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Corrupción: El Infierno

Notas del fanfic:

Orden de la historia:

1 El Camino al Cielo

2 El Trono Abandonado

3 Corrupción: El Cielo

4 Corrupción: La Tierra

5 Corrupción: El Infierno

6 Caos (sin fecha de publicación aún)

Notas del capitulo:

La última entrega de Apocalipsis: Corrupción.

Pueden encontrar el resto de la historia aquí:

Apocalipsis: Nefilinos

El Camino al Cielo

El Trono abandonado

Apocalipsis: Corrupción

El Cielo

La Tierra

¡Espero que la disfruten!

 

El Príncipe Eilif

III


EL INFIERNO


 


“Mira a tu alrededor y complácete con lo que ves.


Siente tus emociones y acéptalas.


Aquí nadie te olvidará ni abandonará.”


 


  


 


 


1


El Príncipe Eilif


 


 


La sala de reuniones era grande y tétrica, por los adornos de claveras con cuernos. Había una mesa redonda, donde se encontraba un mapa en tercera dimensión y un aparato computacional que proyectaba información desde un rombo holográfico. En las esquinas se apreciaban armaduras ornamentales en tonos rojos y negros, y banderas representativas con las insignias de cada uno de los Lores más importantes del Infierno. Detrás de la silla más grande, había un símbolo en forma de un triángulo isósceles invertido. Era el Sello de la Oscuridad que caracterizaba al Rey Infernal.


La mayoría de los Lores discutían sobre los últimos eventos ocurridos en las zonas fronterizas con el Edén. Unos gritaban, como si fuera necesario para ser escuchados. Otros rebatían irritados, mientras lanzaban documentos de unas carpetas y mostraban notas extras en unas tabletas mágicas. Por su cuenta, el rey escuchaba y revisaba, de vez en cuando, la información en los reportes entregados previamente.


—¡No hay duda, milord! ¡Los ángeles siguen violando las reglas establecidas por el Consejo Supremo! —expuso Beelzebub enfurecido. Sus ojos eran totalmente oscuros y en la cabeza tenía una corona natural de cuernos pequeños. Justo como el resto de los presentes, usaba joyas en las manos, muñecas y cuello. Su tez era de un tono café claro, pero las facciones toscas lo hacían lucir espeluznante. Portaba una capa con tallados de imágenes referentes al tipo de magia que empleaba. Era el líder de la Piedra Amarilla y uno de los pertenecientes a la Trinidad Infernal—. ¡Es la misma mierda de todos los años! —continuó—. ¡Siempre harán de las suyas sin que el Consejo Supremo responda! ¡No es justo!


—Tranquilo, Beelzebub. Conocemos a la perfección la mierda que los ángeles hacen —contestó Lucifer con un tono de calma pesado, que bajó la intensidad de la discusión—. Sabemos que hay un favoritismo por parte de los que se creen protectores de las reglas estúpidas llamadas Balance. Por eso, mandaremos patrullajes encubiertos.


—Me gustaría participar en la misión, mi Señor —dijo otro de los líderes.


A diferencia del primero, este tenía un cuerpo sumamente robusto, alas inversas y cuernos sobresalientes. Tenía un mechón negro que adornaba parte de la cabeza y acrecentaba su belleza extraña. Sus ojos eran de un amarillo dorado esclarecido, por lo que contrastaban con la tez amapola.


—¿Y confiar en tus soldados estúpidos, Samael? —contrapuso otro de los presentes.


Entonces, ¿los ángeles siempre rompen el Balance?, Eilif se preguntó. Estaba sentado junto a su padre, vestido con un atuendo elegante que acrecentaba el porte como príncipe. Tenía el cabello rojizo y los ojos de un verde muy claro. Su rostro mostraba facciones hermosas y estaba lleno de pecas. Su mueca era seria, para no levantar sospechas.


