Parte I
¿Qué onda con el clóset?
1
Los sueños se acaban
Flint tiene los ojos más bonitos del mundo. Reflejan el cielo levemente opaco; no son tan claros y tampoco tan oscuros, sino que tienen el color perfecto, que me derrite cada que los tengo de frente. Y, por alguna extraña razón, nos encontramos delante el uno del otro, en un lugar lleno de luz blanca, como si fuera un estudio de esos que se usan para las fotografías de modelos de ropa. ¡No importa! ¡Estoy frente a Flint Meyers! Mi mejor amigo, el chico que me roba suspiros cada que tomamos las clase en el cole, y que, cuando nos sentamos juntos y nuestras manos rozan, siento pequeños espasmos en el pecho.
¡Y aquí está, delante de mí!
Sonrío como un bobo y acorto la distancia. Levanto la mano y acaricio la suya. Él esboza una sonrisa y el calor invade mi rostro. Es una suerte que mi tez oscura impida que otros se percaten cuando me sonrojo fácilmente, porque tienen que estar muy de cerca para saberlo. Estoy con el corazón desbocado. Flint aprieta mi mano y se acerca más. Habla, pero no sé que dice. Es como si una estática se interpusiera en sus palabras. ¡Joder! Y yo quiero escucharlo, porque su tono me alegra el día, como si fuera una buena rola de electrónica o Hip-hop.
Exhalo con pesadez. Al parecer, mis pulmones haber olvidado el ritmo natural con el que debo respirar. Estoy nervioso. Flint da otro paso al frente. Me humedezco los labios y creo que estoy en una escena de alguna película cursi, de esas que le gustan a mamá, donde el chico está a punto de declarársele a la chica.
Me atrevo a tocar la mejilla de mi amigo y lo beso con movimientos torpes. El cuerpo no deja de temblarme del estrés. Flint responde la caricia y parece que volamos. ¡Esto tiene que ser una maldita broma! ¿En qué momento nos revelamos sentimientos? Lo último que recuerdo es que estábamos en la clase de Matemáticas, con el odioso profesor Robles, hablando sobre teoremas y un tal Pitágoras. Flint y yo hacíamos dibujos ridículos en el cuaderno y nos burlábamos de Tommy Dallas, el gordito del salón, porque se resbaló en la clase de deportes. El profe Robles nos regañó y nos dijo que “otro chiste de esos y los mando a detención”. No le hicimos caso y seguimos.
¿Si es así, por qué estoy delante de Flint en la blancura de un sitio desconocido? ¿Por qué nos estamos besando? ¿A cuál dios debo ofrecerle mis plegarias por haber hecho mi sueño realidad?
¡Oh, Flint! Si supieras que desde el primer año de bachillerato he estado enamorado de ti, ¿qué me dirías?
¡Todo es perfecto! El sabor mentolado de su boca, el calor de sus besos, nuestras manos que se entrelazan y a veces exploran hacia el cuello… y ¡pum! ¿Qué carajos fue eso? Siento como si algo me hubiera golpeado la espalda y la cabeza. Me distancio un poco y veo que Flint es como un holograma, de esos que se proyectan con los lentes de Realidad Virtual de las consolas modernas. Intento tocarlo pero se desvanece. ¡No! ¡No! ¿Por qué? ¿Acaso es un castigo divino? ¿Es porque todas las noches discuto con mamá sobre las calificaciones y los “futuros” posibles que ella y papá desean para mí?
—¡Ray! —Una voz femenina se oye en los alrededores.
Miro los costados, pero lo único que hay es la extraña blancura.
—¡Ray! ¡Joder, muchacho! ¡Otra vez te quedaste dormido!
¿Mamá?, pienso con unas ansias enormes y creo que me va a dar un tic en el ojo. ¿Qué va a decir si me ve besándome con Flint? ¡No estoy listo para esa conversación! ¡Mucho menos para que le diga a papá y termine por desheredarme y echándome a la calle! Respira hondo, respira hondo, como los ejercicios ridículos de meditación que hace Elisa, me repito en un monólogo al recordar a mi hermana mayor, pero me doy cuenta de que no puedo moverme.
