Ambos pelirrojos se despiden de los Kusanagi, una mirada de agradecimiento aparece en los ojos de Tsuki-san antes de voltearse por completo para caminar hacia la salida del centro comercial.

 

- Saiko-san… - la voz de Shizuka-sama lo detiene, voltea esperando lo que diría la mujer, Kyo por su parte va a rebuscar algo en las bolsas de la compra que llevaban – espero que sea discreto con respecto a esto… fue una casualidad que nos encontráramos aquí.

- Descuide Kusanagi-sama, jamás haría algo que afectase a mi señora, ni al pequeño amo – asegura el hombre con tono seguro. Una nueva reverencia de despedida.

- ¡IORI! – sin embargo, cuando estaban a punto de llegar a las escaleras eléctricas el castaño les alcanza, toma las manos ajenas – ¡feliz san Valentín! – se aleja apresurado para alcanzar a su mamá quien le sonríe, un “adiós” con la mano por parte de ambos Kusanagi.

Iori observa aquello entre sus manos mientras las escaleras bajan llevándolo de regreso a un destino que no será demasiado amable con él, en unos años aquel encuentro se borrará de su memoria a base de golpes y gritos, de tristezas profundas, que serán sanadas por aquel que ese día le dio su primer chocolate de San Valentín. 

 

***************

 

20 años después…

 

- ¡IUGH! – la voz de Kyo le hace voltear, estaban desempacando las ultimas cajas de la mudanza, habían decidido irse a vivir juntos hacía un par de semanas, pero gracias a la flojera característica de Kusanagi y a las giras de Iori apenas pudieron terminar de acomodar todo

- ¿Ahora qué? – pregunta el pelirrojo pues Kusanagi no tenía otro pasatiempo que andarse quejando de todo, que si eran muchas cosas, que la casa no era muy grande, que si el aire acondicionado, a quien le tocaba tirar la basura, que la cocina no se le daba bien, y ahora nada más meter la mano en esa caja estaba fregando de nuevo

- ¿Por qué carajos tienes esto aquí? – dice levantando un envoltorio de lo que parecía un corazón o un oso con un corazón, tenía algo marrón por dentro, pero todo aplastado y rancio, Yagami toma aquello, lo acerca a su rostro, su pareja le mira con sorpresa, espera que no vaya a morderlo o algo parecido

- Qué pesado, es chocolate… - le da la vuelta – vaya, sí que está pasado… es de hace 20 años… - comenta con sorpresa – ¿de dónde lo sacaste?

- Estaba en una cajita en esa caja – señala el castaño el paquete

- Ni siquiera recordaba esa caja tampoco – la toma y mira todo aquello – joder… - susurra

- ¿Todo bien? – Kyo recarga su mentón en el hombro ajeno para cotillear

- Son cosas que guardaba cuando era niño… supongo que alguien importante me lo dio… tal vez mi madre – dice mirando de nuevo el dulce

- Si es así… - un par de dedos toman aquella masa aplastada y la depositan en el lugar donde estaba – esto se queda a buen resguardo

- Seguro que quieres… - el moreno se sienta a ahorcajadas en las piernas ajenas 

- El 85% de las cosas en este sitio son mías – dice divertido – si no te ha molestado ninguna de ellas no tengo porque pedirte que tires algo, máxime si es o fue importante para ti – acaricia el cabello rojizo – aunque me da curiosidad saber por qué guardarías un chocolate por veinte años… espero que fuese tu madre quien te lo diera o voy a ponerme celoso – Iori alza una ceja

- ¿Qué carajos dices? ¿Celoso de un puñetero chocolate?

- Quizá te lo dio alguna fan… o tu primer amor de san Valentín

- Tenía cinco años… - intentaba no reír, pero el otro decía tanta tontería que no podía evitarlo

- Como sea… de ahora en adelante solo podrás comer los chocolates que yo te dé – le tumba sobre el tatami aprisionándolo contra el piso, le miraba de forma intensa

- ¿Acaso vas a obligarme? – pregunta el pelirrojo sin dejar de ver aquellas bellezas avellana, pero antes que el otro le responda se zafa con un rápido movimiento y comienza a hacerle cosquillas

- ¡IORI NO! – dice divertido retorciéndose como lombriz

- Aquí el único que va a obligar a alguien soy yo… - se inclina besando de forma profunda a su amante sin dejarle ir

- ¡Espera! – un empujón que le deja tirado en el piso

- ¡Qué cabrón eres! – le mira de mal modo, definitivamente ese moreno tenía más fuerza de la que aparentaba, no es que se viese débil, simplemente escondía un poder que quizá ni él mismo se imaginaba. – ¿qué estás haciendo? – escucha desde donde está algo de movimiento en la cocina, el sonido de las bolsas de la compra. Kibou por su parte miraba a los amantes desde su puff cerca del ventanal por donde se colaba un rico calorcito tardío. Los pasos amortiguados por la falta de zapatos hacen saber a Iori que su amante se acerca. Kyo toma entre sus manos las ajenas, se puede notar el contraste en el color de piel de ambos, no es que el chico de cabello negro sea muy moreno, pero con la piel pálida del otro era notoria la diferencia.

- No creas que se me había olvidado… solo que con lo ajetreado de la mudanza no pude hacer algo mejor… - separa sus manos para que el otro vea lo que hay ahí, aunque Yagami se lo imagina - feliz san Valentín. – no es el primer san Valentín juntos, ni el primer chocolate que le obsequia, entre ellos es ya una tradición, sin embargo, la forma en que lo ha puesto en sus manos le hace sentir un espasmo en el corazón. Le atrae contra si para abrazarlo con fuerza.

- Feliz 14 gato idiota. – Kyo rueda los ojos divertido sin dejar de abrazarlo, pese a esas palabras poco expresivas sabe que le agrada que tenga esos detalles con él, y aunque ninguno de los dos recordaba que él fue su primer san Valentín no importaba demasiado, lo que deseaban era estar juntos ese día durante muchos años más.  

 


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