Desde que despertó esa mañana, no podía ignorar la sensación de que todo eso era un verdadero sueño. No podía nombrarlo como tal, pero estaba casi seguro de que no debía estar allí, y mucho menos su papá.


Regresó el interés a la discusión. El demonio que incriminaba a Samael tenía el cuerpo antropomorfo, con extremidades exquisitas, sin garras ni cola. Sus cuernos estaban curvados hacia adelante y terminaban atrás como los de una cabra. Tenía el cabello largo y negro, y vestía una sotana de seda tersa en color blanco. Los ojos eran de un color naranja con la pupila delgada como la de un felino, y sus facciones parecían más angelicales que demoniacas. Lucía muy joven, a excepción del Lord de la Piedra Azul, y no mostraba un cuerpo musculoso ni atlético.


—¡Por lo menos, mi gente sabe pelear! ¡Nosotros no robamos como sabandijas, Azazel! —rebatió Samael sumamente molesto.


—¿Necesitas que te recuerde lo que tus soldados hacen? Tu gente es especialista en provocar guerras innecesarias —insistió el aludido, con un tono engreído.


La discusión escaló más. Los políticos gritaron sin parar, se incriminaron cruelmente, revelaron secretos íntimos y se acusaron como criminales unos a los otros. Excepto dos: Astaroth y Lucifer.


Eilif observó atento la pelea, que ahora se tornaba en algo físico. Los Lores arrojaban pedazos de papel y algunos se levantaban de las sillas como una amenaza para comenzar el combate directo. No podía afirmar que fuera un comportamiento común, pero, a juzgar por las muecas de su padre y Astaroth, creía que sí. Quizás estaban acostumbrados a las reuniones parlamentarias muy acaloradas y llenas de acusaciones.


Antes de que los otros iniciaran a usar magia, Lucifer tomó un martillo de madera cercano a su mano y golpeó el pequeño peldaño, que servía para llamar la atención del resto.


—¿Van a seguir peleando como animales salvajes o vamos a buscar una solución? —preguntó otra vez con un tono sereno.


Los Lores regresaron a los asientos y se arrojaron miradas de odio, como una competición por mostrar quién tenía más razón. Después, Astaroth se aclaró la garganta y tomó unos documentos. Los leyó con rapidez y los mostró.


—Si me lo permite, mi Señor, hay algunas discrepancias que no debemos ignorar —dijo elocuente.


Era el único que usaba una máscara para cubrirse el rostro. Tenía los cuernos enroscados como un caracol y arrojados hacia atrás. Su tez era pálida y parecía que había sido quemada desde la cabeza. Usaba una túnica gris opaca y su cuerpo parecía ser demasiado delgado.


—Los ángeles han mandado a soldados a investigar el paso de la Tierra Sagrada, el Edén, pero también lo han hecho en el mundo humano, la Tierra Prometida. Si realmente desean apoderarse de la frontera, ¿por qué gastar el tiempo en este último? —siguió.


¿Podría ser por la guerra que se desató hace mucho?, recordó Eilif.


—Porque quieren borrar la mierda que causaron allá —contestó Samael pensativo—. Ellos fueron los que desataron el Apocalipsis.


—De eso no estamos seguros —contrapuso Beelzebub con un siseo—. No podemos andar por allí diciendo que ellos son los culpables de tal cosa, o el Consejo Supremo nos obligará a mostrar pruebas.


—¿Y no las tenemos? Nadie de mi gente ha viajado a la Tierra y atacado a los pobres y débiles humanos —explicó Samael a la defensiva—. ¿No habrán sido tus estúpidos soldados? Tu Legión no es muy inteligente, “Señor de las Moscas”.


Entonces, ¿el Infierno no es culpable de la última guerra? En ese caso, ¿por qué ocurrió? Si se supone que el reino ha estado en constantes peleas, ¿por qué no puedo recordar nada de esto?, pensó el chico y agachó la mirada. Ni siquiera sé cuándo comencé a vivir en el Infierno. Según mi padre, ha sido toda mi vida, pero eso no explica por qué tengo memorias borrosas de ángeles y demonios pequeños, viviendo conmigo en una mansión, junto a dos niños más.