—¡Ray!
No sé si sigo dentro de la habitación blanca, debido a que siento como si cayera por un tobogán acuático, de esos en los que te obligan a usar un salvavidas de dona gigante para que disfrutes las curvas sin destrozarte el culo. Hasta que los alrededores cambian y, finalmente, diviso mi recámara. El techo está adornado con un ventilador de candelabro con bombillas en forma de flores o… ¿campanas? Nunca he sabido qué carajos son. Pero me dan una lata cuando se funden. Muevo la cabeza y me doy cuenta de que la cama está delante de mí, en lugar de que yo esté sobre ella. ¿Me caí? ¿En qué momento? Me levanto y toco mi nuca, donde hay un chichón acompañado de dolor.
¡Mierda! ¡Todo fue un sueño!
Recojo las sábanas y miro el reloj sobre el buró junto a la cama. Faltan treinta minutos para las ocho en punto, y la escuela inicia a las ocho. Mamá tiene razón, voy a llegar tarde. Pero no es como si me importara. Bueno, sí me importa, pero no mucho. Todavía no tengo idea de lo que quiero hacer después del bachillerato. No soy Mauricio, mi hermano mayor, que heredará el imperio de la empresa de pesca y transporte marítimo de papá, ni tampoco soy Elisa, que decidió estudiar ecología y sistemas de no sé qué en la mejor universidad de la ciudad; mamá está muy orgullosa de ella. Yo no tengo ninguna habilidad, a excepción de que me gusta el baloncesto. Verlo, en realidad. La música Hip-hop es mi hit, así como escribir canciones y… ¡Eso es!
Abro el cajón del buró y saco mi libreta de la inspiración, que está adornada con un montón de calcomanías de mis superhéroes favoritos y artistas preferidos. Los mejores DJs me acompañan en mi travesía para componer.
Estoy seguro de que ese sueño significa algo muy bueno. Si le dedico a Flint una rola con estilo, para decirle lo mucho que estoy enamorado de él, seguramente me dirá que también siente lo mismo y que ha sido así desde el primero año. ¡Sabía que mi hermana no mentía! Cuando me dijo que los sueños tienen significados. Algo bueno tenía que decir de todas las queja del medioambiente que suele mencionar.
Me siento al borde de la cama, con las piernas cruzadas, con el pijamas desacomodado y el cabello alborotado. No importa cómo lo peine, siempre será esponjoso. No le tomo más interés, porque es momento de que los maestros de la música y el arte me ayuden a describir todo lo que Flint me hace sentir.
Escribo un par de líneas, cuando mi madre abre la puerta y me arroja una mirada enfurecida. El ceño fruncido la hace ver más como un toro que como una dama de alta sociedad, o como ella dice que somos.
—¿Todavía no te cambias? Ray, no te voy a esperar. Tengo cita con unos doctores y luego con los abogados de papá —dice tan rápido que creo que está a punto de morderse la lengua.
Me levanto, escondo la libreta debajo de la almohada y me meto al baño. Abro la ducha y le digo que salgo en cinco, lo cual es mentira. Me toma casi quince minutos arreglarme, en especial porque tengo que darle forma al peinado esponjoso como una bola de algodón negro… ¿Cómo carajos le hacen los mejores basquetbolistas para mantener sus cabellos intactos cuando juegan en las finales enloquecedoras?
Guardo algunos libros en la mochila, luego la libreta de inspiración y agarro el teléfono. Bajo las escaleras hacia el recibidor y entro por la puerta de la cocina. Checo la aplicación de chat y le mando un mensaje a West, quien es el único que sabe que me gustan los chicos. Le cuento que una revelación me llegó durante la madrugada y que le declararé mi amor a Flint.
—Ray, si no te sientas a comer, mamá se irá sin ti —mi hermana dice y le dirijo una mirada de duda.
