¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Un año?
Elías se hizo la pregunta por enésima vez, jugueteando con el mando entre los dedos sudorosos.
La luz del televisor rompía la penumbra del departamento. Las persianas seguían a medio cerrar, dejando pasar apenas un destello anaranjado de la tarde, como si el sol mismo dudara en entrar. El aire… pesado. No de calor, sino de recuerdos. De cosas no dichas. Y, obvio, de la tensión que se acumulaba como electricidad en el ambiente.
¡Pisa Fuerte! estaba de vuelta. El reality más top de Nueva York. Segunda temporada: más drama, más talento, más espectáculo. Y al frente, la joya del canal, el imbatible Yun Sakuraba.
—Mierda... —murmuró Elías, sintiendo cómo la garganta se le secaba.
Ahí estaba. Yun. Pelo negro recogido en una coleta baja, perfecto como siempre. Ni una gota de sudor, ni un solo movimiento fuera de lugar. Yun no caminaba, se deslizaba. No sonreía, apenas dejaba entrever. Su mera presencia en pantalla era suficiente para convertir el estómago de Elías en un campo de batalla.
Yun había sido subcampeón en la primera temporada, pero su regreso como veterano ya lo había convertido en leyenda, incluso antes de pisar la pista. Lo promocionaban como “el mejor bailarín de su generación”. Casi nada.
—Siempre en el podio, ¿no? —murmuró Elías, soltando una risa amarga.
Se removió en el sofá, incómodo. Llevaba una camiseta vieja y unos pantalones de deporte que apenas se mantenían en su sitio sobre la rodilla vendada. El accidente de la semana pasada lo tenía atrapado en casa, en recuperación. Por eso su maleta seguía tirada, a medio hacer, junto a la puerta, en lugar de estar en la famosa habitación de las estrellas.
Mañana sería su gran debut en el reality, la sorpresa del episodio. Debería estar emocionado. Pero no. Seguía ahí, mandíbula apretada, viendo la pantalla. Incómodo. Molesto. Obvio, con lo que estaba pasando.
Un clip del ensayo del tango temático de la semana. Yun, bailando con Luca, uno de los nuevos concursantes. Alto, cuerpo de gimnasio, sonrisa de anuncio de colonia.
Elías entrecerró los ojos.
Luca tenía las manos en la cintura de Yun. No, en la piel. Los dedos se deslizaban bajo la camiseta negra, apenas visibles entre los pliegues. Ese tango no era elegante ni sutil. Era puro fuego. Crudo. Salvaje.
Yun se dejaba llevar.
Ojos entrecerrados. Respiración sincronizada. Labios que parecían a punto de besarse. ¡Maldita sea!
—¿Desde cuándo el tango es así de intenso...? —soltó Elías, mordiéndose la lengua.
Rebobinó la escena. Una vez. Otra. Y otra más.
Sabía que Yun era un profesional. Sabía que no significaba nada. Pero el ardor en el pecho no entendía de lógica.
Era celos. Puros y jodidos celos.
No tenía sentido negarlo. Aunque, si algo le daba fuerzas, era imaginar la cara de Yun cuando lo viera aparecer. Ni siquiera el dolor de su pierna era suficiente para hacerle pensar en otra cosa. No. El deseaba ver la cara de Yun, ahora.
El estudio de grabación hervía de energía.
Elías llegó en una van negra, sin hacer ruido. La producción le había pedido que se mantuviera escondido hasta el último segundo. Pero, vamos, todos sabían por qué estaba ahí. No solo por el baile. Lo querían por el drama. Lo querían por Yun.
El corazón le golpeaba el pecho mientras lo maquillaban en una pequeña sala, lejos del set. A través de la pared, escuchó la voz impecable de Samantha presentando la gala de apertura.
—¡Esta temporada vamos a sudar, bailar, llorar y... sentir! —exclamó ella, con esa entonación perfecta que convertía cada frase en oro para las audiencias—. Y, por supuesto, no podía faltar él… nuestra luna: Yun Sakuraba.
Los aplausos fueron un trueno.
Elías apretó los puños.
Le habían prometido que entraría como sorpresa, justo al final del primer programa. Que nadie sabría que estaba ahí. Ni siquiera Yun. Que capturarían su reacción en vivo. Que habría magia. Que habría tensión. Que harían historia.
Ellos no tenían idea de cuánto.
Porque Yun sí fue su historia.
Ahí estaba, en el escenario, bajo las luces, recibiendo elogios tras su presentación grupal. Bailar con él era como intentar tocar una tormenta antes de que tocara tierra. Nadie se acercaba demasiado. Nadie quería romper esa imagen perfecta.
Excepto Elías.
Cuando Samantha pronunció su nombre, la cámara hizo un paneo.
Elías entró con su sonrisa más grande, la de siempre. La que todo el mundo conocía. La que usaba como armadura.
—¡Y tenemos una sorpresa! —anunció Samantha, elevando la tensión—. ¡Desde el Caribe, con amor, energía y sabor: Elías Rosario!
El público estalló.
Yun no.
No sonrió. No se movió.
Solo lo miró.
Elías sintió el escalofrío recorrerle los dedos por dentro.
Cuando las cámaras se apagaron y los focos dejaron de quemar, Elías dejó salir una sonrisa. No la de felicidad real, sino la que todo el mundo veía. La que había perfeccionado con el tiempo.
Al fin. Por una vez, él tenía la ventaja. Por una vez, Yun era el que no veía venir lo que pasaría.