Otra riña comenzó, pero Lucifer soltó un respiro profundo y se puso de pie. Todos lo observaron intrigados y él dio unos pasos de aquí hacia allá. Había algo en su figura que infundía terror, pero también causaba deseos bajos en cualquiera que lo observara. Su torso estaba desnudo, por lo que irradiaba una sensualidad impúdica. Los cuernos estaban adornados por joyas colgantes, que representaban la corona real, y sus tez púrpura relucía por la estructura atlética y perfecta. El cabello era rojo, justo como el de su hijo, y sus facciones parecían haber sido esculpidas por la hermosura misma.


—La destrucción de la raza humana es un crimen que no podemos ignorar. El Consejo Supremo buscará a los responsables y los enjuiciará —explicó, con una voz melodiosa—. Aunque estamos seguros de que fue el imbécil de Elohim quién desató el Armageddon, nadie nos creerá. Nunca lo han hecho. El Creador nos ve como seres abominables e irracionales, así que debemos asegurar que los ángeles no inicien un complot contra nosotros.


Elohim… Él…, el chico volvió a perderse en esos recuerdos invadidos por una estática inusual, como si algo impidiera que accediera a ellos. No era la primera vez que escuchaba ese nombre, estaba seguro, pero tenía un significado distinto.


—Mi Lord, con todo respeto, ni siquiera podemos saber quién engañó al ángel que se transformó en el Destructor —Samael se atrevió a opinar.


—Por desgracia, no lo sabemos. Pero tenemos sospechas de que alguien, desde nuestro territorio, convocó a los Siete Legión de la armada entera y los mandó a pelear en la Tierra. Ni aunque digas que no te involucraste, Samael, el tuyo también participó en el conflicto.


—Se supone que obedecen al Gran Duque, milord —insistió, pero ahora le arrojó una mirada de odio a Astaroth.


—¿Yo di la orden? —inquirió este último cínicamente.


—Eres el responsable de mantener a los Legión en control y eres el único que sabe dónde está La Llave del Infierno.


—Beelzebub es el responsable de mantenerla custodiada, ¿o ya lo olvidaste? Fue tu idea. No confías en mí, nadie lo hace. De hecho —agregó levemente molesto—, ustedes me la quitaron.


—¡¿Ahora yo soy culpable?! —recriminó Beelzebub.


—Nadie está incriminando a nadie —externó Lucifer con dureza, para evitar más parloteo—. Es momento de unirnos, antes de cometer una estupidez. El Consejo Supremo nos visitará con sus perros de presa, así que debemos estar preparados. Quiero que mandemos varios patrullajes, pero de forma discreta. Elegirán a los mejores soldados y observaremos los alrededores de las dos fronteras, ¿queda claro?


—Sí, mi Señor —aceptaron todos en coro.


—Pueden retirarse.


Cuando la sesión terminó, Eilif abandonó la sala de comando y caminó por los pasillos del castillo real. Admiró el panorama exterior de los jardines y el valle que conformaba a la metrópolis más grande del mundo. De alguna manera inusual, tenía un recuerdo distinto de ese lugar. Se acercó a la ventana y observó con más detenimiento.


La ciudad estaba llena de vida. La gente caminaba por las calles, volaba por las zonas de los mercados y salían de sus trabajos de las fábricas en la parte suroeste. No obstante, para el chico parecía demasiado extraño. Cada que intentaba hacer memoria, terminaba con un dolor de cabeza insoportable, pero estaba seguro de que el poblado debía lucir devastado y abandonado.


—Eilif, te estoy hablando, ¿por qué no respondes? —La voz de Lucifer capturó su atención.


Giró y encontró a su padre a unos metros de él. Le regaló una sonrisa triste y asintió.


—¿Qué pasa? —preguntó.