—Ah, sí ya voy —respondo y me acomodo en una de las sillas libres, sin antes ver que luce unos aretes largos y el cabello recogido. ¿Tiene una cita o una presentación escolar?
Como lo más rápido que puedo, pero solamente termino la mitad de los huevos revueltos y el pan, cuando mamá entra con un chongo de bola, de modo que la hace ver como una demoledora, por el rostro molesto. Dice algo de los abogados, que los doctores no sé qué y que papá no está de buenas para que le causemos más problemas.
Supongo que dirigir una compañía marítima no es fácil.
Cuando era un niño, creía que papá era un pirata, porque era la única imagen que tenía asociada a eso de la marítima. Pero no. Parece que lo único que hace es estar sentado detrás de un escritorio, mientras revisa papeles, habla con sus empleados y ve mapas en la computadora. Es súper aburrido. Entiendo por qué siempre está irritado, ¿quién no lo estaría? El trabajo de un marinero pasó de ser lo más divertido al estilo piratas de los siglos XIV y XV a un simple oficinista que no puede ni ver el mar.
Me cepillo los dientes a toda prisa, salgo junto a mamá y entramos a la SUV, que es demasiado grande para mi gusto. Mi hermano mayor ya no vive con nosotros y Elisa prefiere tomar el autobús con la excusa de que debemos evitar contaminar y ser más ecológicos. Tiene mucho conocimiento sobre eso en general, puede mencionar nombres de químicos peligrosos y residuos que debemos evitar lo más posible.
—La próxima vez no voy a despertarte y me iré sin ti, jovencito —dice mamá, al bajar el volumen de la radio.
Afirmo con la cabeza y cambio el canal de la radio para escuchar un poco de buena música de la estación Dolphin 103.4 FM, la que siempre tiene a los mejores DJs del momento.
Todavía tengo que terminar la canción que le revelará a Flint la verdad.
¡Oh! ¡Flint! Es el chico más guapo que he visto en toda mi vida. Siempre se ve bien con lo que se ponga, pero los tonos verdes acrecientan lo bonito de sus ojos y la tez bronceada, así como su cuerpo tonificado por el baloncesto. Incluso su cabello negro se ondula un poco y le da el porte de un caballero radiante.
—No olvides regresar temprano, Ray. Tu papá quiere que todos estemos presentes en la visita de los Lombardi.
Bajo del auto y me despido de mamá casualmente. Me insiste en que debo llegar temprano, que porque los Lombardi irán a cenar, así que le digo que sí, que no se preocupe. Es obvio que no sé para qué tengo que estar presente, pero es la tradición.
Los Lombardi son amigos de mis padres, o socios, ¿creo? No estoy muy enterado de los negocios, pero últimamente los nombran mucho porque, según papá, son “la clave para mantener a la empresa a flote”. Supongo que los barcos no están en muy buenas condiciones o quién sabe.
Camino hacia la entrada de la escuela y veo a Flint junto al grupo de amigos con el que siempre estamos, así que me apresuro, pero alguien me sujeta del brazo y me detiene. Miro a la derecha y encuentro a West, con su clásicos lentes cuadrados que lo hacen ver como un hípster lleno de sabiduría y su vestimenta de chico nerd.
—¿Qué carajos estás haciendo? —me pregunta.
—¿De qué? —digo, sin saber por qué me interroga como si fuera un agente encubierto.
—No vayas a cometer una estupidez, Ray. Si le dedicas una canción en público, toda la escuela se enterará, ¿eso quieres?
No lo había pensando así.
No estoy muy seguro de querer convertirme en el amigo “gay” y dejar de ser el amigo “DJ” que todos ven.
—Es una pésima idea, Ray. Además, tus letras apestan.
—Que no sepas apreciar el arte de la música electrónica no es mi culpa —recrimino un poco a la defensiva, pero sé que tiene razón. Todavía soy un novato.
West pone los ojos en blanco y me lleva consigo hacia la zona de los casilleros. Nos detenemos en los indicados y recuerdo que ni siquiera revisé el horario de las clases y no traje los libros correctos. Simulo que todo está bien y mejor pienso en la forma adecuada para decirle a Flint que me gusta.
