Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Paralelos por RLangdon

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Costaba precisar cuando fue que Elio se dio cuenta de que le atraía Oliver. Podría haber sido la primera vez que le vio sentarse con aquella sonrisa perfecta a la mesa del jardín para tomar la merienda, o quizá cuando lo escuchó hablar en la biblioteca manifestando su ya de por sí arrogante estampa que estaba próxima a la maestría. Puede que su interés hacia él surgiera aquella ocasión en que Oliver le acarició la espalda mientras jugaban voleibol con el tonto pretexto de darle un masaje en el hombro y cerca del homoplato para aliviar su tensión muscular, e incluso es posible que surgiera hasta mucho después, al saberse solo en su habitación temporal, evocando su atlética y bronceada figura y tocándose descaradamente bajo el short hasta que Oliver irrumpió en su dormitorio para invitarle a nadar juntos. 
 
A casi tres semanas de que Oliver viviera bajo el mismo techo que él, Elio aún no podía recordar con exactitud en qué momento se fijó en él de esa manera.
 
Villa Albergoni y su verde explanada de casi dos hectáreas se había revestido de un enigmático halo de magnificencia con la simple llegada de aquel apuesto estudiante de posgrado.  
 
Era la presencia de Oliver lo que hacía que las aguas plateadas a orillas del pórtico refulgieran con el centelleo magnánimo del sol refractado sobre ellas. 
 
Verlo sonreír con su perfecta dentadura blanca le daba la misma impresión que estar siendo testigo de la puesta de sol. Bello, cegador, cándido. 
 
Los días de verano habían dejado de ser rutinarios y aburridos. Elio se había sorprendido un día anhelando la llegada de la merienda para ver a Oliver, y de nuevo, a la expectativa de que el sublime (y a veces irritante) joven, terminara con el estúpido papeleo de la biblioteca para que pudieran escapar a dar un paseo bajo los inclementes rayos del sol vespertino. Irían a la plazoleta o al viejo solar vacío que conducía a las vías ferroviarias. Se verían a los ojos, y se dirían cosas que no podían expresar ante el curioso escrutinio público. Pretenderían que eran íntimos amigos recorriendo las calles uno junto al otro, sincronizando sus pasos con los del contrario solo para poder rozarse ocasionalmente la mano o el brazo, para sentir el cosquilleo abrasador del ínfimo toque entre sus cuerpos. 
 
Jugarían a las carreras por los prados y escaparían a San Giacomo, a la parte más alta del campanario, lejos de las personas y del mundo entero, y después, se besarían, lo harían como si fuera la primera y última vez, porque el tiempo apremiaba y nunca había suficiente de nada. 
 
Porque, aún al anochecer, Elio se encontraría pronunciando el nombre de Oliver entre malogrados susurros bajos, buscando culminar con sus bruscas caricias en su parte baja, hasta que sus intentos patéticos e infructuosos lo llevaran a invadir el cuarto ajeno que en realidad era suyo. Su modesta y acogedora habitación que había tenido que cederle las próximas seis semanas. Entonces hallaría la candidez extraviada entre las sábanas, bajo el brillante arrullo de la luna, el embrujo de las seductoras caricias, con el cuerpo de Oliver encima de él. Lo abrazaría, lo besaría una y mil veces más, se llamarían por el nombre del contrario en un sentido de mutua pertenencia, y la sonrisa conciliadora de Oliver barrería con todas sus inseguridades hasta la mañana siguiente.
 
Eran paralelos. Elio, que lo sabía todo, menos las cosas que verdaderamente creía importantes, como el amor. Oliver, tan despreocupado de la vida, y a la vez, tan entregado a ella, tan dado a los placeres más mundanos, siempre sonriendo, siempre fluyendo por ese río de emociones sinceras y apasionadas. 
 
En cambio Elio, tan reservado e impasible, saboreando las sensaciones de un amor primerizo que, sin pretenderlo, se había colado en su vida. Una persona en apariencia retraída, dotada de una oculta sensibilidad increíblemente bella y sufrida. 
 
Estaba tan confundido, porque junto a Oliver los días transcurrían resumidos en instantes. Un intercambio de miradas y sonrisas cómplices equivalía al puntual despunte del alba. Un beso, a las campanadas incesantes de la tarde. Una caricia profana, devoradora de sentidos, y la noche llegaba. 
 
En el fondo Elio siempre lo supo. Que si lo perdía, no encontraría a alguien que se le igualase. Tenía que ser él. 
 
Era él.
 
Eran ellos.
 
Dos amantes cuyo amor fluía en dos líneas paralelas arrastradas por el tiempo, trazando esquemas tridimensionales de entrega, pasión y júbilo. 
 
Por las noches al meditar en la futura partida de Oliver, Elio lloraba. Se rompía en la soledad de su dormitorio porque sabía que no podría retenerlo a pesar de lo mucho que lo amaba. Los estudios eran sueños, se avanzaba con el afán de cultivarse, de instruirse y construirse como persona en un mundo que tendía a  ser incomprensible hasta la muerte. Oliver llevaba la licenciada vida de un juglar errante, buscando su lugar en la vida. 
 
Entre ellos existía una conexión de una índole ardiente, más abrasadora que el mismo sol del verano. 
 
Y por primera vez, Elio se encontró anhelando que nunca acabará ese verano. La misma monótona y ardiente estación en la que solía sentarse a orillas del lago todos los días, deseando que terminase, y cuando finalmente lo hacía, debía aguardar a la llegada de uno nuevo. 
 
Ahora nada de eso tenía relevancia. Al hallarse tendido en la cama y envuelto en los brazos de Oliver, nada importaba, salvo extraviarse en la constelación de aquellos ojos nublados y besarse hasta que el deseo reflejara el oasis de sus enamoradas y paralelas almas.

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).