—Tienes cosas que hacer. No olvides el entrenamiento, el estudio en la academia y los preparativos para la próxima fiesta en tu honor.


—¿Por qué harás una fiesta para mí?


—¿A qué te refieres con eso? —dudó el padre levemente sorprendido.


—Soy un Nefilino, papá. ¿Por qué la gente aceptaría a un ser como yo?


—Otra vez el mismo tema —opinó molesto y se cruzó de brazos—. Ve a arreglar tus cosas. Una escolta te llevará hasta la academia, así que no los hagas esperar, jovencito.


El príncipe no dijo nada. No podía recordar desde cuándo estudiaba en una academia. Evitó mostrar la molestia que sentía por la migraña intensa y aceptó el comando. Se dirigió hasta su habitación, preparó una mochila con libros y libretas que encontró en el escritorio, luego llegó hasta la entrada principal y saludó a los guardias.


Uno de los soldados creó un círculo de convocación y le dijo que podía adentrarse. Eilif lo hizo y sintió que su cuerpo flotó, como si estuviera en un elevador descompuesto, que iba de arriba para abajo constantemente, hasta que sus pies tocaron el piso de nuevo. Miró los alrededores y encontró un edificio hermoso parecido a un palacio modernizado y lleno de gárgolas de súcubos e íncubos en posiciones obscenas.


Dio unos pasos hacia la entrada y se despidió de los guardias. Sintió las miradas de algunos estudiantes, pero no se detuvo.


La mayoría de los adolescentes y jóvenes eran hijos de los demonios más poderosos del Infierno. Tenían cuerpos más humanizados que los de las clasificaciones dos y cinco. Mostraban hermosos cuernos de diferentes curvaturas y texturas, colas alargadas, delgadas o gruesas, así como alas invertidas, regulares, grandes o pequeñas. Vestían diferentes ropajes, desde togas delgadas, faldas elegantes, sacos largos y armaduras de medio pecho.


A diferencia del resto, él no tenía cuernos, ni alas, ni cola. Era normal, puesto que era un Nefilino.


Se adentró al pasillo de la izquierda y avanzó hacia la zona de casilleros. Buscó su nombre en las puertas metálicas y se detuvo en la correspondiente.


—Buenos días, su alteza —se escuchó una voz femenina y hermosa.


Miró a la derecha y encontró a una chica sumamente bella. Los cuernos eran de un tono bronce, gruesos y curvados hacia arriba. Su cabello era negro y contrastaba con los ojos amarillos y grandes. Usaba un corsé justo que acrecentaba las curvas y un pantalón a la moda con detalles rojizos, que hacían juego con las hombreras de la capa pequeña. Tenía las orejas puntiagudas y sus alas estaban inversas y cerradas, mientras que la cola se arrastraba un poco debido al peso.


Eilif la miró con leve timidez. No tenía idea de quién era. No tenía recuentos en ninguna de sus vivencias respecto a una chica así.


—¿Qué pasa? ¿No vas a decirme ni hola? —insistió ella juguetona—. Vaya manera de saludar a tus amigos.


—Discúlpame… —buscó una mentira, pero no supo qué decir.


Ella lo sujetó del brazo y soltó una risita suave. Parecía disfrutar de su presencia y la atención que los otros mostraban por la manera en que se comportaban.


—No tienes que ser tan tímido. Sé que mi padre se opondrá cuando se entere que somos buenos amigos. Ya sabes que es un dramático de mierda, justo como el resto de los Lores —externó ella y lo jaló hacia una de las aulas cercanas.


Eilif la siguió, pero no pudo dejar de sentirse intranquilo e incómodo.


—Después de la celebración de tu cumpleaños, habrá una fiesta sólo para alumnos en uno de los salones privados del castillo de los hermanos Belphegor, y tenemos que ir —dijo ella y cerró la puerta por detrás. Se le acercó coquetamente y tocó sus manos.


El príncipe reaccionó aprisa y dio un paso atrás. No deseaba mostrar señales incorrectas, pues no tenía interés en una persona como ella.