¡Oh, Flint! ¿Qué hechizo me has puesto que hasta te sueño besándonos?
Me quedo como una estatua y recuerdo el sueño.
Llevo la mano hasta mi boca y la toco suavemente. Ni siquiera he dado mi primer beso. ¿Qué se sentirá? En el sueño parecía que Flint expedía una calidez y que había un cosquilleo entre mi boca y la lengua.
—¡Ray! Vamos a clases, ¿no oyes la campana? —me regaña West.
Me apresuro junto a él y lo escucho decir que siempre es lo mismo. “Vives en las nubes”, es la frase que más repite. No creo que pueda vivir en las nubes, porque están hechas de agua y vapor, y no de algodón. Eso me lo contó mi hermano mayor, cuando le pregunté si podíamos saltar de un avión para jugar en las nubes. Suena estúpido, lo sé, pero era uno de mis objetivos cuando tenía 8 años.
Llegamos al aula de la profesora Gulliver, quien está sentada frente al escritorio con un libro grueso en la mano. A diferencia del profe Robles, ella tiene mucho desorden en la mesa, pero encuentra todo fácilmente.
—Buenos días, chicos, hoy vamos a seleccionar el libro que leeremos antes del fin de semestre —habla con una voz levemente ronca, que va con su imagen robusta, pero no con su rostro sonriente—. Ya terminamos el capítulo de los análisis literarios, así que harán un ensayo en lugar de un examen como proyecto final.
Casi todos decimos que no es justo, que es mucho trabajo. ¿Acaso no sabe que tenemos otras clases? Parece que los profesores no tienen nada que hacer en la vida, porque encargan tarea como si fuera lo único importante a lo que venimos a la escuela.
—Únicamente podrán seleccionar uno de los títulos que están en el pizarrón.
Leo el primero y luego el segundo. Ninguno de los dos me parece interesante. Pero escojo el último, porque tiene la palabra “castillo”.
Para el receso, me siento con West y el resto del grupo. Flint está a mi lado y me sonríe de vez en cuando, por lo que hago un intento para que mi corazón no se escuche como un martillo que me golpea el pecho sin parar. No puedo dejar de pensar en el sueño y el beso. La idea se arraiga como si fuera un chicle en la planta de los tenis, que se siente cada que caminas hasta el punto en que molesta y tienes que retirarlo, o se aplasta tanto que ya no te importa.
—El entrenador dice que vamos a jugar las preliminares en un mes —Héctor dice con un tono de líder.
Justo como yo, es de piel oscura y de ojos cafés claros, que le dan un toque de gitano. Su cabello no es un desastre como el mío, sino que lo usa corto y a la moda. Quizá yo también deba hacerlo, pero mi objetivo es dejarlo crecer más para hacer unas rastas. Se viste como los cantantes de rap, con ropa demasiado grande y zapatillas deportivas, blancas y muy anchas.
Luego está Roger, el más alto y delgado de todos. Su cabello es rojizo y parece una flama por el estilo que usa. Su cara está llena de pecas y siempre está hablando de las chicas de la academia Flare Bloom, la que está hacia el bulevar Zoza, cerca de la calle de nuestra escuela. Como él también juega baloncesto, se viste con playeras sin manga con el número de su estrella favorita.
—No tengo ganas de entrenar —responde Flint y suelta una risa en modo de broma—. Este año harán un baile escolar, ¿no? Creo que es para celebrar la Navidad. Las finales serán hasta el próximo semestre, así que no tenemos de que preocuparnos.