Elías dio un paso hacia él, listo para soltar alguna frase—cualquiera, la primera que saliera—, pero Yun ni siquiera le dio tiempo. Se giró antes de que pudiera abrir la boca y desapareció entre los técnicos como si alguien le estuviera persiguiendo.
Y así siguió el juego.
Cada vez que Elías se acercaba, Yun desaparecía. Siempre una excusa. Siempre un giro. Siempre un “luego”.
Como si estuvieran programados para no coincidir.
Como si todo estuviera diseñado para que la tensión siguiera creciendo.
Y Elías, obvio, seguía sonriendo.
Porque era lo que mejor hacía.
El chico sol. El caribeño simpático. El que todos adoraban porque siempre estaba riendo, bailando, llenando el aire de energía.
Solo que por dentro… por dentro se le estaban pudriendo los nervios.
Ya no era solo el pasado. Era la rabia. El orgullo. La humillación lenta y calculada de ser ignorado por alguien que conocía cada rincón de su piel.
Y esa maldita sensación de que Yun ni siquiera parecía afectado.
Demasiado tranquilo.
Demasiado Luca.
Los días siguientes fueron una jodida pesadilla.
Elías sonreía, saludaba, hacía reír. En las entrevistas soltaba justo lo necesario para que lo adoraran. En los ensayos lo daba todo, y en los pasillos dejaba el alma. Pero cada vez que Yun pasaba cerca, era como si un rayo le recorriera la espalda.
Y nada. Yun no decía ni una maldita palabra.
Siempre había una excusa para desaparecer. Siempre un giro a la izquierda cuando Elías iba a la derecha. Siempre alguien con quien hablar justo cuando él se acercaba.
Y, claro, el cabrón lo hacía con estilo.
Todo el mundo había notado que había algo raro entre ellos. Aunque nadie sabía exactamente qué.
La versión oficial: se conocían de la universidad. Punto. Pero las miradas nunca mienten. Y menos la forma en que Yun se ponía tenso cada vez que Elías estaba cerca.
Así que, obvio, la simpatía general se inclinaba hacia Elías. Porque él era el simpático. El del chiste fácil. El “pobre Elías, Yun ni lo mira”. Como si eso ayudara en algo. Como si la lástima pudiera arreglar el orgullo pisoteado.
Y entonces llegó el ensayo del viernes.
Coreografía grupal. Formato libre.
—Improvisad, conectad con vuestro compañero —dijo el coreógrafo, todo entusiasmo.
Y, cómo no, Yun eligió a Luca.
Otra vez.
Elías ya había tenido suficiente de ese par: la química exagerada, el contacto innecesario, las miradas que pretendían ser tensión sexual pero solo eran puro teatro.
Pero lo de ese día fue demasiado.
En medio del ensayo, Luca hizo un giro y, sin pensarlo dos veces, le agarró el culo. Así. Sin filtros. Una caricia descarada. Un gesto rápido, cómplice.
Y Yun… Yun no lo apartó.
Yun se rió.
O al menos eso fue lo que Elías creyó ver.
El estómago se le dio la vuelta. El corazón, ni hablar.
Sentía cómo le ardían las orejas, el pecho, las manos. Tuvo que salir del estudio antes de soltar alguna estupidez frente a las cámaras.
Encontrarlo no fue complicado. Yun siempre se refugiaba en el mismo rincón del edificio durante los descansos largos, ese patio interior donde no llegaban ni los focos ni los micrófonos.
Elías fue tras él. Pasos rápidos. Respiración caliente.
—¿Qué, te lo gozaste? —soltó Elías, parándose a dos metros de Yun.
Yun se giró, lento, desconcertado.
—¿Qué quieres?
—¿De verdad le dejaste que te agarrara el culo en medio del ensayo?
—¿Me estás siguiendo?
—¿O tú me estás vacilando?
—No —respondió Yun, seco—. Es un reality, Elías. Es parte del show.
—¿Y lo de hoy también fue parte del show? ¿Eso también fue actuación?
Yun se separó de la pared y empezó a caminar, pero Elías no lo dejó ir. Le agarró del brazo.
—Suelta —dijo Yun, bajo y cortante.
—Naaa.
—He dicho que me sueltes.
—¡Coño, Yun! —explotó Elías—. No le mires así... No como me mirabas a mí...
El silencio cayó como una piedra en el pecho de ambos.
Yun abrió la boca, como si fuera a decir algo, pero no llegó a hablar.
Elías lo miraba fijo, con esa mezcla de rabia y algo más que no podía esconder. Sus ojos verdes brillaban, no solo con furia, sino con algo que ardía más profundo.
Y entonces lo hizo.
Lo besó.
Lo empujó contra la pared y lo besó con rabia, con urgencia. Sin permiso. Sin disculpas.
Un beso torpe. Desesperado. Lleno de todos esos días en los que Yun lo había ignorado. Lleno de todo lo que nunca se dijeron. De todo lo que no podían decir frente a las cámaras. De todo lo que seguía ardiendo en los huesos.
Cuando se separaron, Yun respiraba entrecortado. Los labios entreabiertos. La mirada perdida.
Elías, al borde del colapso emocional, seguía aferrado a su brazo.
Bajó la mirada. La voz rota:
—Solo mírame. Mírame... como si todavía doliera.
Y entonces lo soltó.
No solo el brazo.
También todo lo que había estado conteniendo.