—¿Qué pasa? —dudó la chica.


—Lo lamento, tengo que irme —explicó Eilif lo más calmado que pudo y salió corriendo.


Caminó por el pasillo con rapidez, pero no prestó atención suficiente, así que chocó con alguien. Se quedó helado y sintió un escalofrío recorrer su cuerpo entero, al ver a la persona frente a él.


—Lo siento, su alteza, no lo vi —se excusó el demonio.


Eilif miró de arriba para abajo y pasó saliva. No pudo contener el impulso por abrazar y besar a ese extraño, que tenía ojos azules, como el cielo claro, que compaginaban con la cabellera rubia espectacular. Sus cuernos estaban enroscados como los de un caracol, con el pico hacia el extremo trasero. Su cuerpo era delgado y la tez de un tono gris pálido. Además, vestía un atuendo de dos prendas que engrandecía su figura andrógina, justo como el maquillaje que usaba.


—Gilliusth —susurró Eilif y se tocó la cabeza en señal de dolor. Agachó el rostro y sintió  como si algo le golpeara el cráneo.


—¿Su alteza? ¿Se encuentra bien?


No pudo responder. Todo a su alrededor parecía dar vueltas, y creía que estaba a punto de caer por el borde de un abismo interminable. Intentó calmarse, pero algo le impidió respirar libremente. Cerró los ojos y desfalleció. No supo si alguien lo sostuvo, pero se perdió en una imagen que parecía demasiado distante. Se veía a sí mismo frente a ese demonio, mientras se besaban en la penumbra de una cueva.


Cuando Eilif abrió los ojos, sintió una cama esponjosa debajo suyo. Creyó que se hallaba en una habitación acogedora y que unos demonios y ángeles pequeños lo acompañaban. Sonrió y miró los alrededores, con la intención de encontrarse con un rostro familiar, pero encontró una alcoba muy grande y a una mujer que jamás había visto antes. Se incorporó abruptamente, pero ella le impidió que abandonara la cama.


—No se precipite, príncipe. Necesita descansar —dijo la misteriosa con una voz sensual.


Los ojos de la mujer eran de un tono verdoso resplandeciente, como si algo los iluminara de forma anormal. Su cabello era largo y negro y caía hasta detrás de las caderas. Su tez era ceniza, con algunos lunares morados, que contrastaban con el color plata de los cuernos ensanchados y curvados. Sus facciones bellísimas la hacían lucir relativamente joven, pero su cuerpo maduro y curvilíneo indicaban lo contrario. Sus labios estaban pintados de rojo, justo como las uñas largas y estéticas. Traía un vestido sin mangas y abierto del vientre, de falda larga y también cortada en los costados.


—¿Quién eres? —preguntó el chico un poco asustado.


—Lilith.


Eilif se estremeció y agachó el rostro. No estaba seguro, pero creía reconocer ese nombre.


—No se esfuerce, por favor. Por ahora está mejor.


—¿Qué fue lo que pasó? ¿Me quedé dormido? —insistió el muchacho.


—¿Eso es lo que cree?


—No… —titubeó—, no lo sé. Sé que Gill estaba frente a mí, pero era como si pudiera verlo a mi lado en otro sitio.


Lilith escuchó atenta y mantuvo la mueca de seriedad.


Antes de que Eilif pudiera continuar, la puerta se abrió y el rey entró. Se acercó con paso calmo y observó al chico.


—¿Qué fregados pasó? —inquirió el soberano levemente molesto.


—Padre, yo… —Eilif buscó las palabras indicadas para explicarle lo que sentía.


Estaba alterado. Los recuerdos continuaban en un remolino incesante. Era como si viera ventanas intermitentes en alguna torre alta y oscurecida, desde la profundidad de sus pensamientos. No sabía qué ocurría con exactitud. Recordaba que despertó esa mañana lleno de sensaciones insólitas y con un palpitar profundo e incómodo en la cabeza. Había intentado inteligir lo que se hallaba frente a él, especialmente la imagen de su padre.