Aunque soy parte del equipo, casi todos los juegos soy un suplente, de esos extras que se necesitan para participar en los torneos. No es que no me guste, de hecho me encanta. Puedo pasar horas viendo partidos con los reyes de la duela, pero no soy muy bueno. Se me da más la mezcla de música, o pintar. Bueno, eso último ya no lo hago mucho. Cuando descubrí que la mayoría de los chicos de mi generación prefieren los deportes, decidí abandonar el gusto por la pintura. Mis ex tutores privados le rogaron a mi madre que no me sacara de las clases, pero la convencí y le dije que era mejor así. En realidad, está ligado con la idea de ser cool. A los artistas se les ve como… “únicos”, por no decir otra palabra. Es mejor estar del lado de los buena onda, que vivir un infierno como Tommy Dallas, el gordito, o Gretchen Delaware, “la machorra del salón B”. Es mejor evitar etiquetas como esas cuando estamos en la escuela, porque se convierten en nuestra única presentación.
—¿Alguien se acordó de hacer el examen de Orientación? —West interrumpe el ritmo de la conversación deportiva.
A diferencia de todos, es el menos atlético, pero es el genio del grupo. Gracias a él, hemos pasado Química y Matemáticas, porque siempre nos deja ir a su casa para estudiar juntos un día antes de los exámenes. Por eso Héctor y Roger lo aceptan, y creo que para Flint es lo mismo. Yo lo conozco desde que éramos niños, así que no me queda de otra que considerarlo parte del equipo.
—¿Era para hoy? —reniega Roger y agarra su mochila como si fuera un saco mágico. Mete la mano y busca desesperado.
—Sí, es para hoy. Debemos entregárselo al orientador antes de la hora de salida.
—¿Y para qué es? —pregunto con leve consternación. No vaya a ser que otra vez me manden a hablar a la dirección y mis padres digan que soy un irresponsable.
—Para ayudarte a elegir tu carrera universitaria, por eso se llama Orientación —contesta West, girando los ojos y haciendo notar la estupidez de mi duda.
—Acabamos de entrar y ya nos están jodiendo con eso —dice Héctor y no puedo estar más de acuerdo con él.
Por fortuna, todos tenemos la prueba en las mochilas, así que las hacemos a toda prisa. Hay preguntas extrañas, como si prefiero leer, investigar o analizar. Ninguna. Claro. Si fuera por mí, me dedicaría a mezclar e ir a conciertos en hoteles y discotecas. Pero soy menor de edad. No puedo entrar a esos sitios, por lo que selecciono la opción de leer. Es una mentira.
Héctor y Flint hacen comentarios ridículos sobre algunas secciones de la prueba y opinan que es mejor estar en clase del profesor Robles que preguntarnos cuáles habilidades se nos dan mejor.
Asiento, para que sepan que estoy de acuerdo. Por una parte lo estoy. Flint es un gran deportista y tiene carisma, podría dedicarse a cualquier cosa y triunfar. Héctor es un líder, así que podría ser un buen jefe en alguna oficina. Sin embargo, por otro lado, me parece que es interesante saber lo que podría servirme en el futuro. Por eso selecciono las opciones relacionadas con la pintura, pero lo hago de modo tan rápido que le doy vuelta al librillo para que nadie vea mis respuestas.
Cuando la campana suena, estamos listos y vamos al salón del profe Robles. Antes de entrar, West me toma del brazo y me lleva con él hacia el lado contrario de la puerta.
—¿Qué? —le digo sin mirarlo.
—¿Todavía estás planeando decirle a Flint lo que sientes? Me refiero a la estupidez de escribirle una canción y ponerla en el altavoz del teléfono.
Me encojo de hombros y me siento más idiota que al inicio. No es que sea mala idea. A mí me encantaría que se me declararan como en las películas románticas, con una pancarta, o una bocina a todo volumen con una canción emotiva. Pero esa idea se torna en una ridiculez cuando recuerdo que me gustan los chicos y nadie más lo sabe. Excepto West.
—No, no lo haré. Le voy a dar una carta mejor —replico, al fin.
West no dice nada, pero niega con la boca torcida, que pone cada que reprueba las acciones de otros. Camina hacia la entrada y lo sigo. Intento reprocharle, pero el profesor inicia la clase con una ecuación en el pizarrón. Quiere que la resolvamos por cuenta propia, lo que significa que nos quitará puntos si fallamos.