Entonces, lo miró de frente y sintió un escalofrío recorrerlo de arriba para abajo. Todavía le parecía extraño verlo allí, como si nunca hubiera desaparecido.


—¿Fue el engendro de Astaroth? ¿Le hizo daño? Samael me contó lo que su hija vio —continuó Lucifer y se cruzó de brazos—. Dicen que el híbrido se acercó a Eilif con intenciones de dañarlo.


—No lo sé, milord —respondió Lilith y se incorporó—. Lo que puedo asegurarle es que no hay marcas mágicas de Astaroth.


—No te confíes, mujer. Aunque su padre es nuestro aliado, no me agrada la idea de que mi hijo sea amigo de un híbrido que se degrada a sí mismo.


—Le aseguro que no hay rastros. Me parece que el joven príncipe únicamente perdió el conocimiento —explicó ella todavía calmada.


—¿Eso fue? —dudó Lucifer al dirigirse al chico.


—Supongo… —dijo él con ligera confusión y se encogió de hombros, como si recibiera un regaño.


—¿Supones?


—No sé, padre. Yo… Estaba en los casilleros, en esa academia a la que me llevaron, pero no sé qué pasó —explicó rápidamente. Ni siquiera puedo asegurar que estudio en ese lugar. ¿Desde cuándo? ¿Y por qué nadie dice nada sobre mi origen?, pensó el resto de sus dudas.


El rey soltó un respiro profundo y bajó la guardia. Asintió y caminó hacia la puerta.


—Cancelaré el baile de tu cumpleaños, Eilif. Necesito estar seguro de que te encuentras bien de salud —expuso, antes de salir de la habitación.


Eilif agachó el rostro y analizó sus pensamientos. Negó un par de veces, sin percatarse de que Lilith seguía allí. Luego, levantó la cabeza y la miró sumamente sorprendido.


—¿No se supone que el Infierno estaba en guerra? —interrogó con un tono de confusión.


Ella no contestó. Lo observó con una tranquilidad pesada y le regaló una sonrisa cálida. Se sentó junto a la cama, en el banquillo que había ocupado momentos atrás, y aguardó.


—Además, ¿quién eres tú? Sí, sé que te llamas Lilith, porque me acabas de decir tu nombre, pero jamás te había visto.


Ella acrecentó la sonrisa y ahora lo miró de una forma distinta. Volteó hacia la puerta, como asegurándose de que nadie estuviera allí, y se sentó en la cama. Le acarició el hombro tersamente, hasta llegar al cuello.


—Es indudable que eres hijo de Lucifer —susurró sensual—. Tu esencia, tu magia y tu físico son prueba de ello.


El chico reaccionó violentamente y se alejó. Salió del otro lado de la cama y dio unos pasos atrás.


—¿Qué haces? —cuestionó muy desconcertado.


—Pero careces de la perspicacia que él tiene. Además —continuó la mujer y se puso de pie. Rodeó la cama y se le acercó—, tampoco te comportas como lo había esperado.


—¡¿De qué hablas?! —pidió desesperado.


—Shhhh —indicó y le puso el dedo sobre la boca—. Aquí en el Infierno, soy conocida como la Amante de Satán, pero soy más que eso.


Eilif asintió, pero no pudo abandonar una duda en específico. Entonces, se hizo más para atrás y retiró la mano de ella. Luego, dijo:


—¿Eres mi madre?


Lilith se burló cruelmente y negó.


—No. No eres un Nefilino creado por mí.


Por unos instantes, el chico creyó que lo acosaría de nuevo, pero no fue así. Ella tocó su mano y la acarició de una forma distinta, como si le regalara consuelo.


—Si deseas comprender lo que ocurre, jovencito, tendrás que desobedecerlo —explicó con tranquilidad—. Tendrás que oponerte a sus deseos. El engendro de Astaroth puede ayudarte. Es muy astuto, justo como su padre, pero mucho más rebelde que el resto de los demonios de su categoría —le soltó la mano y respiró hondo—. Te recomiendo que analices con calma.


—¿Cómo? Nada de lo que estoy viviendo parece coherente —respondió cabizbajo.


—Por ahora.


La miró inquieto, pero ella no habló más.


—¿Por ahora? —Eilif preguntó impaciente.


Lilith lo reverenció, como dictaban las costumbres de la corte, dio la media vuelta y caminó hacia la salida. Abandonó la habitación sin decir más.


El chico se acercó a la cama y se sentó. Además de la maraña en su cabeza, había algo que no podía ignorar tan fácilmente. Cuando estuvo frente a Gill, su cuerpo recordó sensaciones como una memoria física, que nunca antes había sentido a tal nivel. Entonces, llevó la mano hasta sus labios y los tocó. Estaba seguro de que se habían besado.


—Pero… —musitó angustiado—, ¿cuándo lo hicimos?


Para calmar la ansiedad, decidió salir a los jardines del castillo y admirar las plantas de diferentes colores y tamaños. Muchas flores eran gruesas y tenían colmillos en lo que parecía el botón. Sonrió, pero deshizo la mueca ante las sensaciones de incertidumbre.


—Príncipe, ¿qué está haciendo aquí? —un mozo lo interceptó—. Su padre quiere que no vague sin supervisión. Está preocupado por su salud.


—Me siento mejor —externó y miró al sirviente, quien era un demonio de tamaño pequeño y cuerpo rechoncho.


—En ese caso, ¿por qué no va a la arena de entrenamiento? Su padre no quiere que descuide sus deberes, milord.


Aceptó la sugerencia y le pidió que lo guiara. Pasaron unas terrazas y llegaron a otra área amplia y verdosa. Se detuvieron frente a un edificio rectangular con gárgolas a los costados y las ventanas elevadas. Luego, el sirviente abrió la puerta y lo condujo hasta una habitación amplia que tenía un hundimiento en el centro. Al llegar, se despidió de inmediato y salió.


En lo que era la arena de entrenamiento, había unos muñecos de paja con círculos dibujados sobre el centro. Se sostenían gracias a un palo en la parte inferior, pero estaban levemente ladeados.


Hacia el fondo había una zona de descanso con una chimenea. Ahí se encontraba un soldado de cuerpo humanizado, con una pechera de bronce y aditamentos extras como protección. Tenía la piel de un color rosa oscuro y sus cuernos estaban curvados hacia arriba. Se giró y se acercó al muchacho.


—Príncipe, es un placer verlo con bien —dijo y lo reverenció.


Eilif agachó la mirada y creyó que había un parecido con ese sujeto y alguien más. Alguien que alguna vez lo cuidó y lo educó.


—¿Quiere que iniciemos el entrenamiento? —continuó el instructor y se acercó a un mueble repleto de espadas, lanzas y arcos de madera.


Pero el chico no habló. Levantó las manos y se preguntó por qué había una sensación de remembranza tan profunda y desesperante. No pudo distinguir la realidad de la fantasía, por lo que no supo de quién era el rostro que aparecía entre la estática de sus memorias.


—Si todavía no se siente bien, podemos entrenar mañana, su alteza —insistió el soldado, al verlo absorto.


—¿Tú sabes quién es el capitán? —preguntó Eilif con un murmuro leve.


—¿El capitán? ¿De la brigada de búsqueda o quién? —respondió confundido.


—No lo sé. Es lo único que recuerdo.


—Es un título común para aquellos que se encargan de buscar —explicó amable.


—No. Estoy seguro de que no tiene que ver con la milicia.


—¿No? ¿Entonces con qué? —repitió el instructor.


—Ese es el problema, no lo sé —contestó Eilif y exhaló hondo—. Me siento desesperado y perdido. No puedo hablar de esto con mi padre porque sé que me interrogará y quizá me reprenderá. Además, no entiendo qué me pasó cuando estuve frente a Gill.