Es mejor que me enfoque en la clase y esforzarme, pero no lo consigo. Al final, le pido ayuda a West… mejor dicho, le copio a West la respuesta y me dedico a escribir la carta.
No me salen las palabras.
No sé de qué manera decirle a Flint que es el chico más guapo y perfecto que he conocido. Que me uní al equipo de baloncesto por él, y que puedo escucharlo hablar por horas sin entender qué carajos dice.
La campana suena y el tiempo pasa volando. El resto de las clases terminan y yo sigo sin poder completar una carta. Al final, decido escribir que es mi mejor amigo y que lo quiero mucho y que… me gusta. Sí, parece lo indicado. Como dice mi padre, “entre más simple, mejor”.
Busco a Flint en la entrada de la escuela y camino apresurado. Siento que mi cabello se mueve como un algodón de azúcar y que la mochila va de un lado a otro. Respiro hondo y estoy a punto de llamarlo, pero alguien más llega y le toma de la mano. Es una chica. Es rubia y parece una estudiante de la academia Flare Bloom, por el uniforme que usan, en contraste con nosotros que no tenemos un código de vestimenta.
Intento hablar, pero ella le acaricia el rostro y le planta un beso.
El resto de los chicos rechifla, mientras que mis sentidos se opacan. No sé qué pasa en los alrededores. Parece que el ruido se baja como si el volumen pudiera ser controlado, y los cuerpos de los demás se tornan en gas. Lo único que retumba en mis oídos es un martilleo. Pum, pum, se repite una y otra vez. Y mis ojos arden. Mis manos tiemblan y el papel que sostengo se arruga por la presión del puño.
Creo que estoy a punto de morir.
—¿Ray? ¿Qué pasa? ¿Todo bien? —alguien dice, pero no distingo la voz—. Te vez muy pálido, viejo.
—Creo que le duele un poco el estómago y la cabeza —otra persona contesta y siento que me toman de la mano.
Miro a la derecha y encuentro a West. Lo suelto de inmediato y parece como si el pecho se me estuviera derritiendo. Los pies me pesan, pero consigo salir disparado hacia el lado opuesto de la escuela y cruzo la calle. Luego otra. Y continúo, pero no sé por cuánto tiempo, hasta que me detengo frente a una plaza. Abro la boca en demasía y agarro suficiente aire. Me acerco a una banca y dejo caer la mochila.
Flint tiene novia, pienso con claridad.
—Flint tiene novia —repito la única frase que pasa como un maldito letrero en rojo y amarillo por mi cabeza.
Creo que está lloviendo, porque siento el rostro mojado y tengo frío.
Me estremezco sin parar y subo las piernas a la banca, para aferrarme de ellas. Me muevo hacia adelante un poco y luego hacia atrás, como una mecedora.
No sé qué hacer.
No sé qué decir.
No sé qué pensar.
No sé… no sé qué esperar.
Todas las veces en las que Flint y yo pasábamos tiempo, se empalman como un filme que lo único que hace es darme una jaqueca. Todo parece una ilusión gigantesca y proyectada por mi cabeza. No es la realidad.
Lloriqueo por unos minutos, hasta que escucho que algo suena en mi bolsillo y lo saco. En la pantalla del teléfono está el nombre de West, más la palabra “nerd”. Contesto y pongo el aparato cerca de mi oreja.
—¿Ray? ¿Dónde estás? Tuve que decirle a los chicos que tienes diarrea, por eso saliste corriendo a buscar un baño.
No puedo hablar.
No sé qué carajos sale de mi boca, porque suena como un balbuceo sin sentido, así que mejor la cubro y sollozo en silencio.
—Te dije que no era una buena idea. Pero te ilusionaste y… —cuelgo el teléfono, porque no soporto escucharlo más.
Miro el árbol que está hacia el fondo del parque. Es muy grande y bonito. Tiene hojas anchas y con las puntas en tonos amarillos. El otoño está por llegar. Hay unas camas de flores en la parte inferior, protegidas por unas bayas que hacen juego con las bancas. Creo que estoy cerca de una zona residencial, porque hay varias personas que caminan con tranquilidad por los senderos empedrados. La brisa se siente fresca y me arrulla, de modo que logro tranquilizarme por completo.
Bajo las piernas y me limpio la cara con las mangas de la chamarra que llevo. Busco algún pañuelo en la mochila, pero nada. Me toca llenar de mocos la ropa y escuchar el regaño de mamá. “Es increíble que todavía hagas cosas de niño, debes madurar”. ¿Y qué es madurar? Según ella, hacer la tarea, que hago casi siempre. Sacar buenas notas, que no son las mejores pero tampoco las peores. Pero ¿manchar la ropa de mocos es inmaduro? ¡Es una emergencia, mamá! Hasta los vampiros tienen que limpiarse la boca con la ropa cuando no tienen de otra. ¡Sale en las películas!
Estoy a punto de levantarme, cuando veo a un chico que se acerca hacia el parque. Tiene el cabello un poco largo y despeinado, por lo que le da un toque bonito. Su tez es pálida, más que la de West, y es delgado, porque la sudadera que lleva le queda grande. Se acerca a uno de los jardines y saca algo de la mochila. Me yergo para ver qué hace,y descubro a un par de gatitos que comen de un recipiente blanco. Tomo la mochila y decido acercarme.
¡Adoro los gatos!
—Qué bonitos —digo y tengo que carraspear de inmediato porque me sale la voz toda áspera por el llanto—. ¿Son tuyos?
—No —responde demasiado cortante.
Me inclino a su lado y acaricio al gatito de la derecha. Tiene un color naranja muy lindo, mientras que el otro parece una vaca de manchas cafés. Son tan monos que olvido por completo a Flint y su novia.
—Si no son tuyos, ¿por qué les das de comer? —pregunto.
—¿No te dan lástima? Son bebés, y seguramente alguien los abandonó. Por desgracia, no puedo llevarlos a casa, porque mi papá no me dejará tener más que uno.
—A mí tampoco me dejarán quedarme con los dos —contesto más seguro y me siento observado.
Giro la cabeza y descubro un par de ojos de un tono aguamarina. De alguna forma, me parece que el chico tiene un parecido con los gatitos, porque sus ojos tienen la forma de arco en la parte superior, como un rasgo común de las personas del Oriente. Además, su cabellera es de un tono castaño claro con destellos cobrizos. No tiene pecas, por lo que hay un parecido con las muñecas de porcelana como las que tiene Elisa.
No sé por qué hay un leve traqueteo en mi pecho, pero lo atribuyo a toda la maraña de emociones que se manifiestan desde el estómago hasta el cuello. Desde la mañana, lo único en lo que podía pensar era en el beso entre Flint y yo, ese que nunca pasó, que solamente vi en el sueño. Luego, la idea de que era tiempo de declararle mi amor me hizo pasar el resto del día como un gladiador, listo para salir a la arena de combate. Incluso, llegué a pensar que Cupido estaría de mi lado y que Flint aceptaría ser mi novio.
Novio, pienso en esa palabra y me da un escalofrío.
Deseo con todas mis ansias encontrar a un chico que me corresponda, a uno que sea soñado como Flint, que tenga todas las características que un hombre debe tener… bueno, las que preferiría para evitar burlas. “A los chicos les gusta ensuciarse las manos”, recuerdo la frase de papá cuando se expresa de los negocios y mi hermano.
—Si no podemos quedarnos con los dos, podríamos tomar uno cada uno —insisto y sonrío.
Extiendo la mano, para tomar al primero, pero el chico lo impide, de modo que su piel roza con la mía. Otra vez, hay un leve sobresalto y me quedo pensativo.
—Si lo dices únicamente porque te parecen bonitos ahora, pero si no lo vas a cuidar, mejor ni lo pienses —explica y acaricia la cabeza del gatito vaca.