—¿Gill? ¿El engendro de Astaroth? —cuestionó el hombre, pero ahora consternado. Los rumores que se decían respecto al descendiente del Lord de la Piedra Gris eran malos y considerados poco honorables.


—No es un engendro —rebatió el príncipe con leve molestia—. Es un Archidemonio.


—¿Qué? ¿Cómo sabe eso? —El rostro del instructor denotó sumo escepticismo.


—Porque lo sé.


—Se equivoca, su alteza. El hijo de Lord Astaroth no es un Archidemonio. Es un híbrido de clase baja. Es una aberración para los de su categoría. Pensé que su padre se lo había explicado con claridad.


Escuchó atento y prefirió no rebatir. Asintió, como si estuviera de acuerdo, y buscó un arma en el estante. Probablemente, el entrenador no mentía, o tal vez desconocía realmente el origen de Gilliusth Astaroth. De cualquier modo, el chico prefirió distraerse con otra actividad.


Por casi unas horas, su mente logró despejarse y se concentró en el combate de preparación. No obstante, fue muy fácil superar los retos que el maestro le puso. No sabía cómo explicarlo, pero podía usar una espada con gran técnica. Asimismo, su cuerpo recordaba movimientos ágiles defensivos y ofensivos.


—Bien hecho, su alteza. Mañana practicaremos un poco más. Por cierto —agregó el militar—, le recomiendo que no se asocie con el engendro de Astaroth —se atrevió a externar su opinión—. Su padre no desea que se meta en problemas, así que será mejor que lo evite.


No hubo respuesta. Eilif prefirió despedirse con un ademán, antes de salir. Pasó los jardines y entró al castillo. Regresó a su habitación y preparó la ducha. Retiró las ropas sudadas y se metió a la regadera. El contacto con el agua fue deleitante y cerró los ojos.


Intentó mantener a su mente en calma, pero no pudo sacarse de la cabeza la imagen del descendiente de Lord Astaroth. Abrió los ojos y creyó que estaba en una fantasía. Se veía frente a Gill en algún castillo diferente, mientras tocaban sus manos y se sonreían con dulzura. Se acarició el vientre y bajó hasta la ingle. Volvió a cerrar los ojos y fantaseó con una escena donde se besaban tersamente. Se palpó a sí mismo, intensificó los movimientos de la mano y se inclinó sobre las rodillas, para no resbalar. Soltó un resoplido y luego otro, sin dejar de estremecerse. Sus sentidos se agudizaron más, con los poros de la piel hinchados y como si, con cada roce, se hundiera en el ensueño que ahora mostraba la figura del rubio de forma erótica.


Evitó gemir con fuerza, así que se mordió los labios y se sintió liberado al llegar al clímax.


Cuando abrió los ojos, respiró hondo y miró su mano llena del líquido blanco. Se quedó en un trance y con la inquietud a tope. Estaba completamente seguro de que era la primera vez que se masturbaba de esa forma. Jamás lo había hecho pensando en otra persona y sabía el porqué. No podía descifrar cuándo lo descubrió con exactitud, pero comprendía su sexualidad a la perfección. Le agradaba la gente, sin importar el sexo y la expresión de género, pero no veía cuerpos, sino aquello que las hacía ser ellas mismas: la esencia. Podía sentirse atraído por la esencia de una persona y, cuando existía esa atracción, su cuerpo reaccionaba. No obstante, debía conocerla con relativa profundidad, por lo que era confuso en esos instantes. ¿En qué momento interactuó con Gill hasta concretar atracción emocional y sexual? Si había sido en la academia, entonces tendría sentido, pero sabía que no era la verdad.


—¿Cómo y cuándo me di cuenta de que me gusta? —se cuestionó en voz baja y se sintió desmoralizado.


Por más que se esforzaba, nada era claro. Y eso le causaba mucha frustración.


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