—Lo digo enserio. Yo me quedo con uno y tú con otro —refunfuño y cargo al que es color naranja. El gatito ronronea ante mi tacto y me hace reír un par de veces. Lo arrullo en mi pecho y, nuevamente, olvido a Flint. Me importa un bledo que tenga novia.
—Está bien. Pero si osas abandonarlo, te las verás negras —compone él y toma al gato vaca para abrazarlo contra su pecho.
Nos miramos otra vez y detecto una mueca entristecida. No sé por qué, pero me hace sentir identificado. Aunque también confundido.
—Dame tu número, así podré asegurarme de que no estás mintiendo —me ordena.
Saco el teléfono y se lo doy desbloqueado, de modo que introduce su contacto y me lo regresa. Leo la pantalla y veo su nombre. “Asher Gato Vaca”.
Evito burlarme, porque me parece divertido, pero también muy tierno.
—Márcame y dime tu nombre.
—Ah, sí, sí —digo a toda prisa y lo hago. Él saca un teléfono de su bolsillo, que está adornado con una protección de color rosa, lleno de imágenes de un felino pastelero de la cultura popular, y también algo más que llama mi atención por completo. Es un corazón en la parte superior, con los colores de la bandera que usan las personas de la comunidad para identificarse.
¿Acaso también le gustan los…?, pienso y busco una forma para interrogarlo, pero su celular deja de sonar y me dirige una mirada fría.
—¿Cuál es tu nombre? ¿O quieres que escriba Gato Naranjoso nada más?
—Ah, no, sí… —pronuncio y me muerdo el cachete por idiota—. Auch… Eh, me llamo Ray. Puedes ponerle Ray Gato Naranja.
—Naranjoso suena mejor —contesta con una pequeña sonrisa que apenas noto en sus labios rosados.
Nos ponemos de pie y damos un paso atrás.
—Te mando imágenes de mi gato llegando a casa. Quiero que hagas lo mismo. Así sabré que no lo has tirado —resuelve.
—Sí, me parece buena idea.
Nos quedamos en silencio y veo que guarda su teléfono en el bolsillo. Un montón de dudas pasan por mi cabeza, pero no me atrevo a decir nada. Estoy en un frenesí de recriminaciones, como si estuviera en un shooter imposible de jugar, donde tienes que esquivar puntos rojos por todos lados y no sabes ni a dónde moverte ni qué botón presionar.
Entonces, él da la vuelta y se marcha sin decir nada.
—¡Adiós! —grito levemente desesperado y él voltea la mirada.
No dice nada y asiente con la cabeza.
Se marcha y yo tomo unos minutos para admirar a mi nueva mascota. Giro y camino hacia el rumbo de la escuela, pero reconozco una de las avenidas, así que tomo a la izquierda y llego a la parada de camión.
Me enternece ver a mi Naranjo, que suena como un buen nombre, acurrucado en mis brazos y pecho. Sonrío y me pregunto qué nombre le pondrá Asher a su nueva mascota.
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Hilo del chat: West Nerd
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West, 04:02PM: No se te vaya a olvidar que mañana tenemos que entregar el libro de Matemáticas.
Ray, 04:05PM: Para qué ???
West, 04:07PM: Porque nos van a revisar las primeras 5 páginas de los teoremas.
Ray, 04:07PM: Puedo copiar las respuestas mañana ??? Llega tempra, por fa.
West, 04:07PM: Solo por esta vez.
Ray, 04:08PM: Eres el mejor !!!
West, 04:11PM: ¿Llegaste bien a casa?
Ray, 04:11PM: Voy rumbo a casa apenas. El camión tardó un chingo en pasar.
West, 04:11PM: ¿No quieres hablar de lo que ocurrió hoy?
Ray, 04:11PM: No estoy de humor para escucharte decir que soy un idiota. Ya lo sé !!! No tienes que recordármelo como siempre !!!
West, 04:13PM: Eres un idiota. Pero también eres mi amigo. Y me preocupas.
Ray, 04:13PM: Te veo mañana tempra.